Salmo 61

Sólo en Dios...

«Justificados por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom 5,1).


Presentación

La datación propuesta por los investigadores para este salmo es muy variable, en función de que el oráculo final (vv. 12s) esté o no conectado con el ámbito sagrado del templo. Del mismo modo, varían las definiciones de su contenido en función de que se subraye con mayor intensidad una u otra de las temáticas.

En realidad, el Sal 61, con la riqueza de sus matices, va más allá de las fórmulas excesivamente rígidas y refleja más bien un camino espiritual: la experiencia tan común de la desilusión frente al hombre ha llevado al salmista a una profunda confianza en Dios y a una mirada penetrante sobre los acontecimientos humanos, y quiere comunicar y compartir esa visión (vv. 9-1 1).

Los temas fundamentales cantados por el salmo son, por consiguiente, dos y se desarrollan el uno en el otro: la inconsistencia de los bienes que ofrece el mundo y el abandono confiado sólo en Dios.

2Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;

3sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

4¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?

5Sólo piensan en derribarme de mi altura
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.

6Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
7sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

8De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.

9Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

10Los hombres no son más que un soplo,
los nobles son apariencia:
todos juntos en la balanza s
ubirían más leves que un soplo.

11No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.

12Dios ha dicho una cosa,
y dos cosas que he escuchado:
«Que Dios tiene el poder
13y el Señor tiene la gracia;
que tú pagas a cada uno
según sus obras».

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

La afirmación que introduce y divide el salmo constituye la síntesis de la experiencia sufrida por el salmista. Estos cuatro versículos (w. 2s; 6s) están introducidos por la partícula 'ak, que puede significar «sí, es cierto» o «sólo». Ambos significados están aquí copresentes, a fin de subrayar la solidez de la fe del orante. Este ha conocido en Dios aquella paz del corazón que el mundo no puede dar y ha encontrado en él una protección y una seguridad inquebrantables en las adversidades: sólo Dios puede ofrecer la salvación.

El salmista ha llegado a este sereno puerto después de haber pasado por las vivencias tempestuosas de las enemistades, de las maldades, de las intrigas y de las mentiras de los hombres (vv. 4s). Probablemente, la difamación oscura que «precipita» el honor de un hombre no ha terminado (v. 4a), pero ahora el hundimiento de todo apoyo humano ha enseñado al salmista que sólo Dios no decepciona y, más aún, que lo que Dios da a su fiel supera infinitamente el valor de todo lo que sus adversarios le puedan sustraer. De ahí, como un estribillo, la repetición de la afirmación inicial, con alguna variante significativa; en el v. 6 encontramos «esperanza» en vez de «salvación»: si la segunda es un don de lo alto, la primera es la actitud del hombre inclinado hacia la promesa del Señor.

El orante ha experimentado, por consiguiente, la salvación de Yxwx, por eso vuelve a poner en él su esperanza para siempre. Por otra parte, el v. 7 concluye con un «mucho», evitado por lo general en las traducciones, que, sin embargo, expresa la concretez y lucidez del salmista; es como decir que la agresión de sus enemigos podrá causarle también sufrimientos posteriores, pero su paz y su alegría están ahora en otro lugar: por eso no podrá vacilar «lo más mínimo». Los w. 8-11 expresan la reflexión del salmista.

El discurso tiene su ritmo lógico y poético: a una profesión de plena confianza en Dios (v 8) le siguen la exhortación dirigida al pueblo a una fe cordial (v 9), una constatación sobre lo poco fiable del hombre (v. 10) y la invitación a «no confiar» en los recursos de la astucia ni tampoco en lo que, aun siendo honesto, es efímero (v 11). Una sentencia de carácter sapiencial (o tal vez un oráculo oído en el templo) cierra el salmo y su enseñanza: el Señor es al mismo tiempo omnipotente y misericordioso, pero no arbitrario, y evaluará a cada uno según las decisiones concretas que haya tomado en el tiempo.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Orar los salmos en el Espíritu que los ha inspirado significa hacer nuestra toda la experiencia humana que recogen para presentarla a Dios. A los cristianos, sin embargo, se nos ha dado -y se nos pide- algo más: desde que se encarnó el Hijo de Dios, podemos orar en él, desde su corazón, porque asumió perfectamente los dolores, las angustias, las esperanzas y las alegrías de cada hombre. El es quien ilumina cada salmo y lo hace agradable al Padre.

Jesús quiso hacer suya la experiencia, siempre hiriente, de que los hijos del hombre son un soplo, inconsistencia y mentira (v 10) si no por maldad, por lo menos por fragilidad y miedo. El presagio oscuro que gravitaba sobre la infancia de Jesús (Mt 2,13ss; Lc 2,34s) no dejó de realizarse en los años de su vida pública, marcada desde el comienzo por contrastes, conjuras y hostilidades crecientes (cf. vv 4s). Sabía que «los suyos» habrían de traicionarle y renegar de él...

En consecuencia, podemos orar con Jesús este salmo que refleja vivencias humanas tan penosas como comunes. De él podemos aprender el abandono confiado en las manos del Padre. En él también nosotros podemos establecernos firmemente sobre la roca de la voluntad de Dios, escuchando de labios del Maestro la invitación a confiar en Dios con todo el corazón (v. 9) y a renunciar a toda seguridad humana, siempre falaz (v. 11).

Dispongamos nuestros días en la obediencia a su enseñanza, porque aquel que nos mostró en sí mismo el rostro del Padre misericordioso volverá un día «para juzgar a vivos y muertos», a cada uno según sus obras (Ap 20,12; cf. v 12).

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Este salmo, puesto en nuestros labios al atardecer, sube a Dios en la alabanza y, al mismo tiempo, desciende a las profundidades de nuestro corazón, curándonos. Aquel a quien las duras lecciones de la vida le han enseñado a poner de nuevo toda su propia confianza en el Señor, mora en la paz y la irradia.

El salmista comparte con nosotros desde hace muchos siglos el tesoro de su experiencia: «Sólo en Dios...» (v 2). Le hacen eco las palabras de santa Teresa de Avila: «Nada te turbe, nada te espante... Sólo Dios basta». Pronto o tarde, a todos les llega el momento de encontrar el vacío a su alrededor precisamente en la hora de la necesidad, de ver resquebrajadas sus propias seguridades por hostilidades, defecciones, calumnias e intrigas impalpables como telarañas. Ante semejantes vivencias reaccionamos frecuentemente con la amargura, el miedo o un cierre cínico en nosotros mismos.

Tenemos verdaderamente necesidad de curación, porque volver a poner nuestra propia seguridad en lo que desaparece -incluidas las relaciones humanas- es una enfermedad del espíritu: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre!» (Jr 17,5). Sin embargo, no es menos grave caer en una desconfianza generalizada. En la hora de la prueba es preciso emplear la pequeña llave de la confianza filial en él, a fin de abrir la puerta de su corazón y morar en él. Jesús nos ha mostrado en sí mismo este camino, y los santos -todos- lo han recorrido: que el Señor nos conceda poner nuestros pasos en sus huellas, acompasando el camino con el canto de la confianza: «Sólo en Dios descansa mi alma». Entonces advertiremos en él su respuesta: «Bendito el hombre que confía en el Señor y pone en el Señor su confianza» (Jr 17,7).

b) Para la oración

Sólo Dios es la quieta morada de mi alma, la fuente de mi salvación. Sólo él es para mí apoyo y defensa: no podré vacilar. Sigue arreciando la maldad, advierto crecer el odio a mi alrededor; golpean en la espalda a quien no puede defenderse, inventan intrigas y calumnian: tienen la mentira en los labios y en el corazón. Sólo Dios es la quieta morada de mi alma, el anhelo de mi esperanza. Sólo él constituye para mí apoyo, salvación, defensa: no podré vacilar. En Dios he encontrado salvación, gloria, seguridad y protección amorosa mientras desaparecía lo que en vano iba buscando a mi alrededor. Confiad en él en todas las situaciones: Dios nos ama y nos custodiará.

Sí, los hombres son todos inconsistentes, frágiles y falaces: si los pudieras pesar todos juntos en la balanza, verías que no valen nada. No confiéis, por tanto, en los recursos humanos a fin de procuraros dinero y honores. Y si sois ricos, no os apeguéis a lo que perece. Lo que os digo lo he aprendido de Dios: él es el verdadero Poderoso, y la suya es una omnipotencia de amor. Ahora bien, no se puede jugar con Dios: cada uno recogerá lo que haya sembrado.

c) Para la contemplación

Dado que el Señor decidió salvar al género humano y no perderlo, no se inclinará al desdén: él vino por compasión; vino a rescatamos con su sangre, no a derramar la nuestra; vino a ofrecerse por nosotros y, como un buen comerciante, a poner a salvo su mercancía, pagando con la pasión de su cuerpo.

Él levantó su mirada y vio perseguidores por aquí, por allí espíritus del mal que se dirigían hacia un único objetivo, y dijo: «¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre todos juntos, para derribarlo?». Es decir, ¿por qué tenéis tanta prisa en destruir el género humano? ¿No sabéis que he venido a rescatar a todos? Me he ofrecido por todos, a fin de proteger a todos con la ofrenda de mí mismo». Y mientras Cristo nos procuraba estos dones, mientras hacía frente a estos sufrimientos por nosotros, nosotros rechazábamos el precio que él valía...

Nuestro precio es la caridad. Nuestro precio es la fe, que fue capaz de ganar para Cristo a todos los hombres marcados por la esclavitud. Nuestro precio es la pureza y la sencillez, que, como un buen padre de familia, cree tener siempre demasiado para sí y es generoso con lo suyo con todos los otros. De este tipo es la valía de aquel justo que intentaron rechazar...

Él invita a la fe a los pueblos de la naciones que ganó para el Padre al precio de su sangre, diciendo: «Pueblo suyo, confiad en él», y no se refiere sólo a Israel, sino a todos (Ambrosio de Milán, Commento a dodici salmi, LXI, 10-11.21.29-30, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Sólo en Dios descansa mi alma» (v 2).

e) Para la lectura espiritual

A quien lee la Escritura de un modo académico o desde un punto de vista estético o puramente devocional, la Biblia le ofrece verdaderamente un alivio agradable y buenos pensamientos. Ahora bien, para aprender los secretos íntimos de la Escritura debemos convertirla en nuestro pan verdaderamente cotidiano, encontrar en ella a Dios cuando nos encontramos en la mayor necesidad, y siempre cuando no conseguimos encontrarle en ninguna otra parte y no tenemos donde buscarle.

En la soledad he descubierto, finalmente, que tú, oh Dios mío, has deseado el amor de mi corazón, el amor de mi corazón tal como es —el amor de un corazón de hombre—. He descubierto y he conocido, por tu gran misericordia, que te complace mucho y atrae la mirada de tu piedad el amor de un corazón de hombre confiado, contrito y pobre, y que es tu deseo y tu consuelo, oh mi Señor, estar muy cerca de quien te ama y te invoca como su Padre. Que tú tal vez no tengas mayor «consuelo» (si puedo hablar así) que consolar a tus hijos doloridos y a todos los que acuden a ti pobres y con las manos vacías, sin otra cosa que no sea su humanidad, su limitación, y con una gran confianza en tu misericordia.

Tú, para estar conmigo, para escucharme, oírme y responderme, no esperas a que me convierta en algo más grande. Han sido mi bajeza y mi humanidad las que te impulsaron a hacerme igual a ti, bajando hasta mi nivel, y a vivir en mí por tu solicitud misericordiosa. Y ahora deseas no que yo te dé gracias o la alabanza que recibes de tus ángeles excelsos, sino el amor y la gratitud que proceden de un corazón de niño, de un hijo de mujer, tu hijo (Th. Merton, Pensieri nella solitudine, Milán 1999, 119s; edición española: Pensamientos de la soledad, Edhasa, Barcelona 1971).