3. EL ACCESO A LOS BIENES: EL MERCADO

      

3.1. VALIDEZ DE UNA ECONOMÍA DE MERCADO

 

Hoy día no parecen haber dudas acerca de la validez de una economía de mercado[1]. Esto se ha manifestado especialmente a partir del derrumbe del «socialismo real» del este europeo, al evidenciar la incapacidad de la total planificación centralizada para satisfacer las necesidades concretas de las personas.

De algún modo aparece como verdadero el hecho que es necesario un muy amplio margen de iniciativa personal a la hora de optar entre los diferentes bienes que necesita y los que están a su alcance. Ello parece esencial, como margen de la originalidad y creatividad de las personas, de modo que puedan realizar adecuadamente la dimensión de la «expresividad» en la posesión de los bienes, de la que se hablaba más arriba.

Es así imprescindible evitar la tentación de la planificación total de la satisfacción de las necesidades de las personas, lo que conlleva una verdadera asfixia del ser humano.[2] La libertad de iniciativa económica aparece como una condición fundamental para permitir una positiva «posesión» de los bienes, que permita un desarrollo integral de la persona.[3]

No obstante, también el «mercado» puede constituirse en una asfixia para el ser humano.[4] También hay que evitar caer en la tentación de pensar que un instrumento económico válido, como lo es el mercado, puede por sí mismo resolver todos los dilemas. Esa es una tentación real y práctica de idolatría.[5] No existe la magia, ni existen mecanismos que de una manera mágica puedan resolver todos los problemas y conflictos de una sociedad. Mucho menos aún, que pueda satisfacer adecuadamente las necesidades de todas y cada una de las personas que la integran.

El mercado es un instrumento válido, pero necesita ser conducido y controlado adecuadamente por la sociedad, a través de sus estructuras políticas, sociales y económicas.[6] El bien común de la sociedad no se realiza en forma automática, ni la responsabilidad humana lo puede dejar librado al «acaso», sino que debe implementar los medios adecuados para alcanzarlo. Un mercado que no construye directamente el bien común no es aceptable desde ningún punto de vista.

Si bien es cierto, como decíamos más arriba, que no es posible planificar la satisfacción de todas las necesidades de las personas debido a su originalidad única, no es cierto que no sea posible preverlas y planificarlas en absoluto. No todo son «deseos» en las personas, sino que muchas son «necesidades» básicas muy nítidas: alimentación, vivienda, salud, educación, etc., etc. En nuestra realidad latinoamericana, para la inmensa mayoría, no estamos hablando (si es que en algún lugar del mundo esto fuera posible) de «qué tipo» de vivienda se prefiere, sino lisa y llanamente de la necesidad imperiosa de una vivienda, «la que sea».

Hay una enorme cantidad de «necesidades» que pueden ser previstas y por tanto planificada su satisfacción, por lo menos en su forma básica, para el conjunto de la población. Una economía de mercado éticamente válida debe conjugar también, junto con la libertad de iniciativa particular, un nivel de planificación y control que aseguren su orientación clara hacia el bien común.

La pregunta fundamental no parece ser la de ¿el mercado es válido, sí o no?, sino la de ¿qué tipo de mercado es válido?

 

    3.2. LOS LIMITES DEL MERCADO

 

Junto con el reconocimiento de las características positivas del mercado, aparecen también una serie de límites que es necesario tener presentes a la hora de pensar en una estructura concreta de mercado.

El primer y más grande límite es el referido a lo que podríamos llamar en sentido amplio, la justicia social. El mercado por sí solo no puede en modo alguno asegurar una justa distribución de los bienes, por lo que su funcionamiento libre puede con facilidad llevar justamente a lo contrario: a ahondar la brecha entre ricos y pobres.[7]

Al no poder garantizar el empleo, la adecuada protección legal (real) a los trabajadores y pequeños comerciantes (incluidos los «informales»), la seguridad social para enfermedad, vejez, etc., etc., no pueden quedar librados al azar del mercado ninguno de esos items, dada la importancia fundamental que tienen para el respeto de la dignidad de la persona y el bien común.

En el mismo sentido, solamente es posible una sociedad solidaria y justa si encuadra fuertemente el mercado de modo que asegure "el valor de la persona, la honradez, el respeto a la vida y la justicia distributi­va, y la preocupación efectiva por los más pobres".[8]

Entrando ya en aspectos particulares, el segundo límite que constatamos es el dado el tema del «precio». El mercado funciona en base al intercambio de bienes que se opera entre quienes «ofrecen» bienes y quienes «demandan» bienes. El nexo de unión entre ambos es el «precio».

Sin embargo, hay muchos bienes que no pueden ser cotizados mediante un «precio». Hay muchos bienes que no pueden ser, por tanto, vendidos y comprados, sin que se los tergiverse en su misma esencia.[9] En modo alguno es reducible el universo de los bienes necesarios para la realización plena de la persona y la sociedad, a los bienes económicos o medibles económicamente, como por ejemplo bienes culturales y religiosos.

Esto exige establecer otro tipo de mecanismos, que involucran también a lo económico, que permitan una autonomía con respecto al mercado del acceso a estos bienes. En otras palabras, es imprescindible controlar que el sistema de mercado invada áreas, que aunque involucran lo económico (todo en la historia involucra de algún modo lo económico), no son reducibles a él.

Un tercer límite está planteado por el hecho de que el mercado por sí solo no puede valorar adecuadamente los recursos humanos.[10] Es un límite derivado del anterior aunque tiene una dimensión propia: el valor del trabajo no es medible exclusivamen­te en términos económicos.

El trabajo del hombre merece una «justa retribución»[11], pero nunca puede ser reducido a ella. El trabajo no es una «mercancía» ni puede ser tratado como tal, por tanto no puede depender exclusivamente del mercado y de la oferta/demanda de mano de obra.[12] Deben establecerse otros mecanismos complementarios al mercado para asegurar no solo el derecho al trabajo (también de los minusválidos, etc., aunque no sean tan «competitivos») y su salario justo, sino además sus condiciones de trabajo, la participa­ción efectiva en la gestión, el rescate de la subjetividad del trabajo, etc.

Un cuarto límite lo constituye la preservación de los «bienes colectivos».[13] Dentro de este grupo entran una enorme variedad de bienes, que van desde lo ecológico hasta lo cultural y lo político. Son bienes que atañen a la sociedad actual en su conjunto, en su hábitat, en su identidad, en su proyección de sí misma. Pero más aún, atañe a la sociedad en lo que serán sus futuras generaciones, a las que hay que legar una tierra habitable, una identidad cultural, y una escala de valores.

Por su propia esencia, el mercado como tal no puede en modo alguno preservar bienes de estas características, ya que necesariamente el mercado tiende a dar respuesta a lo inmediato y a lo individual (aunque sea a gran escala). Se necesita así, no solo establecer controles sobre el mercado que preserven estos bienes, sino también establecer mecanismos que posibiliten su desarrollo dentro de su dinámica propia.

Por último, podemos marcar un quinto límite del mercado, que es el referido a la igualdad de quienes acceden a él.[14] No es un axioma aceptable el que todos acceden al mercado en igualdad de condiciones, porque la experiencia demuestra lo contrario. Con mucha facilidad el mercado se convierte en un mecanismo terrible donde los grupos con poder dominan de tal modo que pueden reducir "prácticamente a la esclavitud"[15] a los que no tienen ese poder.

En los campos donde el mercado es posible y necesario, debe a su vez existir un control que compense la desigualdad que de hecho existe entre las partes. Esto se puede dar a muchos niveles, desde el mejorar el nivel de capacitación hasta la intervención poniendo límites obligatorios a la variación libre. Este planteo suele generar especial oposición en los economistas que defienden un mercado libre «sin interferencias» con el argumento de que esos «límites» que se pueden poner al mercado generan grandes costos. No hay duda de que esos costos se generan, como también los genera el que no haya límites, aunque se paguen de manera distinta, pero lo que importa desde esta perspectiva no es tanto el eliminar costos como el evitar que esos costos recaigan sobre los más débiles.

En el próximo punto veremos justamente una derivación de esto, que es el problema de la exclusión del mercado.

 

    3.3. LA EXCLUSIÓN DEL MERCADO

 

Aunque se pretenda un «mercado total», sin embargo en la práctica muchas personas y sectores quedan excluidos del mercado. Cuando el mercado es el sistema económico hegemónico, la «exclusión» supone la marginación y, en muchos casos, la casi imposibili­dad de supervivencia también.

La exclusión del mercado se da por los dos extremos posibles: por el lado de la oferta y por el de la demanda. Ambos extremos no son separables y las consecuencias van directamente unidas, ya que quien no puede «ofertar» eficazmente, tampoco tiene con qué «demandar» eficazmente.

En el primer caso, los motivos de la exclusión son esencialmente de capacidad de «competir». En la práctica, quien no es competitivo, queda excluido. El problema de la competitividad radica, al menos en dos factores importantes: por un lado en la capacidad tecnológica, y por otro lado, en la producción de escala.

La capacidad tecnológica constituye un problema insalvable en gran medida tanto para los productores individuales, como para países enteros de América Latina.[16] El acceso a la tecnología exige no solamente de capitales importantes (inaccesibles a grandes sectores de productores rurales y urbanos), sino de una mentalidad adecuada que exige cambios culturales muy grandes (tampoco posibles en el curso de una generación sin generar quiebres culturales graves), y de una capacitación e información de no fácil acceso.

Esto lleva a que la inmensa mayoría de los pequeños productores (urbanos y rurales) se vean totalmente excluidos del acceso a la tecnología de punta en sus respectivos rubros, y condenados a utilizar tecnologías atrasadas, no tengan posibilidad alguna de competir en el mercado real.

A su vez, y muy vinculado al tema tecnológico se encuentra el de la «producción a escala». Grandes sectores de nuestras poblaciones están compuestos de pequeños artesanos, comerciantes, y productores, con unidades de producción unipersonales, familiares, o de muy pocos empleados. Esta realidad se ve agravada por la no promoción de sistemas cooperativos o colectivos, llevada adelante justamente por las políticas que impulsan el libre mercado.

El pequeño volumen de las producciones, los costos marginales altos, la falta de respaldo financiero frente a las oscilaciones del mercado o los desastres naturales, la falta de información de la «trastienda» de los mercados y por tanto de los juegos especulativos en marcha, etc., vuelven totalmente no-competitivos a los pequeños productores.[17]

Consecuencia de ello es que las grandes empresas los absorben como mano de obra, perdiendo así su independencia e iniciativa económica, o peor aún, pasan a engrosar los sectores de desocupados o «informales».

 

Por el otro extremo, se encuentra la exclusión por el lado de la demanda.[18] El mercado es un «mercado de consumo» (la demanda es esencialmente consumo). Aunque todos los seres humanos tienen necesidad de consumir bienes, no todos tienen la posibilidad de acceder al mercado de consumo.

Todos los seres humanos, de hecho, consumen. De lo contrario morirían, pero ello no significa en absoluto que participen del mercado de consumo. Para participar de él hay que tener poder adquisitivo, y quien no lo tiene, queda marginado.

Participar del mercado de consumo implica tener acceso no solamente a los bienes indispensables para la supervivencia física, sino el poder integrarse a la dinámica social, lo cual implica el acceso a cierto nivel de bienes.

El sistema de mercado tiende a identificar a la persona con el consumidor. Sólo quien consume «existe». Para poder estar «integrado» se debe poder vestir de determinado modo, manejar cierto vocabulario e información, participar de determinadas actividades, etc., todo lo cual tiene un costo económico. Quien no tiene el poder adquisitivo para ello, queda automáticamente marginado de la «sociedad».

De igual modo en el nivel productivo, como ya vimos, quien no logra el acceso a un nivel tecnológico adecuado queda marginado del circuito productivo, con lo que su capacidad de acceso futuro es aún menor, y por tanto, su atraso y consiguiente marginación, aumenta.

Además del problema del «consumismo» tan esencialmente ligado al sistema de mercado, y que ya analizamos en la parte anterior de este trabajo; el que se establezcan niveles cualitativamente diferenciados de consumo, implica en la práctica, establecer círculos concéntricos de integración, o lo que es lo mismo, círculos de exclusión progresiva.

Las graves desigualdades económicas, ya planteadas más arriba[19], implican en la práctica una brecha en el acceso al mercado de consumo. Las grandes mayorías tienen un acceso al mercado de consumo sumamente restringido, y grandes sectores están en realidad, totalmente marginados de él.

 

En sociedades donde el sistema de mercado es hegemónico, quien no puede acceder a una producción competitiva queda irremediablemente excluido, y consiguientemente condenado a no contar con poder adquisitivo.

Quien no tiene poder adquisitivo, queda marginado del mercado de consumo, y en sociedades donde la «integración» se da en base a la lógica del consumo, queda automáticamente marginado de la sociedad, de la cultura, de la participación política real, y en muchos casos, inclusive afectado en su autoestima e identidad.

El mercado tiene, pues, un límite intrínseco que es el de «los excluidos» que él mismo genera en su dinámica. Si no existen correctivos, medidas compensatorias, controles, mecanismos de redistribución del poder adquisitivo, etc., el resultado de su funcionamiento incluye una inmensa marginación.

Pero más aún, si no se corrige la propia lógica del mercado, y esta es la hegemónica en una sociedad, el resultado supone una alienación profunda muy difícil de revertir.[20]

 

    3.4. MERCADO Y SISTEMA POLÍTICO

 

Desde la antropología que contestamos se ha planteado con mayor o menor insistencia e intensidad, la relación entre sistema de mercado y sistema democrático. Aunque con grandes variaciones, como vimos al comienzo de esta parte del presente trabajo, se plantea, sin embargo, la correspondencia y sintonía entre ambos.

Dadas las características de este trabajo, no pensamos realizar un análisis de los sistemas políticos y sus implicaciones antropológicas. Solamente diremos en ese sentido, que para el magisterio está muy clara hoy día la neta preferencia por el sistema democrático.[21]

Lo que sí queremos remarcar es, que en la realidad histórica, esa vinculación no parece tan clara. Si se trata de la comparación entre los regímenes totalitarios que acompañaron la experiencia del socialismo real, y los regímenes que (en forma genérica) desarrollaron sistemas de mercado, es indiscutible que ha habido un mayor desarrollo de la democracia en estos últimos.

Pero si el análisis lo hacemos al interior de ese muy heterogéneo sector de países que no intentaron la implantación del socialismo real, tenemos situaciones muy diversas.

Se suele poner como ejemplo que los países más desarrollados económicamente con el sistema de mercado, son también los que tienen una democracia más desarrollada y firme. De eso, lo único claro es que en esta segunda mitad de siglo han tenido sistemas democráticos estables, pero ni es tan claro que sean firmes, ni mucho menos es aceptable que sean las democracias más desarrolladas. Por otro lado, entre los países desarrollados tampoco es tan uniforme el planteo en torno al sistema de mercado.

A su vez, en América Latina, la realidad es aún más compleja. Hay democracias con sistema de mercado en desarrollo que han caído en dictadura, hay dictaduras que han implantado sistemas férreos de mercado, y hay dictaduras que han caído sin haber implementado sistemas de mercado nítidos. No aparecen, pues, con claridad nexos causales entre ambos elementos.

Por lo menos hay que decir que, en América Latina, no resulta nada evidente la vinculación entre democracia y sistema de mercado. Por tanto, parece mucho más razonable trabajar ambas dimensiones (económica y política) en forma separada, aunque estén indiscutiblemente unidas, que aceptar la dependencia del sistema político (aunque sea en parte) de un mecanismo económico como lo es el mercado.



[1]      El mismo magisterio así lo presenta en la Centesimus Annus (34) al decir:

               "Da la impresión de que, tanto a nivel de Naciones, como de relaciones internacio­nales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades."

Cfr. también: 40b, y 43.

[2]      Cfr. CA 49.

[3]      "Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la persona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas."       CA 40b

[4]      Cfr. el mismo numeral 49 de CA.

[5]      Dice en este sentido el magisterio en  Centesimus Annus (42) (Cfr. también 40b):

               "Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso en tomarlos en consideración (los problemas sociales), porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado."

En referencia explícita al neoliberalismo, el documento de Santo Domingo, lo ubica en esta perspectiva, resaltando las interpretaciones "estrechas o reductivas de la persona y de la sociedad" de las que parte (Cfr. 199).

[6]      Hay una gran insistencia del magisterio en este aspecto de la necesidad de conducción y control del mercado. A modo de ejemplo Cfr. CA 34, 35, 40, 42, 43, 52; Sto Dgo 195, 202; Cat 2425; etc.

[7]      "La política de corte neoliberal que predomina hoy en América Latina y el Caribe profundiza aún más las consecuencias negativas de estos mecanismos. Al desregula­r in­discriminadamente el mercado, eliminarse partes importantes de la legislación laboral y despedirse trabajadores, al reducirse los gastos sociales que protegían a las familias de trabajadores, se han ahondado aún más las distancias en la sociedad."

               Sto Dgo 179. Cfr. también: Cat 2425.

[8]      Sto Dgo 195b.

[9]      Cfr. CA 34; Sto Dgo 195a.

[10]    Cfr. CA 35.

[11]    No hace falta abundar en un tema presente en todos los documentos sociales desde la Rerum Novarum hasta hoy.

[12]    Cfr. LE 7bc y todo el capítulo IV; CA 4, 34.

[13]    "Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado."

CA 40a

[14]    Cfr. CA 15a.

[15]    Ibid.

[16]    Cfr. CA 32; Sto Dgo 202.

[17]    A modo de ejemplo, dice el documento de Santo Domingo (174; cfr. también 172):

               "En los últimos años esta crisis se ha hecho sentir con más fuerza allí donde la modernización de nuestras sociedades ha traído expansión del comercio agrícola internacional, la creciente integración de países, el mayor uso de la tecnología y la presencia transnacional. Esto, no pocas veces, favorece a los sectores económi­cos fuertes, pero a costa de los pequeños productores y trabajadores."

[18]    Cfr. Sto Dgo 195, 202.

[19]    Cfr. Sto Dgo 179, 195.

[20]    Cfr. CA 41-42.

[21]    Dice la encíclica Centesimus Annus (46a):

               "La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que se asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernadores la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica."

Asimismo, además de citar a Centesimus Annus, dice el documento de Santo Domingo (191):

               "La libertad, inherente a la persona humana y puesta de relieve por la modernidad, viene  siendo conquistada por el pueblo en nuestro continente y ha posibilitado la instauración de la democracia como el sistema de gobierno más aceptado, aunque su ejercicio sea todavía más formal que real."

Existen, no obstante, una larga serie de prevenciones, no con respecto a la democracia en sí, sino en cuanto a los elementos indispensables para que una democracia sea verdadera. Por ejemplo cfr. CA 46b; Sto Dgo 193.