Roca.

Cuando identifica Pablo al Señor Jesús con la roca del desierto (1Cor 10,4), reúne dos temas hasta entonces distintos. Dios es la “roca de Israel” (2Sa 23,3); de la roca, signo de aridez, hace Dios brotar el agua que da la vida.

1. Dios, sólido como la roca.

La dureza de la roca la convierte para el fugitivo en un refugio seguro como la montaña. El hueco de la roca ofrece abrigo y salvación (Jer 48, 28). A Dios se le llama la roca de Israel porque es quien le proporciona la salvación. Los títulos divinos que van de la mano con éste, subrayan este sentido: Dios es ciudadela, refugio, muralla, escudo, torre fuerte, abrigo (2Sa 22,2; Sal 18,3.22; 31,4; 61,4; 144,2): en él hay que poner la confianza, pues es la roca eterna (Is 26,4; 30,29) y única (44, 8). Abrigo seguro, la roca es también fundamento sólido: Dios es roca por su fidelidad (Dt 32,4; Sal 92, 16). El que tiene fe en él no vacilará (Is 28,16), pero el que se niegue a apoyarse en esta roca tropezará con ella y se quebrará contra la piedra de escándalo (Is 8,14).

En el NT es Cristo la piedra de fundamento (Rom 9,33; 1Pe 2,6ss), aquel por el cual podemos mantenernos en pie, no en virtud de una seguridad humana, sino por la gracia del Dios fiel (1Cor 10,12s). El hombre escucha su palabra edifica sobre la roca (Mt 7,24). Pedro, roca sobre la que está fundada la Iglesia, participa de esta estabilidad (Mt 16,18).

2. La roca bajo la mano de Dios.

La roca, sobre la que nada brota, es símbolo de la esterilidad. Abraham era una roca, pues estaba solo antes de que Dios lo bendijera y multiplicara (Is 51,2; cf. Mt 3,9). La existencia del pueblo de Israel, tallado en esta roca, es signo de la omnipotencia de Dios. Bajo su mano las rocas de Palestina producen mieses (Dt 32,13); más aún, en el desierto de la aridez Dios testimonia su dominio de las criaturas ante nuestros ojos reacios, haciendo brotar el líquido del suelo árido: el agua brota de la roca de Meriba (Ex 17,6; Núm 20,10s).

En esta obra de Dios ve la piedad una anticipación de las maravillas escatológicas (Sal 78,15-20; 105, 41; Is 43,20). En el tiempo de la salvación, saldrá un río del templo y transformará la tierra santa en paraíso (Ez 47,1-12; Zac 14,8). Este milagro de gracia se realiza en el Evangelio: Jesús, sobre quien ha reposado el Espíritu, abre a los suyos el manantial del agua viva dándoles el Espíritu (In 7,37ss; 19,34); es la roca del pueblo nuevo que marcha hacia la liberación. Ya en el AT, dice Pablo, era la loca de la que el pueblo sacaba las verdaderas bendiciones del desierto (1Cor 10,4).

MAURICE PRAT