Salvación.

La idea de salvación (fig. soto y derivados) se expresa en hebreo con toda una serie de raíces que se refieren a la misma experiencia fundamental: salvarse uno es verse sustraído a un peligro en que estaba expuesto a perecer. Según la naturaleza del peligro, el acto de salvar tiene afinidad con la protección, la liberación, el rescate, la curación, y la salvación la tiene con la victoria, la vida la paz... A partir de tal experiencia humana y utilizando los términos mismos que la expresaban, explicó la revelación los aspectos más esenciales de la acción de Dios en la tierra: Dios salva a los hombres, Cristo es nuestro salvador (Le 2,11), el Evangelio aporta la salvación a todo creyente (Rom 1,16). Hay, pues, aquí un término clave en el lenguaje bíblico; pero sus resonancias finales no nos deben hacer olvidar el lento proceso de elaboración.

AT.

1. LA SALVACIÓN DE DIOS EN LA HISTORIA Y EN LA ESCATOLOGÍA.

La idea de un Dios que salva a sus fieles es común a todas las religiones En el AT es un tema corriente y antiguo, como lo prueban los nombres propios compuestos con la raíz “salvar” (Josué, Isaías, Eliseo, Oseas, para no citar más que la raíz principal yas'). Pero la experiencia histórica del pueblo de Dios le da una coloración particular que explica por una parte su empleo en la escatología profética.

1. La experiencia histórica.

Cuando se halla Israel en período crítico y se ve librado por Dios, sea por un concurso providencial de circunstancias que puede llegar hasta el milagro, sea enviándole un jefe humano que lo lleve a la victoria, entonces experimenta la “salvación de Dios”. El asedio de Jerusalén por Senaquerib ofrece un ejemplo clásico de esto: el rey de Asiria niega que Yahveh pueda salvar a Israel (2Re 18,30-35); Isaías promete la salvación (2Re 19,34; 20,6); y efectivamente Dios salva a su pueblo. Ahora bien, los historiadores sagrados señalan en el pasado múltiples experiencias de este género. Dios salvó a David (es decir: le dio la victoria) dondequiera que fue (2Sa 8,6.14; 23,10.12). Por intermedio de David salvó a su pueblo de las manos de sus enemigos (2Sa 3,18), como lo había hecho ya por medio de Saúl (1Sa 11,13), de Samuel (1Sa 7,8), de Sansón (Jue 13,5), de Gedeón (Jue 6,14), de todos los jueces (Jue 2,16.18). En el tiempo del éxodo sobre todo salvó a Israel rescatándolo y liberándolo (Ex 14,13; cf. Is 63,8s; Sal 106,8. 10.21). Y remontándose en el pasado más allá de esta experiencia capital, se le ve salvar a los hijos de Jacob por intermedio de José (Gén 45,5), salvar la vida a Lot (Sab 10, 6), salvar a Noé del diluvio (Sab 10,4; cf. Gén 7,23)... Así se comprende que en todo peligro inminente recurra Israel a Yahveh “a fin de ser salvo” (Jer 4,14) y se queje si no llega la salvación prevista (Jer 8,20). Sabe que fuera de su Dios no hay salvador (Is 43,11; cf. 47,15, Os 13, 4) y pensando en las salvaciones pasadas gusta de invocarle con este título (cf Is 63,8; 1Mac 4,30). Es cierto que, en esta misma historia, se ve esbozarse en más de un caso una ley providencial cuyas consecuencias se manifestarán en el marco de la escatología: en los peligros causados por el pecado humano, sólo un resto se salva (como Noé en el diluvio). La salvación no se realiza sin el acompañamiento de un juicio divino y sin separar a los justos de los pecadores.

2. Las promesas escatológicas.

En la hora de la gran prueba nacional es cuando Israel mira con más confianza a Dios que le ha de salvar (cf. Miq 7,7). Su título de salvador se convierte en un leitmotiv de la escatología profética (Sof 3,17; Is 33,32; 43,3; 45,15.21; 60,16; Bar 4, 22), y los oráculos relativos a los “últimos tiempos” describen bajo aspectos diversos la salvación final de Israel. Yahveh, dice Jeremías, salvará a su pueblo restituyéndolo a su tierra (Ser 31,7) y enviándole al rey-mesías (Jer 23,6). Yahveh, dice Ezequiel, salvará a sus ovejas conduciéndolas a buenos pastos (Ez 34, 22); salvará a su pueblo de todas sus impurezas mediante el don de su Espíritu (Ez 36,29). El mensaje de consolación y la literatura afín evocan constantemente al Dios que viene a salvar a su pueblo (ls 35,4) y, más allá de Israel, a la tierra entera (Is 45,22). La salvación es el acto esencial de su justicia victoriosa (cf. Is 63,1); para realizarla enviará a su siervo (Is 49,6.8). Por eso la pareja de palabras “justicia y salvación” tiende a convertirse en una designación técnica de su obra escatológica, prometida y acogida de antemano con entusiasmo (Is 46,13; 52,7-10; 56,1; 59,17; 61,10; 62,1). Pero todavía más que en la historia de Israel, la experiencia de esta salvación será reservada a un resto (Am 3,12; 5,15; 9,8; Is 10,20s; 28, 5): antes de que sobrevenga, se operará aquí abajo el juicio de Dios.

Las descripciones postexílicas del día de Yahveh cantarán el gozo de esta salvación (Is 12,2; 25,9) otorgada a todos los que invocan el nombre del Señor (JI 3,5), a todos los que están inscritos en su libro (Dan 12,1). Finalmente, la sabiduría alejandrina describirá la salvación de los justos el último día (Sab 5,2). Así, a lo largo de los textos la idea de salvación se enriqueció con toda una gama de armónicos. Ligada con el reino de Dios, es sinónimo de paz y de fidelidad (Is 52,7), de purificación (Ez 36,29) y de liberación (Jer 31,7). Su artífice humano, el rey escatológico, merece también el título de salvador (Zac 9,9 LXX), pues salvará a los pobres oprimidos (Sal 72,4.13). Todos estos aspectos de la profecía preparan directamente el NT.

II. LA SALVACIÓN DE DIOS EN LA ORACIÓN DE ISRAEL.

Con tal trasfondo de experiencia histórica y de profecía, la oración de Israel reserva un lugar importante al tema de la salvación.

1. Las certezas de la fe.

La salvación es un don de Dios: tal es la certeza fundamental, en apoyo de la cual se puede invocar la experiencia de la conquista (Sal 44,4.7s). Es inútil abrigar una confianza presuntuosa en las fuerzas humanas (Sal 33,16-19): la salvación de los justos viene de Yahveh (Sal 37,29s); él mismo es la salvación (Sal 27,1; 35,3; 62, 7). Esta doctrina es corroborada por numerosas experiencias ¡Cuántos hombres en peligro fueron salvados por Dios cuando clamaron a él (Sal 107,13.19.28; cf. 22-6)! Diversas oraciones de acción de gracias atestiguan hechos de este género (p.e., Sal 118,14): oraciones de gentes salvadas del peligro (Sal 18,20), de la prueba (Eclo 51,11), de la muerte que les amenazaba (Sal 116,6). Los libros tardíos se complacen en narrar historias análogas: los tres muchachos salvados del fuego (Dan 3, 28 = 95), y Daniel, del foso de los leones (Dan 6,28), porque Dios salva siempre al que espera en él (Dan 13,60). Lo asegura a cada uno de sus servidores (Sal 91,14ss), como lo prometió para su pueblo (Sal 69,36) y para su ungido (Sal 20,7). Y los salmos enumeran a todos los clientes de Dios, a los que tiene costumbre de salvar cuando lo invocan: los justos (34,16.19), los pobres (34,7; 109, 31), los humildes (18,28; 76,10; 149, 4), los pequeños (116,6), los perseguidos (55,17), los corazones rectos (7,11), los espíritus abatidos (34,19) y en general todos los que le temen (145,19). Hay aquí con qué inspirar confianza e incitar a la oración.

2. Los llamamientos al Dios salvador.

Los suplicantes invocan a Dios bajo el título de salvador (Eclo 51, 1; “Salvador de los desesperados”, Jdt 9,11) o de “Dios de salvación” (Sal 51,16; 19,9). Su oración se cifra en una palabra: “¡Salva, Yahveh!” (Sal 118,25), “Sálvame y seré salvo” (Jer 17,14). A continuación se evocan generalmente circunstancias concretas, semejantes a aquellas en que todos los hombres se ven situados un día u otro: prueba y angustia (Sal 86,2), peligro inminente y mortal (69,2.15), persecución de los enemigos (22,22; 31,12.16; 43,1; 59,2). Y a veces Yahveh mismo responde a la súplica con un oráculo de salvación (Sal 12,2.6). Por encima de las peticiones individuales, el alma israelita suspira también por la salvación escatológica prometida por los profetas (cf. Sal 14,7; 80,3s.8. 20): “Sálvanos, Yahveh, Dios nuestro y recógenos de en medio de las naciones” (Sal 106,47). También aquí se da el caso de que responda Dios con un oráculo (Sal 85,5 8.10). Es tan grande el influjo del mensaje de consolación que algunos salmos cantan por adelantado la manifestación de la salvación que anunciaba (Sal 96,2; 9'8,lss), mientras otros expresan la esperanza de experimentar esta alegría (Sal 51,14). A través de todos estos textos se ve cómo el alma de Israel, en el umbral del NT, está orientada hacia la salvación que va a aportar Cristo al mundo.

NT.

1. REVELACIÓN DE LA SALVACIÓN.

1. Jesucristo, salvador de los hombres.

a) En primer lugar se revela Jesús salvador mediante actos significativos. Salva a los enfermos curándolos (Mt 9,21 p; Mc 3,4; 5,23; 6,56); salva a Pedro caminando sobre las aguas y los dos discípulos sorprendidos por la tempestad (Mt 8,25; 14,30). Lo esencial es creer en él: la fe es la que salva a los enfermos (Le 8,48; 17,19; 18,42), y los discípulos se ven reprochar el haber dudado (Mt 8,26; 14,31). Estos hechos muestran ya cuál es la economía de la salvación. Sin embargo, no hay que limitarse a la salud corporal.

Jesucristo aporta a los hombres una salvación mucho más importante: la pecadora se salva porque le perdona sus pecados (Lc 7,48ss). y la salvación entra en casa de Zaqueo penitente (Lc 19,9). Para ser salvo es necesario, pues, acoger con fe el Evangelio del Reino (cf. Lc 8,12). En cuanto a Jesús, la salvación es el objetivo de su vida; vino acá abajo para salvar lo que se había perdido (Lc 9,56; 19,10), para salvar al mundo y no para condenarlo (Jn 3,17; 12,47). Si habla, es para salvar a los hombres (Jn 5,34). Él es la puerta: quien entre por ella será salvo (Jn 10,9).

b) Estas palabras dan a entender que el gran asunto es la salvación de los hombres. El pecado los pone en peligro de perdición. Satán está ahí, pronto a intentarlo todo para perderlos y para impedir que se salven (Lc 8,12). Son ovejas perdidas (Lc 15,4.7); pero Jesús ha sido enviado precisamente por ellas (Mt 15, 24): ya no se volverán a perder si entran en su rebaño (Jn 10,28; cf. 6,39; 17,12; 18,9). Sin embargo, la salvación que ofrece tiene una contrapartida: para quien no aproveche la oportunidad, es inminente e irreparable el riesgo de perdición. Hay que hacer penitencia a tiempo, si no quiere uno perderse (Lc 13,3.5). Hay que entrar por la puerta estrecha si se quiere pertenecer al número de los salvados (Lc 13,23s). Hay que perseverar por este camino hasta el fin (Mt 24,13). La obligación de desasimiento es tal que los discípulos se preguntan: “Entonces ¿quién podrá salvarse?” Efectivamente, para los hombres es imposible, precisa un acto de la omnipotencia (poder) de Dios (Mt 19,25s p). Finalmente. la salvación que ofrece Jesús se presenta bajo la forma de una paradoja: “Quienquiera salvarse se perderá. quien consienta en perderse,se salvará para la vida eterna” (Mt 10,39; Lc 9,24; Jn 12,25). Tal es la ley, y Jesús mismo se somete a ella: él, que ha salvado a los otros, no se salva a sí mismo a la hora de la cruz (Mc 15,30s). Cierto que el Padre podría salvarle de la muerte (Heb 5,7); pero precisamente por razón de esta hora vino acá abajo (Jn 12,27). Así pues, quien busque la salvación en la fe en él, deberá seguirle hasta este punto.

2. El Evangelio de la salvación.

a) Después de la resurrección y pentecostés, el mensaje de la comunidad apostólica tiene por objeto la salvación realizada conforme a las Escrituras. Por su resurrección fue Jesús establecido por Dios “cabeza y salvador” (Hech 5,31; cf. 13,23) Los milagros operados por los apóstoles confirman el mensaje: si se salvan enfermos por la virtud del nombre de Jesús, es que no hay otro nombre por el que hayamos de ser salvos (Hech 4,9-12; cf. 14,3). Así el Evangelio se define como la “palabra de la salvación” (Hech 13,26; cf. 11,14), dirigida primero a los judíos (Hech 13,26), luego a las otras naciones (Hech 13,47; 28,28). A cambio, se invita a los hombres a creer “para salvarse de esta generación extraviada” (Hech 2,40). La condición de la salvación es la fe en el Señor Jesús (Hech 16,30s; cf. Mc 16, 16), la invocación de su nombre (Hech 2,21; cf. J1 3,5). Judíos y paganos se hallan en este sentido en posición idéntica. No se salvan ellos mismos: la gracia del Señor es la que los salva (Hech 15,11). Los apóstoles aportan, pues, a los hombres la única “vía de salvación” (Hech 16,17). Los convertidos tienen tal conciencia de ello que se consideran a sí mismos como el resto que se ha de salvar (Hech 2.47).

h) Esta importancia del tema de la salvación en la predicación primi tiva explica que los evangelistas Mateo y Lucas quisieran subrayar desde la infancia de Jesús su futuro papel de salvador. Mateo pone este papel en relación con su nombre, que significa “Yahveh salva” (Mt 1, 21). Lucas le da el título de Salvador (Lc 2,11). Hace saludar por boca de Zacarías el próximo alborear de la salvación prometida por los profetas (1,69.71.77), y por Simeón su aparición en la tierra en una perspectiva de universalismo total (2,30). Finalmente, la predicación de Juan Bautista, según las Escrituras, prepara las vías del Señor para que “toda carne vea la Salvación de Dios” (3,2-6; cf Is 40,3ss; 52,10). Los recuerdos conservados en la sucesión de los Evangelios presentan en forma concreta esta manifestación de la salvación que culminará en la cruz y en la resurrección.

II. TEOLOGÍA CRISTIANA DE LA SALVACIÓN.

Aunque los escritos apostólicos recurren a un vocabulario variado para describir la obra redentora de Jesús, se puede intentar construir una síntesis de la doctrina cristiana en torno a la idea de la salvación.

1. Sentido de la vida de Cristo.

“Dios quiere la salvación de todos los hombres” (1Tim 2,4; cf. 4,10). Por eso envió a su Hijo como salvador del mundo (1 In 4,14). Cuando apareció acá en la tierra “nuestro Dios y salvador” (Tit 2,13), que venía para salvar a los pecadores (1Tim 1,15), entonces se manifestaron la gracia y el amor de Dios nuestro salvador (Tit 2,11 3.4); porque por su muerte y su resurrección vino a ser Cristo para nosotros “principio de salvación eterna” (Heb 5,9), salvador del cuerpo que es la Iglesia (Ef 5,23). El título de salvador conviene lo mismo al Padre (1Tim 1,1; 2,3; 4, 10; Tit 1,3; 2,10) que a Jesús (Tit 1.4; 2,13; 3,6; 2Pe 1,11; 2,20; 3, 2.18). Por esto el Evangelio, que refiere todos estos hechos, es “una fuerza de Dios para la salvación de todo creyente” (Rom 1,16). Al anunciarlo un apóstol no tiene otro fin que la salvación de los hombres (1Cor 9,22; 10,33; 1Tim 1,15), ya se trate de paganos (Rom 11,11) o de judíos, de los cuales por lo menos un resto se salvó (Rom 9,27; 11,14) antes de que finalmente se salve todo Israel (Rom 11,26).

2. Sentido de la vida cristiana.

Una vez que se ha propuesto a los hombres el Evangelio por la palabra apostólica, éstos tienen que hacer una elección que determinará su suerte: la salvación o la pérdida (2Tes 2,10; 2Cor 2,15), la vida o la muerte. Los que creen y confiesan su fe se salvan (Rom 10,9s.13), siendo, por lo demás, sellada su fe por la recepción del bautismo, que es una verdadera experiencia de la salvación (1Pe 3,21). Dios los salva por pura misericordia, sin considerar sus obras (2Tim 1,9; Tit 3,5), por gracia (Ef 2,5.8), dándoles el Espíritu Santo (2Tes 2,13; Ef 1,13; Tit 3,5s). A partir de este momento debe el cristiano guardar con fidelidad la palabra que puede salvar su alma (Sant 1,21); debe alimentar su fe con el conocimiento de las Escrituras (2Tim 3,15) y hacerla fructificar en buenas obras (Sant 2,14); debe trabajar con temor y temblor para “realizar su salvación” (Flp 2,12). Esto supone un ejercicio constante de las virtudes saludables (1Tes 5,8), gracias a las cuales crecerá con vistas a la salvación (1Pe 2,2). No está permitida la menor negligencia; la salvación se ofrece a cada instante de la vida (Heb 2,3); “ahora es el, día de la salvación” (2Cor 6,2).

3. La espera de la salvación final.

Si somos así herederos de la salvación (Heb 1,14) y estamos plenamente justificados (Rom 5,1), sin embargo, todavía no estamos salvados más que en esperanza (Rom 8,24). Dios nos tiene reservados para la salvación (1Tes 5,9), pero se trata de una herencia que sólo se revelará al final del tiempo (1Pe 1,5). El esfuerzo de la vida cristiana se impone porque cada día que pasa aproxima este final (Rom 13,11). La salvación, en el sentido fuerte de la palabra, se debe, pues, considerar en la perspectiva escatológica del día del Señor (1Cor 3.lss: 5,5). Reconciliados ya con Dios por la muerte de su Hijo y justificados por su sangre, seremos entonces salvados por él de la ira ( Rom 5.9ss). Cristo aparecerá para darnos la salvación (Heb 9,28). Por eso aguardamos esta manifes:ac;5n final del salvador, que acabará su obra transformando nuestro cuerpo (Flp 3,20s); en esto es nuestra salvación objeto de esperanza (Rom 8.23ss). Entonces seremos salvados de la enfermedad, del sufrimiento, de la muerte; todos los males de que pedían ser librados los salmistas y de los que Jesús, durante su vida, triunfaba por el milagro, serán abolidos definitivamente. El cumplimiento de tal obra será la victoria por excelencia de Dios y de Cristo. En este sentido testimonian las aclamaciones litúrgicas del Apocalipsis: “La salvación es de nuestro Dios y del cordero” (Ap 7.10; 12,10; 19,1).

COLOMBÁN LESQUIVIT y PIERRE GRELOT