Salmo 32

Himno a la providencia de Dios

«Todo fue hecho por la Palabra y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir» (In 1,3).

 

Presentación

Este salmo es un himno numérico y alfabético, es decir, tiene 22 versículos, tantos como letras hay en el alefato hebreo. Su contenido es sapiencial, de época postexílica, y celebra la providencia de Dios, que con un designio divino guía la creación mediante la Palabra creadora y gobierna la historia de los hombres con justicia y amor.

El himno se divide siguiendo un esquema clásico:

- vv. 1-5: preludio de temas hímnicos que constituyen una invitación a alabar a Dios;

- vv. 6-19: reflexión sapiencia) con proclamación de las obras del Señor, creador del universo y señor providente de la historia humana:

- vv. 20-22: epílogo con motivos de confianza en el futuro.

 

1Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.

2Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
3
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:
4que la Palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
5él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

6La Palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
7encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

8Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
9
porque él lo dijo, y existió;
él lo mandó, y surgió.

10El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos,
11pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

12Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

13El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
14desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
15
él modeló cada corazón
y comprende todas sus acciones.

16No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
17nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.

18Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
19para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

20Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
21con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

22Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El salmo comienza con una exhortación. En ella se invita a los justos y a los hombres honestos a alabar a Dios con el canto en el templo. Los motivos de esta entusiástica alabanza, del «cántico nuevo» (v. 3) y de los «vítores» (terú'ah), a Dios son la salvación que el pueblo ha experimentado a través de la Palabra creadora del Señor (v. 4; cf. Is 45,19; Dt 32,4) y la manifestación divina en medio de él, ejercida con justicia y misericordia (v. 5; cf. Jr 9,23). La parte central del himno está articulada en tres estrofas: en la primera (vv. 6-9) se celebra la Palabra creadora del Señor: «El lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió» (v 9). Todo lo que Dios realiza sigue este proceso: primero concibe un proyecto de amor en su corazón y después lo realiza según su voluntad, lo sigue personalmente y lo lleva a su culminación. Así sucede con el control de las aguas limitadas por el mar, símbolo del caos y del mal. Pero aunque el mundo sea limitado, el Creador lo conserva en la existencia (cf. Job 38,11). La segunda estrofa (vv. 10-15) exalta la Palabra providente y operante en la historia humana: «Mira... se fija... observa a todos los habitantes de la tierra» (w. 13ss); entre todos los habitantes de la tierra y las distintas naciones con sus proyectos, que él mismo acompaña y sobre los que vela, eligió a la nación de Israel, «cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad» (v 12). En la tercera estrofa (vv 16-19) se establece un diálogo entre la dimensión cósmica y la histórica: «No vence el rey por su gran ejército», pero «los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia» (vv. 16.18); del pueblo elegido por Dios forman parte los que son capaces de contemplar las acciones divinas, se adhieren a él con confianza, le temen y esperan en su bondad, que es liberación del mal y de la muerte (v 19). Los proyectos del rey de Israel pueden fracasar también si éste no respeta el designio de Dios, que consiste en confiar en él en toda circunstancia de la vida, sea triste o alegre, y esperar siempre su misericordia en vez de confiar en las fuerzas y en los recursos humanos.

El himno concluye con el canto de una antífona que ha entrado en el final del Te Deum: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (v 22), que prorrumpe del corazón de la comunidad, que lo espera todo del Señor, al que invoca como auxilio y escudo (v 20), mientras que los fieles confían «en su santo nombre» (v 21) e invocan su amor misericordioso, porque sólo de él proceden la alegría y la esperanza (v. 22).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La relectura cristiana del salmo, que pone como tema fundamental la acción creadora y providente de la Palabra a través de la mirada de Dios, nos remite a la persona y a la obra del Verbo, el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret, que desempeña un papel específico en la creación del universo y en la historia de la salvación. El himno, en unidad con el prólogo de Juan, afirma: «Todo fue hecho por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir» (Jn 1,3; cf. v 9). La historia humana, la historia de la creación y de la redención, toma así su impulso inicial mediante la acción del Verbo. La tarea del Verbo es la mediación, y ésta le compete en cuanto que él es el «espejo» en el que el Padre contempla todas las cosas y en el que refracta toda posible creación y salvación. Esta dependencia de todas las cosas respecto al Verbo está en línea con la Sabiduría, que, en el Antiguo Testamento, colabora con Dios en la obra de la creación (cf. Prov 8; Sab 7,21; 8,6; 1 Cor 7,5; Col 1,16; Heb 1,2). El Verbo empuja todas las cosas al ser y a la salvación, en cuanto que ellas participan en la comunión de vida con él. El es modelo y la Palabra interior a través de la cual se comunica Dios y actúa en el mundo y en la historia. El Padre actúa en el Hijo y éste vive en una relación de escucha fiel y de obediencia filial al Padre (cf. Jn 1,1-3).

La relectura eclesiológica ve también en el salmo la acción de la Iglesia, que, reunida en asamblea, alaba al Señor por su amor misericordioso no sólo en favor del pueblo de la primera alianza, sino de todos los pueblos, del nuevo pueblo de Dios y de la comunidad universal de la segunda alianza, llamada a la salvación. La vida y la esperanza de la Iglesia se apoyan más en la Palabra de Dios que en las seguridades humanas; todo cristiano se alimenta y vive de esta Palabra en su camino hacia Dios, consciente de ser seguido con ternura por este Padre bueno, que vela sobre él en todas las situaciones de la vida, incluso en las más difíciles, como un manto que le envuelve y le protege.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Todo cristiano que viene a este mundo se ve situado ante la luz de vida de Cristo. Todos los hombres, hasta los que no tienen fe en el Hijo de Dios, se encuentran ante la Palabra creadora y providente de Dios, que se manifiesta en la creación. Cada uno de nosotros, si queremos responder a las preguntas del sentido de la vida que la conciencia nos plantea, debe confrontarse con la Palabra sembrada en el universo y en lo secreto de nuestro corazón. Cada uno de nosotros debe tomar posición frente a esta Palabra que le pone en contacto con Dios y con la historia. La Palabra, como revelación y regla de vida, es para nosotros luz en nuestro camino (Sal 118,105); como promesa, da seguridad y esperanza a nuestro futuro. Ha de ser escuchada y puesta en práctica tanto si la transmite un profeta o el mismo Jesús como si la transmite un simple discípulo, porque refuerza la fe como Palabra de Dios, alimenta la esperanza en el destino que nos espera en el Reino y estimula al amor porque es regla de vida.

El Sal 32 canta también a la Palabra de Dios como razón de ser de la historia humana. En efecto, mientras que los proyectos humanos pasan y desaparecen, el plan de Dios permanece y siempre es eficaz, como afirma el libro de los Proverbios (19,21): «El hombre hace muchos proyectos, pero permanece el designio del Señor». Este proyecto, que abarca todo el universo y a cada persona humana, tiene su centro en Jesucristo y en la salvación que Dios ha proyectado para los hombres. Antes de él, todo tendía hacia su venida y encarnación; con su venida, se ha abierto un camino de salvación y una esperanza en el mundo. Quien cree en su Palabra y acoge a Cristo entra en la vida y en la alegría de los hijos de Dios; en cambio, el que rechaza la Palabra y no acoge al Hijo permanece en las tinieblas del mundo y su misma opción le juzga (cf. Jn 3,17-21). Cada uno de nosotros tiene que responder, porque nuestro destino depende de la respuesta libre y consciente frente a la Palabra del Hijo de Dios, que se hizo visible en Jesús de Nazaret.

b) Para la oración

Oh Señor, por tu Palabra fueron hechos los cielos y la tierra y todo lo que existe en la creación. Te glorificamos y te alabamos por medio de tu Hijo, Palabra viva y vivificante, que obra y nos acompaña en nuestro camino de peregrinos, y nos ha hecho hijos tuyos por medio de su encarnación y redención. Te pedimos alegrarnos en Cristo Jesús y encontrar en él, el Resucitado, la fuerza para poder dar siempre testimonio de tu amor fiel a cada hombre, especialmente a los más abandonados y a los más pobres. Tú que escrutas los deseos de cada corazón, haz que podamos resistir los asaltos del mal y encontremos la fuerza necesaria para combatirlo con el arma de tu Palabra de vida, que es fuerza y luz en el combate espiritual y nos ofrece la posibilidad de encontrar a Jesús ya desde ahora, para alcanzarle después en la patria bienaventurada.

c) Para la contemplación

«Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.» Se nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que significa este cántico nuevo. Un cántico es expresión de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión de amor. Por esto, el que es capaz de amar la vida nueva es capaz de cantar el cántico nuevo. Debemos, pues, conocer en qué consiste esta vida nueva, para que podamos cantar el cántico nuevo. Todo, en efecto, está relacionado con el único Reino, el hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo. Por ello el hombre nuevo debe cantar el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál es el objeto de su amor. No se nos dice que no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero ¿cómo podremos elegir si antes no somos nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados. Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios -dice- ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él procede. Oíd con qué claridad expresa san Juan esta idea: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor? El lo afirma porque sabe lo que posee.

Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: «Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme si no me poseéis».

¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto, escuchadme; mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo, un cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad, ya lo oigo. Pero que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz.

Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Su alabanza son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta (san Agustín, Sermón 34, 1-3.5-6; 41, 424-426).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo» (v 20).

e) Para la lectura espiritual

La Palabra es, por consiguiente, el modelo, si así queremos, la Palabra interior a través de la cual piensa Dios. En primer lugar, deja de pensar en sí mismo y, después, piensa en las criaturas. El artista que desea realizar una estatua toma un modelo. El pintor que desea proyectar en una tela el paisaje que ve, mira primero ese paisaje, y lo mira a la manera de alguien que lo interpreta y lo convierte en una creación nueva, que no es aquel paisaje y que, sin embargo, lo interpreta. En nuestras funciones y acciones humanas se da como una imitación de las relaciones divinas. Dios piensa el Hijo y, al pensar el Hijo, piensa todas las criaturas que hará existir con el poder de su vida, bajo la dirección de la Palabra, de acuerdo con la Palabra que pronuncia sobre cada criatura.

Esto tal vez os parezca difícil, pero es muy importante, porque nos obliga a purificar nuestra concepción de un Cristo con ideas demasiado humanas. Para nosotros, de modo diferente a san Juan, Cristo es Jesús de Nazaret, un hombre como nosotros que se ha revelado Hijo de Dios. San Juan procede de una manera diferente: el Hijo de Dios es, desde toda la eternidad en Dios, el receptáculo de su vida y viene a la tierra a humillarse y aniquilarse haciéndose hombre. Se trata de una manera de presentar las cosas infinitamente mayor e infinitamente más con movedora, porque tenemos derecho a reconciliarnos con toda la creación. Los cristianos piensan con excesiva frecuencia que las cosas del mundo, las bellezas y los esplendores de la creación, el poder cósmico, el poder atómico y las matemáticas, están fuera, como la materia. Todo esto es como otro Dios, al margen del Dios de los cristianos, que es el Padre lleno de amor y que nos ha enviado al Hijo. San Juan afirma, en cambio, que todos los grandes descubrimientos de los investigadores relativos al mundo, a la tierra, a las estrellas, a los átomos, a las fuerzas de todo tipo detectadas poco a poco en la riqueza de la materia son obra del Hijo de Dios, de Jesús de Nazaret (C. Charlier, Giovanni /'evangelista. Meditazione litúrgica del prologo, Paoline, Roma 1981, pp. 5lss).