Adiós.

En el AT como en el NT, diversos personajes en trance de muerte dirigen a sus herederos adioses que constituyen verdaderos testamentos. AT. Los personajes cuyos adioses se refieren son las más de las veces responsables del pueblo de Dios: Jacob, Moisés, Josué, Samuel, David... (y, en el judaísmo ulterior, los doce patriarcas). Sus discursos, aparte de los rasgos particulares que imponen las diversas situaciones, presentan numerosos puntos comunes. El moribundo evoca los dones de Dios a su pueblo; entrevé la salvación prometida (Gén 49,8-12; Dt 32,36-43; Test. de los patr.); exhorta a sus sucesores a la fidelidad (Dt 31-32; Jos 24; 1Sa 12); en los textos más recientes (1Mac 2,51-61; Test. de los patr.) insiste en el ejemplo de los padres.

Los padres y los jefes de Israel aparecen como los testigos de la alianza. Transmiten la tradición recibida, el quehacer y los poderes que les habían sido confiados; invitan a los supervivientes a prolongar su obra.

NT.

1. Adioses de Jesús.

El discurso escatológico (Mc 13) es la última enseñanza que Jesús imparte al pueblo. Exhorta a los fieles a prepararse para el cumplimiento de las promesas que acaba de anunciar. Pero con la novedad radical de su persona introduce aquí un tema original: el anuncio de su parusía, que transforma los adioses en “hasta la vista”.

La última cena es el lugar clásico de los adioses o despedida de Jesús. En Marcos y Mateo, la institución de la eucaristía acaba con una cita en el reino (Mc 14,25 p). En Lucas se prolonga con un discurso que exhorta a los doce a seguir el ejemplo del servicio de Jesús (Lc 22,24-27) y les promete en forma de testamento una participación en su poder regio (Lc 22,28-30). En Juan, el largo relato (Jn 13-17) comienza con el lavatorio de los pies, en el que Jesús da el ejemplo de su servicio; dos discursos paralelos (14 y 16,16-33) constituyen la despedida propiamente dicha: Jesús anuncia en ellos la dolorosa separación que se aproxima y el gozo de su retorno (en las “apariciones pascuales” en 16; en su presencia eclesial en 14); invita a sus discípulos a la fe, al amor, a la paz. Su ausencia es provisional; sólo es aparente.

Las apariciones del Resucitado a los doce contienen, como los adioses de Moisés, de Samuel y de David, una transmisión de poderes. Jesús confía entonces a los suyos la continuación de su misión: les encarga predicar, bautizar, perdonar (Mt 28,19 p.). Les promete su presencia para siempre (Mt 28,20).

2. Los adioses de los apóstoles.

Servidores del designio de Dios, son más afines a los de los personajes del AT.

La segunda carta a Timoteo es un verdadero testamento. Pablo, viendo cercana su muerte (2Tim 4,6-8), recuerda a su fiel discípulo la salvación realizada en Jesús (1,9-10), le anuncia el peligro de herejía (2,16-18) y anhela con toda su esperanza el advenimiento del día del Señor (1,12.18; 2,11-12). Los mismos temas aparecen en la segunda carta de Pedro: la muerte próxima del apóstol (2Pe 1,12-15), la salvación otorgada (1,3-4), la amenaza de la herejía (2,1-3.10-22), la espera del día del Señor (1,16.19; 3,8-10.12-13.18).

Pero el testamento más característico es el de Pablo a los presbíteros de Éfeso (Hech 20,17-38). Aquí hallamos el ejemplo de Pablo (vv. 18-21, 31-35), la perspectiva de su próximo encarcelamiento (v. 22-24), la atestación solemne de que ha desempeñado su quehacer (vv. 25-27), la invitación a sucederle en el servicio de la Iglesia (v. 28) y a defender el rebaño contra los herejes (vv. 29-30).

Los discursos de los apóstoles, a diferencia de los de Jesús, no contienen el “hasta la vista”. No es que no esperen volver a encontrarse con sus fieles el día del Señor; pero cuando piensan en este día, piensan ante todo en el encuentro con su Maestro. Sólo él es el vencedor de la muerte y de toda ausencia.

AUGUSTIN GEORGE