Hebreo.

No es clara la significación primitiva del nombre de hebreos. En el Génesis designa siempre a gentes que viven como extranjeros en un país que no es su país de origen: Abraham (Gén 14,13), José (39,14; 41, 12), Jacob y sus hijos (40,15; 43,32). Su antepasado epónimo Heber era muy anterior a Abraham (Gén 10,25; 11,14), por lo cual el término podía aplicarse a una vasta porción de las poblaciones semíticas.

En el libro del Éxodo los hebreos descendientes de Jacob (Éx 1,15; 2, 6...) están separados de los egipcios por la raza, el origen y la religión (Yahveh es el “Dios de los hebreos”, 7,16; 9,1). Igualmente los hebreos, semitas instalados en Canaán, se oponen a los filisteos, sus opresores (1Sa 4,6...: 13,3.19; 14, 11; 29,3; cf. Núm 24,24); pero no es seguro que sean todos israelitas (cf. 1Sa 14,21). La ley deuteronómica sobre los esclavos hebreos (Dt 15, 12s; Jer 34,14) los presenta como hermanos de los israelitas, pero esto podría entenderse todavía en sentido lato (cf. Gén 24,27). Así, hasta la cautividad no aparece nunca el término ni como nombre de pueblo ni como título de valor religioso.

Otra cosa sucede en los textos tardíos. En Jon 1,9, Jonás se presenta a los marineros paganos como “hebreo y servidor del Dios del cielo”; en 2Mac 7,31; 11,13; 15,37, el término “hebreo” designa a los judíos establecidos en tierra santa. En estos casos no falta resonancia religiosa; pero se matiza de significado nacional.

Cuando Pablo se llama “hebreo, hijo de hebreos” (Flp 3,5; 2Cor 11, 22), lo hace para insistir en su origen palestinés y en la lengua hebrea de su familia. Los mismos criterios distinguen en los judeocristianos a los hebreos y a los helenistas (Hech 6,1). Pero por Jn 19,13.17 se ve que la palabra “hebreo” puede emplearse también para hablar de la lengua aramea. En estos dos casos la palabra no comporta connotación religiosa directa. Por esta razón no pasó al vocabulario cristiano para designar a la posteridad espiritual de Abraham (cf. Rom 4,16).

PIERRE GRELOT