Comida.

Varias veces al día se sienta el hombre a la mesa para tomar la comida, en la intimidad familiar o en un banquete oficial; entonces las gentes comen el pan de la pobreza, como también se entregan a la orgía. La mesa común crea entre los comensales una comunidad de existencia. Pero la comida puede tener también carácter sagrado, tanto en las religiones paganas como en la Biblia. Puede uno sentarse a la mesa de los ídolos y unirse con los demonios o arrodillarse a la mesa del Señor. A través de este signo realiza el hombre con Dios o con los poderes de abajo la comunidad de existencia a que aspira.

1. LAS COMIDAS DE LOS HOMBRES.

En la Biblia la comida más sencilla es ya un gran gesto humano. Muestra de cortesía en la hospitalidad (Gén 18,1-5; Lc 24,29) o testimonio de gratitud (Mt 9,11), señal de regocijo a la llegada de un pariente (Tob 7,9), al regreso del hijo pródigo (Lc 15,22-32), puede ser también acción de gracias al Dios salvador (Hech 16,34). Si el gozo de la comida debe ser pleno y desbordante (In 2,1-10; cf. Ecl 9,7s), la afectación de lujo no se mira con buenos ojos (cf. Jdt 1,16), incluso por Salomón (1Re 10,5). La abundancia degenera en extravío insensato (Mt 14,6-11; Lc 16,19), que a su vez puede convertirse en castigo (Jdt 13,2). ¡Dichoso el que conserve bastante lucidez para oír en este particular las amonestaciones divinas (Dan 5,1-20; Lc 12,19s)!

Los sabios, instruidos por la experiencia, trazaron reglas para la conducta en las comidas: sencillos consejos de templanza (Prov 23,20s; Eclo 31,12-22) o de prudencia (Prov 23,Iss; Eclo 13,7), preocupación de rectitud moral (Eclo 6,10; 40,29). Sobre todo predijeron desgracia a quien no respetara las leyes de la hospitalidad y condenaron a quien traicionara los lazos creados por la comunidad de mesa (Sal 41,10): un día entrará Satán en el corazón de Judas poco después de haber aceptado éste el bocado ofrecido por aquel al que ha decidido traicionar (In 13,18.26ss).

II. LAS COMIDAS SAGRADAS.

Los Cultos del Oriente bíblico comportaban banquetes sagrados de carácter mistérico, en los que suponía que participando de la víctima se lograba una apropiación de los poderes divinos. En Israel fue permanente la tentación de unirse a estas formas de culto, ya fueran las de Moab (Núm 25,2) o las de Canaán (Ez 18,6.11.15; 22,9). También el yahvismo comportaba comidas sagradas, tanto en su forma ortodoxa (Lev 3) como en su falsificación idolátrica con el culto del becerro de oro (Éx 32,6). Por lo demás, toda comida, por lo menos toda comida en que estuviese incluida la carne, tenía carácter sagrado (1Sa 14,31-35); finalmente, todo acto religioso solemne comportaba una comida sacrificial (1Sa 9,12s; cf. 1,4-18). No es claro el significado preciso de esta manducación sagrada, que parece haber escapado parcialmente incluso a los mismos israelitas (cf. la incertidumbre de que da prueba Lv 10,17s); los profetas no hacen alusión a esto. La representación animista de una apropiación, por este medio, de las fuerzas sagradas no se evoca en ninguna parte, a diferencia de su ingenua contrapartida de una alimentación de Dios con los manjares sacrificiales (Núm 28,2) acerca de los cuales el salmista no querrá ni oír hablar (50,12).

Sin embargo, las tradiciones diversas están concordes en un punto: la comida sagrada habría sido un rito destinado no a crear, sino a confirmar una alianza, ya se trate de la alianza entre dos clanes (Gén 31,53s; cf. 26,26-31), o de la alianza de Dios con su ungido (1Sa 9,22), con sus sacerdotes (Lev 24,6-9), con su pueblo (Éx 24,11; Dt 27,7). Así también la comida pascual es un memorial de las mirabilia del comienzo de la alianza (Éx 12,13), y la manducación de las primicias un recuerdo de la providencia continua de Dios que vela por los suyos (Dt 26).

El Deuteronomio sistematiza este pensamiento subordinando el tema de la comida al de la fiesta regocijada en presencia de Yahveh (Dt 12,4-7.11s.18; 14,22s; 15,20; 16,10-17): la única comida sagrada es la que reúne a todo el pueblo en el lugar escogido por Dios para su presencia, y con el cual el pueblo conmemora con acción de gracias las bendiciones de Dios, alabándole con sus propios dones. La celebración hablada, cantada o danzada se impone aquí a la materialidad del festín. Esta evolución, que puede reconocerse también en las liturgias cristianas, estuvo secundada por la polémica profética contra una concepción demasiado material del sacrificio y la exaltación correlativa del sacrificio de alabanza, fruto de los labios: “¡Regocíjate, Jerusalén! Yahveh tu Dios está en medio de ti, exultará por ti de gozo, te renovará con su amor, danzará por ti con gritos de alegría” (Sof 3,14-17; cf. Is 30,29; Neh 12,27-43), tema que será esencial para la comprensión del sacrificio de la nueva ley (Heb 13,9-16).

III. LAS COMIDAS DE CRISTO.

La fiesta de las comidas humanas adquiere todo su sentido cuando está presente en ellas el Hijo de Dios. Es el amigo al que se invita a la mesa familiar de Lázaro (Lc 10,38-42) y al banquete de boda en Caná (In 2,1-11). Acepta la invitación del fariseo Simón, pero entonces acoge la confesión de la pecadora arrepentida (Lc 7,36-50). Sin escrúpulo se sienta a la mesa de los publicanos Mateo (Mt 9,10) o Zaqueo (Lc 19,2-10).

Con su presencia confiere Jesús a las comidas su pleno valor. Reúne a los suyos en la comunidad de mesa, él mismo pronuncia la bendición (Mt 14.19; 15,36). Aprueba las leyes de la hospitalidad (Lc 7,44ss); recomienda la humilde elección del último lugar (14,7-11) y el cuidado por el pobre Lázaro (16,21). Estas comidas realizan ya los anuncios mesiánicos del AT proporcionando sus dones de Dios: gozo (Mt 9,15), perdón (Lc 7,47), salvación (Lc 19,9), y finalmente sobreabundancia cuando Jesús en persona pone la mesa en el desierto para la multitud hambrienta (Mt 14,15-21). Estas obras de Cristo, vuelta a la felicidad del paraíso y renovación de los milagros del Éxodo (In 6,31ss; cf. Éx 16,18). anuncian también otro banquete, la Eucaristía, y a través de él el festín escatológico.

Jesús, en tanto se espera su retorno, inaugura la comida de la nueva alianza sellada en su sangre. En lugar del maná da su carne como alimento, verdadero pan ofrecido por la vida del mundo. Esta comida es la continuación de las que tomaba habitualmente en compañía de sus discípulos, que sin duda comportaba pan y vino y agrupaba fraternalmente a los suyos en torno a él. Pero hace que vaya precedida por el lavatorio de los pies, que expresa simbólicamente el sentido sacrificial de la institución eucarística y recuerda que la humildad y la caridad se requieren para participar dignamente en la comida (Jn 13,2-20).

El día de pascua el resucitado se da a conocer a los suyos durante una comida (Lc 24,30; Jn 21,13); la primera comunidad de Jerusalén piensa revivir las comidas con el resucitado (Hech 1,4), renovando “la fracción del pan” en el gozo y en la comunión fraterna (Hech 2,42.46).

En efecto, según san Pablo, la condición primordial de la participación en la Eucaristía es la caridad (1Cor 11,17-33). Enseña así la doble dimensión de las comidas sagradas: en sí mismo es comida “sacramental”, pues todo el que come de este pan es uno con el Señor, y por él con todos (1Cor 10,17); pero esta comida no es todavía la comida definitiva: anuncia que el Señor ha de volver para el festín escatológico.

IV. EL FESTÍN ESCATOLÓGICO.

La imagen del banquete era utilizada por los sabios en el AT para describir el gozo que proporciona el festín de la Sabiduría (Prov 9,1s). Al fin de los tiempos “Yahveh preparará para todos los pueblos un festín” extraordinario (Is 25,6; cf. 65,13), en el que participarán todos los que tengan hambre, “aun cuandono tengan dinero” (55,1s). Jesús promete a sus discípulos esta bienaventuranza (Mt 5,3.6). Ésta se realizará en su parusía: todos los que hayan respondido por la fe a la invitación del rey se sentarán en el festín (Lc 22,30) para beber el vino nuevo (Mt 26,29) con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos (Mt 8,11), si por lo menos tienen el vestido nupcial (22,11-14); y si los servidores son fieles en velar, el maestro “se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y pasando de uno a otro les “servirá” (Lc 12,37). Comida en que todos estarán reunidos, pero comida en que cada uno estará cara a cara con el Señor: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa para cenar, yo cerca de él y él cerca de mí” (Ap 3,20). '

PIERRE-MARIE GALOPIN