Tobías 13,1-10

Dios castiga y tiene misericordia...
y no os ocultará su rostro

«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva» (1 Pe 1,3).

 

Presentación

El cántico está tomado del capítulo 13 del libro de Tobías (vv. 2-10) y narra la dispersión de Israel entre los gentiles en la tierra del exilio. El texto está repleto de bendiciones a Dios y de exhortaciones a su alabanza. El himno se divide así:

– v. 2: aclamación a Dios, que reina y actúa por doquier;

– vv. 3-5: invitación a la alabanza: el Señor ha usado una pedagogía saludable con la dispersión de Israel;

– vv. 6-8a: exhortación a la conversión y a la contemplación por las maravillas que Dios ha realizado;

– vv. 8bc-9: alabanza a Dios misericordioso por su bondad con los pecadores;

– v. 10: exultación por la grandeza de Dios expresada en la alabanza común en Jerusalén.

 

1Bendito sea Dios, que vive eternamente,
y cuyo Reino dura por los siglos:

2él azota y se compadece,
hunde hasta el abismo y saca de él,
y no hay quien escape de su mano.

3Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
4Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes:
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro padre por todos los siglos.

5Él nos azota por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo
y os congregará de entre todas las naciones
por donde estáis dispersados.

6Si volvéis a él de todo corazón
y con toda el alma,
siendo sinceros con él,
él volverá a vosotros
y no os ocultará su rostro.

7Veréis lo que hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena,
bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos.

8Yo le doy gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza y su poder
a un pueblo pecador.

Convertíos, pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizás os mostrará benevolencia
y tendrá compasión.

9Ensalzaré a mi Dios, al rey del cielo,
y me alegraré de su grandeza.

10Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén.

 

1. El cántico leído con Israel: sentido literal

El cántico debe ser enmarcado en el relato de la vida de Tobías en Nínive, capital de Asiria en tiempos de la primera deportación del pueblo de Israel el año 721 a. de C., aunque el libro de Tobías refleja los usos de los pueblos en la diáspora que tuvo lugar en tiempos de la destrucción de Jerusalén y del templo. Israel vive entre paganos, amenazado en su fidelidad religiosa, y algunos israelitas, desanimados por la vida en el exilio, llegan a dudar incluso de la fidelidad de Dios. La humillación del exilio, sin embargo, es considerada por el autor como un proyecto de Dios destinado a extender la fe en el Dios único entre la gente pagana y a hacer reconocer la misericordia y la fidelidad de Dios a Israel.

He aquí la narración: Tobit está prisionero en tierra extranjera (v. 8) y lee los acontecimientos de su clan familiar, como el regreso de su hijo Tobías, la liberación espiritual de su nuera, la recuperación de la vista, la manifestación del arcángel Rafael y su partida, como acontecimientos providenciales por parte de Dios no relacionados sólo con su familia, sino como signos de la acción de Dios respecto a la historia de Israel y de toda la humanidad. El objetivo es no abandonar las tradiciones de los Padres.

Ahora es cuando brota del corazón de Tobit la oración de exultación a Dios, expresada como un programa de vida y de fe. El, a pesar de la situación de pobreza en la que ha caído y la vida incómoda que le añade la ceguera, no se aleja de Dios, sino que sigue siendo el hombre fiel a los preceptos de la Ley, a la Palabra de Dios y a la práctica de la limosna con los necesitados. Y Dios, que no abandona nunca a los que le son fieles incluso en el sufrimiento y en la enfermedad, viene en ayuda del anciano padre Tobit por medio del ángel Rafael, que guía a su hijo Tobías en el peligroso viaje que emprende, le trae de nuevo a la casa paterna, hace feliz a Tobit al ver la celebración de las nupcias de su hijo con Sara, hija de Ragüel, y, por último, le cura de la ceguera.

La enseñanza del cántico es luminosa: la fe, expresada también en medio de las dificultades de la vida, obtiene siempre lo mejor para quien sabe reconocer la voluntad de Dios en los acontecimientos de la vida. El Señor actúa siempre para bien del hombre, al que quiere comunicar paz y alegría.

 

2. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La situación de humillación y de sufrimiento vivida por el pueblo de Israel, vista desde una perspectiva cristiana, se convierte en motivo para comprender el sentido de la historia cuando ésta se vive abandonándose al proyecto de Dios. Toda la narración bíblica está entretejida por esta realidad. Basta con recordar la historia de José, vendido por sus hermanos, que, en el proyecto de Dios, estaba destinado a convertirse en su salvador en tiempos difíciles (cf. Gn 37,2-36). Éste es asimismo el caso de Job, hombre justo que sufre sin desesperar e incluso recurre siempre a Dios, a su bondad, y se confía a su voluntad. Con todo, la historia más luminosa y ejemplar sigue siendo, a buen seguro, la de Jesús de Nazaret, que se convierte en la respuesta más significativa de Dios al dolor del mundo. Jesús, en efecto, abrazó el camino de la cruz que el Padre le presentó, se confió a su plan de amor e, incluso en el momento de la pasión y de la muerte dolorosa, alabó a su Padre y con su ejemplo invitó a todos a la conversión.

También la vida de muchos cristianos que pasaron por la experiencia del exilio, de la humillación y del dolor se convierte en motivo de magna meditación sobre el misterio de la vida humana y cristiana. Ellos vivieron en una relación justa con Dios porque Cristo los salvó y ellos se dejaron guiar por la acción del Espíritu Santo.

A veces, hasta el sufrimiento injusto se convierte en un medio de salvación, en un verdadero camino de conversión para el creyente que sabe ver en todo la mano paterna de Dios, capaz de transformar el mal en bien. Por otra parte, la injusticia padecida se convierte con frecuencia para el cristiano en ocasión de manifestar el nombre de Dios entre los hermanos y en medio de verdadero apostolado entre los hombres. El hombre golpeado por el mal y por el sufrimiento siente a menudo la tentación de encerrarse en sí mismo, sin pensar que los acontecimientos de su vida difícil constituyen preciosas ocasiones de meditación religiosa y de salvación para los otros, y escuela de esperanza para aquellos que no son capaces de mirar el futuro con esperanza. El cristiano que espera activamente en la prueba el tiempo de la pacificación es alguien capaz de reconocer de nuevo el amor de Dios sobre sí; es alguien que vive de la certeza de que a la ocultación de Dios le seguirá su revelación de salvación y de alegría y, en consecuencia, es alguien capaz de ensalzar siempre a su Señor con un himno de alabanza y de acción de gracias.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

La Palabra que Jesús recibió del Padre, y que él transmitió fielmente a sus discípulos también con el testimonio de su propia persona, creó una nueva concepción de la vida y del pensamiento, opuesta a la del mundo. Una cosa es el que acoge la Palabra en la fe y otra el que la rechaza; la Palabra de Jesús, en efecto, condena todo lo que el mundo ama o persigue. El contraste entre los cristianos creyentes y el mundo incrédulo es irreductible, porque su origen es diferente: unos han nacido de Dios y de lo alto a una vida nueva y en el Espíritu Santo (cf. Jn 3,3.5ss); los otros, en cambio, los que viven en el egoísmo, en el pecado y en el odio, han nacido de abajo y tienen por padre al maligno. Nuestra comunidad cristiana, que al vivir su fe en Cristo corre el peligro de dejarse abrumar por la influencia sutil del mundo, deberá abrir este último a la ley del Espíritu y a la palabra del Padre revelada por el Hijo.

En la historia de la salvación han actuado los profetas, los sabios y los santos como Tobit, del que habla nuestro cántico, respecto al misterio del sufrimiento. Ellos han entrado en él de una manera progresiva, han descubierto su valor redentor y educativo, y son capaces de ver, incluso en la oscuridad silenciosa y en la ocultación de Dios, una dimensión de la benevolencia divina que nos confunde y que se esconde a nosotros, porque desea que le busquemos. El sufrimiento que se apoya sobre la fe en el plan salvífico divino se convierte en una prueba de la que se sirve Dios para purificar a sus amigos, y enseñarles que lo que cuenta en la vida es lo que vivamos para Dios. Eso es lo que hizo Jesús, el «siervo del Señor»: él, inocente, se muestra sensible a todo dolor humano, carga con nuestras enfermedades para curarlas, intercede por nuestros pecados ofreciendo su vida y lleva a todos a la obediencia al Padre. Con todo, no eliminó el sufrimiento y la muerte en el mundo, porque dispone del poder de cambiarlo en alegría y paz en el espíritu. En la era mesiánica, que es nuestro tiempo de prueba y de tribulaciones, Jesús nos consuela con la bienaventuranza del sufrimiento, porque al que la vive se le introduce en el Reino y en la gloria sin fin de Dios.

b) Para la oración

Dios santo y eterno, bendito seas, porque guías la historia humana con sabiduría y amor, y nos revelas en Jesucristo tu rostro paterno, que se manifiesta en el perdón y en la misericordia. Nosotros reconocemos nuestras debilidades y sabemos que los sufrimientos y las decepciones de la vida son frecuentemente una prueba que tú permites para comprobar nuestra fidelidad y nuestra perseverancia como creyentes. Haz que no nos desanimemos en el camino de la vida cristiana ante lo cotidiano, compuesto de incertidumbres y de soledad; conviértenos, más bien, constantemente a la alegre esperanza de que en tu casa nos espera un destino de alegría y de luz.

Haz que nuestra vida sea siempre una continua alabanza y bendición a ti, oh Padre; a tu Hijo, nuestro hermano y salvador, y al Espíritu Santo consolador.

c) Para la contemplación

Procurémonos un alimento que no perece, realicemos la obra de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, a fin de que podamos merecer nuestro denario cotidiano. Obremos a la luz de la sabiduría que dice: «El que realiza sus obras a mi luz, no pecará» (cf. Edo 24,21). «El campo es el mundo» (Mt 13,38), dice la verdad. Cavemos en él y encontraremos el tesoro escondido. Saquémoslo. Es, en efecto, la misma sabiduría la que se extrae del escondrijo [...].

Si has encontrado la sabiduría, has encontrado, ciertamente, la miel. Ahora bien, no comas demasiado de ella, no vayas a devolverla después de haberte saciado. Cómela de manera que siempre te quedes con hambre. En efecto, dice la sabiduría: «Los que me comen tendrán más hambre» (Eclo 24,21). No cuentes demasiado con lo que tienes. No comas hasta saciarte, a fin de no devolver y para que cuanto crees tener no te sea arrebatado, puesto que has abandonado antes del tiempo de buscar. En efecto, no hay que desistir de buscar o de invocar la sabiduría mientras sea posible encontrarla cuando está cerca. De manera diferente, al decir del mismo Salomón, así como a quien come mucha miel le perjudica, así también el que quiere escrutar la majestad divina se ve expulsado de su gloria (cf. Prov 25,27). Así como es feliz el hombre que encuentra la sabiduría, así es feliz también -o incluso más feliz aún- el que mora en la sabiduría. Este, en efecto, contempla tal vez su abundancia.

En estos tres casos hay, ciertamente, en tu boca abundancia de sabiduría y de prudencia: si tienes en la boca la confesión de tu iniquidad, si tienes la acción de gracias y el canto de alabanza, si, por último, tienes también una conversación edificante. En realidad, «cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación» (Rom 10,10). Así también «el justo se acusa a sí mismo desde que empieza a hablar» (cf. Prov 18,12), en la mitad de su discurso debe proclamar la grandeza de Dios y en un tercer momento debe estar repleto de sabiduría, de modo que edifique al prójimo (Bernardo de Claraval, «Sermones "De diversis"», 15, en PL 183, cols. 577-579).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Bendito sea Dios, que vive eternamente... Él nos azota por nuestros delitos, pero se compadecerá de nuevo» (vv 1.5).

e) Para la lectura espiritual

El himno de Tobit invita a la conversión a los pecadores que han sido castigados por sus delitos (cf. v. 5) y les abre la perspectiva maravillosa de una conversión «recíproca» de Dios y del hombre: «Si os convertís a él de todo corazón y con toda el alma, siendo sinceros con él, él se convertirá a vosotros y no os ocultará su rostro» (v. 6). Es muy elocuente el uso de la misma palabra -«conversión»-- aplicada a la criatura y a Dios, aunque con significado diverso.

Si el autor del cántico piensa tal vez en los beneficios que acompañan la «vuelta» de Dios, o sea, su favor renovado al pueblo, nosotros debemos pensar sobre todo, a la luz del misterio de Cristo, en el don que consiste en Dios mismo. El hombre tiene necesidad de Dios antes que de sus dones. El pecado es una tragedia no tanto porque nos atrae los castigos de Dios cuanto porque lo aleja de nuestro corazón.

Por tanto, el cántico dirige nuestra mirada al rostro de Dios, considerado como Padre, y nos invita a la bendición y a la alabanza: «El es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre» (v. 4). En estas palabras se alude a la «filiación» especial que Israel experimenta como don de la alianza y que prepara el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. En Jesús resplandecerá entonces este rostro del Padre y se revelará su misericordia sin límites.

Bastaría pensar en la parábola del Padre misericordioso narrada por el evangelista san Lucas. A la conversión del hijo pródigo no sólo corresponde el perdón del Padre, sino también un abrazo de infinita ternura, acompañado por la alegría y la fiesta: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó» (Lc 15,20). Las expresiones de nuestro cántico siguen la misma línea de esta conmovedora imagen evangélica. Y de ahí brota la necesidad de alabar y dar gracias a Dios: «Veréis lo que hará con vosotros; le daréis gracias a boca llena; bendeciréis al Señor de la justicia y ensalzaréis al Rey de los siglos» (Juan Pablo II, Catequesis del miércoles, 25 de julio de 2001).