Memoria

Sí interrogásemos la Biblia acerca de la memoria del hombre, podríamos descartar algunas notaciones psicológicas, tales como el recuerdo de un beneficio (Gén 40,14) o el olvido de los consejos paternos (Tob 6,16), pero lo que aquí nos interesa es el sentido religioso de la memoria, su papel en la relación con Dios.

La Biblia habla de la memoria de Dios para con el hombre y de la memoria del hombre para con Dios. Todo recuerdo recíproco implica acontecimientos pasados en que haya estado en relación uno con otro; y tiene por efecto, al hacer presentes estos acontecimientos, renovar esa relación. Tal es seguramente el caso entre Dios y su pueblo. La memoria bíblica se refiere a contactos acaecidos en el pasado, en los que quedó establecida la alianza. Evocando estos hechos primordiales, refuerza la alianza; induce a vivir el “día, de hoy” con la intensidad de presencia que emana de la alianza. El recuerdo es aquí tanto más oportuno cuanto que se trata de acontecimientos privilegiados que decidían sobre el porvenir y la contenían ya anticipadamente. Sólo el fiel recuerdo del pasado puede garantizar la buena orientación del porvenir

1. Brote del recuerdo.

a) Los hechos.

El acontecimiento primero es la creación, signo ofrecido siempre al hombre para que se acuerde de Dios (Eclo 42,15-43, 33; Rom 1,20s). El hombre mismo es más que un signo, es la imagen de Dios; así puede acordarse de él. Las alianzas sucesivas de Dios con el hombre (Noé, Abraham, Moisés, David) procedieron de la memoria de Dios: entonces se acordó y prometió acordarse (Gén 8,1; 9,15ss; Éx 2,24; 2Sa 7) para salvar (Gén 19,29; Ex 6,5). Y el acontecimiento salvador que va„á orientar para siempre la mejnoria del pueblo de Dios es la pascua (Os 13,4ss).

b) El recuerdo de los hechos.

La memoria tiene no pocas maneras de prolongar en el presente la eficacia del pasado. En hebreo el sentido del verbo zkr en sus diversas formas da alguna idea de esto: acordarse, recordar, mencionar, pero también conservar e invocar, son otras tantas acciones que ejercen una función de las más importantes en la vida es piritual de la liturgia.

La invocación del nombre es inseparable del recuerdo de la pascua (Éx 20,2), pues revelando su nombre fue como Dios inauguró la pascua (Éx 3), y la salvación actual pedida portal invocación (Sal 20,8) se comprende como la renovación de los prodigios antiguos (Sal 77; JI 3). El culto incluye un aspecto de memorial al despertar el “recuerdo de su alianza”; esta expresión, cara a la tradición sacerdotal, liga las dos memorias, la divinay la humana, a ritos cíclicos (fiestas, sábado) o a días de reunión (piedra, altar, arca, tienda, templo). La oración, fundada en los hechos salvadores, está necesariamente empapada en la acción de gracias, tonalidad,n4rmal del g uejelo delante de Dios (Éx 15; Sal 136).

La conservación de los recuerdos está garantizada por la transmisión de la palabra, oral o escrita (Éx 12, 25ss; 17,14), especialmente en los libros de la ley (Éx 34,27; Dt 31, 19ss). Entonces, en el fiel, la meditación de la ley es la forma correlativa del recuerdo (Dt; Jos 1,8); esta atenciónvigilante abre a la sabiduría (Prov 3,lss). La obediencia a los mandamientos es en definitiva la expresión de eserecuerdo que consiste en “guardar las vías de Yahveh” (Sal X119; Sab 6,18; Is 26,8).

2. El drama del olvido.

Pero ahí precisamente se muestra deficiente la memoria del hombre, al paso que Dios no olvida ni su palabra ni su nombre (Jer 1,12; Ez 20,14). A pesar de las amonestaciones del Deuteronomio (Dt 4,9; 8,11; 9,7): “Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios..., acuérdate...”, el pueblo olvida a su Dios y ahí está su pecado (Jue 8,34; Jer 2,13; Os 2,15). Según la lógica del amor, parece Dios entonces olvidar a la esposa infiel, desgracia que debería inducirla a volver (Os 4,6; Miq 3,4; Jer 14,9). En efecto, toda aflicción debería reanimar en el hombre el recuerdo de Dios (2Par 15,2ss; Os 2,9; 5,15). Se añade la prediociónprofética, que es una larga “llamada” (Miq 6,3ss; Jer 13,22-25) destinada a poner el corazón del hombre en el estado de receptividad en que Dios puede realizar su pascua (Ez 16,63; Dt 8,2ss).

El arrepentimiento es, al mismo tiempo que recuerdo de las faltas, llamamiento a la memoria de Dios, de lo que Yahveh ha hecho por él: el pasado prueba la fidelidad de Dios. Pero el prez es decepcionante. Será, pues, en el futuro, en un “tiempo venidero”, cuando se cumplan las promesas realizadas ya parcialmente. Fidelidad y decepción abren la conciencia del pueblo de Dios a la perspectiva de los “últimos tiempos” decisivos. Esta percepción muy viva del futuro a través del pasado caracteriza la memoria del pueblo después del retorno del exilio; se ha operado una especie de mutación. El recuerdo se convierte en espera y la memoria desemboca en la imaginación.

Jesucristo es el hombre definitivamen te presente a Dios, y Dios definitivamente presente al hombre. El Cristo sacerdote nos hace acceder al Padre (Ef 2,18; Heb 10,19) y su Espíritu nos pone en comunión con él (Rom 8,15-16; 8,26-27).

Pero el tiempo no se ha consumado todavía, y la memoria de Dios por el Espíritu, la del hombre por la vida en el Espíritu tiene todavía su función en esta nueva alianza que es la vida eterna actuando en el tiempo. El Espíritu “recuerda” el misterio de Cristo, no como un libro  sino en la actualidad personal      de la palabra viva: la tradición (Jn 14,26; 16,13). El espíritu realiza el misterio de Cristo en su cuerpo, no como un mero memorial, sino en la actualidad sacramental de este cuerpo a la vez
resucitado y presente al mundo (Lc 22,19s; 1Cor 11,24ss): la liturgia. Esta “representación” de la pascua, al igual que en el AT, está enderezada a la acción, a la vida: la memoria cristiana consiste en “guardar el testamento del Señor, es decir, en permanecer en el amor (Jn 13,34; 15,10ss; 1Jn 3,24). Finalmente, última acomodación de la memoria del hombre a la de Dios: cuanto más penetra el Espíritu en la vida de un cristiano, tanto más vigilante lo hace, tanto más atento a los “signos de los tiempos”, testigo que deja transparentarse la activa presencia del Señor y revela la aproximación de su advenimiento (Ap 3.3; Flp 1,131; 1Tes 5,1-10).

JEAN CORBON