Éxodo 15,1-4a.8-13.17-18

Himno de victoria
por el paso del mar Rojo

 

«Los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios» (cf. Ap 15,2ss).

 

Presentación

Se trata de un cántico de acción de gracias, atribuido a Moisés, que celebra el paso del mar Rojo por parte de Israel con la destrucción del ejército del faraón. Esto significó para los judíos el éxodo de la esclavitud de Egipto a la libertad de la tierra prometida por obra del Señor, fundamento de la fe judía. El texto se remonta al siglo XIII a. C. y narra la auténtica epopeya de la historia de la salvación, que exalta el poder del Señor.

El cántico, memorial litúrgico del acontecimiento del éxodo, se compone de cuatro partes:

- vv. 1-4: el orante canta en nombre del pueblo la alabanza por la victoria conseguida por Dios;

- vv. 8-10: nueva evocación de los acontecimientos gloriosos;

- vv. 11-17: identidad del héroe que ha combatido al lado de Israel;

- v. 18: entronización del Señor como rey victorioso.

1Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.

2Mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
El es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.

3El Señor es un guerrero,
su nombre es «el Señor».
4Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

8Al soplo de tu nariz, se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.

9Decía el enemigo: «Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano».

10Pero sopló tu aliento, y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.
11¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tú, terrible entre los santos,
temible por tus proezas, autor de maravillas?

12Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
13
guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

17Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.

18EI Señor reina por siempre jamás.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

Recordemos, en primer lugar, el acontecimiento con las mismas palabras del libro del Éxodo: «Así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar. Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios, temió al Señor y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo» (Ex 14,30ss). Inmediatamente después comienza el texto de nuestro cántico con estas palabras: «Entonces Moisés y los israelitas cantaron este cántico al Señor» (v 1). El cántico empieza con una profesión de fe que está motivada por dos afirmaciones: «Los carros del faraón los lanzó al mar, ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes» (v. 4). El recuerdo de la prodigiosa intervención de Dios y la humillación del orgullo belicoso del faraón queda manifestado mediante dos palabras: al soplo de la ira del Señor se acumularon las aguas (v 8); al soplo del aliento de Dios el mar cubrió al enemigo, que cayó en las aguas profundas (v 10). Mientras que el ejército enemigo es precipitado al fondo de los abismos (el caos primitivo), Israel, a partir de este momento histórico, queda regenerado por Dios para una vida nueva, semejante al acto creador del hombre descrito en el Génesis.

A continuación, se nos presenta la identidad del héroe que ha conseguido la victoria con tres preguntas retóricas: «¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos, temible por tus proezas, autor de maravillas?» (v. 11). El canto trae a renglón seguido a la memoria algunas acciones, divinas y eficaces, que aniquilaron al enemigo y, en sentido contrario, condujeron a Israel a lugar seguro en la morada de Dios hasta el monte de la alianza y a la tierra prometida: «Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra; guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado, los llevaste con tu poder hasta tu santa morada. Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad» (w. 12-13.17). El cántico se cierra con la entronización del Señor como rey por el don de la liberación-edificación procurada al pueblo: «El Señor reina por siempre jamás» (v. 18).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

El acontecimiento del éxodo, con el paso prodigioso del mar Rojo, prefigura la magna liberación llevada a cabo por Cristo en favor de toda la humanidad con su muerte y resurrección. El Señor Jesús, con su venida a nuestro mundo, abrió el camino de la reconciliación de los hombres con el Padre y nos salvó a todos no de la opresión de un faraón terreno, sino de la esclavitud del pecado, de un faraón todavía más temible, como es Satanás. En el camino de la vida cristiana es siempre Jesús quien nos protege de todo enemigo que nos asalte y, por medio del Espíritu, nos conduce a vivir con libertad, como el soplo exhalado por YHWH hizo pasar a Israel ileso a través del mar. San Pablo dirá: «Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados» (Gal 5,16; cf. Ef 6,17).

Ahora bien, es sobre todo la carta a los Romanos la que nos ayuda a releer el acontecimiento del éxodo en clave cristiana. El apóstol Pablo relee nuestra liberación -la salvación pascual- en el bautismo cristiano, fuente de vida destinada a crecer hasta la plenitud en el Reino de los Cielos: «¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, quedando vinculados a su muerte para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva» (Rom 6,3ss). En realidad, el cántico de victoria y de liberación del éxodo judío no subraya sólo el triunfo del hombre sobre el enemigo, sino que es, sobre todo, el triunfo de Dios, el canto del amor misericordioso con el que el Señor acompaña siempre el camino de la humanidad y de la Iglesia en su marcha hacia la casa del Padre común.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

El acontecimiento extraordinario del paso del mar Rojo es para la espiritualidad de la Iglesia un punto fundamental y un punto de referencia, porque es la imagen de la liberación del pecado y de la muerte que Cristo ha llevado a cabo con su muerte y resurrección y que la Iglesia continúa haciendo revivir en el tiempo. Cristo es nuestro verdadero «liberador», porque es el Hijo de Dios y la Palabra del amor del Padre. Ahora bien, ¿de qué nos libera Jesús en concreto?

El primer efecto de la verdad interior es la liberación del mal y la purificación del corazón. Cuando Cristo-verdad vive y actúa en nuestro interior, experimentamos la liberación de la esclavitud del pecado. Jesús dirá a sus discípulos en la última cena: «Vosotros ya estáis limpios gracias a las palabras que os he comunicado» (Jn 15,3). Se trata de la Palabra de Jesús, que ha purificado el corazón de los suyos y los ha limpiado comunicándoles su vida. Esta es, al mismo tiempo, el principio de nuevas purificaciones y la fuente permanente de nuestra vitalidad cristiana; es dinamismo de purificación que elimina toda oposición y seducción del mundo. La liberación del pecado implica a nuestro corazón; desemboca, a través de la fe, en la voluntad de acoger la Palabra de Jesús y obtiene la victoria sobre el maligno y sobre el mundo (cf. 1 Jn 2,13; 5,4).

Otro efecto de la verdad liberadora es lo que el apóstol, de una manera casi paradójica, llama la impecabilidad del creyente. Para aniquilar el pecado y el mal debemos permanecer en Cristo y dejar que la «semilla» divina de la Palabra interiorizada y vivida opere en nosotros: «El que permanece en él, no peca» (1 Jn 3,6); «el que ha nacido de Dios no peca, porque la semilla divina permanece en él» (1 Jn 3,9). El discípulo de Jesús no vive en la esfera del pecado, sino en la de Dios; se conserva exento del mal, porque la Palabra recibida bajo la acción del Espíritu Santo le llena y le conduce. Este camino creciente en la fe hasta el final de los tiempos nos hará formar parte de un pueblo santo, un pueblo sin pecado; esta santidad y esta impecabilidad derivan de la presencia activa del Espíritu, de la sabiduría y de la ley en nuestro corazón.

b) Para la oración

Señor, Dios nuestro, que mediante Moisés liberaste al pueblo judío de la esclavitud de Egipto para conducirlo a la libertad y a la tierra prometida, y manifestaste cuán grande es tu victoria y poderoso tu brazo santo, no te olvides de guiar con tu amor misericordioso al pueblo que tu Hijo, Jesús, rescató con su muerte y resurrección.

Tú que eres «temible por tus proezas, autor de maravillas», continúa liberando a los hombres del pecado y de todo miedo mortal, y concédenos a todos nosotros, que hemos renacido del agua y del Espíritu, no dejarnos seducir por el mal, para que podamos entrar con libertad en tu santa morada y comprender las maravillas de tu amor de Padre y cantarte un día nuestra alabanza y nuestro agradecimiento.

c) Para la contemplación

Los judíos pudieron contemplar milagros. Tú los verás también, y más grandes y más fulgurantes que los judíos cuando salieron de Egipto. No viste al faraón ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos. Los judíos traspasaron el mar; tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron de los egipcios; tú te has visto libre del maligno. Ellos escaparon de la esclavitud en un país extranjero; tú has huido de la esclavitud del pecado, mucho más penosa todavía.

¿Quieres conocer de otra manera cómo has sido honrado con mayores favores? Los judíos no pudieron, entonces, mirar de frente el rostro glorificado de Moisés, siendo así que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos; tú, en cambio, has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo afirma: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor.

Ellos tenían entonces a Cristo, que los seguía; con mucha más razón nos sigue él ahora. Porque, entonces, el Señor los acompañaba en atención a Moisés y a nosotros, en cambio, no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia docilidad. Para los judíos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti, después del éxodo de esta vida, está el cielo. Ellos tenían, en la persona de Moisés, un guía y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guía y nos gobierna.

¿Cuál era, en efecto, la característica de Moisés? Moisés -dice la Escritura- era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo Espíritu que le es íntimamente consustancial. Moisés levantó, en aquel tiempo, sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná; nuestro Moisés levanta hacia el cielo sus manos y nos consigue un alimento eterno. Aquél golpeó la roca e hizo correr un manantial; éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Por esta razón, la mesa se halla situada en medio, como una fuente, con el fin de que los rebaños puedan afluir a ella desde cualquier parte y abrevarse con sus corrientes salvadoras.

Puesto que tenemos a nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de favores espirituales, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de recibir la gracia y la piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y salvador Jesucristo, por quien sean dados al Padre, con el Espíritu Santo, gloria, honor y poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén (Juan Crisóstomo, «Catequesis III», 24-27, en SChr 50, 165-167).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación» (v 2).

e) Para la lectura espiritual

Cuando los israelitas se dieron cuenta de que eran atacados por los tres lados -el mar cerrado, el enemigo que les perseguía y las fieras del desierto- levantaron los ojos a su Padre, que está en los cielos, y gritaron al Santo -bendito sea-, como está escrito: «Los hijos de Israel clamaron al Señor» (Ex 14,10). ¿Y por qué el Santo -bendito sea- actuó así con ellos? Porque el Santo -bendito sea- deseaba su oración.

Rabí Jehoshua ben Leví ha dicho: ¿A qué se parece esto? A un rey al que, cuando iba andando por el camino, una hija de rey le gritó: ¡Por Favor, sálvame de los bandidos! El rey la oyó y la salvó. Después, quiso tomarla como esposa, y deseaba que ella le hablara, pero ella no quería. ¿Qué hizo el rey? Incitó contra ella a los bandidos, a fin de que ella gritara y el rey pudiera oírla. Cuando los bandidos estuvieron sobre ella, empezó a gritar al rey. Entonces éste le dijo: Eso era precisamente lo que yo deseaba: oír tu voz.

Así también los israelitas, cuando estaban en Egipto y eran tratados como esclavos, empezaron a gritar y levantar los ojos hacia el Santo -bendito sea-, como está escrito: «Mucho tiempo después murió el rey de Egipto. Los israelitas, esclavizados, gemían y clamaban» (Ex 2,23). Y enseguida «Dios miró a los hijos de Israel» (Ex 2,25). El Santo -bendito sea- empezó a hacerles salir de allí «con mano fuerte y tenso brazo». Ahora bien, el Santo -bendito sea- deseaba oír su voz otra vez, pero ellos no querían. ¿Qué hizo? Incitó al faraón para que les persiguiera, como está escrito: «El faraón se acercó» (Ex 14,10) y enseguida «los hijos de Israel clamaron al Señor» (Ex 14,10). En ese instante, el Santo -bendito sea- dijo: Eso es precisamente lo que yo deseaba: oír vuestra voz («Exodo Rabbá XXI, 5», en J. Heinemann, La preghiera ebraica, Qigajon, Magnano [Bi] 1992, p. 50).