Crecimiento.

1. El crecimiento en la creación.

El crecimiento es la ley de la vida. A los animales como a los hombres les ordena Dios multiplicarse. Pero los hombres no sólo deben crecer en número, sino que deben también hacer crecer su dominio sobre el mundo (Gén 1,22.28; 9,7); por otra parte, deben recordar que su crecimiento depende de Dios, como el del junco depende del agua (Job 8,11ss). La bendición del Creador es el principio de la vida y de su progreso. El pecado del hombre, al atraer la maldición divina, extinguiría la vida en la tierra (Gén 3,17; 6,5ss) si Dios, en su misericordia, no renovara su bendición (Gén 9,1-7). Ésta alcanzará a todas las naciones a través de Abraham (Gén 12,3; Gál 3,8).

2. El crecimiento en la historia de la salvación.

a) Crecimiento del vial en el mundo. El mal no sólo está presente en la creación, sino que en ella crece; la guerra opone a los hermanos, y el inocente perece (Gén 4,8); el espíritu de venganza crece desmesuradamente y multiplica los homicidios (Gén 4,24); la malicia crece en el corazón del hombre, y la violencia invade la tierra; si diversos castigos denuncian la maldad de los impíos (Gén 6,13; 11,9; 19,24s), éstos ven muy a menudo crecer su prosperidad (Sal 73,3-12; Jer 12,1) y su posteridad (Job 21,7s). Dios no sólo tolera este escándalo, sino que impide que sus servidores se opongan al crecimiento del mal, pretendiendo extirpar a los malvados (Mt 13,30); su método consiste en triunfar del mal por medio del bien (Rom 12,21); donde abunda el pecado, hace que sobreabunde su gracia (Rom 5,20).

b) Crecimiento del pueblo elegido. En medio del mundo pecador, Dios se escoge un pueblo nacido de Jacob. Como otorgó a este multiplicarse (Gén 35,11), se complacerá en que crezca su pueblo, si es fiel a la alianza; de lo contrario, se arruinaría (Lev 26,9; Dt 28,63; 30,16). Es verdad que Dios, en su bondad, no trata con Israel como con los otros pueblos: lo corrige antes de que sus pecados alcancen toda su medida (2Mac 6,12-16); y la finalidad de este castigo es una conversión que abre los corazones a la salvación; entonces Dios otorgará a su pueblo que progrese en número y en gloria (Jer 30,19; Ez 36,10s.37s; Is 54,1ss).

c) Crecimiento del Salvador y de su palabra. Dios, para realizar este designio de salvación, envía al mundo a su Hijo Jesús, lleno de gracia y de verdad. Sometido, sin embargo, a las leyes de la condición humana: primeramente, es un niño que crece en fuerzas y en sabiduría (Lc 2,40. 52); si su palabra revela a los hombres el misterio de su misión y de su persona, lo hace progresivamentey tropieza con una oposición que va creciendo hasta la hora en que las tinieblas parecen triunfar (Lc 6,11; 11.53ss; 19,47s; 22,2.53); en esta hora, sin embargo, Jesús consuma su obra, poniendo el colofón a su amor y revelando plenamente a los hombres cuánto los ama el Padre (Jn 3,16; 13,1; 15,13; 17,4; 19,30). Como el grano depositado en la tierra muere en ella para multiplicarse (Jn 12, 24), así el buen pastor muere para dar a sus ovejas la sobreabundancia de la vida (Jn 10,10s). Su palabra, sembrada en los corazones, llevará fruto en ellos (Lc 8,11.15); por eso Lucas expresa los progresos de la Iglesia naciente, ora diciendo que aumenta el número de los creyentes (Hech 2,41; 5,14; 6,7; 11,24), ora hablando del crecimiento de la palabra de Dios (Hech 6,7; 12,24; 19,20).

d) Crecimiento de la Iglesia y del cristiano en ella. El crecimiento es la ley de la vida cristiana, como de toda vida. El cristiano debe crecer, no aislado, sino en la Iglesia, en la que está inserto como piedra viva; al mismo tiempo que crece para la salvación, la casa espiritual, que es la Iglesia, se edifica (1Pe 2,2-5). Pablo invita al cristiano a crecer en la fe (2Cor 10,15) y en el conocimiento de Dios, fructificando en toda buena obra y creciendo en la caridad (Col 1,10; F1p 1,9; 1Tes 3,12). Este progreso en el conocimiento de Dios es primero crecimiento en su gracia (2Pe 3,18), puesto que el Señor es su autor; los apóstoles, verdaderos colaboradores de Dios, no hacen, sin embargo, más que plantar y regar; Dios es quien da el crecimiento (1Cor 3,6-9).

También es Dios quien otorga a cada uno de los santos progresar hacia Cristo, su cabeza, por la práctica de una verdadera caridad, y cooperar así a la construcción del cuerpo de Cristo, que opera su propio crecimiento edificándose en la caridad (Ef 4,11-16). Porque el crecimiento de cada uno depende del progreso de su unión con Cristo; cada uno debe disminuir, como decía Juan Bautista, para que Cristo crezca y alcance en él toda su estatura (Jn 3,30; Ef 4,13) y para que la Iglesia se edifique en el Señor y en el Espíritu y se eleve corno un templo santo, en el que habite Dios (Ef 2,21s).

3. Hacia el reino de Dios.

Si el creyente está constantemente tenso hacia el fin (F1p 3,12ss) y deseoso de pasar de la infancia espiritual a la perfección (1Cor 3,1s; Heb 5,12ss), si el Evangelio debe fructificar y crecer incesantemente en el universo (Col 1,6), ¿tiene que crecer el reino de Dios? Las parábolas presentan sin duda este reino como el término de un progreso: progreso de la acción de un fermento en la masa (Mt 13,33), crecimiento de una semilla que llega a ser una espiga bien repleta, y hasta un árbol (Mt 13,23. 32), y ello por la fuerza que hay en ella misma (Mc 4,28). Pero más bien que de un progreso del reino mismo, ¿no se trata del progreso de la Iglesia hacia el reino que ella anuncia, cuyo germen es ella, y que aguarda como un don de Dios Este don debe recibirlo cada uno como un niño pequeño, creyendo en el Evangelio que es su anuncio (Mc 10,15; cf. 1,15), a fin de poder entrar en comunión con Dios, en la que consiste el reino, cuando venga el Hijo del hombre en su gloria a juzgar al universo (Mt 25,31-34). Entonces Dios reinará, pues entonces será perfecta la comunión con él: él será todo en todos (1Cor 15,24-28). Su reino no crece; es la meta hacia la que tiende todo crecimiento espiritual y cuya atracción lo suscita; su advenimiento, como la resurrección de Jesús. es don del Padre.

JEAN RADERMAKERS y MARC-FRANÇOIS LACAN