Introducción

La oración de la mañana y de la tarde
La relectura cristiana de los salmos


1. Los salmos en la historia de la salvación

El contenido de los salmos es el misterio de la salvación. Brotan de la historia del pueblo elegido, «en ella se mueven, constituyen un reflejo constante y la manifestación de la misma en oración» (R. Spirito). Esto significa que, para que pueda ser comprendido el «salterio» ('i'a TI)oLov, término procedente del nombre del instrumento de cuerda con el que se acompañaba el canto de los salmos), debemos considerarlo a la luz de la unidad de toda la revelación y considerarlo, además, en sí mismo de manera unitaria. Esta es la mejor clave para su interpretación religiosa. En esta introducción deseamos responder a una pregunta: ¿por qué ha elegido la Iglesia el salmo como expresión común y universal de su oración, convirtiéndolo con ello en nuestro libro privilegiado e insustituible?

Se advierte de inmediato que esta pregunta presupone una visión de continuidad en la novedad entre las dos alianzas: la Iglesia ha mantenido constantemente viva esta conciencia en la oración de los salmos. Éstos, fruto de una larga historia humana, son los compañeros de viaje de Israel y de la Iglesia tanto en las horas de sufrimiento como en las de alegría. Los salmos son el resultado y la síntesis de todas las tradiciones y experiencias teológicas y espirituales de la primera y de la segunda alianza.


2. Los salmos en la historia del pueblo judío

Bendice, alma mía, al Señor
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor
y no olvides sus beneficios.
(Sal 102,1 ss).

Todo el pueblo ha comunicado con estas palabras sus experiencias, ha expresado su vida profunda, ha gritado su dolor, ha manifestado su alegría. Son como el reflejo, como el espejo de toda la vida de Israel en su relación con el Dios fiel y misericordioso. Los salmos son la oración de Israel: enseñan al individuo y a la comunidad la actitud que deben mantener ante Dios en las circunstancias más variadas de la vida; constituyen una escuela de oración, son apelación a Dios y respuesta de éste a través de un eficaz diálogo personal y comunitario con él. Los salmos constituyen, en efecto, la reacción de fe y de oración del pueblo de Israel frente a las grandes gestas del Señor. Dios guía la historia del pueblo y está presente en ella como su salvador y liberador. Por eso, los salmos son alabanza a Dios creador, confianza en el Dios fiel al pacto del Sinaí, acción de gracias por las maravillas que él lleva a cabo en la comunidad y en cada fiel, lamento por los males y las contrariedades de la vida, celebración hímnica de la grandeza de las obras de Dios y exaltación de la elección divina del ungido davídico y de Jerusalén, ciudad santa puesta sobre el monte Sión.

Es sobre todo en el culto, especialmente en el culto litúrgico del templo de Jerusalén, donde la comunidad de Israel se reúne para celebrar a Dios, para evocar de nuevo los destinos del pueblo, para invocar la intervención y la ayuda divinas sobre la comunidad en las travesías de la vida. No debemos olvidar que, durante la última guerra, los hijos de Israel respondían con salmos al furor del infierno desencadenado contra ellos. Este acontecimiento manifiesta una misteriosidad y una grandeza de fe que tal vez no tengan parangón en la historia del cristianismo, si exceptuamos la edad de los mártires.


3. El dinamismo del salterio hacia Cristo

El Nuevo Testamento nos revela que los acontecimientos de la primera alianza son anuncio, figura, profecía de la persona y de la vida de Cristo: «Era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lc 24,44). La oración de los salmos encuentra en Cristo Jesús su significado cabal y su plena eficacia. Este es el modo de releer los salmos para los cristianos. La Iglesia nos invita a rezar el salterio no para realizar sólo una «lectura» de los salmos, sino una «relectura cristiana», o sea, que nos invita a releerlos con una perspectiva nueva, guiada por el Espíritu de Dios. Sin que los salmos pierdan su significado originario, la Iglesia les da una mayor hondura y los abre de una manera dinámica a lo nuevo, al sentido cristiano, que encuentra en Cristo su punto de referencia y la cima de toda la gesta de Dios. Cristo es el criterio de comprensión cristiana y espiritual del salterio. Esta «relectura cristiana» de los salmos ha de realizarse, por consiguiente, a la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia. A la luz de Cristo, en cuanto que él es el Mesías del que hablan las Escrituras; a la luz de la Iglesia, en cuanto que ella es el nuevo Israel. Con todo, este ahondamiento espiritual perdería su significado si llegara a faltar la referencia a la primera alianza.


4. La oración de Cristo: relectura cristológica de los salmos

El salterio es, en su sentido más verdadero, «el libro de oración de Jesús» (D. Bonhoeffer) no sólo porque Jesús oró con los salmos en su vida terrena, sino principalmente porque en los salmos «es Cristo el que habla, [...] el que ora y aquel al que oramos, [...] el que habla de nosotros por medio de nosotros y en nosotros, así como nosotros hablamos de él» (san Agustín). Jesús se educó en la oración siguiendo la tradición de su pueblo, que acostumbraba a orar tres veces al día en familia: por la mañana, al mediodía y al atardecer. Aprendió a orar con el modelo de los salmos. Recitó los salmos del Hallel después de la cena pascual (cf. Sal 112-117; Mt 26,30) y rezó dos salmos en la cruz (cf. Sal 22,2 en Mt 27,46 y Sal 31,6 en Lc 23,46).

Si consideramos el contenido del salterio, éste aparece como oración de Cristo, es decir, hecha por Cristo, realizada por Cristo, llevada a cabo en él. En efecto, el éxodo de Egipto y la liberación del exilio de Babilonia son símbolo de la redención llevada a cabo por Cristo en la cruz, y los milagros contemplados por Israel en el desierto significan los sacramentos del bautismo y de la eucaristía (cf. 1 Cor 10,1-13); el rey davídico es figura de Cristo (cf. Hch 2,25); los salmos reales se identifican con él y expresan la esperanza cristiana de la venida del Reino escatológico; los salmos que hablan del justo perseguido y del pobre oprimido por los enemigos hacen referencia a Cristo humilde y pobre, a Jesús-Siervo, que sufre y camina hacia la cruz; el orante israelita que muestra la seguridad del justo se convierte en el cristiano que, con humildad filial, pone su confianza en Dios, reforzando así su fe y la de la Iglesia.

a) La creación y el Creador
    (cf. Sal 8; 18; 28...)

La creación existe por Cristo. Por él, con él y en él damos gracias a Dios por la magnificencia de su obra. El se muestra poderoso en la creación y en la historia de la salvación. El salmo es, con frecuencia, un canto sagrado por excelencia, pues tiene como objeto la majestad de Dios.

b) La ley que nos libera de nosotros mismos
    (cf. Sal 1; 18; 118...)

Cristo es la nueva ley, el conocimiento nuevo y perfecto de Dios, el camino nuevo y perfecto para hacer la voluntad de Dios y agradarle. El se presenta como maestro de sabiduría que exalta la Palabra de Dios en la Torá.

c) La historia de la fidelidad divina
    (cf Sal 78; 104; 105...)

Toda la historia de Dios con su pueblo alcanza su plenitud en Jesús, en quien hemos sido salvados. La historia de la salvación culmina en la misión del Mesías y en el drama de su amor por el hombre (Sal 22; 69).

d) La esperanza escatológica
(cf. Sal 16; 88; 89; 95; 96; 97; 109; 148; 150)

La vida de comunión con Dios, la victoria final de Dios en el mundo, el establecimiento de su realeza, han sido irreversiblemente anticipados y orientados por el misterio pascual de Cristo. Jesucristo ha llevado verdaderamente «ante Dios todo el dolor, toda la alegría, toda la gratitud y toda la esperanza de los hombres» (D. Bonhoeffer).


5. La oración de la Iglesia:
    relectura eclesiológica de los salmos

Si Cristo rezó los salmos, su pueblo, que es la Iglesia, también puede hacerlo. La Iglesia convirtió el salterio, en el siglo III, en su libro favorito de oración. En esto siguió el ejemplo de Cristo y de la comunidad primitiva, aplicando los salmos a las festividades y a las circunstancias de la vida cristiana. El apóstol Pablo, en su carta a los cristianos de Éfeso, les exhortaba a orar juntos con «salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y tocad para el Señor con todo vuestro corazón» (Ef 5,19). El fundamento teológico del uso de los salmos en la vida de la Iglesia se rige por el principio según el cual la historia de la salvación, que tiene un carácter unitario, se desarrolla y se realiza de una manera progresiva, por lo que los hechos y las personas de la primera alianza anuncian y prefiguran a las personas y los acontecimientos de la segunda alianza (el Nuevo Testamento). Por ejemplo, cuando en los salmos se recuerda a Israel, el pensamiento del cristiano vuela al nuevo pueblo de Dios, formado por creyentes de toda procedencia (cf. Gal 6,16; 1 Cor 3,16ss); cuando se habla del monte Sión y de Jerusalén, se habla de la Iglesia; cuando el israelita piadoso subraya el deseo de los bienes de la tierra, el cristiano los sustituye por el anhelo de la salvación eterna.

La oración de los salmos nos enseña a orar como comunidad, como pueblo de Dios, y «la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios en el que se realiza la historia del antiguo Israel» (LG 2). En la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo y el nuevo Israel de Dios, los salmos manifiestan su significado más profundo. La Iglesia, al recitar los salmos, lleva a su consumación el viaje emprendido por Israel, experimentando de nuevo la ayuda y la fidelidad de Dios, a pesar de sus infidelidades y debilidades. Los salmos han pasado de la liturgia del templo de Jerusalén a la liturgia de la Iglesia, donde «el hombre no habla ni reza solo, sino que Cristo habla y reza en el hombre» (D. Barsotti). De este modo, la Iglesia de Cristo «continúa la oración de Cristo» (OGLH, 6) a través de un mutuo hablar de Cristo en la Iglesia y de la Iglesia en Cristo. De ahí resulta que sólo toda la comunidad, con Cristo cabeza, puede rezar toda la riqueza del salterio. En él se vive la historia de la Iglesia: los sufrimientos presentes, su tensión hacia el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios, la certeza de la victoria final, a pesar de sus enemigos (cf. Sal 45). De este modo, los salmos, como toda la Escritura, esconden un significado que sólo se manifestará el gran día del retorno glorioso de Cristo.

Con todo, es preciso confesar que la oración de los salmos por parte del cristiano presenta dificultades, como algunos sentimientos y actitudes espirituales que no son cristianos en absoluto (cf., por ejemplo, el Sal 136,8ss); la misma fe israelita, limitada y cerrada a lo trascendente y a la fe cristiana (cf. Sal 6,5ss; 22,5ss); la reevocación de los grandes hechos de la historia de Israel como historia alejada de nosotros; el lenguaje mismo y el mundo cultural del salterio, muy distante del actual y moderno. A pesar de todas estas dificultades, la Iglesia ha hecho suyas estas oraciones de los salmos y los vuelve a leer ahondando en ellos en sentido cristiano y aplicándolos a la fe de la Iglesia y de cada creyente.


6. ¡Señor, enséñanos a orar en el hoy!

Así pues, en la medida en que entremos en el misterio de Cristo y de la Iglesia, esta palabra se convertirá en palabra nuestra. Sólo podemos orar en Jesucristo, y sólo él puede enseñarnos a hacerlo, seguros de ser escuchados. Jesús nos libera de nuestro subjetivismo interesado y de nuestras muchas charlas paganas. Se trata de la incomparable oración del padrenuestro. Ahora bien, esta oración remite a los salmos, que la introducen y la preparan: «El salterio está tomado del padrenuestro y éste está tomado del salterio» (Lutero).

La Iglesia define en la liturgia de las horas los laudes y las vísperas como la oración que el cristiano debe distribuir en su jornada: «Los laudes como oración matutina, y las vísperas como oración vespertina, que, según la venerable tradición de toda la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira el oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar como las horas principales» (OGLH 37).

Decía san Basilio Magno: «La mañana está hecha para consagrar a Dios los primeros movimientos de nuestra mente y de nuestro espíritu, de modo que no emprendamos nada antes de habernos reanimado con el pensamiento de Dios, como está escrito: "Cuando me acuerdo de Dios, gimo" (Sal 76,4); ni el cuerpo se aplique al trabajo antes de haber hecho lo que se ha dicho: «A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando" (Sal 5,4ss)».

Las vísperas se celebran al atardecer, cuando va declinando el día, «en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto. También hacemos memoria de la Redención por medio de la oración que elevamos "como el incienso en presencia del Señor", y en la cual "el alzar de las manos" es "oblación vespertina". Lo cual "puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a aquel verdadero sacrificio vespertino que el Divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los apóstoles, inaugurando así los sacrosantos misterios, y que ofreció al Padre en la tarde del día supremo, que representa la cumbre de los siglos, alzando sus manos por la salvación del mundo". Y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, "oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros; pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna"» (OGLH 39).

Laudes y vísperas expresan la oración pública de la Iglesia, que contempla el misterio pascual de Cristo en sus dos aspectos de muerte y resurrección. En esta oración sálmica -escucha y respuesta al mismo tiempo-, la comunidad cristiana dirige a Dios su espíritu al comienzo del día, a fin de invocar su ayuda, y al acabar el día, a fin de darle gracias y pedirle perdón.


7. El mejor método para rezar los salmos

El mejor método para rezar los salmos cristianamente es el que se basa en la lectio divina: se parte del sentido literal o histórico del texto original hebreo, o sea, leído por Israel (lectio = sentido literal-histórico), para pasar a la «relectura cristiana» sugerida por el sentido espiritual, o sea, al texto leído a la luz de Cristo y de la Iglesia (lectio = sentido espiritual, meditatio), iluminado sucesivamente por los Padres y por la liturgia de la Iglesia (oratio y contemplatio), y vivido en la vida diaria (actio). El camino comienza con el estudio del género literario y del medio donde nació el salmo (= Sitz im Leben): esto nos ayuda a conocer bien el pensamiento del tiempo y del autor, los sentimientos expresados, la motivación y la temática de la oración. A continuación, nos adentramos en la interpretación cristiana del salmo: releemos el texto poniéndolo en boca de Cristo y de la Iglesia, y reflexionamos sobre cómo puede ser rezado a la luz de la nueva alianza. Después lo aplicamos a la vida del cristiano, haciendo brotar sus sentimientos personales y sus opciones de vida. Como es natural, la «relectura cristiana» del texto sálmico y su oración serán diferentes si se realizan en un marco litúrgico-comunitario o bien de una manera privada, para alimentar la fe del individuo en torno a la Palabra de Dios. Con todo, la finalidad que se quiere alcanzar en ambas situaciones es rezar el texto literal de los salmos, aunque con el ánimo y la «relectura cristiana» que nos ha sido enseñada por Cristo y por la Iglesia.

Como síntesis de todo lo dicho, quisiéramos ofrecer al lector algunas reglas que le ayuden en la comprensión de los salmos y le introduzcan en su oración.

• Los salmos son diálogo entre Dios y el creyente. Son palabras humanas dirigidas a Dios, pero también palabras de Dios dirigidas al hombre. La estructura dialogística de los salmos es interacción entre el grito

del hombre y la escucha de Dios. Pero lo que se vuelve esencial es vivir lo que Dios nos dice cuando hablamos con él.

Los salmos reflejan la vida cotidiana. La oración de los salmos es una oración concreta y está relacionada con la vida cotidiana del hombre, con sus emociones y diferentes actitudes del cuerpo, como los ojos, las lágrimas, las manos, los gemidos. Emplea un lenguaje tomado de la vida de cada día y comienza por lo que el creyente siente, vive en su diálogo con Dios. Los salmos están hechos para la música, para el ritmo, el canto y la danza (cf. Sal 46,2.6-8). Ignorar la dimensión musical supone empobrecer la oración sálmica.

• Los salmos son oraciones de invocación de ayuda y de alabanza. La oración sálmica es toma de conciencia del sufrimiento propio y del ajeno, es invocación, grito de ayuda y de súplica que llevamos ante Dios: «Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame... ten piedad de mi» (Sal 7,2; 30,10; 37,23; 39,14; 69,2; 105,47). Pero es también oración que tiende a alabar al Señor de la creación y de la historia humana: «Todo ser que alienta alabe al Señor» (Sal 150,6).


8. Conclusión

La historia de Israel constituye el paradigma de la historia universal: la oración de los salmos interesa al destino de toda la humanidad. Por consiguiente, es la oración implícita de los hombres que buscan la salvación. Los salmos tienen «el poder de asumir en sí todo el mundo y de sostener el peso y las preocupaciones de toda la humanidad» (S. Rinaudo). El creyente, al rezar los salmos con Cristo, queda asociado a su redención universal y lleva una esperanza al mundo, a pesar de lo negativo; más aún, es el único verdaderamente capaz de asumir las contradicciones del presente, porque ya las ha vencido en su raíz. En Cristo, la Iglesia se hace oración del mundo (la Iglesia es humanidad) para el mundo. El secreto para hacer nuestra la oración de los salmos es salir del angosto horizonte de nuestro yo para constituirnos un alma universal y adherirnos a una historia mayor y única, a la que pertenecemos nosotros desde que Abrahán emprendió su camino al salir de la tierra de Ur de Caldea y obedecer al proyecto de Dios.

Con toda razón afirmaba el papa Juan XXIII: «El salterio es una fuente preciosísima de oración. Por eso debéis estudiarlo y conocerlo en su conjunto y en sus partes. Meditad cada salmo para descubrir sus recónditas bellezas y formaros un sensus Dei y un sensus Ecclesiae seguro. Reposad en ellos: elevaos desde los salmos a la contemplación de las cosas celestiales y desde ellos volveos a la apreciación mesurada y exacta de las cosas de la tierra, de la cultura, de la historia y de los acontecimientos cotidianos».

Giorgio Zevini