Ángeles.

El nombre de ángeles no es un nombre de naturaleza, sino de función: hebr. Mallak, gr. Ángelos, significa mensajero. Los ángeles son espíritus destinados a servir, enviados en misión de favor a de los han que heredar la salud (Heb 1,14). Inaccesibles a nuestra percepción ordinaria, constituyen un mundo misterioso. Su existencia no es un problema para la Biblia; pero fuera de este punto la doctrina relativa a los ángeles presenta un desarrollo evidente, y la manera como se habla de ellos y como se los representa supone una utilización constante de los recursos del simbolismo religioso.

AT.

1. Los ángeles de Yahveh y el ángel de Yahveh.

El AT, sirviéndose de un rasgo corriente en las mitologías orientales, pero adaptándolo a la revelación del Dios único, representa con frecuencia a Dios como un soberano oriental (1Re 22, 19; Is 6,1ss). Los miembros de su corte son también sus servidores (Job 4,18); se los llama también los santos (Job 5,1; 15,15; Sal 89,6; Dan 4,10) o los hijos de Dios (Sal 29,1; 89,7; Dt 32,8). Entre ellos los querubines (cuyo nombre es de origen mesopotámico).

Sin embargo, junto a estos enigmáticos mensajeros, los antiguos relatos bíblicos conocen también un ángel de Yahveh (Gén 16,7; 22,11; Éx 3,2; Jue 2,1), que no difiere de Yahveh mismo manifestado acá abajo en forma visible (Gén 16,13; Éx 3,2): Dios, que habita en una luz inaccesible (1Tim 6,16), no puede dejar ver su rostro (Éx 33,20); los hombres no perciben nunca de él sino un misterioso reflejo. El ángel de Yahveh de los viejos textos sirve, pues, para traducir una ideología todavía arcaica, que con la denominación de “ángel del Señor” deja huellas hasta en el NT (Mt 1,20.24; 2,13.19; Lc 1,11; 2,9), e incluso en la patrística. Sin embargo, a medida que progresa la revelación se va asignando cada vez más su papel a los ángeles, mensajeros ordinarios de Dios.

2. Desarrollo de la doctrina de los ángeles.

Originariamente se atribuían indistintamente a los ángeles tareas buenas o malas (cf. Job 1,12). Dios envía su buen ángel para que vele sobre Israel (Éx 23,20); pero para una misión funesta envía ángeles de desgracia (Sal 78,49), tales como el Exterminador (Éx 12,23; cf. 2Sa 24,16s; 2Re 19,35). Incluso el Satán del libro de Job forma todavía parte de la corte divina (Job 1,6-12; 21,10). Sin embargo, después de la cautividad se especializan más los cometidos angélicos y los ángeles adquieren una calificación moral en relación con su función; ángeles buenos por un lado. Satán y los demonios por el otro; entre unos y otros hay oposición constante (Zac 3,1s). Esta concepción de un mundo espiritual dividido revela la influencia indirecta de Mesopotamia y de Persia; para resistir mejor al sincretismo iranobabilónico, el pensamiento judío desarrolla su doctrina anterior; sin renunciar en nada a su riguroso monoteísmo, usa a veces de una simbólica prestada y sistematiza su representación del mundo angélico. Así el Libro de Tobías cita a los siete ángeles de la faz (Tob 12.15: cf. Ap 8,2), que tienen su réplica en la angelología de Persia. Pero no ha cambiado el papel asignado a los ángeles. Velan por los hombres (Tob 3,17; Sal 91,11; Dan 3.49s) y presentan a Dios sus oraciones (Tob 12,12); presiden los destinos de las naciones (Dan 10,13-21). A partir de Ezequiel explican a los profetas el sentido de sus visiones (Ez 40,3s; Zac 1,8s); esto viene finalmente a ser un rasgo literario característico de los apocalipsis (Dan 8,15-19; 9,21ss). Reciben nombres en relación con sus funciones: Rafael, “Dios cura” (Tob 3,17; 12,15), Gabriel, “héroe de Dios” (Dan 8,16; 9,21), Miguel, “¿quién como Dios?”. A éste, que es el príncipe de todos, está encomendada la comunidad judía (Dan 10,13,21; 12,1). Estos datos se amplifican todavía en la literatura apócrifa (Libro de Henoc) y rabínica, que trata de organizarlos en sistemas más o menos coherentes. Así la doctrina del AT sobre la existencia del mundo angélico y su presencia en el mundo de los hombres se afirma con constancia. Pero las representaciones y clasificaciones que utiliza tienen necesariamente un carácter simbólico que hace muy delicada su apreciación.

NT.

El NT recurre al mismo lenguaje convencional, que toma a la vez de los libros sagrados y de la tradición judía contemporánea. Así enumera los arcángeles (1Tes 4,16; Jds 9), los querubines (Heb 9,5), los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades (Col 1,16), a los que en otro lugar se añaden las virtudes (Ef 1,21). Esta jerarquía, cuyos grados varían en la expresión, no tiene el carácter de una doctrina ya fijada. Pero, como en el AT, lo esencial del pensamiento está en otra parte, y aquí se reordena en torno a la revelación de Jesucristo

1. Los ángeles y Cristo.

El mundo angélico tiene su puesto en el pensamiento de Jesús. Los evangelistas hablan a veces de su trato íntimo con los ángeles (Mt 4,11; Lc 22,43); Jesús menciona a los ángeles como seres reales y activos. Sin dejar de velar por los hombres, ven el rostro del Padre (Mt 18.10 p). Su vida está exenta de condiciones terrenas (cf. Mt 22,30 p). Aun cuando ignoran la fecha del juicio final, que es un secreto exclusivo del Padre (Mt 24,36 p), serán sus ejecutores (Mt 13,39.49; 24,31). Desde ahora participan en el gozo de Dios cuando los pecadores se convierten (Lc 15,10). Todos estos rasgos están conformes con la doctrina tradicional.

Jesús precisa además su situación en relación con el Hijo del hombre, esa figura misteriosa que le define a él mismo, particularmente en su gloria futura: los ángeles le acompañarán el día de su parusía (Mt 25,31); ascenderán y descenderán sobre él (Jn 1,51), como en otro tiempo por la escalera de Jacob (Gén 28,10...); él los enviará para reunir a los elegidos (Mt 24,21 p) y descartar del reino a los condenados (Mt 13,41s). En el tiempo de la pasión están a su servicio y él podría requerir su intervención (Mt 26,53).

El pensamiento cristiano primitivo no hace, pues, sino prolongar las palabras de Jesús, cuando afirma que los ángeles le son inferiores. Rebajado por debajo de ellos con su encarnación (Heb 2,7), merecía, sin embargo, su adoración en su calidad de Hijo de Dios (Heb 1,6s; cf. Sal 97,7). A partir de su resurrección aparece claro que Dios los ha sometido a él (Ef 1,20s), una vez que habían sido creados en él, por él y para él (Col 1,16). Actualmente reconocen su señorío (Ap 5,11s; 7,11s) y el último día formarán su escolta (2Tes 1,7; Ap 14,14-16; cf. 1Tes 4,16). Así el mundo angélico se subordina a Cristo, cuyo misterio ha contemplado (1Tim 3,16; cf. 1Pe 1,12).

2. Los ángeles y los hombres.

En esta perspectiva los ángeles siguen desempeñando cerca de los hombres los cometidos que les asignaba ya el AT. Cuando una comunicación sobrenatural llega del cielo a la tierra, son ellos sus misteriosos mensajeros: Gabriel transmite la doble anunciación (Lc 1,19.26); un ejército celeste interviene la noche de Navidad (Lc 2,9-14); los ángeles anuncian también la resurrección (Mt 28,5ss p) y dan a conocer a los apóstoles el sentido de la ascensión (Hech 1,10s). Auxiliares de Cristo en la obra de la salvación (Heb 1,14), se encargan de la custodia de los hombres (Mt 18,10; Hech 12,15), presentan a Dios las oraciones de los santos (Ap 5,8; 8,3), conducen el alma de los justos al paraíso (Lc 16,22; “In paradisum deducant te angeli..”). Para proteger a la Iglesia llevan adelante en torno a Miguel el combate contra Satán, que dura desde los orígenes (Ap 12,1-9).

Un vínculo íntimo enlaza así al mundo terrenal con el mundo celestial; en el cielo los ángeles celebran una liturgia perpetua (Ap 4,8-11), a la que se asocia en la tierra la liturgia de la Iglesia (cf. gloria, prefacio, sanctus). Estamos rodeados de presencias sobrenaturales, que el vidente del Apocalipsis concreta en el lenguaje de convención consagrado por el uso. Esto exige de nuestra parte cierta reverencia (cf. Jos 3,13ss; Dan 10,9; Tob 12,16), que no se ha de confundir con la adoración (Ap 22, 8s). Es, pues, necesario proscribir un culto exagerado de los ángeles, que perjudicaría al de Jesucristo (Col 2,18).

Más allá de estas afirmaciones explícitas de la Biblia, la crítica puede preguntarse qué sentido tienen representaciones tomadas ampliamente del mundo pagano ambiente y que traducen elementos periféricos del mensaje bíblico. No es fácil resolver el problema. Un punto es cierto. Sea cual fuere la naturaleza y la estructura del universo espiritual que rodea a Dios y ejecuta sus designios, es por sumisión a Cristo, dueño del mundo y Salvador, como tal universo es incorporado al plan divino de la creación y de la redención. Así es como entra en el campo de la fe cristiana.

PIERRE-MARIE GALOPIN y PIERRE GRELOT