Creación.

AT.

1. EL CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA.

Al leer los primeros testigos de la literatura bíblica se tiene la sensación de que los antiguos israelitas propendían más a considerar a Dios como el salvador de Israel y el autor de la alianza que como el Creador del mundo y del hombre. Sin embargo, es cierto que la idea de la creación se remonta en Israel a la más remota antigüedad. Existía, en efecto, en el medio oriental en que se afirmó la revelación bíblica, mucho antes de la época de Abraham. En Egipto, el relato de la creación por Atum. estaba grabado en las paredes de las pirámides. En Mesopotamia textos acádicos, que dependen a su vez de tradiciones suméricas, contenían diversos relatos de la creación. En Ugarit el dios supremo El era llamado el “creador de las criaturas”. Sin duda, en estos tres casos el origen del mundo estaba ligado con concepcioñes politeístas. En Mesopotamia se relacionaba orgánicamente con la guerra de los dioses que la mitología situaba en el tiempo primordial. A pesar de todo, los mitos mismos eran testimonio de preocupaciones y nociones que no podían ser extrañas a Israel.

Se ha supuesto que el nombre divino, Yahveh, tenía primitivamente sentido factitivo: “El que hace ser”, por tanto, “el creador”. Es una hipótesis probable. Pero el Génesis nos proporciona un punto de referencia todavía más significativo. Melquisedec bendice a Abraham “por el Dios altísimo que creó cielo y tierra” (Gén 14,19): la expresión se halla precisamente en textos fenicios. Ahora bien, Abraham toma también por testigo al “Dios altísimo que creó cielo y tierra” (Gén 14,22). Así, en el dios creador del rey de Salem reconocían los patriarcas a su propio Dios, aun cuando el politeísmo hubiera desfigurado un tanto sus rasgos.

II. LA REPRESENTACIÓN BÍBLICA DE LA CREACIÓN.

Dos relatos complementarios de la creación abren el libro del Génesis. Están allí como un prólogo a la alianza con Noé, Abraham, Moisés, o más bien como el primer acto del drama que, a través de las variadas manifestaciones de la bondad de Dios y de la infidelidad de los hombres, constituye la historia de la salvación.

1. El relato más antiguo (Gén 2,4-25) se extiende sobre todo en la creación de la primera pareja humana y del marco en que debe vivir. Dios hace salir de la tierra la humedad que la fecundará, y planta en ella el huerto de Edén el paraíso; con el polvo de la tierra modela el cuerpo del hombre, luego el de los animales; del cuerpo del hombre saca a la mujer. Todo lo que existe resulta así de su actividad personal, y el relato subraya a su manera el carácter concreto de esta actividad: como un artesano, Dios trabaja a la manera humana. Pero su obra resulta perfecta a la primera: el hombre es creado para que viva dichoso. con los animales como servidores y con una compañera, que es otro él. Sólo el pecado introducirá el desorden y la maldición en un mundo que en su origen es bueno.

2. En el relato sacerdotal (Gén 1) el cuadro es más grandioso. En un principio saca Dios el universo (cielo y tierra) del caos primitivo (1,1); hace luego aparecer en él todo lo que forma su riqueza y su belleza. El autor estaba impresionado por el orden de la creación: regularidad del movimiento de los astros, distinción de los reinos, leyes de la reproducción. Todo esto es obra del Creador que, sencillamente con su palabra, puso todo en su lugar (Sal 148,5). Y esta obra culmina en la creación del hombre, que será a imagen y semejanza de Dios, y que debe dominar el universo. Finalmente Dios, una vez acabada su obra, reposó y bendijo el séptimo día, destinado en adelante al descanso. Este último rasgo revela el sentido del marco temporal en que se sitúa la creación, el de la semana, que da a la vida del hombre un ritmo sagrado: la actividad creadora de Dios es el modelo del trabajo humano.

Los rasgos que este segundo relato presenta en común con las tradiciones babilónicas (victoria sobre el abismo, separación de las aguas superiores y de las aguas inferiores, creación de los astros) no tienen el menor rastro de mitología. Dios obra solo, no delibera sino consigo mismo. Su victoria sobre el caos no es el resultado de un verdadero combate. El abismo (tehnm) no es una divinidad maligna contra la Tiamat babilónica; no se trata ya de monstruos ni de demonios vencidos o encadenados por Dios. La creación es la acción espontánea de un Dios todopoderoso, que actúa según un plan determinado en favor del hombre, al que ha creado a su imagen.

3. La tradición bíblica.

La concepción de la creación que atestiguan estas dos representaciones diferentes. dominó el pensamiento israelita aun antes de tomar forma en los relatos bíblicos actuales. Los profetas la invocan en sus polémicas contra los ídolos cuando reprochan a éstos ser objetos sin vida, hechos de mano de hombre, incapaces de salvar (Jer 10. 1-5; Is 40,19s; 44,9-20), mientras que Yahveh es el Creador del mundo (Am 4,13; 5,8s; 9,5s; Jer 10, 6-16; Is 40,21-26).

Después del exilio, los sabios van más lejos en la reflexión teológica. El editor de los Proverbios, no contento con afirmar que Dios creó el mundo con sabiduría, inteligencia y ciencia (Prov 3,19s; cf. Sal 104,24), muestra en la sabiduría personificada la primera obra de Dios engendrada desde los principios (Prov 8,22ss). Existía cuando fueron creadas todas las cosas, teniendo el papel de maestro de obras (Prov 8, 24-30); se recreaba en el universo antes de complacerse en frecuentar a los hombres (Prov 8,31). El autor del Eclesiástico, alimentado con esta doctrina, insiste a su vez en la creación de la sabiduría anteriormente a todas las cosas (Eclo 1,9; 24,9). Igualmente el libro de la Sabiduría ve en ella la artesana del universo (Sab 8,6; cf. 9,9). En una línea muy próxima de pensamiento, los salmistas atribuyen ,la creación a la palabra y al espíritu de Dios personificados (Sal 33,6; 104,30; cf. Jdt 16,14). Estas nuevas perspectivas tienen su importancia, pues son el preludio de la revelación del Verbo y del Espíritu Santo. Finalmente, en la época griega, se llega a la idea explícita de un mundo sacado de la nada: “Mira al cielo y a la tierra y ve cuanto hay en ellos y entiende que de la nada lo hizo todo Dios y todo lo humano linaje ha venido de igual modo” (2Mac 7,28). Pero en esta época la teología de la creación se asocia a la apologética judía: frente a un mundo pagano, para el que todo era Dios, excepto Dios mismo, afirma Israel la grandeza del Dios único, que se deja percibir a través de sus obras (Sab 13,1-5).

III. LA CREACIÓN EN EL DESIGNIO DE DIOS.

1. Creación e historia.

El AT no se interesa por la creación para satisfacer la curiosidad humana resolviendo el problema de los orígenes. En ello ve ante lodo el punto de partida del designio de Dios y de la historia de la salvación, la promesa de las altas gestas divinas cuya serie continúa en la historia de Israel. Potencia creadora y dominio de la historia son cosas correlativas: como creador y dueño del mundo puede Dios escoger a Nabucodonosor (Jer 27,4-7) o a Ciro (Is 45,12s) para ejecutar sus designios acá en la tierra. Los acontecimientos no se producen nunca sino dependientemente de él; literalmente, él los crea (Is 48,6s). Esto se aplica especialmente a los acontecimientos mayores que determinaron el curso del destino de Israel: elección del pueblo de Dios, creado y formado por él (Is 43,1-7), liberación del Éxodo (cf. 43,16-19). Por eso los salmistas, en sus meditaciones sobre la historia sagrada los unen a las maravillas de la creación para trazar un cuadro completo de los milagros de Dios (Sal 135,5-12; 136,4-26).

El acto creador, insertado en tal marco, escapa totalmente a las concepciones míticas que lo desfiguraban en el antiguo Oriente. Siendo ello así, los autores sagrados, para darle una representación poética, pueden recurrir impunemente a las imágenes de los viejos mitos: éstas han perdido ya su veneno. El Creador se convierte en el héroe de un combate gigantesco contra las bestias que personifican el caos, Rahan o Leviatán. Estos monstruos han sido hendidos (Sal 89,11), atravesados (Is 51,9; Job 26,13), despedazados (Sal 74,13). No están definitivamente destruidos, pero están aletargados (Job 3,8), en cadenas (Job 7,12;9,13), relegados al mar (Sal 104,26);la Creación fue para Dios su primera victoria.

En la historia continúa la serie de los combates que se pueden representar con las mismas imágenes: ¿,no comportó el Éxodo una nueva victoria sobre el monstruo del gran abismo (Is 51,10)? Así, a través de los símbolos, hallamos siempre la misma asimilación de las grandes gestas históricas de Dios con su gran gesta original.

2. Salvación y nueva creación.

La historia sagrada no se detiene en el presente. Camina hacia un término evocado por la escatología profética. Aquí también se impone una referencia al acto creador de Dios, si se quiere comprender exactamente lo que será la salvación final. La conversión de Israel será una verdadera recreación: “Yahveh crea algo nuevo en la tierra: la mujer va en busca de su marido” (Jer 31,22). Igualmente la futura liberación (Is 45,8), acompañada por los prodigios de un nuevo Éxodo (Is 41,20); la nueva Jerusalén, en la que el pueblo nuevo hallará una felicidad paradisíaca (Is 65,18); y la estabilidad de las leyes establecidas por Dios, son una prenda segura de que este orden nuevo durará para siempre (Jer 31,35ss). Finalmente, el mundo entero participará en la renovación de la faz de las cosas: Yahveh creará cielos nuevos y una tierra nueva (Is 65,17; 66,22s). Perspectiva grandiosa, en la que el término de los designios de Dios alcanza la perfección de los orígenes, después del largo paréntesis que había abierto el pecado humano. Ezequiel, sin emplear explícitamente el verbo “crear”, se adaptaba ya a él cuando mostraba a Yahveh cambiando en los últimos tiempos el corazón del hombre para volverlo a introducir en el gozo del Edén (Ez 36,26-35; cf. 11,19). Por esto el salmista, apoyándose en tal promesa, puede suplicar a Dios que “cree en él un corazón puro” (Sal 51,12): en esta renovación de su ser presiente con toda razón una anticipación concreta de la nueva creación que tendrá lugar en Jesucristo.

IV. EL HOMBRE DELANTE DEL CREADOR.

1. Situación del hombre.

La doctrina bíblica de la creación no es una especulación de teología abstracta. Es una noción religiosa que rige una actitud del alma. A través de la obra descubre el hombre al obrero (cf. Sab 13,5), de lo que resulta en él un sentimiento profundo de admiración y de reconocimiento. En ciertos salmos la contemplación de la belleza de las cosas conduce a una alabanza entusiasta (Sal 19,1-7; 89,6-15; 104). En otros lugares el hombre queda como abrumado por la grandeza divina, que descubre a través de sus sorprendentes maravillas. Tal es el sentido de los discursos de Dios en el libro de Job (38-41); ¿cómo Job, llamado así de nuevo a la realidad, no se había de abismar en una humildad profunda (42,1-6)? Llegado al final, el hombre se pone en su verdadero puesto de criatura. Dios lo ha formado, amasado, modelado como a la arcilla (Job 10,8ss; Is 64,7; Jer 18,6). ¿Qué es él frente a Dios, cuya misericordia le es tan necesaria (Eclo 18,8-14)? En vano trataría de esquivar la presencia divina; en todos los momentos está en las manos de su creador, y nada de lo que hace se le escapa (Sal 139). Tal es el sentimiento fundamental sobre el que puede edificarse una piedad auténtica; de hecho rige toda la piedad del AT.

2. El hombre, tomando así conciencia de su verdadera situación delante de Dios, puede hallar el camino de la confianza. Porque, como lo repite Isaías, el mismo Dios que creó el cielo y la tierra, quiere también aniquilar a los enemigos de su pueblo, darle la salud, restaurar la nueva Jerusalén (Is 44,24-28; cf. Is 51, 9ss). El fiel debe desterrar todo miedo: el socorro le viene del Señor que hizo el cielo y la tierra (Sal 121,2).

NT.

1. EL DIOS CREADOR.

La doctrina del Dios creador, elaborada en el AT, conserva en el NT su puesto esencial, se consuma incluso.

1. Herencia del AT.

Dios, creando el mundo por su palabra (cf. 2Cor 4,6), llamó la nada a la existencia (Rom 4,17). Esta operación primera la continúa vivificando a sus criaturas: en él tenemos la vida, el movimiento, el ser (Hech 17,28; 1Tim 6,13). Él creó el mundo “y todo lo que encierra” (Ap 10,6; Hech 14,15; 17,24; Heb 2,10); todo existe por él y para él (1Cor 8,6; Rom 11,36; Col 1,16). Por eso es buena toda criatura: todo lo que es de Dios es puro (1Cor 10,25s; cf. Col 2,20ss). Por eso también las leyes del orden natural deben ser respetadas por el hombre: por ejemplo, el divorcio contradice el designio de aquel que en el principio creó al hombre y a la mujer (Mt 19,4-8).

Esta doctrina ocupa naturalmente un puesto importante en la predicación cristiana dirigida a los paganos: en este punto la Iglesia primitiva no hace sino relevar al judaísmo (Hech 14,15; 17,24-28). Porque las perfecciones invisibles de Dios son transparentes a todas las miradas si sabemos descubrir el sentido de las criaturas (Rom 1,19s). En el creyente la misma doctrina florece en alabanza (Ap 4,8-11) y funda la confianza (Hech 4,24).

2. Jesucristo y la creación.

En un punto capital el NT realiza las virtualidades del AT. El Dios creador que conocía Israel se ha revelado ahora como el Padre de Jesucristo. Jesús, estrechamente asociado al Padre en su actividad creadora, es “el único Señor por el que todo existe y por el que somos nosotros” (1Cor 8,6), el principio de las obras de Dios (Ap 3,14). Siendo la sabiduría de Dios (1Cor 1,24), “resplandor de su gloria e imagen de su substancia” (Heb 1,3), “imagen del Dios invisible y primogénito de toda criatura” (Col 1,15), es el que “sostiene el universo con su palabra poderosa” (Heb 1,3), porque en él fueron creadas todas las cosas y en él subsisten (Col 1,16s). Siendo la palabra de Dios, el Verbo, que existía desde el principio con Dios antes de hacerse carne al final de los tiempos (Jn 1,1s.14), lo ha hecho todo y es desde los comienzos vida y luz en el universo (Jn 1,3s). Así la doctrina de la creación halla su remate en una contemplación del Hijo de Dios, por la que se ve en él el artífice, el modelo y el fin de todas las cosas.

II. LA NUEVA CREACIÓN.

1. En Cristo.

El NT es consciente del drama introducido en la creación, tan bella, a consecuencia del pecado humano. Sabe que el mundo actual está llamado a disolverse y a desaparecer (1Cor 7,31; Heb 1,11s: Ap 6,12ss; 20,11). Pero en Cristo se ha inaugurado ya una nueva creación, precisamente la que anunciaban los oráculos proféticos. Esto se aplica en primer lugar al hombre renovado interiormente por el bautismo a imagen de su Creador (Col 3,10), hecho en Cristo “nueva criatura” (Gál 6,15): en él ha desaparecido el ser antiguo, un nuevo ser existe (2Cor 5,17). Esto se aplica también al universo; en efecto, el designio de Dios es reducir todas las cosas a una sola cabeza, Cristo (Ef 1,10), reconciliándolas en éste consigo mismo (2Cor 5,18s; Col 1,20). Así, hablando de la misión de Cristo ante el mundo, se pasa insensiblemente de su acción en la creación original a su acción en la recreación escatológica de las cosas. La creación y la redención se tocan: somos “hechura de Dios. creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras” (Ef 2,10).

2. De la primera creación a la última.

Es posible precisar más el modo según el cual se ha efectuado esta creación de una nueva humanidad (cf. Ef 2,15; 4,24) en Jesucristo. En efecto, existe un sorprendente paralelismo entre la primera creación y la última. En los orígenes había Dios hecho Adán el cabeza de su raza y le había entregado el mundo para que lo dominara. Al final de los tiempos el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia como el nuevo Adán (1 Cor 15,21.45; Rom 5,12.18). Dios lo ha constituido en cabeza de la humanidad rescatada, que es su cuerpo (Col 1,18; Ef 1,22s); le ha dado todo poder en la tierra (Mt 28,18; Jn 17,2), ha puesto todo en sus manos y lo ha establecido heredero de todas las cosas (Heb 1,2; 2,6-9), de modo que todo debe ser instaurado en Cristo, los seres celestes como los terrestres (Ef 1,10). Porque Cristo, teniendo en sí la plenitud del Espíritu (Mc 1,10 p; Lc 4,1), lo comunica a los otros hombres para renovarlos interiormente y hacer de ellos una nueva criatura (Rom 8, 14-17; Gál 3,26ss; cf. Jn 1,12).

3. En espera de la victoria.

Esta nueva creación, inaugurada en pentecostés, no ha alcanzado, sin embargo, todavía su remate. El hombre recreado interiormente gime en espera de la redención de su cuerpo el día de la resurrección (Rom 8,23). En torno a él la creación entera, actualmente sujeta a la vanidad, aspira a ser liberada de la servidumbre de la corrupción para tener acceso a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,18-22). Hacia este término camina la historia, hacia estos nuevos cielos y esta tierra nueva que anunciaban en otro tiempo las Escrituras (2Pe 3,13), y de los que el Apocalipsis da anticipadamente una evocación impresionante: “El primer cielo y la primera tierra han desaparecido... Entonces el que está sentado sobre el trono declaró: He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,1-5). Tal será la creación final de un universo transfigurado, después de la victoria definitiva del cordero.

PUL AUVRAY