Primer domingo de cuaresma

AñoC

 

LECTIO


Primera lectura: Deuteronomio 26,4-10

Moisés habló al pueblo y dijo: El sacerdote recibirá la cesta de tus manos y la pondrá delante del altar del Señor tu Dios. Y tú dirás ante el Señor tu Dios: `Mi padre era un arameo errante. Bajó a Egipto y se estableció allí como emigrante con un puñado de gente; allí se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor Dios de nuestros antepasados, y el Señor escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios; 'nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra, que mana leche y miel.  Por eso traigo las primicias de esta tierra que el Señor me ha dado. Dejarás los frutos delante del Señor tu Dios, te postrarás en su presencia".


El presente fragmento, de los más importantes del Antiguo Testamento, contiene la profesión de fe que proclamaba todo israelita al acercarse al santuario con motivo de la celebración anual de la fiesta de la recolección y ofrecimiento de las primicias de la tierra.

Pero hay que advertir que la presentación de ofrendas en los pueblos paganos iba acompañada de la recitación de un mito de fecundidad; el hebreo, por el contrario, recordaba, actualizándola, la historia de las intervenciones salvíficas del Dios de los Padres en favor de su pueblo.

El credo de Israel se desarrollaba en un movimiento alternativo de sufrimiento y salvación: el Arameo errante -es decir, en condición de abandono y peligro- se ha convertido por gracia de Dios en una nación numerosa (v. 5) según la promesa hecha a Abrahán. Este pueblo grande y fuerte experimentó la opresión y la humillación, pero Dios vio, escuchó la oración e intervino con poder para sacar a Israel de Egipto y hacerle entrar en un país fértil y agradable "que mana leche y miel", es decir, abundante en pastos para los rebaños y flores para las abejas.

La palabra clave del texto pertenece a la raíz "entrar" o "llegar". La utilización frecuente del término quiere significar que la entrada histórica en la tierra prometida se actualiza año tras año con la "entrada" de la cosecha: por medio de la "cosecha" el hombre "entra" nuevamente en posesión de la tierra. En la liturgia se repite en un ámbito sacro el movimiento histórico: el pueblo entró en la tierra, ahora entra en el santuario. El hombre responde a Dios con la profesión de fe, con la ofrenda de una parte de lo que de él ha recibido, con la acción de gracias, la adoración, el culto y la obediencia manifestados en el gesto de la postración.


Segunda lectura: Romanos 10,8-13

'En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la Palabra está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón. Pues bien, ésta es la palabra de fe que nosotros anunciamos. 'Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. En efecto, cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación. Pues dice la Escritura: Quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado. Y no hay distinción entre judío y no judío, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan. En una palabra, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.


El hombre que busca sinceramente a Dios siente todo el peso y la limitación de la propia condición de pecador. La Ley dada por medio de Moisés afina la conciencia y ayuda a conformarse más con el designio divino, pero el cumplimiento escrupuloso de normas y preceptos no es suficiente para constituir al hombre justo, para hacerlo santo.

Se trata de una justicia que es tensión, esfuerzo del hombre que quiere acumular méritos ante Dios y corre el riesgo de ser orgulloso o de caer en la desesperación. Pero se da una justicia que es gracia, don de Dios a la humanidad por medio de Cristo: ésta se acoge por la fe (v 4), fe que actúa por la caridad (Gál 5,4-6). La aceptación sincera de la predicación apostólica (kérygma) y la acogida de la revelación llevan consigo un cambio de mentalidad, una conversión profunda, mantenida con la certeza de que "quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado": la salvación es para todo el que invoca el nombre del Señor, de cualquier nación que sea (vv. 11-13).

 

Evangelio: Lucas 4,1-13

Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo condujo al desierto, donde el diablo le puso a prueba durante cuarenta días. En todos esos días no comió nada, y al final sintió hambre. 'El diablo le dijo entonces:

Jesús le respondió:

Lo llevó después el diablo a un lugar alto y le mostró en un instante todos los reinos de la tierra. 'El diablo le dijo:

Jesús respondió:

Entonces le llevó a Jerusalén, le puso en el alero del templo y le dijo:

Jesús le respondió:

- Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.

Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno.


La narración lucana de las tentaciones va precedida por la genealogía de Jesús, que asciende hasta Adán: se presenta, pues, a Jesús como el nuevo comienzo de la humanidad. Como el primer hombre, como todo hombre, es sometido a la tentación. Los cuarenta días transcurridos en el desierto son una cifra simbólica: recuerdan los cuarenta años del Éxodo y aluden además a los cuarenta días de ayuno de Moisés en el Sinaí y al camino de Elías al Horeb.

En el desierto, Jesús es tentado por el diablo -el "divisor"-, que le presenta una sabiduría alternativa a la voluntad de Dios, incitándole a realizar su ministerio de acuerdo con las expectativas de la gente.

La prueba de Jesús viene en un momento de debilidad humana (vv 2b-3a): se le invita a demostrar la veracidad de la voz del cielo que se escuchó en el bautismo (3,22) haciendo un milagro que elimine, junto con el hambre, la pobreza de la propia condición corpórea como preludio de un mesianismo que brinde el saciarse y el bienestar de modo sobrenatural (v. 3). Jesús rechaza esta lógica citando Dt 8,3. La segunda tentación es la del poder: Satanás remeda la promesa que Dios hace al Mesías en el Sal 2. Pero Jesús no trata de someter, sino de estar sometido a Dios con un amor exclusivo (vv. 6-8). Finalmente, el diablo conduce a Jesús al pináculo del templo de Jerusalén y le incita a inaugurar el reino mesiánico con un signo espectacular: se trata de la tentación del éxito, que Satanás presenta camuflada con la Palabra de Dios. Jesús replica con otro texto de la Escritura (Dt 6,16), manifestando su total abandono a la disposición del Padre (vv. 9-12).

Estas tentaciones constituyen el paradigma de cualquier otra tentación, por eso el diablo, completadas todas las tentaciones, se aleja de Jesús "hasta el momento oportuno" (v 13): será la hora de la pasión, del poder de las tinieblas, la hora de la última prueba decisiva.


MEDITATIO

La prueba, la salvación, la profesión de fe, son los temas que podemos entresacar de las lecturas de la liturgia de hoy, y nos interrogan sobre nuestra realidad de Iglesia, sobre nuestra vida de creyentes. ¡Cuántas veces hemos experimentado en la tribulacióh, en la tentación, que el Señor es nuestra fuerza, el único que puede librarnos! Recordar las maravillas de gracia que Dios ha hecho por nosotros no es sólo una exigencia del corazón, sino una tarea imprescindible, una misión, un testimonio que se ofrece a los hermanos para que también ellos conozcan la alegría de ser salvados invocando el nombre del Señor.

¡Tenemos todos tanta necesidad de ser protegidos de las insidias del diablo! El Evangelio hoy nos lo manifiesta mostrándonos a Jesús sometido a tentaciones que son la raíz de cualquier tentación y se revisten de nobles apariencias. El fin es encomiable y los medios propuestos se diría que son los más adecuados... Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al Maligno, en el desierto y en la cruz, indicándonos el camino de la victoria. Como él, debemos retener la Palabra de Dios en el corazón, convirtiéndola en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza, nuestro escudo salvador (Sal 17,3).


ORATIO

Señor, Dios de mi salvación, te doy gracias cantando con el corazón, que, libre, se abre a la vida y quiere devolverte la misma vida. Te amo, Señor, mi fortaleza, que has asumido mi debilidad para hacerme también a mí vencedor del mal. Escudo mío, mi baluarte, mi poderoso salvador, tú sabes cómo busco la gloria del mundo y temo el desprecio de los demás.

Sin embargo, no quiero ni puedo callar la fe que has encendido en mi corazón: todavía es una débil llamita, pero sé por experiencia que quien cree en ti no queda defraudado. Anunciaré tu nombre a mis hermanos, les llevaré tu Palabra: la fe se aumenta dándola. Luz de mis pasos. guarda mi corazón, que sea más vigilante contra toda insidia, de suerte que mi vida sea para todos un signo irradiante de ti.


CONTEMPLATIO

"A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos" (Sal 90,11). El diablo conoce bien esta promesa porque la supo utilizar en la hora más álgida de la tentación; sabe bien cuál es nuestra fuerza y nuestra debilidad. Pero no tenemos nada que temer si permanecemos a la sombra del trono del Altísimo.

Mientras estemos cimentados en Cristo, participaremos de su seguridad; él ha hecho añicos el poder de Satanás [...] y de ahora en adelante los espíritus malignos, en vez de tener poder sobre nosotros, tiemblan y se espantan a la vista de un verdadero cristiano. Pues saben que poseen lo que les hace vencedores; que pueden, si quieren, mofarse de ellos y ponerlos en fuga. Los espíritus malignos lo saben bien y lo tienen muy presente en todos sus asaltos; sólo el pecado les da poder sobre ellos, y su gran empeño consiste en hacerles pecar, en sorprenderles en el pecado, sabiendo que no hay otro modo de vencerlos.Por eso, hermanos míos, no seamos ignorantes de sus planes, sino, conociéndolos bien, vigilemos, oremos, ayunemos, permanezcamos bajo las alas de Altísimo, que es nuestro escudo y auxilio (J. H. Newman, Sermoni liturgici, Fossano, s.f., 144).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Ésta es la victoria que vence. al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5,4b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Evangelio nos presenta este duelo entre Jesús y Satanás. Jesús fue tentado. También él quiere conocer el combate entre el alma que desea permanecer fiel a Dios y el invasor que tratará de desviarla e inducirla al mal. Hay que recordar que cuanto se refiere a Jesús nos toca también a nosotros. La vida de Jesús configura la nuestra; lo que a él le acontece se refleja en nosotros.

¿Fue tentado Jesús? Tanto más podemos o debemos serlo nosotros. Parece lógica la pregunta, puesto que vivimos en un mundo asediado y turbado por esa iniciativa oculta del que san Pablo llama "el príncipe de este mundo de tinieblas". Estamos rodeados de algo funesto, malo, perverso, que excita nuestras pasiones, se aprovecha de nuestras debilidades, se deja insinuar en nuestras costumbres, sigue nuestros pasos y nos sugiere el mal. La tentación consiste, pues, en el encuentro entre la buena conciencia y la atracción del mal, y esto del modo más insidioso que se pueda imaginar.

El mal, de hecho, no se nos presenta con su rostro real de enemigo, como algo horripilante y espantoso. Sucede precisamente lo contrario: la tentación es simulación del bien; es el engaño del mal disfrazado de bien, es la confusión entre bien y mal. Este equívoco, que se puede presentar siempre ante nosotros, tiende a hacernos retener como bien donde, por el contrario, está el mal (Pablo VI, 7 de marzo de 1965, en U. Gamba, [ed.], Pensieri di Paolo VI per ogni giorno dell'anno, Vigodarzere 1983, 279).