Salmo 117

Éste es el día en que actuó el Señor

Acercándoos a él, piedra viva [...], también vosotros, como piedras vivas, vais construyendo un templo espiritual» (cf. 1 Pe 2,4s).

 

Presentación

El Sal 117, compuesto en unas circunstancias que desconocemos, parece remontarse al período posexílico. Es probable que en su origen se empleara en la liturgia de la fiesta de la chozas (cf. v. 27) y a continuación se recitara al término de la cena pascual como texto final del Halle/. Es, en efecto, un himno de acción de gracias que nos introduce en lo vivo de una celebración litúrgica; durante la procesión hacia el templo se alternan las voces de un solista, del coro y de los sacerdotes que dan gracias por la salvación llevada a cabo por el Señor. Dado que la voz del solista se inserta en coros y gestos rituales definidos, no puede ser la de un individuo cualquiera: debe tratarse de alguien que, en cierta medida, representa al pueblo; por consiguiente, debe tratarse de un funcionario del culto o de un príncipe.

1Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

2Diga la casa de Israel:
Eterna es su misericordia.

3Diga la casa de Aarón:
Eterna es su misericordia.

4Digan los fieles del Señor:
Eterna es su misericordia.

5En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.

6El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?

7El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

8Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres;

9
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

10Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
11me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
12
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.

13Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;

14
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

15Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
16
1a diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».

17No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

18Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

19Abridme las puertas del triunfo
y entraré para dar gracias al Señor.

20Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

21Te doy gracias, porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

22La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.

23Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

24Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

25Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

26Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
27
el Señor es Dios, él nos ilumina.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

28Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

29Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El salmo está introducido y concluido por una antífona bien conocida (vv 1.29) que pone de manifiesto el tema central de la composición: la acción de gracias por la viva experiencia de la bondad y la eterna misericordia de YHWH. Se levanta una voz para narrar el acontecimiento de salvación, personal y comunitario al mismo tiempo (vv. 15-18), alternando con la del coro (vv. 8s. y 15s). Se expresan, en una dinámica creciente, la confianza en Dios (vv. 6-9), la victoria obtenida en el nombre de Dios (remachada tres veces, vv. 10-13), la exultación por la intervención divina (w 14-16).

Es, en efecto, la diestra del Señor la que, levantada como en el Éxodo, hizo pasar al protagonista (Israel / uno de sus jefes) desde una situación de muerte a la vida recuperada. Rescatada de este modo, su existencia se convierte en testimonio de Dios (vv. 17s).

El cortejo, atravesando en fiesta la Ciudad Santa (las tiendas de los justos: v 15), llega a las puertas del templo y entra en él tras el diálogo ritual con los sacerdotes (w. 19s). Aquí se eleva una nueva acción de gracias a voces alternas: Dios ha elegido lo que los poderosos del mundo habían descartado (¿Israel tras volver del exilio?) y lo ha puesto como piedra angular de su proyecto salvífico. Este día de fiesta es ya anticipación del «día de YxwH», el día de su triunfo definitivo sobre todos sus adversarios (vv. 21-24). Mientras el pueblo aclama y los sacerdotes bendicen (vv. 25s), el cortejo se dispone en danza en torno al altar, celebrando al Señor con un fervor intenso (vv 27-29).

Este salmo se rezaba ya, en el uso litúrgico judío, en clave pascual; de hecho, toda experiencia de la salvación de Dios se puede reconducir a la primera pascua, cuando todo el pueblo exclamó con Moisés: «Mi fuerza y mi refugio es el Señor. El fue mi salvación» (Éx 15,2).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Nos conmueve pensar que este salmo es el último que cantó Jesús en los días de su vida terrena (Mc 14,26). Requerido por el rito de la cena y deseado, ciertamente, por el corazón de Jesús en aquella «hora», porque expresa en oración la vivencia de Cristo, desconocido por los guías del pueblo, pero verdadera piedra angular del proyecto del Padre (Mt 21,42-45; Hch 4,11; cf. Ef 2,19-22; 1 Pe 2,7).

La pascua de los judíos evocada por el salmo (v 14) pasa ahora a la pascua de la nueva y eterna alianza. ¿Cómo no reconocer la voz de Jesús en la del solista, rodeado de enemigos, entregado a la muerte y salvado por la diestra omnipotente de Dios? En torno a Cristo hace de coro el nuevo pueblo de Dios, que aclama su eterna misericordia, plenamente revelada precisamente en la muerte y resurrección del Mesías. El nos ha abierto, con su sacrificio pascual, el acceso al verdadero santuario, no hecho por mano de hombre. Por eso se articula detrás de él a lo largo de los siglos la procesión de los creyentes -de los justificados-, que con él elevan el himno de acción de gracias mientras todavía peregrinan en el tiempo y en él celebran ya desde ahora el día de la salvación que se consumará definitivamente en la pascua eterna.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Este salmo enseña a celebrar el día del Señor con un ánimo verdaderamente festivo, y a celebrarlo juntos, en asamblea. La sucesión de los versículos y de las estrofas supone, en efecto, una sucesión de invitaciones a proclamar la bondad y la misericordia del Señor. Si Israel podía narrar las maravillas de su liberación de la esclavitud de Egipto y de su retorno del exilio de Babilonia con tanto entusiasmo, mucho más podemos nosotros hoy celebrar la memoria de la pascua de Cristo, de su paso de la muerte a la vida, gracias al cual fue salvado todo el género humano.

El hombre Jesús, cargado con nuestros pecados, es débil, pero con él está el poder del Padre: «El Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?» (v 6). Conmigo: desde la promesa hecha a Abrahán hasta las últimas palabras de Jesús, toda la obra de la salvación recibe luz y paz de este con. Ahora cada uno de nosotros, lleno de asombro y de alegría, puede decir: «El Señor está conmigo, es el apoyo de mi debilidad, es la vida de mi vida; ya no puedo desaparecer, puesto que él es el fundamento de mi ser y permanece firme aun cuando todo lo demás parece hundirse»

Sin embargo -como bien atestigua el salmo-, arrecia un dramático combate contra aquel al que Dios ha protegido de este modo. Aunque aparentemente la fuerza del mal parezca prevalecer y se vuelva cada vez más amenazadora e impetuosa, su violencia caerá, no obstante, en el vacío: «En el nombre del Señor los rechacé» (vv 10.12). No es más fuerte el odio que destruye y se autodestruye, sino el nombre del Señor, que triunfa sobre la muerte. Precisamente por la conciencia que tiene de lo que Dios ha llevado a cabo por medio de Cristo, irrumpe del corazón de cada miembro una solemne y apasionada confesión de fe: «Tú eres mi Dios, te doy gracias» (v. 28). Decir esto significa afirmar que en él se encuentra el sentido de nuestra vida y la única posibilidad de ser felices y, al mismo tiempo, declararnos suyos, entregados totalmente a él con un ímpetu de gratitud que es respuesta a su amor, y con un deseo vehemente de ver su rostro sin velos.

b) Para la oración

Haced fiesta al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor por nosotros. Ofrece, Iglesia entera, tu hermoso testimonio: su amor por nosotros es eterno. Sí, puedo afirmarlo: llegué al fondo de la angustia, estaba aterrorizado por los opresores por todas partes, pero los vencí en el nombre del Señor. Como una mordaza de hierro me apretaban el corazón y la mente, a fin de precipitarme en la desesperación. Pero, en el nombre de Jesús, mi sufrimiento se convirtió en pascua. No experimenté la muerte: él abrió de par en par ante mí las puertas de la vida en plenitud, y quiero anunciarlo a mis hermanos: Jesús, el Cristo, es la verdadera salvación. Con él entraremos ante el rostro de Dios, y alrededor de su altar se elevará perenne el canto de acción de gracias. Caminando a la luz de su Palabra, comienza ya desde ahora la fiesta eterna. Se trata siempre del día en que actuó el Señor, si lo hacemos todo en su nombre y para su gloria. Haced fiesta al Señor, porque es bueno. ¡Su amor por nosotros es verdaderamente eterno!

c) Para la contemplación

Con una ganancia no pequeña para la fe y con frutos no pobres de alegría, Jesús ha vuelto a mí desde el sepulcro. En él exulta vivo no sólo mi corazón, sino también mi carne, segura gracias a él de su propia resurrección y de su propia inmortalidad. El Sol nuevo que emerge de los infiernos, dando comienzo al día de la eternidad, golpea ya los ojos de los que le esperan velando desde la mañana. Este día no conoce la noche, porque ya no se ocultará el Sol de aquel que, ocultándose una sola vez, salió una sola vez sometiendo a la muerte.

¡Oh hermanos, éste es el día en que actuó el Señor! Exultemos en la esperanza, a fin de ver y gozar a su luz. Velad sumidos en la oración, velad prudentes en las acciones, porque ahora resplandece la mañana de aquel día que no declina y, para nosotros, ha vuelto la luz eterna desde los infiernos, más serena y más grata.

Velad, digo, a fin de que surja para vosotros la luz de la mañana, o bien Cristo, dispuesto a renovar el misterio de su resurrección para los que velan por él. Entonces cantarás, ciertamente, en la alegría del corazón: El Señor ha brillado sobre nosotros. Este es el día en que actuó el Señor (Guerrico de Igny, Sermones para la resurrección, III, 1-3, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Éste es el día en que actuó el Señor» (v. 24).

e) Para la lectura espiritual

La fiesta es una experiencia común de alegría, un canto de acción de gracias. Una celebración es el acto específico de una comunidad a través del cual las personas se alegran y dan gracias al Padre por haberlas unido; gracias por velar sobre ellas y amarlas, de suerte que ya no están aisladas, encerradas en su independencia, sino que son un solo cuerpo en el que cada uno de ellos tiene su sitio. El corazón humano tiene necesidad de algo que esté más allá de los límites y de las frustraciones de la rutina de todos los días. Está sediento de una felicidad que parece inaccesible sobre la tierra; aspira a lo infinito, a lo universal, a lo eterno, a algo que dé sentido a su vida humana y a esta vida cotidiana repleta de fastidio. La fiesta es como un signo de este más allá que es el cielo. Es el símbolo de aquello a lo que la humanidad aspira: una experiencia gloriosa de la comunión total.

La fiesta es un tiempo de acción de gracias en el que se tributa una alabanza a Dios por un acontecimiento histórico en el que se ha manifestado su poder amoroso respecto a la humanidad, el pueblo o la comunidad; es también el recuerdo de que Dios está siempre presente y vela sobre su pueblo y sobre su comunidad como un Padre que ama a sus hijos. La fiesta no es sólo la celebración de una acción pasada, sino de una realidad presente. La pascua es, para el pueblo judío, la gran fiesta que recuerda el momento en el que el ángel de YHWH pasó y Dios liberó a su pueblo. Es importante recordar que debemos releer nuestra propia historia personal y la historia de la comunidad, con ocasión de ciertas fiestas, y dar gracias por el modo como Dios ha velado sobre nosotros, nos ha protegido y nos ha salvado a lo largo de los años. También debemos recordar que si nos ha llamado a la existencia y ha velado por nosotros en el pasado, seguirá haciéndolo también hoy. Sí, Dios, continúa velando por nosotros (J. Vanier, La comunitó. Luogo del perdono e delta (esta, Milán 1991, 351-357, passim; edición española: La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta, PPC, Madrid 1995).