Salmo 118,105-112

Tu Palabra es luz en mi sendero

«Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras» Un 8,12).

 

Presentación

El salmo sapiencial 1 18 es, con sus 176 versículos, el más largo del salterio. Sus 22 estrofas de ocho versículos cada una están dispuestas en orden alfabético y, en el interior de cada estrofa, cada versículo empieza con la misma letra del alfabeto hebreo. Se trata, por consiguiente, de un gran edificio literario puesto al servicio de un amor apasionado a la ley, don de la alianza y fuente de felicidad. El salmo podría haber sido compuesto en una «casa de sabiduría» (cf. Eclo 51,23), donde se aprendía a escuchar la Palabra, a orar y a vivir con rectitud. Las estrofas de este salmo constituyen el texto privilegiado de la Iectio y de la meditatio del judío piadoso.

105Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
106lo
juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
107
¡estoy tan afligido!

Señor, dame vida según tu promesa.
108
Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;

109
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
110
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

111Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
112
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

La Torá es el elemento que sostiene y anima toda la composición poética. A ella atribuye el orante todo lo que en otros himnos del salterio se refiere al mismo Señor. El salmista hace resonar en cada estrofa algunos sinónimos -ocho en total- para hablar de la única y amada ley, a través de la cual entra Dios en relación con su fiel y éste con Dios.

La sección aquí propuesta es la correspondiente a la letra hebrea nun. Se trata de un himno a la Palabra de Dios entendida como sinónimo de ley divina y experimentada como luz que guía los pasos del hombre por el sendero de la vida. El lenguaje es el más imaginativo de todo el poema. Como también en las otras partes del salmo, están presentes «los malvados», los opositores, los enemigos que intentan separar al orante de la Torá, fuente de vida y alegría para su corazón. Sin embargo, el salmista no se deja alejar de la opción de vida en armonía con los preceptos de Dios, a pesar de los sufrimientos y las pruebas que esa fidelidad implica.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Para poner de relieve el contenido espiritual de esta sección del Sal 118, nada mejor que la consideración: «El todo en el fragmento». Lo que se puede decir de todo el salmo se encuentra plenamente reflejado en la sección nun dedicada de modo particular a la Palabra de Dios.

El salmo se puede leer como cumplimiento de la profecía de Isaías: «Vendrán pueblos numerosos. Dirán: "Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas". Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén, la Palabra del Señor» (Is 2,3). Con la encarnación se ha hecho posible -por gracia- dar un rostro y un nombre a la nueva «ley», a la Palabra del Señor: Jesucristo, el Verbo del Padre que ha venido a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,1-18). Él es aquel que dice de sí: «Yo he venido al mundo como la luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas» (Jn 12,46). Y no sólo eso: él mismo es también el Camino en el que podemos poner nuestros pasos para caminar seguros; la Vida que nos sostiene en nuestra peregrinación; la Verdad que hace huir las tinieblas del error (cf. Jn 14,6). Si ya en el Primer Testamento era posible cantar a la Torá como don y como fuente de felicidad, todavía más llamada está nuestra vida cristiana a convertirse en canto para quien lo es todo para nosotros: Jesús, nuestro Salvador, que debe ocupar continua y amorosamente la memoria de nuestro corazón. Por eso el cristiano, al recitar el salmo, sustituye de una manera espontánea los términos que se refieren a la ley por el dulce nombre de Jesús.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Las primeras vísperas del domingo, Pascua semanal, se abren con la sección del monumental Sal 118, que comienza con el v 105: «Lámpara es tu palabra para mis pasos». Con esta elección, la liturgia nos invita a contemplar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús como victoria definitiva de la luz sobre las tinieblas, luz que, en la oración, pone su morada dentro de nosotros, nos transfigura y se difunde hasta los confines más remotos del mundo. Abrirse a la luz significa para el salmista -y para todo creyente- entonar el canto más bello que jamás pueda brotar del corazón del hombre: el canto a la voluntad del Padre, que se manifiesta en sus mandamientos, en sus preceptos amados y observados cueste lo que cueste. Ese canto culmina en la invocación: «Señor, dame vida según tu promesa» (v 107).

Jesús, Palabra del Padre, ha venido a dar una nueva consistencia a nuestros días. Con él y en él es posible vivir el único gran mandamiento en el que todos los otros están incluidos y quedan superados: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (cf. Jn 13,34). Lo que nos parece imposible a causa de nuestra pobreza y nuestra miseria, lo que el mundo intenta obstaculizar por todos los medios posibles con continuas hostilidades y con la irrisión, no sólo se vuelve posible, sino que se convierte en fuente de alegría y de paz, porque Jesús mismo lo vivió primero, y él es la luz que ilumina nuestro camino día tras día. Por eso también nosotros podemos repetir con los santos: «Amo porque amo, el amor se basta a sí mismo, es su propio premio y recompensa».

b) Para la oración

Señor Jesús, que tu mandamiento de que nos amemos como tú nos amaste sea lámpara para mis pasos, luz en mi sendero. Aunque esto sea para mí causa de sufrimiento y de incomprensión, Señor Jesús, sostenme tú -Palabra del Padre- y dame vida como me has prometido. Sólo tú eres vida plena, mi herencia eterna, mi alegría sin fin. Que yo no busque otra recompensa que no seas tú. Que mi único deseo sea participar cada vez más de tu misterio de muerte y resurrección.

c) Para la contemplación

La Palabra de Dios proyecta luz ante nosotros en esta noche del mundo, para que nuestro paso no vacile inseguro y no nos sea imposible encontrar el camino verdadero. Y una verdadera lámpara es Cristo para mí, cuando esta boca nuestra habla de él. Es un tesoro que refulge en un vaso de Creta, lo llevamos en vasos de arcilla. Poned aceite, para que no llegue a faltaros; en efecto, la luz de la lámpara es el aceite; no el aceite de este mundo, sino el aceite de la misericordia. Tu aceite es la humildad. Tu aceite es la misericordia, que es capaz de dar de nuevo calor incluso a los cuerpos de los pecadores sacudidos por los escollos del mal. Este aceite da luz en las tinieblas si nuestras obras resplandecen ante los hombres. Por eso, intenta tú también tener siempre una lámpara encendida o una antorcha ardiendo. Ten fe, ten prudencia, para tener siempre en tus vasos el aceite de la misericordia, la gracia del creer.

¡Vayamos, pues, detrás de esa lámpara! Caminemos alumbrándonos como si fuera de noche. Hay muchos hoyos, muchas piedras que no se ven bajo los mantos de niebla de este mundo. Lleva cuidado en todos tus pasos. Que la fe te abra el camino y el camino sea la Escritura divina. La Palabra del Cielo es una buena guía (Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 118, XIV, 5.7.11, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Sostenme con tu promesa, y viviré» (v 116).

e) Para la lectura espiritual

La luz es la primera manifestación de Dios y de su Palabra en la Biblia, la criatura que más le manifiesta y le canta en el concierto de la creación, hasta el punto de que se convierte en sinónimo de vida. Con la palabra «luz» se hace referencia a Dios y a la esfera de lo divino, que, en su irradiación, alumbran el camino del hombre.

El acercamiento entre la Palabra de Dios y la luz lo cantaba ya el Sal 118,105: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero», pero hemos de añadir la bellísima precisión del Sal 18,29: «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, alumbras mis tinieblas», con su inconfundible invitación a considerar la Palabra de Dios, que es «luz», no como un pretexto para consideraciones piadosas sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre, sino como el terreno de un planteamiento concreto de la vida en obediencia a la Palabra.

Juan pudo escribir: «Dios es luz» (1 Jn 1,5), porque Dios-luz es un acontecimiento acaecido en su presencia en la persona de Jesucristo. Mirando a Jesús y su existencia descubriremos la luz de Dios. El Dios invisible e inaccesible se ha revelado en Jesucristo, y Jesucristo ilumina al hombre sobre el misterio de Dios. Dios es luz, y Cristo es la luz para nosotros, porque la Palabra divina «ilumina a cada hombre», manifiesta el designio de Dios sobre nosotros, nos hace saber quiénes somos y nos abre el camino que debemos recorrer para llegar a él, que de otro modo es inaccesible.

Conviene comprometerse «mientras es de día» (9,4): es la jornada de la misión terrena de Jesús, es la jornada de la misión de la Iglesia, es la jornada de la vida de cada uno de nosotros comprometida en una progresiva iluminación. Dice Jesús: «Mientras tenéis esta luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas. Porque el que camina en la oscuridad no sabe a dónde se dirige» (Jn 12,35), yerra en su propio camino y toma el sendero de la muerte (V. Mannucci, Giovanni, il Vangelo narrante, Bolonia 1993, 103-107, passim).