Judit 16,1-2a.13-15

El Señor, creador del mundo
y protector de su pueblo

«Cantaban un cántico nuevo» (Ap 5, 9).

 

Presentación

La figura de Judit personifica a todo el pueblo judío, oprimido por el enemigo, pero que confía en Dios; cercado por el mal, pero libre en el espíritu. De ahí la invitación a la alabanza que nace del corazón agradecido a Dios por la victoria. El texto litúrgico emplea sólo algunos versículos:

- vv. 1-2a: invitación a la alabanza de Dios y de su nombre con alegría;

- v. 13: canto de alabanza personal a Dios, que se ha mostrado valiente;

- w. 14-15: invitación augural a las criaturas para que reconozcan la supremacía de Dios.

 

1¡Alabad a mi Dios con tambores,
elevad cantos al Señor con cítaras,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su nombre!

2Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
su nombre es el Señor.

13Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.

14Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste, y existió;
enviaste tu aliento, y la construiste.
Nada puede resistir a tu voz.

15Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas en tu presencia se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El cántico que Judit entonó en medio del pueblo, como acción de gracias a Dios, nos traslada a un episodio valiente y a la astucia que la heroína judía urdió para matar a Holofernes, el general asirio enviado por Nabucodonosor para asediar con un poderoso ejército la ciudad de Betulia y aniquilar Israel. La guerra es una agresión injusta contra Israel, y Dios mismo participa en ella defendiendo a su pueblo elegido, celebrando un juicio y pronunciando una condena: «Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras» (v. 2).

Aunque se encuentra ante un episodio histórico, el autor ha realizado una composición con perspectiva moral y ha procedido con libertad. El texto, tras haber descrito el poder y la fuerza de las armas enemigas, expone el objetivo de la fiesta y del canto de alabanza con tambores y cítaras: «El Señor Omnipotente por mano de mujer los anuló» (v 5). A continuación, se cuenta en el texto el acontecimiento victorioso de Judit, que el autor sagrado reconstruye en una época tardía a fin de animar al pueblo, que vivía en un momento de crisis y desánimo, y confirmarlo así en la fidelidad al Dios de la alianza. El verdadero enemigo al que el pueblo de Israel debe temer no es el poder de las armas, sino la infidelidad al Señor. Sólo cuando Israel se aleja de Dios y de su ley se vuelve vulnerable el pueblo, mientras que, por el contrario, cuando éste permanece fiel, Dios se muestra grande, glorioso e invencible por su poder y protector de sus fieles (cf. v. 13).

La victoria conseguida por Judit con la muerte de Holofernes se convierte en una exaltación del Dios creador, que con su soplo da vida a todas las cosas: «Porque tú lo mandaste, y existió; enviaste tu aliento, y la construiste. Nada puede resistir a tu voz» (v 14). Si la fidelidad de Dios es estable como la roca, también la del hombre debe serlo y superar con mucho el sacrificio y el culto exterior al Señor.

 

2. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Israel, que junto con toda la creación eleva su canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por la victoria que Judit consiguió contra el enemigo, en una relectura cristiana del cántico se convierte en la Iglesia peregrina, que, en unión con la celestial, canta las alabanzas de su Señor. Es el «cántico nuevo» que los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis entonan a Cristo, el Cordero inmolado y resucitado (cf. Ap 4-5). Para el hombre de la Biblia, la historia crece y tiende hacia un fin; requiere un tiempo lineal y salvífico. Dios interviene en la historia comunicando a sus fieles el designio actual de la salvación y manteniendo despierta la esperanza de la victoria final del Reino de Dios sobre el mundo. En tiempos de crisis, cuando las palabras de los profetas dejan de alimentar la esperanza y los acontecimientos parecen contradecir el plan de Dios, su Palabra y los gestos del creyente se vuelven apocalipsis, es decir, «revelación», y ésta, proyectada en el futuro, intenta leer e interpretar el modo como Dios realizará su designio salvífico.

Así, la historia de Judit es «exégesis cristiana» del Antiguo Testamento, inclinada a iluminar toda la historia de la Iglesia a la luz de la revelación de Cristo. Esta presenta el choque entre las fuerzas del bien y las del mal, así como el triunfo definitivo del bien. En el centro se encuentra siempre la figura de Cristo y su obra de salvación en favor de toda la humanidad, manifestación actual profética de su presencia en el mundo, una presencia que, a partir de Dios, se extiende a toda la creación y a todo ser vivo. También hoy está invitada la Iglesia a descubrir con precisión en qué consiste el misterio de Dios que esconde la historia, está invitada a descifrar el mensaje sobre Cristo y en qué sentido Jesús es Señor, centro de la historia y clave de su interpretación, el realizador de las esperanzas mesiánicas. A él se dirige la alabanza incesante de la Iglesia, a él, que quebranta las guerras, porque «todo lo ha puesto Dios bajo los pies de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo» (Ef 1,22ss).

 

3. El cántico leído en el hoy

a) Para la meditación

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesucristo, no es un Dios alejado de nosotros, un Dios indescriptible, ausente, aislado en su esplendor. Se ha hecho accesible a los hombres y ha establecido una alianza con nosotros, simbolizada por el arco iris (cf. Gn 9,12-17). Él es la luz que fascina (cf. Ex 24,16ss; 33,18-23; 1 Jn 1,5). Ilumina y domina todo, interesándose por la salvación de la humanidad con poder (cf. Ex 19,16-19) y anulando las fuerzas hostiles (cf. Ap 13,1). Sobre todo, ha enviado a su propio Hijo como salvador y redentor de todos nosotros, y esto con un proyecto de amor que sobrepasa toda nuestra imaginación o deseo.

En efecto, para leer cualquier detalle del proyecto salvífico de Dios es menester recurrir a la revelación que procede de Cristo-Cordero, muerto y resucitado, que es el único capaz de aplicar todos los recursos de su pasión y de su muerte, que posee la plenitud de su conciencia mesiánica y la plenitud del Espíritu Santo para comunicarlo a los hombres. Toda la historia humana de la salvación puede ser comprendida y vivida únicamente refiriéndola al Cristo resucitado, vivo y comprometido con nosotros, que con su poder mesiánico difundido por el Espíritu Santo ha derrotado las fuerzas del mal y nos ha dado de nuevo la vida.

Toda la Iglesia, como depositaria de la misión de Cristo, es el eco de la soberanía conferida por Dios a Cristo y subraya la dimensión cósmica de su obra salvífica. Cristo, con su muerte y resurrección, ha rescatado a la humanidad, convertida en pueblo real y sacerdotal que pertenece a Dios (cf. Ap 8,3ss; 11,18), y ha resuelto los enigmas de la historia humana, cuyo fruto está bajo su dominio. Por eso, la Iglesia, voz de Cristo, canta y alaba con toda la creación al Padre. Y también nosotros, compartiendo sus sentimientos y su vida, queremos agradecerle al Padre haber sido salvados del enemigo; queremos orarle para que nos libere de tantos peligros, nos haga siervos fieles y testigos animosos de Aquel que es nuestra paz y nuestra liberación definitiva.

b) Para la oración

Señor, con nuestras solas fuerzas no estamos en condiciones de salir a tu encuentro. Concédenos compañeros de fe, como los grandes testigos de la historia de la salvación y como los santos de la Iglesia, repletos de fe, que nos permitan caminar hacia el perdón y la paz que ofreces a todos los hombres, a pesar de nuestra parálisis. Haz que venzamos siempre en nuestras batallas y alejemos con la fuerza de tu Espíritu a los enemigos que nos asaltan, conscientes de que tú combates a nuestro lado y nos sostienes en las pruebas de la vida. Renueva hoy otra vez, a través de tu Iglesia, los signos de tu misericordia, de manera que podamos difundir a nuestro alrededor la buena noticia del evangelio y ser entre los hermanos -de modo especial entre los más menesterosos y alejados- testigos de tu amor, de tu fidelidad y de tu misericordia.

c) Para la contemplación

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la Palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su Palabra para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su Palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

La Palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y e hizo manar de todos lados una bebida espiritual. Comieron -dice el apóstol- el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta Palabra no crea que en ella se encuentra solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra.

Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer a la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco (Efrén, diácono, «Comentario sobre el Diatésaron», c. 1, 18-19, en Schr 121, 52ss).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Señor, tú eres grande y glorioso» (v 13).

e) Para la lectura espiritual

La obra de Dios resulta tanto más luminosa cuanto que no recurre a un guerrero o a un ejército. Como en otra ocasión, en el tiempo de Débora, había eliminado al general cananeo Sísara por medio de Yael, una mujer (Jc 4,17-21), así ahora se sirve de nuevo de una mujer inerme para salir en auxilio de su pueblo en dificultad. Judit, con la fuerza de su fe, se aventura a ir al campamento enemigo, deslumbra con su belleza al caudillo y lo elimina de forma humillante. El cántico subraya fuertemente este dato: «El Señor omnipotente por mano de mujer los anuló. No fue derribado su caudillo por jóvenes guerreros, ni le hirieron hijos de titanes, ni altivos gigantes le vencieron; le subyugó Judit, hija de Merarí, con sólo la hermosura de su rostro» (Jdt 16,5-6).

La figura de Judit se convertirá luego en un arquetipo que permitirá no sólo a la tradición judía, sino también a la cristiana, poner de relieve la predilección de Dios por lo que se considera frágil y débil, pero que precisamente por eso es elegido para manifestar la potencia divina. También es una figura ejemplar para expresar la vocación y la misión de la mujer, llamada, al igual que el hombre, de acuerdo con sus rasgos específicos, a desempeñar un papel significativo en el plan de Dios.

Algunas expresiones del libro de Judit pasarán, más o menos íntegramente, a la tradición cristiana, que verá en la heroína judía una de las prefiguraciones de María. ¿No se escucha un eco de las palabras de Judit cuando María, en el Magníficat, canta: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,52)? Así se comprende el hecho de que la tradición litúrgica, familiar tanto a los cristianos de Oriente como a los de Occidente, suele atribuir a la madre de Jesús expresiones referidas a Judit, como las siguientes: «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza» (Jdt 15,9) (Juan Pablo II, Catequesis de los miércoles, 29 de agosto de 2001).