María.

El papel importante que desempeña la madre de Jesús en la tradición cristiana quedó esbozado desde la revelación escrituraria. Si la primera generación cristiana centró su interés en el ministerio de Jesús, desde su bautismo hasta Pascua (Hech 1,22; 10,37ss; 13,24ss), fue porque debía responder a lo más urgente de la misión apostólica. Era normal que los relatos sobre la infancia de Jesús aparecieran sólo tardíamente; Marcos los ignora, contentándose con mencionar sólo dos veces a la madre de Jesús (Mc 3,31-35; 6,3). Mateo los conoce, pero los centra en José, el descendiente de David que recibe los mensajes celestiales (Mt 1,20s; 2,13. 20,22) y da el nombre de Jesús al hijo de la Virgen (1,18-25). Con Lucas sale María a plena luz: ella tiene en los orígenes del Evangelio el primer papel con una verdadera personalidad; en los orígenes de la Iglesia ella toma parte con los discípulos en la oración del Cenáculo (Hech 1, 14). Finalmenie, Juan encuadra la vida de Jesús entre dos escenas mariales (Jn 2,1-12; 19,25ss): en Caná, como en el Calvario. define Jesús con autoridad la función de María, primero como creyente, luego como madre de sus discípulos. Esta progresiva toma de conciencia de la misión de María no debe explicarse sencillamente por motivos psicológicos: refleja una inteligencia cada vez más profunda del misterio mismo de Jesús, inseparable de la “mujer” de la que había querido nacer (Gál 4,4). Se pueden reunir en algunos títulos los datos dispersos en el NT.

1. LA HIJA DE SIÓN.

1. María aparece en primer lugar semejante a sus contemporáneas. Como lo atestiguan las inscripciones de la época y las numerosas Marías del NT, su nombre. llevado en otro tiempo por la hermana de Moisés (Éx 15,20), era corriente en la época de Jesús. En el arameo de entonces significa probablemente “princesa”, “señora”. Lucas. apoyándose en tradiciones de Palestina, presenta a María como una piadosa mujer judía, fielmente sumisa a la ley (Lc 2,22.27.39), expresando en los mismos términos del AT las respuestas que da el mensaje divino (1,38); su Magníficat en particular es una compilación de salmos y se inspira principalmente en el cántico de Ana (1,46-55; cf. 1Sa 2,1-10).

2. Pero, todavía según Lucas, María no es una mujer judía cualquiera. En las escenas de la anunciación y de la visitación (Lc 1.26-56) presenta a María como la hija de Sión, en el sentido que tenía esta expresión en el AT: la personificación del pueblo de Dios. El “regocíjate” del ángel (1,28) no es una salutación corriente, sino evoca las promesas de la venida del Señor a su ciudad santa (Sof 3,14-17; Zac 9,9). El título “llena de gracia”, o colmada de favor, objeto por excelencia del amor divino, puede evocar a la esposa del Cantar una de las figuras más tradicionales del pueblo elegido. Estos indicios literarios corresponden a la función que ejerce María en estas escenas; sólo ella recibe, en nombre de la casa de Jacob, el anuncio de la salvación; ella lo acepta y hace así posible su cumplimiento. Finalmente, en su Magníficat rebasa pronto su gratitud personal (1,46-49) para prestar su voz a la raza de Abraham con reconocimiento y júbilo (1,50-55).

II. LA VIRGEN.

1. El hecho de la virginidad de María en la concepción de Jesús se afirma en Mt 1,18-23 y Lc 1,26-38 (también lo sugieren algunas antiguas versiones de Jn 1,13: “Aquel al que ni carne ni sangre, sino Dios engendró”). La manifiesta independencia de los relatos de Mt y de Lc lleva a que este dato se remonte a una tradición más antigua, de la que dependen uno y otro.

2. En el medio palestino parece un hecho nuevo este puesto asignado a la virginidad en el advenimiento mesiánico. Hasta aquí, la Biblia no ha atribuido valor religioso a la virginidad (Jue 11.37s). Los esenios de Qumrán parecen haber sido los primeros judíos que profesaron la continencia, con una preocupación evidente de pureza legal.

3. Mateo se limita a ver en la concepción virginal de Jesús el cumplimiento del oráculo de Is 7,14 (según el texto griego).

4. Lucas, en cambio, da gran importancia a la virginidad de María; en toda su obra se interesa por la continencia (Lc 2,36; 14,26: 18,29) y por la virginidad (Hech 21,9). Refiere, sí, el matrimonio de María con José (Lc 1,27; 2,5), porque ve en él el fundamento de la legitimidad mesiánica de Jesús (3,23ss); pero lo primero que dice de la joven esposa es que era virgen (1,27): según el uso palestino, su matrimonio debió tener lugar mucho antes de su introducción en la casa de su esposo (cf. Mt 25. 1-13).

La virginidad de María en el momento de la anunciación es puesta de relieve por la objeción que ella misma dirige al ángel cuando éste le anuncia que va a ser madre del Mesías: “¿Cómo va ser esto, puesto que yo no conozco varón?” (Lc 1, 34). La expresión “conocer a un hombre” es, en efecto, usual en la Biblia para designar las relaciones conyugales (Gén 4,1.17.25; 19,8; 24,16...). Lucas subraya así que María es virgen en el momento en que va a concebir a Jesús.

¿Quiere Lucas decir que antes de la anunciación quería María guardar la virginidad'? Desde san Agustín fueron muchos los que pensaron así. Tradujeron su pregunta al ángel, parafraseándola así: “puesto que no quiero conocer varón”, juzgando que este matiz era necesario para justificar la pregunta de María: siendo la esposa de un hijo de David, le basta con consumar el matrimonio para ser la madre del Mesías; si María ve en ello una dificultad, es que quiere guardar la virginidad.

Esta interpretación, sin embargo, se basa en un postulado discutible: supone que María había sido desposada con José sin su consentimiento. Sobre todo desconoce el sentido exacto de la pregunta de María, que significa: “actualmente no tengo relaciones conyugales”. Lucas sugiere así que María comprende que debe ser madre inmediatamente, como la madre de Sansón concibió desde que la palabra del ángel le anunció su maternidad (Jue 13,5-8). Ella objeta que su matrimonio no se ha consumado todavía. Su pregunta da pie al ángel para anunciarle la concepción virginal de Jesús. Ésta se le revela al mismo tiempo que la filiación divina, de la que es signo. El Espíritu de Dios que rigió la creación del mundo (Gén 1,2) va a inaugurar en la concepción de Jesús la creación del mundo nuevo.

Así, la concepción virginal aparece en Lucas como una exigencia de la filiación divina de Jesús. Y en el anuncio de su maternidad misteriosa conoce María su vocación virginal.

5. La mención de los hermanos de Jesús (Mc 3.31 p; 6,3 p; Jn 7,3; Hech 1,14; 1Cor 9,5; Gál 1,19) ha llevado a diferentes críticos a pensar que María no había guardado la virginidad después del nacimiento de Jesús. Esta opinión, que no se encuentra en ninguna parte en la tradición antigua a propósito de las menciones de los hermanos de Jesús, tropieza con diversos textos del Evangelio: Santiago y José, hermanos de Jesús en Mt 13,55 p, parecen ser hijos de otra María (Mt 27,56 p); Jesús, al morir, confía su madre a un discípulo (Jn 19,26s), lo cual parece suponer que no tiene otro hijo. Por lo demás, es sabido que en el mundo semítico se da con frecuencia el nombre de hermanos a los parientes y allegados.

III. LA MADRE.

A todos los niveles de la tradición evangélica es María ante todo “la madre de Jesús”. Diversos textos la designan sencillamente con este título (Mc 3,31s p; Lc 2,48; Jn 2,1-12; 19,25s). Con él se define toda su función en la obra de la salvación.

1. Esta maternidad es voluntaria.

El relato de la anunciación lo pone claramente de relieve (Lc 1,26-38). Ante la vocación inesperada que anuncia el ángel a María, la presenta Lucas preocupada por ver claro: ¿cómo conciliar este nuevo llamamiento de Dios con el llamamiento a la virginidad que ha oído ya anteriormente? El ángel le revela que una concepción virginal permitirá responder a la vez a los dos llamamientos. María, completamente iluminada, acepta; es la sierva del Señor, como fueron sus siervos Abraham, Moisés y los profetas; su servicio, como el de ellos, y todavía más, es libertad.

2. Cuando María da a luz a Jesús, su quehacer, como el de todas las madres, no hace sino comenzar. Tiene que educar a Jesús. Con José que comparte sus responsabilidades, lleva al niño al templo para presentarlo al Señor, para expresar la oblación de que todavía es incapaz su conciencia humana. Recibe de Simeón, en su lugar, el anuncio de su misión (Lc 2,29-32.34s). Finalmente, acoge la “sumisión” de que daba prueba para con sus padres durante el tiempo de su crecimiento (2,51s).

3. María no es menos madre cuando llega Jesús a la edad adulta. Se halla junto a su hijo en los momentos de separaciones dolorosas (Mc 3,21.31; Jn 19,25ss). Pero su quehacer adopta entonces nueva forma. Lucas y Juan lo dan a entender en las dos etapas mayores del desarrollo de Jesús. A los doce años, israelita con pleno derecho, proclama Jesús a sus padres de la tierra que debe ante todo entregarse al culto de su Padres celestial (Lc 2,49). Cuando inicia su misión en Caná, sus palabras a María: “Mujer, déjame” (Jn 2,4) no son tanto las de un hijo cuanto las del responsable del reino; así reivindica su independencia de enviado de Dios. En adelante la madre desaparece tras la creyente (cf. Mc 3,32-35 p; Lc 11,27s).

4. Este desasimiento se consuma en la cruz. Simeón, al descubrir a María la suerte de Jesús, le había anunciado la espada que había de atravesar su alma y unirla al sacrificio redentor (Lc 2,34s). Éste consuma su maternidad, como lo muestra Juan en una escena en que cada rasgo es significativo (Jn 19,25ss). María está en pie junto a la cruz. Jesús le dirige todavía el solemne “mujer” que indica su autoridad de señor del reino. Mostrando a su madre el discípulo presente: “He aquí a tu hijo”, la llama Jesús a una nueva maternidad, que en adelante será su papel en el pueblo de Dios. Quizá quiso Lucas insinuar esta misión de María en la Iglesia mostrándola en oración con los doce en espera del Espíritu (Hech 1,14); por lo menos esta maternidad universal responde a su idea que vio en María la personificación del pueblo de Dios, la hija de Sión (Lc 1, 26-55).

IV. LA PRIMERA CREYENTE.

Los evangelistas, lejos de hacer consistir la grandeza de María en luces excepcionales, la muestran en su fe, sometida a las mismas oscuridades, al mismo proceso que el más humilde de los fieles (Lc 1,45).

1. La revelación hecha a María.

Desde la anunciación se ofrece Jesús a María como objeto de su fe, fe que es iluminada por mensajes enraizados en los oráculos del AT. El niño se llamará Jesús, será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías anunciado. En la presentación en el templo oye María aplicar a su Hijo los oráculos del siervo de Dios: luz de las naciones y signo de contradicción. A estas pocas palabras explícitas hay que añadir, aunque los textos no lo dicen, que María experimenta en sí misma la vida de un niño que es el Mesías, presencia que se dilata en el silencio y en la pobreza. Y cuando Jesús habla a su madre, le habla con palabras que tienen el tono abrupto de los oráculos proféticos; María debe reconocer en ellas la independencia y la autoridad de su hijo, la superioridad de la fe sobre la maternidad carnal.

2. La fidelidad de María.

Lucas puso empeño en anotar las reacciones de María ante las revelaciones divinas: su turbación (Lc 1,29), su dificultad (1,34) su asombro ante el oráculo de Simeón (2,33), su incomprensión de la palabra de Jesús en el templo (2,50). En presencia de un misterio que rebasa todavía su inteligencia, reflexiona sobre el mensaje (1,29; 2,33), piensa sin cesar en el acontecimiento misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su corazón (2,19.51).

Atenta a la palabra de Dios, la acoge, aun cuando trastorne sus proyectos y haya de sumir a José en la ansiedad (Mt 1,19s). Sus respuestas a los llamamientos divinos, visitación, presentación de Jesús en el templo, son otros tantos actos por los que Jesús obra a través de su madre: santifica al Precursor, se ofrece a su Padre. María, creyente y fiel, lo es en silencio cuando su Hijo entra en la vida pública; y así permanece hasta la cruz.

3. El Magníficat.

En el cántico de María transmite Lucas una tradición palestinense que conservó no tanto las palabras de María cuanto el sentido de su oración, modelo de la del pueblo de Dios. Según la forma clásica de un salmo de acción de gracias y sirviéndose de los temas tradicionales del salterio, celebra María un hecho nuevo: el reino está presente. Aquí se muestra María totalmente al servicio del pueblo de Dios. En ella y por ella se ha anunciado la salvación, se cumple la promesa;en su propia pobreza se realiza el misterio de las bienaventuranzas. La fe de María es la misma del pueblo de Dios: una fe humilde que se ahonda sin cesar a través de las oscuridades y de las pruebas, por la meditación de la salvación, por el servicio generoso que ilumina poco a poco la mirada del fiel (In 3,21: 7,17; 8,31s). En razón de esta fe. atenta a guardar la palabra de Dios. Jesús mismo proclamó bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas (Lc 11.27s)

V. MARÍA Y LA IGLESIA.

Los datos precedentes se pueden reunir y prolongar en una breve síntesis de teología bíblica.

1. La virgen.

María, creyente tipo, llamada a la salvación en la fe por la gracia de Dios, rescatada por el sacrificio de su Hijo como todos los miembros de nuestra raza, ocupa. sin embargo, un puesto aparte en la Iglesia. En ella vemos el misterio de la Iglesia vivido en su plenitud por un alma que acoge la palabra divina con toda su fe. La Iglesia es la esposa de Cristo (Ef 5,32), una esposa virgen (cf. Ap 21,2), a la que Cristo mismo santificó purificándola (Ef 5,25ss). Toda alma cristiana, participando en esta vocación, “se desposa con Cristo como una virgen pura” (2Cor 11, 2). Ahora bien, la fidelidad de la Iglesia a este llamamiento divino se transparenta primeramente en María, y esto en la forma más perfecta. Es todo el sentido de la virginidad, a la que Dios la ha invitado y que su maternidad no ha disminuido, sino consagrado. En ella se revela así al nivel de la historia la existencia de esta Iglesia Virgen, que con su actitud adopta la posición opuesta a la de Eva (cf. 2Cor 11,3).

2. La Madre.

Además, respecto a Jesús se halla María en una situación especial que no pertenece a ningún otro miembro de la Iglesia. Es la madre; es el punto de la humanidad en que se realiza el parto del Hijo de Dios. Esta función es la que permite asimilarla a la Hija de Sión (Sof 3,14; Lc 1,28), a la nueva Jerusalén, en su función materna. Si la nueva humanidad es comparable a la mujer, cuyo primogénito es Cristo cabeza (Ap 12,5), ¿se podrá olvidar que tal misterio se cumplió concretamente en María, que esta mujer y esta madre no es un puro símbolo, sino que gracias a María ha tenido una existencia personal? Todavía en este punto, el nexo de María y de la Iglesia se afirma con tal fuerza que, tras la mujer arrebatada por Dios a los ataques de la serpiente (Ap 12,13-16), contrapartida de Eva engañada por la misma serpiente (2Cor 11,3; Gén 3,13), se perfila María al mismo tiempo que la Iglesia, puesto que tal fue su misión en el designio de la salvación. Por eso la tradición ha visto con toda razón en María y en la Iglesia, conjuntamente, a la “nueva Eva”, así como Jesús es el “nuevo Adán”.

3. El misterio de María.

Por esta conexión con el misterio de la Iglesio es como mejor se ilumina el misterio de María, a la luz de la Escritura. El primero revela a las claras lo que en el segundo se vivió en forma oculta. Por los dos lados hay un misterio de virginidad, misterio nupcial en que Dios es el esposo; por los dos lados un misterio de maternidad y de filiación en que está en acción el Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,20; cf. Rom 8,15), primero frente a Cristo (Lc 1,31; Ap 12,5), luego frente a miembros de su cuerpo (Jn 19,26s; Ap 12,17). El misterio de la virginidad implica una pureza total, fruto de la gracia de Cristo que afecta al ser en su raíz, haciéndolo “santo e inmaculado” (Ef 5,27): aquí es donde se manifiesta el sentido de la concepción inmaculada de María. El misterio de la maternidad implica una unión total con el misterio de Jesús, en su vida terrena hasta la prueba y la cruz (Lc 2,35; 7n 19,25s; cf. Ap 12,13), en su gloria hasta la participación en su resurrección (cf. Ap 21). La que fue “colmada de gracia” por parte de Dios (Lc 1,28) se mantiene en el plano de los miembros de la Iglesia, “colmados de gracia en su amado” (Ef 1,6). Pero por medio de ella fue como el Hijo de Dios mediador único, se hizo hermano de todos los hombres y estableció su enlace orgánico con ellos, así como tampoco lo alcanzan sin pasar por la Iglesia, que es su cuerpo (Col 1,18). La actitud de los cristianos frente a María está determinada por este hecho fundamental. Por eso esta actitud está en relación tan estrecha con su actitud frente a la Iglesia, su Madre (cf. Sal 87,5; Jn 19,27).

AUGUSTIN GEORGE