13° domingo
del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24

1•13 Dios no ha hecho la muerte,
ni se complace en el exterminio de los vivos.
14 Él lo creó todo para que subsistiese,
y las criaturas del mundo son saludables;
no hay en ellas veneno de muerte,
ni el imperio del abismo reina sobre la tierra.
15
Porque la justicia es inmortal.

2,23 Dios creó al hombre para la inmortalidad,
y lo hizo a imagen de su propio ser;
24
mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo,
y tienen que sufrirla los que le pertenecen.


El contexto literario en el que se encuentran estos versículos es el típicamente sapiencial de la comparación entre el justo y el impío. En particular en el capítulo 2 describe el autor bíblico la actitud de los malvados de una manera maravillosa. Les hace hablar en primera persona, dejando que sus mismas «vanidades» les condenen:
«Discurriendo equivocadamente, dicen: "Corta y triste es nuestra vida, no hay remedio para el hombre cuando llega su fin; de nadie sabemos que haya vuelto del abismo. Vinimos al mundo por obra del azar, y después será como si no hubiéramos existido"» (vv lss).

Así pues, la existencia que no tendrá fin de la que se habla en la lectura de hoy (1,14ss: la vida con Dios que se contrapone a la muerte espiritual) es algo que depende directamente de la «justicia» del hombre, es decir, de su actitud hacia la vida entendida como don de Dios: el justo, o bien el sabio, es el que se reconoce como criatura salida de las manos del Señor y necesita siempre de su ayuda, el que le «busca con corazón sincero» (1,1) y no razona de manera ambigua (cf. 1,3), buscando pretextos para hacer prevalecer su propia fuerza y su propio derecho sobre todo y sobre todos (cf. 2,10ss). Los que así piensan y actúan pertenecen al diablo (cf v 23), término con el que por vez primera en la Biblia se alude a la serpiente tentadora de Gn 3. El recurso a la imagen genesíaca proyecta el discurso sapiencial sobre el fondo de lo que fue en el origen, o bien forma parte constitutiva de la naturaleza humana, de la lucha entre la vida y la muerte que se desarrolla, en primer lugar, en el corazón de cada hombre.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 8,7.9.13-15

Hermanos: 7 Puesto que sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud y hasta en el cariño que os profesamos, sed también los primeros en esta obra de caridad. 9 Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. 13 Y tampoco se trata de que, para alimentar a otros, vosotros paséis estrecheces, sino de que, según un principio de igualdad, 14 vuestra abundancia remedie en este momento su pobreza, para que un día su abundancia remedie vuestra pobreza. De este modo reinará la igualdad, 15 como dice la Escritura: A quien recogía mucho, no le sobraba, y al que recogía poco, no le faltaba.


Los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios están dedicados a desarrollar el motivo de la colecta en favor de los hermanos necesitados de la Iglesia de Jerusalén. Pablo alterna el estilo exhortativo, destinado a animar y estimular a los corintios para que lleven a cabo esta obra buena, con el demostrativo, que es el adecuado para fundamentar su petición en el ser mismo de Dios en Cristo Jesús.

De ahí que, en el interior de nuestro pasaje, resulte central la afirmación del v 9, que hace las veces de motivo cristológico sobre el que reposa toda la argumentación: el acontecer terreno de Jesús enseña a cada cristiano que la vida es fruto del expolio de sí mismo y que la resurrección se da a través de la muerte. Ahora bien, los cristianos de la Iglesia de Corinto experimentan en propia persona la gracia de vida que nace de ese amor a los hermanos que no se alimenta sólo de palabras o de buenas intenciones (Pablo alude otras veces a la intención expresada por los corintios hace más de un año, pero que nunca se había llevado a cabo: cf 8,10; 9,2-4), sino que se vuelve activo pasando a través de la renuncia a algo que pertenezca a nosotros mismos, un amor que obra a causa de la necesidad que ve en el hermano.

 

Evangelio: Marcos 5,21-43

En aquel tiempo, 21 al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago. 22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo:

-Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.

24 Jesús se fue con él. Mucha gente le seguía y le estrujaba. 25 Una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años 26 y que había sufrido mucho con los médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, quedaré curada». 29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y sintió que estaba curada del mal. 30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó:

-¿Quién ha tocado mi ropa?

31 Sus discípulos le replicaron:

-Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién te ha tocado?

32 Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. 33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad.

34 Jesús le dijo:

- Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal.

35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga diciendo:

-Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.

36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:

-No temas; basta con que tengas fe.

37 Y sólo permitió que le acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

38 Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo:

-¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.

40 Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que le acompañaban y entró donde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo:

-Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate).

42 La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía doce años.

Ellos se quedaron atónitos. 43 Y él les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello y les dijo que dieran de comer a la niña.


El evangelio de hoy, tanto si se lee en la versión breve (vv. 21-24.35-43) como en la integral, se articula esencialmente en torno a los motivos de la salvación/ vida y de la fe. La situación inicial, en los dos casos que se narran, es la de una imposibilidad reconocida para salvar por parte de los hombres: tanto la niña como la mujer han sido tratadas inútilmente por la ciencia médica, hasta el punto de que la primera «está agonizando» y la segunda sólo ha conseguido empeorar. Para una persona razonable sólo queda una posibilidad: recurrir a Dios, que es el Señor de la vida, el Dios de los vivos (cf. 12,27).

En el caso de la mujer que llevaba enferma doce años, Jesús realiza una doble liberación. Por un lado, la curación física completa e inmediata y, al mismo tiempo, la liberación de un estado de subordinación social y religiosa en el que se encontraba obligada a vivir, dada su condición de mujer «impura», según la ley del Antiguo Testamento. La cosa tiene lugar en el mismo momento en el que Jesús plantea una pregunta que parece absurda: «¿Quién ha tocado mi ropa?» (v 30), moviendo interiormente a la mujer a la que acaba de curar a salir al descubierto o bien a realizar un ulterior acto de fe en un Dios que no condena, que cura para dar la vida en plenitud. Así pues, la «fe que salva» (v 34) no es sólo la que se manifiesta en el hecho de tocar el manto del Señor, sino también la que hace una abierta proclamación de la justicia de un Dios que socorre a los humildes y a los oprimidos, sea cual sea el nombre que la ley o la costumbre de los hombres les impone. Jesús ha restituido ahora a la mujer no sólo la salud, sino la dignidad de persona y la vuelve portadora de la verdad de Dios.

También la curación de la hija de Jairo se convierte en ocasión para la superación de una serie de obstáculos: la muerte, que se presenta en el camino de Jesús y sus discípulos hacia la casa del jefe de la sinagoga, y sobre todo la oposición de los que dicen: «Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro» (v 35), que es como decir: «No hay nada que hacer...». Serán los mismos que celebren el funeral judío, con gran alboroto de flautas y lamentos, en torno al cuerpo de la niña, que para ellos ya es sólo un cuerpo de muerte. Frente a esta acendrada convicción (¿qué hay en este mundo más seguro que la muerte?), las palabras de Jesús aparecen como algo absurdo, como una trágica burla (cf vv 39ss), a menos que estemos dispuestos a confiar en él, como Jairo, a poner toda la confianza en su amor que no decepciona.


MEDITATIO

Las tres lecturas de hoy presentan como en un díptico la doble actitud del hombre frente a la revelación de Dios, una revelación que tiene que ver con la Vida, con la Vida que no pasa, plenitud de la comunión con él. El retrato de los necios/impíos hecho por los dos primeros capítulos del libro de la Sabiduría goza de una actualidad impresionante. En sus palabras se refleja plenamente la convicción de los que consideran la vida del hombre como algo absurdo, como algo que carece de todo sentido: «El hombre aparece echado en medio de la existencia como un par de dados. Todo en la vida parece obra de la casualidad: he sido elegido por casualidad, debo comportarme al azar, desapareceré al azar...» (G. Prezzolini). La vida no es otra cosa que un camino hacia la muerte, la única meta cierta de nuestro humano andar.

Las posibilidades frente al anuncio de que aquí no hay muerte, sino sólo un sueño que espera la resurrección, parecen ser también sólo dos en el Evangelio, y se manifiestan como dos movimientos opuestos (uno en dirección a la casa, para salvar; el otro es el de los que intentan bloquear la venida de Jesús): está la decisión del que tiene fe en la Palabra del Señor y es admitido a contemplar el milagro de la vida, y está el juicio del que considera esta Palabra como algo absurdo, quedándose a su vez prisionero de la muerte, de esa muerte para la que no hay resurrección.

En la carta de Pablo, el apóstol proyecta una luz nueva sobre el tema de la plena participación en la vida de Dios: el amor compartido en la solidaridad concreta es lo que nos permite participar en el don de la resurrección.


ORATIO

Oh Padre, reconocemos que tú has creado todo para la vida: has puesto en nosotros el germen divino de tu creación fecunda. A nosotros, los esposos, nos has concedido experimentarlo en el engendramiento de los hijos; a quienes se consagran a tu amor les has entregado la bendición para los pobres de la tierra; a los sacerdotes, el poder del cuerpo roto y de la sangre derramada de tu Hijo. Te pedimos hoy, Señor, que nos hagas una sola cosa en el amor, para que podamos alimentar en la mesa de la eucaristía todo lo que somos: nuestra mente, con el recuerdo de tu vida entregada en la cruz; nuestro corazón, dilatado por tu amor por cada hombre; nuestro cuerpo, consumido por la impaciencia de la caridad activa.

Y, transformados de este modo, día tras día, a la medida de tu Hijo sacrificado, podremos saborear la bondad infinita de la vida.


CONTEMPLATIO

¿Qué acuerdo puede haber entre Cristo y Beliar? ¿Qué relación entre el creyente y el incrédulo?» (2 Cor 6,15). Los mismos paganos, que tampoco creen en la resurrección, acaban por encontrar argumentos de consolación y dicen: «Soporta con coraje; no es posible eliminar cuanto ha sucedido, y con las lágrimas no ganas nada». Y tú, que escuchas palabras tanto más sublimes y consoladoras que éstas, ¿no te avergüenzas de comportarte de un modo más inconveniente que los paganos? Nosotros no te exhortamos a soportar la muerte con firmeza, dado que ésta es inevitable e irremediable; al contrario, te decimos: «Animo, es absolutamente cierto que existe la resurrección: la niña duerme, no está muerta; reposa, no está perdida para siempre». Están dispuestas, efectivamente, para acogerla la resurrección, la vida eterna, la inmortalidad y la heredad misma de los ángeles. ¿No oyes el salmo que dice: «Alma mía, recobra la calma, que el Señor te ha agraciado» (Sal 116,7)? Llama Dios «gracia» a la muerte ¿y te lamentas? (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 31,2).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Tú cambiaste mi luto en danzas» (Sal 30,12).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si tuviera que vivir sesenta, setenta, noventa años como máximo, ¿de qué me aprovecharía? Cuando la vida es dura, ya es demasiado larga. Cuando es agradable, resulta demasiado corta. No he sido hecho para esto. Estoy hecho para la Vida, la Vida sin más ni menos. Y la vida no es la Vida si tiene que verse truncada un día. No, la Vida dura para siempre; de otro modo, no es la Vida. Justamente porque la muerte se ha infiltrado en mi cuerpo y tiende continuamente trampas a mi vida, ha decidido Dios venir él mismo entre nosotros para poner fin a esta intolerable injerencia en su obra, para hacer frente al asesino y eliminarlo de una vez por todas, en un implacable cuerpo a cuerpo [...]. Desde aquel día la muerte ya no es la muerte. Un perro puede morir, un árbol también, incluso una estrella. Pero el corazón del hombre no puede morir. Es imposible [...].

El embrión crece, alimentado de continuo por su madre. La sangre de Cristo alimenta en ti la Vida eterna, como afirma el sacerdote mientras introduce en el cáliz un fragmento de la hostia. Así crece esta vida en ti por sí sola, como la semilla, sin que ni siquiera te des cuenta, con la sola condición de que sea continuamente alimentada. ¿Qué dice Jesús después de haber despertado a la pequeña de doce años y de haberla puesto en los brazos de su madre, que la creía muerta? «Dadle un pedazo de pan para comer». Es él mismo quien le da ese pedazo de pan para que morir sea sólo un dormirse. ¡Que ría también el mundo! ¿Acaso tiene un niño miedo de dormirse? ¿Es triste dormirse? (D. Ange, Le nozze di Dio dove il povero é re, Milán 1985, pp. 251ss).