Su presencia en medio
de nosotros

(Mt 18,20)


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 20 «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

 

LECTIO

Este versículo está situado en el centro del cuarto discurso de Jesús en el evangelio de Mateo, el llamado «discurso eclesial». Podríamos considerarlo como el centro de todo el evangelio. Nos remite al principio: Jesús es «Dios con nosotros» (1,23), y al final: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (28,20). Gracias a esta promesa, la Iglesia aparece como una comunidad de gracia, cuyo centro misterioso e invisible, fundamento y principio unificador, es el mismo Cristo. La Iglesia está universalmente allí donde dos o tres están reunidos en nombre del Señor.

La condición es que los «dos o tres» se hayan reunido en su nombre, en él, en su amor, con la intención de abrazar su causa y seguir sus exigencias. El contexto invita a divisar la relación existente entre el amor mutuo y la presencia de Cristo glorioso en la comunidad. La corrección fraterna que precede a nuestro versículo (vv. 15-17) y el perdón fraterno del que habla Cristo en los versículos posteriores (vv. 21-35) constituyen una expresión y una consecuencia del amor recíproco. Podemos vislumbrar un parentesco con 1 Jn 4,12: «Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros», donde «en nosotros» se puede traducir también por entre nosotros, en medio de nosotros. Dicho con otras palabras, el amor mutuo es la condición preliminar y necesaria para obtener la presencia efectiva del Señor.

Por su ubicación tras el v. 19 (no es cierto que éste se refiera a una asamblea litúrgica), este tipo de presencia ha sido restringida con frecuencia al momento en el que la comunidad cristiana se reúne para orar y celebrar los sacramentos. Mientras que la promesa hecha por el Señor resucitado, aunque está colocada redaccionalmente en este contexto, posee un alcance universal. Eso explica la razón de que la petición dirigida por dos o tres al Padre sea escuchada ciertamente: Jesús mismo está presente en medio de ellos en cuanto unen su voz, y es él mismo quien dirige su petición al Padre.

 

MEDITATIO

La vida consagrada nació del deseo de revivir la experiencia del seguimiento y de la comunión con Jesús. Un deseo de vida comunitaria que debería continuar animando también a cada uno de nosotros. Hemos respondido a la llamada a fin de poder estar siempre con el Señor, como los discípulos, para poder escuchar su palabra, vivir de su vida, seguirle por los caminos del mundo saliendo al encuentro de cuantos le esperan... ¿Es una utopía? ¡No, es una realidad! Creemos en su presencia eucarística, hemos aprendido a escucharle en la proclamación de la Palabra de Dios, sabemos reconocerle en su ministros y hermanos, especialmente en los pequeños y en los pobres. Sin embargo, tal vez no creamos bastante en su promesa de estar realmente presente en medio de nuestra comunidad como lo estaba entre los discípulos. Reservamos la expresión «presencia real» para la eucaristía; sin embargo, Pablo VI ya había escrito: «Tal presencia -la eucarística- se llama real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia» (Mysterium fidei, 5).

También es real la presencia del Señor en medio de la comunidad reunida. En nuestra comunidad religiosa podemos repetir la experiencia de los discípulos, que lo tenían realmente presente en medio de ellos: «La comunidad, como verdadera familia, reunida en nombre de Dios, goza de su divina presencia por la caridad que el Espíritu Santo difundió en los corazones» (Perfectae caritatis, 15). Esta presencia es la que define la naturaleza de la comunidad religiosa. Cuando se da esta presencia del Señor, se advierte: la comunidad «goza de su presencia»; pero si a veces no la advertimos en nuestras comunidades, es posible que se deba al hecho de que estemos unidos por muchos motivos -el trabajo, el estudio, el apostolado-, de que estemos unidos sólo por la casa, por el horario, por la costumbre, pero no estemos unidos por el amor y en el amor, «en su nombre». Sólo «por la caridad que el Espíritu Santo difundió en los corazones» la comunidad cristiana se convierte en una «verdadera familia, reunida en nombre del Señor», y puede gozar de su presencia. Es preciso, por consiguiente, que nos interroguemos sobre las motivaciones profundas de nuestro estar juntos. La comunión entre las personas consagradas no puede tener otro fundamento que el mandamiento del amor recíproco.

 

ORATIO

Emmanuel, Dios con nosotros. Sé escucharte cuando me hablas en el evangelio. Sé encontrarte en el fondo de mi corazón cuando me recojo en oración para hablar contigo. Sé adorarte en el silencio del tabernáculo. Sé reconocerte en el rostro de los hermanos a los que sirvo cada día. Abre ahora mis ojos para verte en medio de nosotros y sentir tu presencia, una presencia prometida a cuantos se reúnen en tu nombre.

Que yo pueda tenerte conmigo, Señor, cada vez que me encuentre con un hermano, con una hermana. Que yo pueda dilatar, con ellos, el espacio de la capilla a todos los lugares de mi vida ordinaria y tenerte allí como luz, fuerza, audacia, libertad, alegría. Te ruego por ellos, para que infundas también en ellos el mismo amor, un amor que quisiste recíproco.

Sólo tú, presente en medio de nosotros, puedes iluminar nuestras mentes, como cuando te hiciste presente en medio de los dos que iban de camino hacia Emaús. Sólo tú puedes explicarnos el sentido de las Escrituras, hacer que ardan nuestros corazones en la penetración amorosa del misterio, comunicarnos con tu Pan la fuerza necesaria para emprender el camino de la santidad y hacer frente a las dificultades inherentes al crecimiento espiritual. Sólo tú, el Santo en medio de nosotros, puedes ser nuestra santidad.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué, pues? ¿Acaso no habrá dos o tres reunidos en su nombre? Los hay, sí, pero rara vez. En efecto, [Jesús] no habla simplemente de reunión [material]... Lo que él dice tiene este significado: «Si alguien me tiene como causa principal de su amor al prójimo, estaré con él...». Hoy, en cambio, vemos que la mayoría de los hombres tienen otras motivaciones para su amistad: unos aman porque son amados; otros porque han sido honrados; otros porque alguien les ha sido útil en algún negocio terreno; otros por algún motivo análogo. Pero es difícil encontrar a alguien que ame por Cristo, como se debe amar, al prójimo... (Juan Crisóstomo, Homilías sobre el evangelio de Mateo 60, 3; en PG 58, col. 587).

Llevad un especial cuidado en que las vírgenes consagradas estén unidas y sean concordes en la voluntad, como se lee de los apóstoles y de los otros cristianos de la Iglesia primitiva [...]. Esforzaos también vosotras en ser así con todas las hijitas vuestras, porque cuanto más unidas estéis, tanto más estará Jesucristo en medio de vosotras a modo de padre y buen pastor.

La última palabra que os digo, y con la que hasta con mi sangre os ruego, es que seáis concordes, que siempre estéis unidas con un solo corazón y una sola voluntad. Estad unidas las unas a las otras con el vínculo de la caridad, apreciándoos, ayudándoos, soportándoos en Jesucristo. Porque si os esforzáis en ser así, el Señor Dios estará, sin duda, en medio de vosotras (Angela de Mérici, Regola, Ricordi, Legati, Brescia 1975, pp. 113 y 93).

 

ACTIO

Comprometámonos hoy a hacer conscientes a otros miembros de la comunidad de la presencia del Resucitado en medio de nosotros y de la necesidad de la reciprocidad del amor.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La comunidad no es un ideal humano, sino una realidad divina. Infinitas veces se ha roto una comunidad cristiana porque vivía de un ideal. Precisamente el cristiano serio, que por vez primera se ve puesto para vivir en una comunidad cristiana, lleva con él una imagen bien precisa de la vida en común de los cristianos e intentará realizarla. Sin embargo, la fuerza del Señor hará hundirse muy pronto todos estos ideales. Tenemos que estar profundamente decepcionados de los demás, de los cristianos en general, incluso de nosotros mismos, porque de este modo Dios quiere llevarnos a reconocer la realidad de una verdadera comunión cristiana. Es la bondad de Dios la que no nos permite vivir, aunque sólo sea durante una breves semanas, según un ideal, ceder a esas bienaventuradas experiencias, a ese estado de éxtasis entusiasmante, que nos coloca como en un estado de ebriedad. El Señor no es Señor de emociones, sino de la verdad.

Sólo la comunidad que está profundamente decepcionada por todas las manifestaciones desagradables conectadas con la vida comunitaria, comienza a ser lo que debe ser frente a Dios, a aferrar en la fe las promesas que le han sido hechas. Cuanto antes llegue, para el individuo y para toda la comunidad, la hora de esta decepción, tanto mejor para todos. Una comunidad que no estuviera en condiciones de soportar tal decepción y no la sobreviviera, es decir, que permaneciera adherida a su ideal, cuando éste debe ser triturado, en ese mismo instante perdería todas las promesas de comunión cristiana estable y, antes o después, se disolvería. Dios nos ha unido en un solo cuerpo en Jesucristo, mucho antes de que nosotros entráramos a formar parte de una comunidad con otros cristianos; por eso nos unimos con otros cristianos en una vida comunitaria sin avanzar pretensión alguna, sino con gratitud y dispuestos a recibir.

La comunión cristiana no es un ideal que debamos esforzarnos por realizar, sino una realidad otorgada por Dios en Cristo, en la que podemos participar. Cuanto más claramente aprendamos a ver el fundamento, la fuerza y la promesa de toda nuestra comunión solamente en Jesucristo, tanto más serenamente aprenderemos también a reflexionar sobre nuestra comunidad, a orar y a esperar por ella (D. Bonhoeffer, Vita comune, Brescia 2003, pp. 52-59, passim [edición española: Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).