Soberbia.

1. La soberbia y sus efectos.

La soberbia, “odiosa al Señor y a los hombres” (Eclo 10,7), es también ridícula en el hombre “que es polvo y ceniza” (Eclo 10,9). Tiene formas más o menos graves. Existe el vanidoso que ambiciona honores (Lc 14, 7; Mt 23,6s), que aspira a las grandezas, a veces de orden espiritual (Rom 12,16.3), que envidia a los otros (Gál 5.26); el insolente de mirada altiva (Prov 6,17; 21,24); el rico arrogante que hace ostentación de su lujo (Am 6,8) y al que su riqueza lo hace presuntuoso (Sant 4, 16; 1Jn 2,16); el orgulloso hipócrita, que hace todo para ser visto y cuyo corazón está corrompido (Mt 23,5.25-28); el fariseo que confía en su pretendida justicia y desprecia a los demás (Lc 18,9-14).

Finalmente, en la cúspide se halla el soberbio, que rechazando toda dependencia, pretende ser igual a Dios (Gén 3,5; cf Flp 2,6; Jn 5,18); no gusta de las reprensiones (Prov 15,12) y le horroriza la humildad (Eclo 13,20); peca descaradamente (Núm 15,30s) y se ríe de los servidores y de las promesas de Dios (Sal 119,51; 2Pe 3,3s).

Dios maldice al soberbio y le tiene horror (Sal 119,21; Lc 16,15); el que está contaminado de soberbia (Mc 7, 22) está cerrado a la gracia (1Pe 5, 5) y a la fe (Jn 5,44); ciego por su culpa (Mt 23,24; Jn 9,39ss), no puede hallar la sabiduría (Prov 14,6) que lo llama a la conversión (Prov 1, 22-28).

Tratándolo se hace uno semejante a él (Eclo 13,1); por eso, el que lo evita es bienaventurado (Sal 1,1). 2. La soberbia de los paganos, opresores de Israel. Donde reinan los soberbios, que ignoran al verdadero Dios, los débiles son reducidos a servidumbre. Israel lo experimentó en Egipto, donde el faraón intentó oponerse a su liberación por Dios (lix 5,2.). Israel se verá constantemente bajo la amenaza de ser esclavizado por los paganos, cuyo soberbio poder “lanza un reto al Dios vivo” (1Sa 17,26). Desde el gigante Goliat hasta el perseguidor Antíoco (1Sa 17,4; 2Mac 9,4-10), pasando por Senaquerib (2Re 18,33ss), es la misma la soberbia expresada por el intolerable dicho de Holofernes: “¿Quién es Dios, sino Nabucodonosor?” (Jdt 6,2).

El tipo de esta soberbia dominadora de los Estados que hoy se llaman totalitarios, es Babilonia, a la que se designaba como “la soberana de los reinos” (cf. Is 13,19) y que pretendía serlo “para siempre” diciendo en su corazón: “Yo, y nada más que yo” (Is 47,5-10). Soberbia colectiva, cuyo símbolo es la torre de Babel que se yergue sin acabar en los umbrales de la historia bíblica: sus constructores pretendían crearse un nombre llegando hasta el cielo (Gén 11,4).

2. La soberbia de los impíos, opresores de los pobres.

En Israel mismo puede producir la soberbia frutos de opresión y de impiedad. La ley prescribía la bondad con los débiles (Éx 22,21-27) e invitaba al rey a no ensoberbecerse, ya acumulando demasiada plata y oro, ya elevándose por encima de sus hermanos (Dt 17, 17.20). El soberbio, para enriquecerse, no vacila en aplastar al pobre, cuya sangre para el lujo del rico (Am 8,4-8; Jer 22,13ss) Pero este desprecio del pobre es desprecio de Dios y de su justicia. Los soberbios son impíos, como los paganos. Los perseguidos (Sal 10,2ss) y henchidos por ellos de desprecio (Sal 123,4) hacen llamamiento a Dios en los salmos, subrayando la arrogancia de sus perseguidores (Sal 73,6-9), cuyo corazón es insensible (Sal 119,70). A los fariseos que tienen en el corazón la soberbia y el amor del dinero, les recuerda Jesús que no se puede servir a dos señores: quien se apega a la riqueza no puede menos de despreciar a Dios (Lc 16,13ss).

3. El castigo de los soberbios.

Dios se burla de los soberbios (Prov 3,34), .de los potentados que pretenden sacudir su yugo (Sal 2,2ss). Escuchen la terrible sátira del tirano que se pudre sin sepultura en el campo de batalla donde ha hecho matanza de su pueblo, él que pretendía señorear sobre las estrellas, semejante al Altísimo (Is 14,3-20; Ez 28,17ss; 31). Los imperios, como sus tiranos, serán derribados. A veces son los instrumentos de que se sirve Dios para castigar a su pueblo; pero Dios los castiga luego por la soberbia con que han cumplido su misión; tal es el caso de Asur (Is 10,12) y el de Babilonia, abatida repentinamente por un golpe inevitable, imprevisible (Is 47,9.11).

El pueblo de Dios y la ciudad santa de Jerusalén, donde se ha dilatado la soberbia (Jer 13,9; Ez 7,10), serán castigados también el día de Yahveh. “En aquel día será abajado el orgullo del hombre, su arrogancia humillada: Yahveh, él solo, será exaltado” (Is 2,6-22). Dios dará con creces a los soberbios lo que les es debido (Sal 31,24). Ellos, que se burlaban de los justos (Sab 5,4; cf. Lc 16,14), pasarán como humo (Sab 5,8-14). Su elevación no es sino el preludio de su ruina (Prov 16,18; Tob 4,13): “El que se ensalza será humillado” (Mt 23,12).

4. El vencedor de la soberbia: el salvador de los humildes.

¿Cómo “dispersa el Señor a los hombres de corazón soberbio” (Lc 1,51) ¿Cómo triunfa de Satán, antigua serpiente que incitó al hombre a la soberbia (Gén 3,5), el diablo que quiere seducir al mundo entero para ser adorado por él como su dios (Ap 12,9; 13,5; 2Cor 4,4)? Por medio de una Virgen humilde (Lc 1,48) y de su recién nacido, Cristo Señor, que tiene por cuna un pesebre (Lc 2,1ls; cf, Sal 8,3).

Éste, al que habría querido matar la soberbia de Herodes (Mt 2,13), inaugura su misión desechando la gloria del mundo que le ofrece Satán, y todo mesianismo que pudiera estar falseado por la soberbia (Mt 4, 3-10). Se le echa en cara hacerse igual a Dios (Jn 5,18); ahora bien, lejos de prevalerse de esta igualdad, no busca su gloria (Jn 8,50), sino únicamente la exaltación de la cruz (Jn 12,31ss; F1p 2,6ss), Si pide al Padre que le glorifique, es para que el Padre sea glorificado en él (Jn 12,28; 17,1).

Sus discípulos, y especialmente los pastores de su Iglesia, deberán seguirle por este camino (Lc 22,26s; 1Pe 5,3; Tit 1,7). En su nombre triunfarán del demonio en la tierra (Lc 10,18ss); pero los poderes de la soberbia no serán derrocados sino el día del Señor, por la manifestación de su gloria (2Tes 1,7s). Entonces el impío que se hacía igual a Dios será destruido por el soplo del Señor (2Tes 2,4.8); entonces la gran Babilonia, símbolo del Estado deificado, será abatida de un golpe (Ap 18,10. 21). Entonces también los humildes, y sólo ellos, aparecerán, semejantes a Dios, cuyos hijos son (Mt 18,3s; 1Jn 3,2).

MARC-FRANÇOIS LACAN