Designio de Dios.

Dios, “autor de todo lo que ha sucedido, se hace actualmente y se hará más tarde” (Jdt 9,5s), obra “con número, peso y medida” (Sab 11,20). Lo cual quiere decir que la historia humana no se desenvuelve según los impulsos de un destino ciego. Resultado de la voluntad de Dios, está polarizada de un extremo al otro por el término, fijado desde toda la eternidad en la mente divina, tiene dos aspectos esenciales: es la salvación en Cristo y la salvación de todos los hombres. Tal es “el misterio de la voluntad de Dios, el designio conforme a su beneplácito, que había formado de antemano en él para realizarlo cuando llegara la plenitud de los tiempos” (Ef 1,9s; cf. 3,11). Oculto durante largos siglos, esbozado en la revelación del AT, no se manifestó plenamente sino en el momento en que Cristo vino a insertarse acá en la tierra en la historia (Ef 3,1-12). Sin embargo, este designio es el que confiere unidad e inteligibilidad al conjunto de la historia sagrada y de las Escrituras. Si su designación técnica en términos especializados es rara en el AT, sin embargo está inscrito en él de un extremo al otro como en filigrana.

AT.

El AT proporciona las primeras aproximaciones, incompletas y provisionales, del designio de Dios. Se encuentran en las diversas corrientes literarias que corresponden a las diversas actitudes de la fe de Israel frente a la historia sagrada.

1. LAS CONFESIONES DE FE CULTUALES.

La literatura deuteronómica ha conservado textos cultuales, confesiones de fe (Dt 26,5-10), formularios catequéticos (Ex 12,26s; Dt 6, 20...), croquis de sermones sacerdotales (Jos 24,2-15), calcados todos sobre un mismo modelo, que muestran el puesto central que tenía en la fe de Israel la idea del designio de Dios: de ella sacaban una inteligencia religiosa del pasado nacional considerado en sus grandes líneas. Había habido por parte de Dios elección de los antepasados. promesa de una posteridad y de una tierra, cumplimiento de la promesa a través de acontecimientos providenciales que dominan el éxodo, la alianza del Sinaí, el don de la ley, la conquista de Canaán. El porvenir queda abierto; pero ¿cómo dudar de que la realización del designio, así incoada con los hechos, haya de ser conducida por Dios a su término? El israelita sabe, pues, que su existencia entera está implicada en un drama que está en curso, pero cuyo desenlace sólo le es conocido por ahora parcialmente.

II. LA INTELIGENCIA PROFÉTICA DE LOS ACONTECIMIENTOS.

Sobre esta base aportan los profetas elementos nuevos. Es que “Dios no hace nada acá en la tierra sin revelar su secreto (s5d) a sus servidores los profetas” (Am 3,7). En efecto, antes de que tengan lugar los acontecimientos van precedidos de un consejo divino (Is 5,19; 14,26; 19,17; ' 28,29; 46,10; Jer 23,18-22), un plan (Miq 4,12), una voluntad de beneplácito (Is 44,28; 46,10; 48,14; 53,10). Tal es el dato misterioso que los profetas dan a conocer al pueblo de Dios. Subrayan la presencia del mismo en el pasado nacional: con ocasión del éxodo quería Dios elevar a Israel al rango de hijo (Jer 3,19s); la conducta actual del pueblo ingrato debe apreciarse en función de este dato, que exige de él una conversión sincera. En efecto, el designio de Dios sigue dominando la historia presente: si Nabucodonosor impone su yugo a Israel y a las naciones vecinas, lo hace como servidor de Dios (Jer 27,4-8), como instrumento de su ira contra pueblos culpables (Jer 25,15...); si tal o cual nación pagana conoce la ruina, es en virtud de un plan establecido y para que se manifieste el juicio divino (Jer 49,20; 50-45); si Ciro se hace dueño de Oriente, es para realizar una voluntad divina y asegurar la liberación de Israel (Is 44,28; 46,10; 48,14). Finalmente, en sus oráculos escatológicos descubren los profetas el fin hacia el que hace Dios caminar a la historia: la salvación; una salvación, en la que participarán todas las naciones al mismo tiempo que Israel (cf. Is 22, 1-4, etc.); una salvación, de la que los acontecimientos pasados ofrecerán cierta representación, puesto que la prefiguraban; una salvación que rebasará el plano temporal, puesto que comportará una redención de los pecados conforme al designio de Dios (Is 53,10). El cuadro trazado por los profetas abarca, pues, el conjunto de este designio. Se da incluso el caso de que todos sus aspectos estén reunidos en síntesis, como en la parábola en que Ezequiel evoca sucesivamente el pasado, el presente y el futuro de Israel (Ez 16).

III. LAS SÍNTESIS DE HISTORIA.

Confesiones de fe e inteligencia profética de los acontecimientos suministran el marco de pensamiento que da al género histórico su tenor particular. Aun cuando desde el punto de vista de la ciencia moderna, los materiales son de diferentes provenencias y de diferente valor, su elaboración en forma sintética confiere a estos ensayos un valor permanente que rebasa el plano de la mera documentación. La. fe unifica la historia para hacer percibir su continuidad (esto se observa ya en la colección de los documentos yahvistas); la fe pone en evidencia leyes providenciales que explican su desenvolvimiento (como en la síntesis de Jue 2,11-13). Todos íos acontecimientos aparecen así comprendidos en un mismo designio de salud. La perspectiva universalista se mantiene presente (cf. Gén 9,12; 10; 12,3; 49,10), aun cuando sólo se enfoque directamente el destino de Israel. Por lo demás, a medida que va avanzando el tiempo, nuevos hechos manifiestan más claramente los elementos fundamentales del plan. Así sucede que a las antiguas colecciones de tradiciones, que el historiador sacerdotal reorganizará en forma abreviada, los cronistas deuteronomistas añaden una historia de la conquista (Jos), de los jueces (Jue) y de la monarquía (Sa y Re) hasta la ruina de las instituciones nacionales. Utilizando el mismo croquis. el cronista lo completará finalmente con la historia de la restauración judía (Par, Esd, Neh). Es evidente que se trata de una ejecución práctica del plan eterno de Dios, capaz de desbaratar los planes de los hombres (Sal 33, 10s). Así también estas mismas síntesis de historia son incluidas directamente en la oración de Israel (Sal 77; 78; 3.05; 106): la fe se nutre del conocimiento del designio de Dios revelado a través de los hechos.

IV. LA REFLEXIÓN SAPIENCIAL.

Por esta misma razón la reflexión sapiencial, aunque de tenor muy intemporal, se aplica a la historia para sacar sus lecciones. Medita las vías de Dios, tan diferentes de las vías del hombre (Is 55,8), tan incomprensibles a los pecadores (Sal 94,10). En este concierto el Eclesiastés pone una nota discordante cuando denuncia el eterno retorno de las cosas terrenales (Ecl 1,4-11) o la incomprensibilidad del conjunto de los tiempos (Ecl 3,1-11): profundamente imbuido del sentido del misterio, no se satisface fácilmente con soluciones demasiado rápidas. Fuera de estos casos, la orientación del pensamiento es muy diferente. El Sirácida medita el ejemplo de los antepasados (Eclo 44-50); el autor de la Sabiduría descubre en la historia de los patriarcas y del éxodo las leyes fundamentales del proceder de Dios, constantemente aplicadas en la realización terrenal de su designio (Sab 10-19): lección preciosa para hombres que saben que están implicados en este designio y aguardan su realización suprema.

V. LA APOCALÍPTICA.

En el punto de juntura de la sabiduría y de la profecía, la corriente apocalíptica sintetiza finalmente. lo que el judaísmo tardío sabía sobre el designio de salvación, a la luz de las Escrituras antiguas completadas por una revelación de lo alto. Ya Is 25,1 celebra en la caída de la ciudad del mal la ejecución del consejo de Dios. Pero sobre todo Daniel engloba en una visión de conjunto la historia pasada de la nación, su situación presente y el futuro escatológico hacia el que se encamina. Los imperios pasan; pero a través de su sucesión se prepara la venida del reino de Dios, objeto de las antiguas promesas (Dan 2; 7). Los poderes perseguidores traman sus maquinaciones contra el pueblo de Dios; pero se dirigen a su ruina, mientras que Israel va hacia su salud (Dan 8,19-26; 10,20-12,4). Tal es el misterio (Dan 2,22. 27s) cuya sustancia estaba ya encerrada bajo la cifra de las Escrituras (Dan 9). El mismo estado de espíritu se descubre en los apocalipsis apócrifos (Henoc), que caracteriza el judaísmo contemporáneo del NT.

Así el tema del designio de Dios es fundamental en todo el AT: la historia sagrada es su realización; la palabra de Dios aporta su revelación. No ya que con ello entre el hombre en modo alguno en posesión de los misterios divinos; pero en su amor Dios se los da poco a poco a conocer, iluminando por el hecho mismo el sentido de su existencia.

NT.

El NT entero entra en la misma concepción; únicamente precisa el dato final, el más importante, puesto que en el hecho de Jesús se manifiesta plenamente el designio de Dios, al mismo tiempo que se actualiza su fin en forma histórica.

1. JESÚS EN EL DESIGNIO DE DIOS.

1. Jesús mismo se ve en el centro del designio de Dios, al final de su período preparatorio, en la plenitud de los tiempos. Esta conciencia se manifiesta a través de fórmulas valladas: el envío de Jesús por el Padre (Mt 15,24; Jn 6,57; 10,36) y su venida a este mundo (Mt 5,17: Mc 10,45; Jn 9.39), el cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 4,34; 5, 30: 6,38) y el de las Escrituras (Lc 22,37; 24,7.26.44; Jn 13,18; 17,12), o sencillamente la necesidad de su pasión (“Es necesario...”: Mc 8,31 p; Lc 17,25; Jn 3,14: 12,34) y la venida de su hora (Jn 12,23). Estas expresiones definen una situación crítica, en función de la cual obra Jesús constantemente. Si predica la buena nueva del reino (Mt 4,17.23 p), si cura a los enfermos y arroja a los demonios, es para significar que él es el que debía venir (Mt 11,3ss) y que el reino de Dios ha llegado ya (Mt 12,28). Con él ha llegado, pues, el designio de Dios a su etapa decisiva. En él se cumplen las Escrituras que esbozaban anticipadamente su término, las cuales esclarecen el significado de su destino terrenal, que pasa por la cruz para llegar a la gloria; y viceversa, su destino terrenal esclarece las Escrituras mostrando de qué manera deben tomar cuerpo en los hechos los oráculos divinos.

2. A esta revelación en acto añade Jesús indicaciones orales más explícitas. A través de las parábolas en que se hallan revelados los misterios del reino de Dios (Mt 13,11 p), muestra de qué manera paradójica alcanzará su término el designio de salvación. En efecto, su propia muerte es el punto central del mismo (Mt 21,38s), a fin de que “la piedra que había sido descartada se convierta en cabeza de esquina” (Mt 21,42). A modo de consecuencia, la viña del reino será retirada a Israel para ser confiada a otros viñadores (Mt 21,43); el festín de las bodas escatológicas, desdeñado por los invitados de Israel, se abrirá a los pobres y a los pecadores de fuera (t 22,1-11 p). Por lo demás, el establecimiento del reino en la tierra no se efectuará en absoluto por una transformación súbita del mundo: la palabra sembrada por Jesús germinará lentamente en los corazones como el grano en los surcos y conocerá fracasos junto con éxitos espléndidos (Mt 13,1-9.18-23 p). A pesar de todo, el reino cubrirá finalmente el mundo, como el árbol nacido de una humilde semilla (Mt 13,31s p); lo transformará, como hace la levadura con la masa (Mt 13,33 p). Para ello hará falta mucho tiempo. Así discierne Jesús en el porvenir varios planos sucesivos: el de su pasión próxima, seguida de su resurrección al tercer día, el de su retorno a la gloria bajo los rasgos del Hijo del hombre (Mt 24,30s). Asimismo, cuando piensa en el establecimiento del reino, distingue el tiempo de su fundación y el de su consumación (Mt 13,24-30.47ss p). Así introduce en la escatología profética una perspectiva temporal que nada, ni siquiera la predicación de Juan Bautista, permitía hasta entonces observar. El designio de Dios conocerá una nueva etapa entre la plenitud de los tiempos y el fin de los siglos (Mt 28,20). En previsión de esta etapa confiere Jesús al reino la forma de una institución visible fundando su Iglesia (cf. Mt 16.18).

II. PROCLAMACIÓN DEL DESIGNIO DE SALVACIÓN.

La comunidad primitiva recogió fielmente todo este conjunto de lecciones. El Evangelio que ella proclama ante la faz del mundo no es sólo el Evangelio del reino: es el de la salvación sobrevenida en Jesús, Mesías e Hijo de Dios, salvación accesible desde ahora a todos los hombres que crean en su nombre (Hech 2,36-39; 4,10ss; 10,36; 13,23).

La Iglesia apostólica, descubriendo así el último secreto del designio de Dios, en su predicación a los judíos se ve, no obstante, obligada a superar el escándalo causado por la cruz de Jesús: ¿cómo comprender que Dios pudiera permitir que se diera muerte a su Mesías? Ahora bien, esta muerte era precisamente el objeto de un designio bien fijado y de una presciencia divina (Hech 2, 23; 4,28...), como lo muestran abundantemente las Escrituras. No se trata solamente de apologética: la reflexión cristiana sobre la paradoja de la cruz va derecho al centro del designio de Dios. “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (iCor 15,3). No es mera coincidencia el que éstas esbozaran de tantas maneras el rostro del justo doliente: con ello significaban de qué manera obraría la redención el Hijo del hombre.

III. PABLO, TEÓLOGO DEL DESIGNIO DE DIOS.

1. Visión de conjunto.

De hecho, toda la teología de san Pablo no es sino un anuncio del designio de Dios en su integridad (Hech 20,27). Este tema está latente por todas partes en las cartas, pues Pablo reasume, sintetizándolas, las ideas de la comunidad primitiva, particularmente por lo que se refiere a la paradoja de la cruz (iCor 1,17-25; 2,1-5). En dos casos aparece este tema en el primer plano de su pensamiento y se expresa formalmente. El primero es el de las síntesis en que Pablo presenta en compendio el conjunto del plan de Dios, que culmina en Jesucristo y en su Iglesia. Para los que Dios ama, se desarrolla este plan conforme a etapas rigurosamente encadenadas: predestinación, vocación justificación, glorificación (Rom 8,28ss). Este esquema se desarrolla con amplitud en el himno que abre la carta a los Efesios (Ef 1,3-14); allí el “designio benévolo”, formado de antemano y realizado en la plenitud de los tiempos, se identifica con el misterio de la voluntad divina (1,9s), el misterio que Cristo puso en plena luz y del que Pablo fue constituido ministro (3,1-12).

2. El destino de Israel.

Dentro de esta visión de conjunto, distingue Pablo un punto particular, en el que el designio de Dios se afirma en forma especialmente paradójica: el destino de Israel en la economía de la redención. Había sido ya un método bastante sui generis el que para procurar la salvación de todos los hombres se tomara aparte a un pueblo, se le otorgaran privilegios exclusivos (Rom 9,4s), se le situara aparentemente a él solo en la vía de la redención. Pero ¿qué decir viendo a este pueblo que, no contento con desechar a Jesús, se endurece frente a la predicación del Evangelio? ¿No hay aquí una especie de escándalo? ¿Habría Dios desechado a Israel (Rom 11,1), Dios, cuyo llamamiento y cuyos dones son irrevocables (Rom 11,29)? No, sino que este mismo endurecimiento, previsto en las Escrituras (Rom 9,23...; 10,19-11,10), forma también parte del designio de salud: Dios quería incluir a todos los hombres en la desobediencia, a fin de usar luego de misericordia con todos (Rom 11,30ss); quería cortar provisionalmente las ramas estériles del olivo para injertar a los paganos en su lugar (Rom 11,16-24). Así, el privilegio de Israel en el designio de salud aparecía a su debida luz. Por medio de Israel trabó Dios relaciones con la humanidad; por el pecado de Israel realizó finalmente la salud. Ahora ha terminado ya el tiempo de la puesta aparte. Dios quiere rehacer la unidad de los hombres en Cristo, reconciliando a judíos y paganos en la única Iglesia (Ef 2,14-22). A esta disposición definitiva sólo responde un resto de Israel (Rom 11,1-6); pero la masa del pueblo responderá a su vez cuando la totalidad de los paganos haya entrado en la Iglesia (Rom 11,25ss). Así, como en otro tiempo la historia de Israel, tampoco la historia de la Iglesia escapa al designio de Dios, sino que revela su última disposición,

IV. LA FUTURA CONSUMACIÓN DEL DESIGNIO DE DIOS.

La presentación del designio de Dios en el AT acababa en escatología: los textos sagrados esbozaban por adelantado su término. El NT tiene conciencia de que este término se ha alcanzado ahora, se ha inaugurado, se ha hecho presente en medio del tiempo; pero no por eso se ha consumado totalmente. El tiempo de la Iglesia constituye la última etapa del designio de Dios; pero él también se encamina hacia un fin. Hay, pues, todavía lugar para una escatología cristiana, que evoque a su vez la consumación de las cosas y comprenda, en esta perspectiva, la historia que la prepara. A esto se aplica una serie de textos, desde el apocalipsis sinóptico (Mc 13 p) hasta las breves indicaciones paulinas (1Tes 4,13-17; 2Tes 2, 1-12; 1Cor 15,20-28) y todo el Apocalipsis joánnico. Éste, interpretando el testimonio de las antiguas Escrituras a la luz de Cristo y de la experiencia eclesial, enfoca resueltamente el porvenir y mira de frente a los acontecimientos que llevarán a su término el designio de Dios. Seducciones del anticristo, persecuciones, pródromos del juicio final inscritos en las calamidades de la historia, no son efectos del azar. Dios los conoce anticipadamente y a través de ellos hace que camine la salud acá en la tierra, hasta el día en que esté completo el número de sus elegidos (Ap 7.1-8). Entonces el Hijo podrá por fin entregar todas las cosas a su Padre (1Cor 15,24); a fin de que Dios sea todo en todos (15,28).

AAV y PIERRE GRELOT