Sacrificio.

Una ojeada rápida a la Biblia nos instruye sobre la importancia y la universalidad del sacrificio. Jalona toda la historia: humanidad primitiva (Gén 8,20), gesta patriarcal (Gén 15,9...), época mosaica (Éx 5,3), período de los jueces y de los reyes (Jue 20,26; 1Re 8,64), era postexílica (Esd 3,1-6). Marca el ritmo de la existencia del individuo y de la comunidad. El episodio misterioso de Melquesidec (Gén 14,18), en el que la tradición descubre una comida sacrificial, y la actividad litúrgica de Jetró (Éx 18,12) amplían todavía este horizonte: fuera del pueblo elegido (cf. Jon 1,16), el sacrificio traduce la piedad personal y colectiva. Hay profetas que, en sus visiones del futuro, no olvidan las ofrendas de los paganos (Is 56,7; 66,20; Mal 1,11). Así, cuando los escritores del AT esbozan a grandes rasgos su fresco de la historia, no conciben vida religiosa sin sacrificio. El NT precisará esta intuición y la consagrará en forma original y definitiva.

AT.

1. DESARROLLO DE LOS RITOS SACRIFICIALES.

1. De la sencillez original...

En la época más remota que deja entrever la historia bíblica se caracteriza el ritual por una sobriedad rudimentaria, conforme con las costumbres de nómadas o seminómadas: erección de altares, invocación del nombre divino. ofrenda de animales o de productos del suelo (Gén 4,3; 12,7s). No hay lugar fijo: se sacrifica allí donde se manifiesta Dios. El altar de tierra primitivo, la tienda móvil (Éx 20,24; 23,15) dan testimonio, a su manera, del carácter ocasional y provisional de los antiguos lugares de culto. No hay ministros especializados: el cabeza de familia o de clan, y bajo la monarquía el rey, inmolan víctimas. Pero ya en fecha temprana asumen este oficio hombres elegidos especialmente (Dt 33,8ss; Jue 17). Así como bajo Josías el templo vendrá a ser el centro único de toda actividad sacrificial, así también los sacerdotes se reservarán, con o sin el concurso de los levitas, el monopolio de los sacrificios.

2. ...a la complejidad de los ritos.

Esta complejidad resulta de los enriquecimientos introducidos por la historia. Se observa, en efecto, una evolución en el sentido de la multiplicidad, de la variedad y la especialización de los sacrificios. Causas múltiples explican esta evolución y este desarrollo: paso del estado nómada y pastoril a la vida sedentaria y agrícola, influjo cananeo, importancia creciente del sacerdocio. Israel asimila elementos tomados de sus vecinos: filtra, rectifica, espiritualiza. No obstante los abusos de la religión popular (Miq 6,7; Jue 11,30s; IRe 16,34), rechaza las víctimas humanas (Dt 12,31; 18,10; 1Sa 15,33 no describe un sacrificio sino la ejecución de un anatema). Israel se enriquece con la herencia cultual de los otros pueblos y ejerce así su función mediadora reorientando hacia el verdadero Dios prácticas desviadas por las concepciones paganas. Su ritual se completa y se complica.

II. LOS DIFERENTES ASPECTOS DEL SACRIFICIO.

1. De los tipos variados que presenta la historia...

La Biblia atestigua desde los comienzos la coexistencia de tipos variados. El holocausto ('ólah), desconocido en Mesopotamia, importado tardíamente en Egipto, figura ya en las viejas tradiciones y bajo los Jueces (Gén 8,20: Jue 6,21; 11,31; 13,19). Se quemaba enteramente la víctima (toro, cordero, cabrito, pájaro). Otra categoría de sacrificio, muy propagada entre los semitas, consistía esencialmente en una comida sagrada (zebah selamim): el fiel come y bebe “delante de Yahveh” (Dt 12,18; 14,26); de la alianza del Sinaí es sellada con tal sacrificio (Éx 24,4-8). Desde luego, no todo banquete sagrado supone necesariamente un sacrificio; pero en realidad, en el AT estos banquetes de comunión lo implicaban: una parte de la víctima (ganado mayor o menor) correspondía por derecho a Dios, señor de la vida (sangre derramada: grasas consumidas = “alimento de Dios”, “manjar de Yahveh”, mientras que la carne servía de alimento a los convidados. También bastante temprano se practicaron ritos expiatorios (1Sa 3,14; 26,19; 2Sa 24,15...; cf. Os 4,8; Miq 6,7). Según una fórmula arcaica (Gén 8,21), conservada y espiritualizada (Lev 1,9; 3,16), Dios aceptaba ofrendas “como perfume de aplacamiento.

2. ...a la síntesis del Levítico.

El Levítico expone en lenguaje técnico y en forma sistemática los “dones” ofrecidos a Dios (Lev 1-7; 22,17-30), sangrientos o no sangrientos (minhab): holocausto, ofrendas de alimentos, sacrificios de comunión (eucarístico, votivo, espontáneo), sacrificio por el pecado (hattá t), sacrificio de reparación (asam). Pero las rúbricas no ahogan el espíritu: los gestos minuciosos se cargan de sentido sagrado. La acción de gracias, como también el deseo de expiación (Lev 1,4; cf. Job 1,5) inspiran el holocausto. Tras una termino logia a veces indigesta se descubre un fino sentido de la santidad de Dios, la obsesión del pecado, una necesidad insatisfecha de purificación. En este ritual la noción de sacrificio tiende a concentrarse en torno a la idea de expiación. Aquí desempeña gran papel la sangre, pero su eficacia deriva en definitiva de la voluntad divina (Lev 17,11; cf. Is 43,25) y supone sentimientos de penitencia. La reparación de las impurezas rituales, de las faltas inconscientes iniciaba prácticamente a los fieles en la purificación del corazón, así como las leyes sobre lo puro y lo impuro orientaban las almas hacia la abstención del mal. La comida de los selanrirn traduce y realiza en el gozo y en la euforia espiritual la comunión de los comensales entre sí y con Dios, ya que todos participan de la misma víctima.

III. DE LOS RITOS AL SACRIFICIO ES PIRITUAL.

1. Los ritos como signos del “sacrificio espiritual”.

El Dios de la Biblia no saca provecho de los sacrificios: no se considera a Yahveh como deudor del hombre, sino al hombre como cliente de Dios. Los ritos hacen visibles sentimientos interiores: adoración (holocausto), solicitud por la intimidad con Dios (selamim), confesión del pecado, deseo del perdón (ritos expiatorios). El sacrificio interviene en las ceremonias de alianza con la divinidad (cf. Gén 8,20ss) y especialmente en el Sinaí (Éx 24,5-8); consagra la vida nacional, familiar, individual, sobre todo en ocasión de peregrinaciones y de fiestas (1Sa 1,3; 20, 6; 2Re 16,15). Diálogos (Éx 12,26; 13, 8; 24,4ss), profesión de fe (Dt 26, 5-11), confesión de los pecados (1 Sa 7,6; cf. Lev 5,5), salmos (cf. Sal 22,23-30; 27,6; 54,8) explicitan a veces el alcance espiritual del gesto material. Según Gén 22 - quizá la carta de los sacrificios del templo - Dios rechaza las víctimas humanas y acepta la inmolación de animales: pero estos dones sólo le agradan si el hombre los ofrece con un corazón capaz de sacrificar, en la fe, lo que tiene de más caro, a ejemplo del patriarca Abraham.

2. Primacía de la religión interior.

Una tendencia subsistía: apegarse al rito descuidando el signo. De ahí las amonestaciones de los profetas. A veces se entienden mal sus intenciones. Los profetas no condenan el sacrificio en cuanto tal, sino sus falsificaciones, y en particular las prácticas cananeas (Os 2,5; 4,13). Por sí misma, la multiplicidad de los ritos no honra a Dios. Antiguamente no existía esta proliferación (Am 5,25; Is 43,23s; Jer 7,22ss). Sin las disposiciones del corazón se reduce el sacrificio a un gesto vano e hipócrita; con sentimientos perversos, desagrada a Dios (Am, 4,4; Is 1,11-16). Los profetas insisten con vigor, según el genio de su lengua, en la primacía del alma (Am 5,24; Os 6, 6; Miq 6,8). No innovan, sino cue prolongan la tradición antigua (Éx 19,5; 24,7s) y constante (1Sa 15,22; 1Par 29,17; Prov 15,8; 21,3.27; Sal 40,7ss; 50,16-23; 69,31s; Eclo 34, 18ss). El sacrificio interior no es un sucedáneo, sino lo esencial (Sal 51, 18s); a veces puede suplir el rito (Eclo 35,1-10; Dan 3,38ss). Esta corriente espiritual, que reaparece en Qumrán, denunciaba la piedad superficial, interesada o en desacuerdo con la vida, y ponía finalmente en tela de juicio los ritos mismos. En este sentido los profetas anticipaban la revelación del NT sobre la esencia del sacrificio.

3. La cima de la religión interior en el AT.

Junto a la síntesis legislativa del Levítico ofrece la Biblia otra síntesis esta vez viva, puesto que se encarna en una persona. El siervo de Dios, según Is 53, ofrecerá su muerte en sacrificio de expiación. El oráculo profético marca un progreso notable sobre las concepciones de Lev 16. El macho cabrío emisario, en el gran día de al expiación, se llevaba los pecados del pueblo, pero, a pesar del rito de la imposición de las manos, no se identificaba con la víctima del sacrificio. La doctrina de la sustitución vicaria penal no asomaba en esta liturgia. En cambio, el siervo se constituye libremente en sustituto de los pecadores. Su oblación sin defecto aprovecha a la “multitud” según el designio de Dios. Aquí el máximum de interioridad se asocia al máximum de don con el máximum de eficacia.

NT.

Jesús vuelve a la idea profética de la primacía del alma sobre el rito (Mt 5,23s; Mc 12,33). Al recordar esto prepara los espíritus para comprender el sentido de su propio sacrificio. Entre los dos Testamentos hay continuidad y superación: la continuidad se manifiesta por la aplicación a la muerte de Cristo del vocabulario sacrificial del AT; la superación, por la originalidad absoluta de la ofrenda de Jesús. En realidad esta superación introduce en el mundo una realidad esencialmente nueva.

1. JESÚS SE OFRECE EN SACRIFICIO.

Jesús anuncia su pasión utilizando, palabra por palabra, los términos que caracterizaban el sacrificio expiatorio del siervo de Dios: viene para “servir”, “da su vida”, muere “como rescate”, para provecho de la “multitud” (Mc 10,45 p; Lc 22,37; Is 53,10ss). Además, el marco pascual de la comida de adiós (Mt 26,2; Jn 11,55ss; 12,1...; 13,1) establece una relación intencionada, precisa entre la muerte de Cristo y el sacrificio del cordero pascual. Finalmente, Jesús se refiere expresamente a Ex 24,8, apropiándose la fórmula de Moisés, “la sangre de la alianza” (Mc 14,24 p). La triple referencia al cordero cuya sangre libera al pueblo judío, a las víctimas del Sinaí que sellan la alianza antigua, a la muerte expiatoria del siervo demuestra claramente el carácter sacrificial de la muerte de Jesús: ésta procura a las multitudes la remisión de los pecados, consagra la alianza definitiva y el nacimiento de un pueblo nuevo, garantiza la redención. Estos efectos subrayan el aspecto fecundo de la inmolación del Calvario: la muerte, fuente de vida. La densa fórmula de Jn 17,19 resume esta doctrina: “Por ellos me consagro yo mismo, a fin de que también ellos sean consagrados en verdad.” La eucaristía, destinada a hacer presente in memoriam (cf. Lev 24,7), en el marco de una comida, la única oblación de la cruz, enlaza el nuevo rito de los cristianos con los antiguos sacrificios de comunión. Así, la ofrenda de Jesús, en la realidad sangrienta y en su expresión sacramental, recapitula la economía del AT: es a la vez holocausto, minhab, ofrenda expiatoria, sacrificio de comunión La continuidad de los dos Testamentos es innegable. Pero la oblación de Cristo, por su unicidad, en razón de la dignidad del Hijo de Dios y de la perfección de su ofrenda, por su eficacia universal, sobrepasa los sacrificios variados y múltiples del AT. Vocabulario antiguo, contenido nuevo. La realidad desborda las categorías de pensamiento que sirven para expresarla.

II. LA IGLESIA REFLEXIONA SOBRE EL SACRIFICIO DE JESÚS.

1. Del sacrificio del Calvario a la comida eucarística.

Los escritos apostólicos desarrollan bajo formas diversas estas ideas fundamentales. Jesús viene a ser “nuestra pascua” (1Cor 5,7; Jn 19, 36); e] “cordero inmolado” (1Pe 1, 19; Ap 5,6) inaugura en su sangre la nueva alianza (1Cor 11,25), rescata la grey (Hech 20,28), realiza la expiación de los pecados (Rom 3, 24s), la reconciliación entre Dios y los hombres (2Cor 5,19ss; Col 2, 14). Como en el Levítico, se insiste en la función de la sangre (Rom 5,9; Col 1,20; Ef 1,7; 2,13; 1Pe 1, 2.18s; 1Jn 1,7; 5,6ss; Ap 1,5; 5,9). Pero esta sangre es derramada por un Hijo por iniciativa de su Padre. Los apóstoles esbozan así una comparación entre el sacrificio de Isaac y el de Jesús. Este paralelo pone de relieve la perfección de la oblación del Calvario: Cristo, “agapetos” (cf. Mc 12,6; 1,11; 9,7), se entrega a la muerte, y el Padre, por amor de los hombres, no perdona a su propio Hijo (Rom 8,32; Jn 3,16). Así la cruz revela la naturaleza íntima del sacrificio “de olor agradable” (Ef 5, 2): el sacrificio es, en su sustancia espiritual, un acto de amor. Ahora ya la muerte, destino de la humanidad pecadora. se sitúa en una perspectiva absolutamente original (Rom 5).

En el templo había una mesa para los panes de proposición; también en la comunión cristiana existe una “mesa del Señor” Pablo compara expresamente la eucaristía con los banquetes sagrados de Israel (1Cor 10,18). Pero ¡qué diferencia! Los cristianos no participan ya únicamente en cosas “santas” o “muy santas”, sino que comulgan en el cuerpo y en la sangre de Cristo (1Cor 10,16), principio de vida eterna (Jn 6,53-58). Esta participación significa y produce la unión de los fieles en un solo cuerpo (1Cor 10,17). ideal presentido por Malaquías (1, 11), valedero para todos y para todos los tiempos.

2. Figuras y realidad.

Las múltiples alusiones de los Evangelios y de los escritos apostólicos al vocabulario ritual del AT descubren el sentido profundo de la liturgia antigua: ésta preparaba y prefiguraba el sacrificio redentor. La carta a los Hebreos explicita esta doctrina con la comparación sistemática de las dos economías. Jesús, sumo sacerdote y víctima, funda, como Moisés en el Sinaí, una alianza entre Dios y su pueblo, Ahora ya esta alianza es perfecta y definitiva (Heb 8,6-13; 9,15-10,18). Además Cristo, como el sumo sacerdote el día de la expiación, realiza una acción purificadora. Pero esta vez lleva a cabo la abolición del pecado mediante la efusión de su sangre, más eficaz que la de las víctimas del templo. Los cristianos obtienen no ya únicamente la “pureza de la carne”, sino la “purificación de las conciencias” (9,12ss). La personalidad del pontífice, la excelencia del santuario en que se consuma el sacrificio -el cielo - garantizan el valor único, la eficacia absoluta y universal de la oblación de Cristo. Este sacrificio, arquetipo de todos los otros, que no eran sino la sombra de la realidad, no tiene necesidad de reiterarse (10,1. 10). La liturgia que, según el Apocalipsis (Ap 5,6...), se despliega en el cielo en torno al cordero inmolado, converge con la representación de la carta a los Hebreos.

3. Del sacrificio de la cabeza al “sacrificio espiritual” de los miembros.

Los profetas insistían en las prolongaciones del gesto ritual en la vida cotidiana; más aún: el Eclesiástico asimilaba la conducta virtuosa al sacrificio (Eclo 35.1ss) En el NT hallamos la misma aplicación espiritual a la vida cristiana y apostólica (Rom 12,1; 15,16; Flp 2,17; 4,18; Heb 13,15). Los creyentes, estimulados por el Espíritu que los anima, en comunión vital con su Señor, forman “un sacerdocio santo a fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Pe 2,5).

CHARLES HAURET