Salmo 48,1-13 (I); 14-21 (II)
Dios me arrancará de los lazos de la muerte

«Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?» (Mt 16,26a).

 

Presentación

Un cantor, acompañándose de la cítara, expresa su masa/ (comparación, parábola, estribillo popular) y su hidhah (enigma, adivinanza). A partir de un dicho (vv. 13.21), que hace de estribillo, formula una consideración sobre la mortalidad común del hombre. Fue compuesto, probablemente, para sostener la paciencia y la esperanza del pueblo en un momento de dificultad política y económica. El salmo se puede subdividir de este modo:

2Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
3
plebeyos y nobles, ricos y pobres;
4mi boca hablará sabiamente
y serán muy sensatas mis reflexiones;
5prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.

6¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
7que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
8
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?

9Es tan caro el rescate de la vida
que nunca les bastará
10
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.

11Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.

12EI sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.

13EI hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.

14Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
15
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.

16Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.

17No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
18cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.

19Aunque en vida se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
20irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.

21El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El salmo se presenta como una meditación sapiencial sobre la vida humana evaluada frente a la muerte. A la luz de este desenlace final, los verdaderos valores dejan de ser la riqueza y el éxito, y tampoco lo son los del saber. El hombre que confía en ellos se asemeja al animal que no comprende y perece. Sólo quien se confía a Dios puede durar también más allá de la muerte.

La amarga reflexión sobre la precariedad del vivir humano se tiñe inesperadamente de esperanza en un «más allá» de inmortalidad no bien especificado, aunque se afirma con una certeza absoluta.

El autor del salmo interpela a todos –plebeyos y nobles, ricos y pobres– a fin de que escuchen lo que la Palabra de Dios dice sobre este tema que acomuna, necesariamente, a todo hombre: la muerte. Frente a ella ni siquiera el rico, que siempre ha estado tan seguro de sí mismo, tiene privilegios: «Nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate» (v 8). No hay cantidad de dinero que pueda comprar la vida eterna. Cuanto más prospera el hombre, tanto menos comprende la verdadera realidad de las cosas, y su aparente éxito acabará acomunando el hombre a los animales. Sólo Dios –el verdadero Pastor (cf. Sal 22)– puede arrancar de los lazos de la muerte a la criatura humana, creada a su imagen y destinada a compartir su gloria inmortal.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Si el salmista afirmaba ya con certeza en el Primer Testamento que Dios podía arrancarle de la mano de la muerte, nosotros, los cristianos, tenemos la alegría de saborear la realización plena de esta esperanza. Jesús vino a rescatar al hombre al precio de su sangre y nos abrió de nuevo el camino a la vida eterna. Él mismo dio, en efecto, libremente a su propia muerte el sentido de un «rescate» y, precisamente en el momento de la institución de la eucaristía, dijo: «Ésta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros» (Lc 22,20). En consecuencia, podemos invitar verdaderamente a todos -ricos y pobres, nobles y desheredados- a escuchar este alegre anuncio: la muerte ha sido vencida y ya no tiene la última palabra sobre el destino humano.

El apóstol Pedro nos dice también a nosotros: «Sabed que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores con bienes caducos -el oro o la plata-, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha» (1 Pe 1,18s). La riqueza encuentra también de nuevo su sentido justo en el mensaje evangélico: «Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde o se arruina a sí mismo?» (Lc 9,25). Quien no escucha en vida la voz de Jesús, buen Pastor, continuará teniendo a la muerte como pastor, porque ha vivido ya como un muerto, lejos de la intimidad filial con Dios.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

«El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece» (vv. 13.21). Los acontecimientos que estamos protagonizando en este comienzo del tercer milenio nos remiten con una gran viveza a la actualidad de la palabra del salmista. Sí, el hombre, que tanto ha progresado desde el punto de vista técnico, tan rico y próspero, puede perecer de manera imprevista sin razón aparente, por pura fatalidad. Si el sentido de una precariedad tan grande infunde miedo, esta situación es también una invitación a la reflexión para vislumbrar otro horizonte a través de la puerta del dolor.

El hombre no está condenado a un fin sin esperanza; es casi una «nada», pero Dios le ama. Si levanta la cabeza, descubre que no tiene como pastor a la muerte, sino al buen Pastor, que revela a la humanidad la infinita ternura del Padre. Cristo conoce y llama por su nombre a cada ovejilla, y nada ni nadie puede arrancarla de sus santas manos. Lo importante para nosotros es ponemos a la escucha de su voz, que nos invita a descubrir nuestra verdadera grandeza de criaturas amadas y rescatadas al precio de su sangre. El vino, en efecto, a desafiar en duelo a la muerte; bebió conscientemente el cáliz del sufrimiento para ganarnos una vida plena y feliz: su vida de verdadero Dios y de verdadero hombre.

b) Para la oración

Señor Jesús, tú viniste a derrotar todo miedo humano. No sólo no debemos temer en los días tristes, cuando estamos rodeados por la maldad humana, sino que podemos tener confianza incluso frente a la enemiga más terrible: la muerte. Si, de hecho, ningún rico puede comprar con dinero la vida inmortal; si frente al horizonte último del sepulcro se desvanecen toda distinción y privilegio, tú nos recuerdas que has rescatado al precio de tu sangre a «hombres de toda lengua, pueblo y nación» (Ap 5,9), y que, por tanto, nadie que crea en ti verá la muerte para siempre.

Concédenos comprender que no sirve de nada lo que debemos dejar aquí abajo en el momento de la muerte,

mientras que permanecer en tu amor es estar seguro para siempre y nadie podrá arrancarnos de tu mano de buen Pastor que conduce a los pastos de la vida. Amén.

c) Para la contemplación

Me he puesto a buscar el sentido de la vida. La riqueza y la abundancia presentan primero una atracción; sin embargo, la mayoría de los seres humanos, impulsados por su misma naturaleza, han descubierto que el hombre tiene algo mejor que hacer que llenarse y matar el tiempo. La vida le ha sido dada al hombre para llevar a cabo una operación válida, para ejercitar un arte cualificado. No es posible que se le haya dado sin una ganancia para la eternidad. ¿Cómo estimar de otro modo como don de Dios una vida tan corroída por la angustia, obstaculizada por tantas contrariedades y que de por sí no puede hacer otra cosa que deteriorarse, desde los balbuceos de la cuna a los desvaríos de la vejez? ¿Podría inspirarnos tanto deseo de vivir si esto no tuviera que conducir a otro puerto que al horror de la muerte? Por eso he buscado un mejor conocimiento de Dios. Adoraba la eternidad y la inmensidad de mi Padre y Creador.

Ahora bien, ¿qué frutos vamos a obtener de una santa intuición de Dios, si la muerte suprime todo sentimiento, si pone un fin irrevocable a una existencia agotada? Mi mente se extraviaba, temblando por sí misma y por su cuerpo. Estaba angustiada por su suerte, cuando, después de la Ley y los Profetas, llegué a conocer la doctrina del Evangelio y de sus apóstoles: «En el principio era el Verbo... y el Verbo se hizo carne». Mi alma acogió en la alegría la revelación de este misterio. Por medio de la carne me acercaba a Dios, por medio de la fe estaba llamado a un nuevo nacimiento. Podía obtener la regeneración de lo alto. Estaba seguro de no poder ser reducido a la nada (Hilario de Poitiers, La Trinidad I, 1-13, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«A mí, Dios me salva, me saca de las garras del abismo» (v 16).

e) Para la lectura espiritual

El salmista ha vivido oprimido por hombres ricos y poderosos, experimentando envidia y miedo frente a ellos. Pero después ha conseguido liberarse. Todo cambió cuando descubrió finalmente un punto de observación que le permitió tener una mirada completamente nueva, invertida. Comprendió que es preciso mirar la vida a partir de su conclusión, que es la muerte. Se siente envidia de los ricos y de los poderosos cuando se atribuye a su riqueza y a su poder un valor que no tienen. Ahora bien, si los miras a la luz de su conclusión, todo cambia.

No hay riqueza que pueda rescatar al hombre, a cualquier hombre, de la muerte. Cualquier poder se estrella frente al límite insuperable de la muerte: el orgullo del hombre manifiesta aquí su íntima debilidad; mejor aún, su engaño. El rico se hace ilusiones a menudo: se cree eterno y no lo es. Se cree dueño de muchas cosas, pero ninguna de ellas le salvará. La muerte -podemos decir con otras palabras- proclama la vanidad de la soberanía del hombre: es ésta una verdad clarísima, aunque, en la prosperidad, el hombre no la comprende con frecuencia. Todos, ricos y pobres, sabios y menos sabios, si quieren vivir, deben mirar en dirección a Dios, la única dirección que puede ofrecernos esperanza. El hombre no puede comprarse la vida ni con las riquezas ni con la sabiduría. No hay precio que pueda evitar la muerte. Ahora bien, lo que no puede hacer el hombre, lo puede Dios.

El maestro del salmo ha definido su enseñanza como un enigma, no sólo como un proverbio. Enigma habla de algo escondido, algo que no resulta fácil ver y comprender: hace falta inteligencia, reflexión y agudeza. Ahora bien, ¿qué hay de enigmático en una verdad tan clara como la que hemos oído? Es verdad, se trata de una enseñanza obvia. Pero también es verdad que el hombre es maestro en el arte de hacerse ilusiones y que se muestra habilísimo a la hora de usar la razón para engañarse, especialmente si vive en la riqueza. Hasta las cosas obvias, si son incómodas, requieren agudeza y apertura de espíritu. Y, a continuación, si bien es obvia, o parece serlo, la verdad de que nadie puede rescatar su propia vida, no es tan obvia —al menos para muchos— la otra cara de la enseñanza, la más importante, a saber: que Dios está dispuesto a rescatarla para nosotros (B. Maggioni, Davanti a Dio, Milán 2001, 152s).