Abel.

1. Abel, el Justo. La historia de Caín y de Abel inaugura el tema del Justo doliente. Situada por el narrador ya en la primera generación, posee valor ejemplar y presenta concretamente uno de los rasgos generales de la condición humana en todos los siglos de la historia: la oposición latente entre hermanos humanos, aunque nacidos de un principio único (Hech 17,26), conduce a querellas fratricidas. El sacrificio de Abel, contrariamente al de Caín, es aceptado por Dios (Gén 4,4s). Esto depende menos de la naturaleza de la ofrenda que de las disposiciones interiores del oferente. Frente al malvado, que es rechazado, Abel representa al justo, en quien Dios se complace. Pero el malvado acecha al justo, a fin de darle muerte (Sal 10,4-11). Es una ley universal, y la sangre de los justos derramada desde el comienzo de los siglos clama de la tierra al cielo y exige justicia (Gén 4,10).

2. Figura de Jesús.

Esta ley de un mundo duro hallará su aplicación suprema en el caso de Jesús. Él, el Santo y el Justo (Hech 3,14), se verá entregado a muerte por sus correligionarios. ¡Crimen supremo! Así, “toda la sangre de los justos derramada desde la sangre de Abel el Justo hasta la de Zacarías, asesinado entre el santuario y el altar, recaerá sobre esta generación homicida” (Mt 23, 35s). Esta sombría perspectiva no enfoca solamente el caso particular de los jefes judíos, responsables de la muerte de Jesús; se extiende al mundo entero, puesto que por todas partes se hallan inocentes entregados a la muerte: su sangre derramada reclama la venganza de la sangre (Ap 16,6; 18,24). No obstante, frente a esta voz que clama venganza, hay otra sangre más elocuente que la de Abel: la sangre purificadora de Jesús (Heb 12,24). Ésta invita a Dios al perdón: “Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen” (Lc 23,34). La situación creada por el homicidio del justo Abel se invirtió, pues, en Jesús, el Justo doliente por excelencia. Pero Abel, a la inversa de Caín, que representa para nosotros la dramática ausencia de la caridad en el corazón humano (1Jn 3,12) es el tipo de la rectitud interior, de la fe que lleva a la justicia; por esta razón, aunque muerto, habla todavía (Heb 11,4). PIERRE GRELOT