Isaías 38,10-14.17-20

Los vivos, los vivos son los que te dan gracias

«Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo» (Ap 1,18).

Presentación

La composición conocida con el nombre de «Cántico de Ezequías, rey de Judá, cuando enfermó y curó de la enfermedad» (Is 38,9) es un texto interpolado, compuesto probablemente en el período posexílico tardío. Se trata de un salmo de acción de gracias estructurado de este modo:

– vv. 10-14: reevocación del peligro mortal;

– vv. 15-16: reevocación de la súplica (omitida por la liturgia);

– v. 17: relato de la liberación;

– vv. 18-19: acción de gracias personal;

– v. 20: acción de gracias comunitaria.

10Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años».

11Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

12Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama».

Día y noche me estás acabando,
13
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

14Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

[152Qué le diré y qué pensaré
si él es quien lo hace?
Huye de mí el sueño
por la amargura de mi alma.
16Los que Dios protege, viven
y entre ellos vivirá mi espíritu.]

Me has curado, me has hecho revivir;
"

17la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

18El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

19Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

20Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

 

1. El cántico leído con Israel: sentido literal

Este «salmo de acción de gracias», prescindiendo de la causa ocasional de su origen histórico, expresa bien la situación de un hombre -un enfermo- que se encuentra condenado a una muerte experimentada como profundamente injusta: la sombra funeraria se extiende ahora sobre él y está a punto de asirle. La aflicción acongojada revela su estado de ánimo: se siente defraudado de la mitad de sus años, de la comunión con el Señor y con los hombres. La descripción prosigue con dos imágenes poéticas muy eficaces: como una tienda de pastores nómadas plantada por poco tiempo, la vida se levanta y es echada lejos; queda cortada de improviso como hilo de tejedor.

En los versículos siguientes se entrelazan el drama de la lucha entre la fe y el enigma oscuro e irracional de la muerte. También aquí se describe esto con imágenes: se percibe a Dios como un león que tritura los huesos, mientras que el orante se presenta a sí mismo como una golondrina que pía sumisamente, indefensa.

El salmista ya no consigue ahora ni siquiera gritar, invocar ayuda. Sin embargo, he aquí que cambia la situación. Dios responde a la confianza depositada en él e interviene para liberar al enfermo de la muerte, echándose a la espalda sus pecados. El salmista prorrumpe entonces en un cántico de alegría. Arrancado del mudo silencio de los infiernos y de la muerte, entra en el templo del Señor para participar en el culto junto con toda la comunidad y atestiguar con su misma vida las grandes obras de Dios: una vez más -y de un modo más radical-se ha puesto de parte del oprimido y le ha liberado. ¿Qué opresión es, en efecto, más dura que la muerte?

 

2. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Este cántico del Antiguo Testamento, colocado en las alabanzas matutinas, es un himno a la vida que se convierte en acción de gracias. Se encuentra bien situado entre el Sal 42 y el 64, con los que tiene en común el deseo de alabar a Dios -«Espera en Dios, que volverás a alabarlo» (Sal 42,5)- y la certeza de obtener por gracia el perdón de los pecados -«nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonas» (Sal 64,4). Por otra parte, se expresa en los tres una viva adhesión al templo (Is 38,20).

De todos modos, más allá de los temas particulares, es imposible no vislumbrar en el llamado «Cántico de Ezequías» una parábola de la vida humana, amenazada siempre por la muerte, fruto del pecado. Precisamente en el momento en que la precariedad y el peligro se hacen más fuertes, se le concede al fiel que invoca a Dios tocar con su mano la protección divina que le libera y le pone definitivamente a salvo del poder de las tinieblas. Una salvación totalmente gratuita, inimaginable, fruto de un amor más fuerte que la muerte, porque se ha dejado herir por ella. Sólo en Jesucristo encuentra el cántico su pleno significado y su cumplimiento, como expresan bien estas palabras del Apocalipsis: «Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo» (Ap 1,18). Esta es la razón por la que el cristiano puede y debe elevar la acción de gracias por Cristo, con él y en él, y convertirse así en testigo de la salvación en medio de sus hermanos en humanidad.

 

3. El cántico leído en el hoy

a) Para la meditación

El hombre no puede darse la vida por sí mismo, y desde el momento que es llamado a la existencia se da cuenta de que no dispone de un bien más grande, y siente que tiene derecho a vivirla en plenitud. Por eso siente todo lo que atenta contra ella como una desventura irreparable que engendra miedo y angustia. Hoy más que nunca, ante la atrocidad de ciertas muertes ni siquiera queda espacio para las bellas metáforas poéticas usadas en nuestro cántico. Da la impresión de que ya no es posible describir la vida ni siquiera como una tienda echada lejos o como un hilo cortado: la nada es lo que parece triunfar.

Las imágenes de personas sorprendidas de improviso por la muerte y destruidas literalmente en unos pocos minutos, sin que ni siquiera queden los restos, nos dejan no sólo consternados, sino verdaderamente enmudecidos por el dolor y por el horror. Con todo, debemos continuar creyendo que la muerte no es la última palabra pronunciada sobre el destino del hombre. En Cristo viviremos para siempre; en él ha sido amada nuestra «nada» y vivificada para siempre, porque «tanto si vivimos como si morimos somos del Señor». Y también en él -recapitulador de toda la creación- nosotros mismos nos convertimos en una alabanza plena y total al Padre. La humanidad redimida es un milagro de esperanza en medio de una generación encarnizadamente asediada por el mal.

b) Para la oración

Oh Dios, fuente de la vida, como don tuyo ha venido a la luz el mundo que me rodea. Es bello el deseo de ti que has puesto en mi corazón; sin embargo, sufro, sufro de una manera inexplicable: mi vida está amenazada por la enfermedad y por la muerte, es presa de la inconsistencia y de muchos pequeños fracasos cotidianos; no permitas, te suplico, que se apaguen en mí la fe, la esperanza y el amor; cuando me veas vacilar, haz que se eleve a ti, con un coraje más ardiente y una confianza ilimitada, mi oración; que no disminuya en mí la certeza de que tú me has querido para convertirme en un ser vivo, vivo de tu misma vida, una vida plena, bella, que nadie podrá quitarme jamás. Por eso enviaste a tu único Hijo, que padeció por mi amor una muerte cruel, canceló todas mis culpas y me incorporó a él. En él toda experiencia de muerte contempla ya la luz de la resurrección; en él, que es el Templo santo y vivo en el que se eleva hacia ti la alabanza perfecta, también yo, Padre, elevo a ti mi canto de acción de gracias.

c) Para la contemplación

¿Qué buscas? ¿El oro, la plata, las riquezas de la tierra? ¡Ah no, hermanos míos, no es éste el valor de vuestra fe! ¿Queréis saber cuál es su valor? Por ella murió Cristo. El precio de tu fe es tu mismo Dios. Considerad, carísimos, cuán bello, cuán maravilloso es todo lo creado, el cielo y la tierra, el mar... ¿No os sorprende? Ciertamente os asombran. ¿Y por qué? Porque son bellos. ¿Y cómo será el que los ha hecho? Me parece que te quedarías de piedra si pudieras contemplar la belleza de los ángeles. Pues ¿cómo será el creador de los ángeles? El es la recompensa de vuestra fe.

Por consiguiente, vivamos bien. No esperemos una recompensa terrena por nuestra vida en la tierra. Impulsemos nuestra espera a lo que se nos ha prometido; atemos a ello nuestro corazón. Las cosas que encadenan los hombres pasan, vuelan; la vida humana en la tierra es humo. A esta vida tan frágil se añaden, a continuación, los graves y muy frecuentes peligros. Tenemos noticias de horribles terremotos en Oriente; algunas grandes ciudades se hundieron en un momento... Dios se hace sentir por todas parte, porque no quiere encontrar a nadie para condenar. El mundo es una prensa; ahora le aumenta la presión. Sed aceite y no hez. Que cada uno se convierta a Dios y cambie de vida.

¿Tienes miedo del terremoto? ¿Tienes miedo de la guerra?... Pues también deberías tener miedo de la fiebre. Por lo general, cuando se tiene miedo de esas grandes cosas, no suceden, y, sin embargo, surge una fiebrecilla persistente, y se te lleva. Y después, si aquel Juez te mira como a alguien que no conoce, ¿qué pasa? ¿Adónde habrá que ir? ¿Dónde se golpeará la cabeza? ¿Dónde se encontrará la manera de reparar la existencia? ¿Quién nos permitirá vivir aún y reparar el mal hecho? Se ha acabado todo (Agustín de Hipona, Sermón XIX, 5s, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora» (v. 19)

e) Para la lectura espiritual

Desarmarnos significa familiarizarnos con la muerte. Cuando estamos desarmados, si ya no tenemos miedo, es porque ya no tenemos miedo de la muerte. Cada día le decimos sí. Es un paso. El Resucitado nos hace pasar de la muerte a la vida. Hemos sido bautizados en su muerte para poder participar en su resurrección. Poco a poco nuestra vida se va contrayendo, hasta que nuestro bautismo y nuestra muerte llegan a coincidir. Gracias a la cruz vivificante, la vida encuentra su consumación a través de la muerte. Sin la muerte, la vida carecería de realidad. Sería únicamente una ilusión, un sueño sin despertar.

Las almas –tantas y tantas almas–, ¿dónde están? Algo sabemos sobre su estado, aunque no sobre el lugar de su morada. ¿Estarán lejos? ¿En otras tierras, en otros planetas? Ahora bien, ¿Por qué habrían de estar alejadas de esta tierra que amaban, donde todavía viven sus seres queridos, sus amigos? De esta tierra cuya materia iluminó el Señor con su encarnación. Ciertamente están aquí las almas de nuestros seres queridos, muy cerca de nosotros, en la otra parte del mundo visible, en la misericordia de Dios. Si no las vemos es por nuestra culpa, depende de nuestra limitación, de la ceguera de nuestras facultades espirituales [...].

Me encontraba un día aquí cerca, en la iglesia de San Nicolás. Estaba pensando en todos los fieles que han pasado por ella desde que fue construida, hace cuatro siglos. Miles de fieles. ¿Dónde estarán? ¿Dónde están sus almas? De repente, comprendí: rezaron aquí, en esta iglesia, aquí veneraron sus imágenes, aquí compartieron el pan de vida; es aquí donde están en la comunión de los santos, en la presencia ilimitada de Cristo. La eternidad existe. Es su amor, en el que quiere reunirnos a todos. En el momento de la resurrección, él será todo en todos. El tiempo cruel que nos deteriora y nos mata, el espacio que choca y separa, dejarán de existir. El será nuestro tiempo, él será nuestro espacio. Porque existe, él existe. No es posible explicarlo. Es el secreto de la fe, la experiencia bienaventurada de la fe (O. Clément, Dialoghi con Atenagora, Turín 1972, 223-225).-