Miércoles Santo


LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-9a

Dijo Isaías:

El Señor me ha dado una lengua de discípulo
para que sepa sostener con mi palabra al abatido.

Cada mañana me espabila el oído
para que escuche como los discípulos.

El Señor me ha abierto el oído
y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba;
no volví la cara ante los insultos y salivazos.

El Señor me ayuda,
por eso soportaba los ultrajes,
 por eso endurecí mi rostro como el pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca, ¿quién me quiere denunciar?
¡Comparezcamos juntos!
¿Quién me va a acusar?
¡Que venga a decírmelo!
Sabed que me ayuda el Señor:
¿Quién me condenará?


En este "tercer poema del Siervo de YHWH", se acentúa el tema del fracaso, que ya estaba presente en Is 49,1-6: El profeta encuentra hostilidad y persecución, incluso violencia. Su vocación, con rasgos sapienciales, lo califica como un discípulo que, por don y misión del Señor Dios, transmite la Palabra a los descorazonados e indecisos. Sólo si el profeta se manifiesta cada día como un discípulo pronto a escuchar, podrá llegar a ser verdadero maestro: no dispone de la Palabra a su gusto.

Consciente desde el principio de las exigencias de su vocación, el Siervo no opone resistencia a Dios; y su pleno consentimiento le hace fuerte y manso de cara a los perseguidores: no se sustrajo a la Palabra, ni se echó atrás ante las injurias y la violencia de los que quisieran acallarla, reduciéndola al silencio (vv. 5s). No le rinde el sufrimiento, ni le desorienta. El profeta confía en la ayuda de Dios; él lo justificará ante los adversarios: ninguno podrá demostrar la culpabilidad de su Siervo, testigo fiel y veraz de la Palabra (vv. 7-9).


Evangelio: Mateo 26,14-25

Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les dijo:

- ¿Qué me dais si os lo entrego?

Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata.

Y desde ese momento andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?

El contestó:

Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la cena de pascua.

Al atardecer, se puso a la mesa con los doce, y mientras cenaban les dijo:

Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno:

Jesús respondió:

Entonces preguntó Judas, el traidor:

 Y Jesús le respondió:


La escucha de la presente perícopa siempre es inquietante: "Uno de los doce", uno de los amigos más íntimos, de los compañeros cotidianos, de los discípulos a los que enseñó con mimo particular, "fue..." por iniciativa propia, por libre opción, a proponer la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes, que no deseaban otra cosa (vv. 3-5). Y desde entonces, como fiera al acecho, Judas vive al lado de Jesús buscando "la ocasión propicia" (vv. 16s). Aun siendo capaz de una iniquidad que supera los límites humanos (es obra de Satanás: cf. Lc 22,3 y Jn 13,2), la libertad del hombre entra en el plan de Dios: es lo que Mateo deja entender en el v 15, citando a Zac 11,12 sobre el precio pactado con Judas. Todavía más significativo es el uso teológico, común en todas las narraciones de la pasión y de sus predicciones, del verbo paradídomi, "entregar". Este verbo expresa, por un lado, la entrega-traición por parte de los hombres y, por otro, la entrega-don que el Padre hace del Hijo y Jesús hace de sí mismo, hasta la suprema entrega del Espíritu en la cruz (Jn 19,30.

El esmero con que tradicionalmente se prepara el rito pascual asume un significado más profundo (v-v. 17-19): Jesús sabe que se acerca su kairós (v. 16), su hora, el tiempo del acontecimiento escatológico establecido por Dios. Y ordena disposiciones muy precisas, porque "ardientemente he deseado comer esta pascua": en este rito, sustituirá el nuevo memorial al antiguo, dejándonos su cuerpo y su sangre como comida y bebida.

Esta entrega de sí mismo con el mayor amor acontece en una atmósfera cargada por el anuncio de la traición ("entrega"). Cada uno, herido en su interior, desconfía de sí mismo y también de sus propios compañeros. Surge un coro de preguntas, pero mientras los otros apóstoles se dirigen a Jesús con el apelativo de "kyrios", Señor, Judas le llama simplemente "rabbí". Este Maestro es realmente el Señor, que conoce a su traidor, por el cual se cumple la Escritura.


MEDITATIO

Jesús revela quién es Dios y quién es el hombre manifestándonos en su propia historia divino-humana el misterio de la libertad de ambos. Aparece claramente en la pasión, cuando personas y acontecimientos parecen coartarlo, quebrantarlo, hasta clavarlo en la cruz. En el Evangelio de hoy aparecen los dos polos extremos del poder humano: la libertad de entregar / traicionar (abismo de apostasía: Judas) y la de entregarse / darse (la cumbre del amor más grande por los demás: Jesús). Entre ambos polos, cada uno es libre de moverse, de llevar a cabo sus opciones cotidianas, pero el Evangelio nos hace conscientes de una realidad: en los dos extremos está o el poder de Dios o la fuerza del maligno. Perohoy no sólo aparece la enorme y vertiginosa capacidad de la libertad humana, sino que también se nos muestra algo de la libertad de Dios: su omnipotencia, que brinda al hombre la salvación sin forzarle; su amor, que se entrega -en el Hijo- a sí mismo para que el hombre no sea presa eterna y casi ignorante del pecado. Desde siempre Dios había preparado esta pascua; y cuando el Hijo del hombre vino a cumplirla entre nosotros, se ha abierto a toda criatura un nuevo horizonte ilimitado de libertad: la libertad de amar incluso dando la vida para encontrarse en plenitud en el seno amoroso de la Trinidad.


ORATIO

Señor Jesús, déjanos hoy confesar ante ti y concédenos, para hacerlo, un corazón verdaderamente arrepentido y palabras humildes y sinceras. Somos nosotros, Señor, los que te hemos vendido, y no sólo una vez. Cada día especulamos con tu persona y vivimos de esta mísera ganancia; nosotros, los amados por ti.

¿Nos puedes todavía soportar como íntimos en tu casa, para comer el pan de tus lágrimas y beber la sangre de tu dolor? Vendido por nosotros por una miseria, tú nos has comprado, Señor, al precio infinito de tu sangre. Haz, te suplicamos, que, a través de la herida de tu corazón, podamos penetrar y establecernos siempre en la comunión de tu amor. Amén.


CONTEMPLATIO

Judas dejó el puesto que Jesús le había asignado en la comunidad apostólica para "irse a su lugar". Se ha separado de los demás, de la comunidad; llegó hasta este extremo progresivamente: en primer lugar se fue replegando sobre sí mismo, siguiendo un camino muy suyo, y finalmente se fue a su lugar. Ciertamente, al principio estaba muy lejos de querer traicionar al Maestro. La situación política de Israel era muy compleja, y mucha gente prudente del pueblo se preguntaba si Jesús no era un motivo de desorden. En efecto, ¿qué pruebas había de la misión de Jesús?

Es cierto que Judas debió de atormentarse interiormente, rumiando muchas dudas y pensamientos oscuros. Pero no los compartió con los otros, y quizás fuese ésta la causa de sus ilusiones, de su ceguera y su obstinación. Estaba solo, cerrado en sí mismo. Y en estas circunstancias, nos hacemos incapaces de juzgar las cosas con objetividad. No se comunicaba con los hermanos, reflexionaba solo y andaba a su aire [...]. "A su puesto" (R. Voillaume, Cartas a los hermanos, Madrid 1973).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

"Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2,10b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Judas aparece como el protagonista de la liturgia de los tres primeros días de la Semana Santa: el Evangelio siempre habla de él. Y Judas está presente también en el cenáculo.

La presencia de Judas en medio de los doce, en torno a la mesa de Jesús, es, indudablemente, el hecho más inquietante entre los hechos, todos inquietantes, que se condensan en vísperas de la pasión del Señor. Es la presencia del enemigo entre los amigos, del que golpea en el momento y lugar en que se precisa la confianza, porque nadie puede ya defenderse con ninguno.

Jesús no ignora esta presencia, no la pasa por alto; pero, a la vez, no descubre a Judas, no le acusa, no discute con él, no trata de defenderse. No calla a propósito de dicha presencia, para hacerse también presente a él hasta el final. Los doce, sin embargo, tratan de descubrir quién es el que de ellos miente: y en esta tentativa sucumben y caen en la antigua ley de la sospecha recíproca generalizada, de la acusación, de la división. De aquí nace siempre la crisis de la relación fraterna y de comunión: del temor de ser traicionados, del temor de que otro se aproveche, de la pretensión imposible de poner a prueba y verificar las intenciones del otro. No existe otra manera de vencer al traidor que entregarse en sus manos y poner en manos de Dios la propia causa. Pensemos en cuántos desavenencias, cuántas ofensas, cuántas prepotencias, se esconden en nuestra vida por la sospecha. Para sentarse en torno a la mesa de Jesús es preciso fiarse uno de otro sin pensar en el precio que puede costar esta confianza (G. Angelini, Li amó sino alla fine, Milano 1981, 40s).