Prójimo.

AT. La palabra “prójimo”, que traduce con bastante exactitud el término griego plesion, corresponde imperfectamente a la palabra hebrea rea', que es subyacente a este último. No debe confundirse con la palabra “hermano”, aunque con frecuencia le corresponde. Etimológicamente expresa la idea de asociarse con alguno, de entrar en su compañía. El prójimo, contrariamente al hermano, con el que está uno ligado por la relación natural, no pertenece a la casa paterna; si mi hermano es otro yo, mi prójimo es otro que yo, otro que para mí puede ser realmente “otro”, pero que puede también llegar a ser un hermano. Así puede crearse un vínculo entre dos seres, ya en forma pasajera (Lev 19,13.16. 18), ya en forma durable y personal, en virtud de la amistad (Dt 13,7) o del amor (Jer 3,1.20; Cant 1,9.15) o del compañerismo (Job 30,29).

En los antiguos códigos no se habla de “hermanos”, sino de “otros” (p.e., Éx 20,16s): a pesar de esta abertura virtual hacia el universalismo, el horizonte de la ley apenas si rebasó los límites del pueblo de Israel. Luego, el Deuteronomio y la ley de santidad, con su conciencia más viva de la elección, confunden “otro” y “hermano” (Ley 19,16ss) entendiendo así a los solos israelitas (17,3). No es esto un estrechamiento del amor del “prójimo” restringido a solo los “hermanos”; por el contrario, se esfuerzan por extender el mandamiento del amor asimilando al israelita el extranjero residente (17,8.10.13; 19,34).

Después del exilio se abre camino una doble tendencia. Por un lado, el deber de amar no concierne más que al israelita o al prosélito circunciso: el círculo de los “prójimos” se estrecha. Pero por otro lado cuando los Setenta traducen el hebreo red por el griego plesion separan “otro” de “hermano”. El prójimo al que hay que amar es otro, sea o no hermano. Tan luego se encuentran dos hombres, son “prójimo” el uno para el otro, independientemente de sus relaciones de parentesco o de lo que el uno pueda pensar del otro.

NT.

Cuando el escriba preguntaba a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29), es probable que todavía asimilara a este prójimo con su “hermano”, miembro del pueblo de Israel. Jesús va a transformar definitivamente la noción de prójimo.

Por lo pronto, consagra el mandamiento del amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No sólo concentra en él los otros mandamientos, sino que lo enlaza indisolublemente con el mandamiento del amor de Dios (Mt 22,34-40 p). Después de Jesús, Pablo declara solemnemente que este mandamiento “cumple toda la ley” (Gál 5,14), que esla “suma” de los otros (Rom 13,8ss), y Santiago lo califica de “ley regia” (Sant 2,8).

Luego, Jesús universaliza este mandamiento: uno debe amar a sus adversarios, no sólo a sus amigos (Mt 5,43-48); esto supone que se ha derribado en el corazón toda barrera, tanto que el amor puede alcanzar al mismo enemigo.

Finalmente, en la parábola del buen samaritano pasa Jesús a las aplicaciones prácticas (Lc 10,29.37). No me toca a mí decidir quién es mi prójimo. El hombre que se halla en apuros, aunque sea mi enemigo, puede convertirse en mi prójimo. El amor universal conserva así un carácter concreto: se manifiesta para con cualquier hombre al que Dios ponga en mi camino.

XAVIER LÉON-DUFOUR