Ver.

Al paso que los ídolos “tienen ojos y no ven” (Sal 135,16), Dios ve “todo lo que está bajo el cielo” (Job 28, 24), en particular a “los hijos de Adán” (Sal 33.13s), cuyos “riñones y corazones sondea” (7,10). Pero para el hombre es “un Dios escondido” (Is 45,15), “al que nadie ha visto ni puede ver” (1Tim 6,16; 1,17; 1Jn 4, 12). Sin embargo, Dios se escogió un pueblo “al que se hizo ver” (Núm 14,14) hasta a aparecerle en la persona de su Hijc único (In 1,18; 12, 45) antes de introducirlo un día en el cielo para que “vea su rostro” (Ap 22.4).

AT.

I. EL DESEO DE VER A DIOS.

Ver a Dios “con los propios ojos” (Is 52,8) es el deseo más profundo del AT. La nostalgia del paraíso que domina toda la Biblia es en primer lugar la conciencia de haber perdido el contacto inmediato y familiar con Dios, es el temor permanente de su ira, pero es también la esperanza infatigable de descubrir su rostro y de verlo sonreír. Las dos grandes experiencias religiosas de Israel, la experiencia de la presencia de Dios en el culto y la experiencia de su palabra en los profetas están orientadas ambas hacia esta experiencia privilegiada: ver a Dios.

1. Las teofanías proféticas representan la cima de la existencia y de la misión de los profetas. Moisés y Elías conocieron esta experiencia en su forma más alta. Y sin embargo, a Moisés que pide a Dios: “Hazme ver tu gloria” (Éx 33,18), le responde el Señor aun escuchando su ruego: “Yo te cubriré con mi mano mientras paso..., me verás de espaldas, pero mi rostro no se puede ver” (33,22s). Elías, al aproximarse Yahveh, “se vela el rostro” y sólo oye una voz (1Re 19,13; cf. Dt 4,12). Nadie puede ver a Dios si Dios no se da a ver. El privilegio de Moisés tiene algo de único, “mira la imagen de Yahveh” (Núm 12,8). Los profetas, a diversos niveles, pero muy inferiores, “en sueños y en visiones” (12,6), ven algo que no es de este mundo (Núm 24,4.16; 2Par 18,18; Am 9,1; Ez 1-3; Dan 7,1; etc.). También Abraham y Jacob conocieron experiencias semejantes (Gén 15,17; 17,1; 28,13), e igualmente Gedeón (Jue 6,11-24), Manoah y su mujer (13,2-23). Incluso los setenta ancianos de Israel tienen hasta cierto punto parte en el privilegio de Moisés y sobre la montaña “contemplan al Dios de Israel” (Éx 24,10). pero los LXX traducen: “vieron el lugar en que se hallaba Dios”.

2. El culto, en los lugares, en que Dios se ha hecho presente (Éx 20,24) suscita en los mejores el deseo de ver a Dios, de “buscar su rostro” (Sal 24,6), de “ver su suavidad” (27,4), “su poder y su gloria” (63,3), de mirar, aunque sea de lejos, al templo (Jon 2,5). La visión de Isaías, tan próxima a las teofanías que tuvo Moisés, hace coincidir la visión profética, centrada en una palabra y en un misión, y la visión cultual, centrada en la presencia (Is 6; cf. 2Par 18,18; Ez 10-11).

II. VER Y CREER.

Si el deseo inextinguible de ver a Dios es satisfecho tan raras veces y tan parcialmente, es porque Dios es “un Dios oculto” (Is 45,15) que se revela a la fe. Para conocerle hay que escuchar su palabra y ver sus obras; porque en las maravillas de su creación “se deja ver lo que tiene de invisible” (Rom 1,20); la vista de los astros deja presentir su poder (Is 40,25s) y contemplar el mundo (Job 38-41) es ya ver a Dios.

Pero el Dios oculto se deja ver todavía más en la historia. En las maravillas que ha desplegado para su pueblo (Éx 14,13; Dt 10,21; Jos 24, 17), a través de signos, cuales no se han visto nunca (Éx 34,10), Israel “vio su gloria” (Éx 16,7). Así, conocer a Dios es “ver sus altas gestas” y “comprender quién es” (Sal 46, 9ss; cf. Is 41,20; 42,18; 43,10), ver sus proezas y creer en él (Éx 14,31; Sal 40,4; Jdt 14,10), porque “ningún otro” sino él “es Dios” (Dt 32,39).

Pero, como los ídolos. estúpidos, los hombres son sordos y ciegos (Is 42,18), “tienen ojos y no ven nada; oídos y no oyen nada” (Jer 5,21; Ez 12,2), tanto que los signos y los dones de Dios, que normalmente se hacen para iluminarlos, los endurecen en su ceguera; la predicación de los profetas acaba por “engravecer el corazón de este pueblo,` por taparle losojos para que sus ojos no vean... y su corazón no comprenda” (Is 6,10).

NT.

1. DIOS VISIBLE EN JESUCRISTO.

1. En Jesucristo hace Dios ver las maravillas inauditas prometidas por los profetas (Is 52,15; 64,3; 66, 8) las cosas “nunca vistas” (Mt 9,33). Simeón puede partir en paz: “[sus] ojos han visto la salvación” (Lc 2,30). “Dichosos los ojos que ven”, los gestos de Jesús: ven “lo que muchos profetas y justos desearon ver y no vieron” (Mt 13,16s); ven de cerca lo que Abraham vio “de lejos” (Heb 11,13) y de que ya se regocijaba, “el día” de Jesús (Jn 8,56). Son dichosos a condición de no escandalizarse de Jesús y de ver lo que sucede en realidad: “los ciegos ven... el Evangelio se anuncia...” (Mt 11,5s). 2. Ver y creer. Ya en los Evangelios sinópticos, pero todavía más claramente en Juan, la vista de lo que hace Jesús y de lo que Dios realiza en él es una invitación a creer, a acceder por la fe a la vertiente invisible de la historia de la salvación.

Los signos operados por Jesús deberían conducir a la fe (Jn 2,23; 10,41; 11,45; cf. Lc 17,15.19). Si no se otorgan otros signos a quien los pide, es sin duda, por lo menos en parte, porque ellos no llegarían a la fe (Mt 12,38s p; cf. Mc 15,32). Por lo demás, la fe perfecta debería prescindir de ver signos (In 4,38), pero la realidad está muy lejos de este ideal. En efecto, muchos, pese a haberse operado tantos signos delante de ellos, no pueden creer (Jn 12,37) y ni siquiera, en alguna manera, ver (Mt 13,14s; Jn 12,40; cf. Is 6,9s). Para ellos la luz del mundo (Jn 8,12; 9,5) se convierte en tinieblas la clarividencia se convierte en ceguera: “Si estuvierais ciegos, estaríais sin pecado; pero vosotros decís: "Nosotros vemos." Vuestro pecado permanece” (Jn 9,39s).

En los relatos de la resurrección vuelven a encontrarse los mismos temas. La vista del sepulcro vacío (Jn 20,28), la de las apariciones en que Jesús “se deja ver” (óphthe: Hech 13,31; 1Cor 15,5-8; Mt 28,7.10 p) a testigos (Hech 10,40s), deberían dar por resultado la fe (Jn 20,29; cf. Mt 28,17). Pero es posible ver u oír a los que han visto y quedarse en la incredulidad (Le 24,12; 27,39ss; Mc 16,11-14), mientras que aun aquí la fe ideal habría sido creer sin haber visto (Jn 20,29).

3. Dios es visible en Jesucristo.

Si existe una vista que precede a la fe, la fe misma desemboca en un conocimiento y en una vista. En efecto, no sólo los cielos se abren sobre el Hijo del hombre (Jn 1,51; cf. Mt 3,16) y los misterios de Dios se revelan, la vida se da a los que creen en él (Jn 3,21.36), sino que la gloria misma de Dios, la que Moisés no había podido contemplar sino en forma pasajera y parcial (Éx 33, 22s; 2Cor 3,11), irradia constantemente y sin velo de la persona del Señor (2Cor 3,18): “Nosotros vimos su gloria” (Jn 1,14). Ver a Jesús es ya ver al Verbo, “la vida que estaba en el Padre y que se nos apareció” (Jn 1,1-3). Y, puesto que “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí... el que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9s; cf. 1,18; 12,45).

II. VER A DIOS COMO ES.

Ni siquiera la encarnación del Hijo de Dios puede colmar nuestro deseo de ver a Dios, pues Jesús en tanto no ha retornado a su Padre (Jn 14,12.28) no ha revelado todavía toda la gloria que le corresponde (17,1.5). Jesús debe desaparecer, volver al mundo invisible de donde viene, el mundo “de las realidades que no se ven” y que son la fuente de las que vemos (Heb 11,1s), el mundo de Dios. Por eso es necesario que no se le vea ya (Jn 16,10-11), que los hombres le busquen sin poderle encontrar (7,34; 8,21). Cuando los discípulos lo hayan “visto” por última vez en el momento de ascensión (Hech 1,9ss), comenzará el tiempo en el cual los “que no lo han visto” deberán amarlo y regozijarse “sin verlo todavía, pero creyendo” (1Pe 1,8s).

Llegará un día en el que se verá al Hijo del hombre “sentado a la derecha del Poder” (Mt 26,64 p) y “venir sobre las nubes del cielo” (Mt 24,30 p). Esteban “ve” ya ese día del Señor como una realidad actual (Hech 7,55s). El Apocalipsis sugiere que se ve ya esta venida a lo largo de la historia: “Ved que viene con las nubes. Y lo verán todos, incluso los que lo traspasaron...” (Ap 1,7; cf. 19,37). Pero en realidad “todavía no vemos”, sino en la fe, “que todo le está sometido” (Heb 2,8). Ahora ya no es el tiempo de “mirar al cielo”, sino de testimoniar que se le verá volver como ha desaparecido (Hech 1,11), y de vivir en esta doble espera: estar siempre con el Señor (1Tes 4,17; Flp 1,23) y “ver a Dios> (Mt 5,8), “ver su rostro” (Ap 22,4), “verle como es” (1Jn 3,2), en su misterio inaccesible, dado totalmente a sus hijos.

JEAN DUPLACY y JACQUES GUILLET