PROPUESTA ANTROPOLÓGICA DIFUNDIDA (ERRÓNEA)
Un segundo grupo de afirmaciones contenidas en esta
propuesta antropológica tiene que ver directamente con lo económico.
Catalogarlo como «segundo grupo» tiene únicamente una función de
ordenamiento del tema, pero en modo alguno significa que ni en la importancia de
la propuesta ni en la del análisis que estamos haciendo, estas afirmaciones
sean de «segundo nivel».
Obviamente el centro del planteo sigue siendo la «persona-individuo».
A su vez, el centro de la «persona-individuo» es su libertad incondicionada,
es decir, libertad entendida como ausencia de todo condicionamiento externo para
llevar adelante su propia racionalidad en función de sus propios intereses[1].
Esto se apoya en un principio básico e ineludible: el
de la propiedad privada de los bienes, incluyendo los recursos. Desde las tres
perspectivas de fundamentación posible, se sostiene el valor de la propiedad
privada: como desarrollo innegable en la historia (fundamento histórico), desde
la «ley natural» (fundamento deontológico), y desde la «prosperidad» que
genera (fundamento teleológico)[2].
La propiedad privada es presentada como inseparable de
la libertad y del estado de derecho, y no sólo unidos por un vínculo extrínseco,
sino como condición de posibilidad: sólo a partir de la propiedad privada es
posible la libertad y el estado de derecho[3].
De este modo, la propiedad pasa a ser inclusive un
valor moral a desarrollar, ya que se convierte en la base de la libertad y, como
veremos, en el medio para lograr los propios intereses.
Dependiendo de las diferentes corrientes, el acento
estará centrado más en el irrestricto derecho sobre los bienes en propiedad
(incluida la propia persona entre ellos)[4], o se aceptará una cierta regulación de la misma en
función de su propio mantenimiento[5]. Obviamente el «derecho de propiedad» incluye en sí
mismo el derecho más o menos absoluto (según las mismas corrientes) a disponer
arbitrariamente de ellos en su utilización.
La persona-individuo identifica de tal modo la
propiedad privada de los bienes con la libertad que, aunque no se lo manifieste
siempre en forma directa y explícita, no ve con buenos ojos el «derecho
universal al bienestar» en cuanto que realizarlo en la práctica supondría la
violación de los derechos (inalienables) a la propiedad de algunos, y eso sería
equivalente a negar su libertad[6].
A su vez, la persona-individuo no es autosuficiente
sino que, por el contrario, para satisfacer sus intereses necesita del concurso
de bienes y recursos de los que él personalmente no dispone en propiedad. De
este modo se plantea la necesidad de lograr esos bienes y recursos de algún
modo.
Los «intereses» de la persona-individuo son
esencialmente «desconocidos», dado que el ser humano es inabarcable e
impredecible por la ciencia. La «ignorancia» antropológica insalvable impide
prever y por tanto planificar en modo alguno los intereses o deseos de las
personas-individuos[7]. Por este camino se llega a la inevitabilidad del
libre intercambio entre las diferentes personas-individuos, de modo que cada uno
pueda alcanzar la realización de los intereses que tiene. Ese libre intercambio
no es otra cosa que el «mercado»[8]. El mercado es, pues, una institución espontánea del
ser humano[9].
El «mercado» como lugar óptimo de intercambio de
bienes para permitir el logro de los intereses particulares se articula en base
a un elemento distintivo: el «precio»[10]. A través de él se articula la «oferta» y la «demanda»
que es el nexo vinculador entre las personas-individuos en cuanto buscan
alcanzar sus intereses particulares. El mercado es pues el mecanismo por el que
es posible «vender» y/o «comprar» lo necesario para alcanzar la realización
de los propios intereses.
El acceso al mercado como mecanismo donde adquirir lo
necesario para el logro de los propios deseos se denomina habitualmente «consumo».
Dado que la libertad de la persona-individuo en cuanto capacidad de lograr la
realización de los propios intereses o deseos se basa en el acceso a los
recursos que necesita, así la persona-individuo se convierte, de hecho,
esencialmente en «consumidor»[11].
Aunque hay en el planteo una cierta ambigüedad, la tónica
general apunta a que el mercado es capaz de resolver todas cuestiones relativas
a la relación entre las personas[12]. La ambigüedad radica en que mientras se plantea la
necesidad de que ciertos aspectos sean cubiertos a nivel colectivo de la
sociedad (p.e. la seguridad, el sistema jurídico, etc.), y por tanto deben ser
brindados por el estado, por otro lado se van desarrollando iniciativas que
tienden a la inclusión de esos mismos servicios en la órbita particular
privada. De ahí que, en la práctica, la tendencia del planteo sobre los
alcances del mercado se acerque al de la totalidad de la dimensión humana.
Hay también planteos en el sentido de que no se trata
de un único mercado sino que existen en la realidad múltiples mercados que
atienden a muy diferentes aspectos de la realidad humana[13]. No obstante esta diferenciación, todos esos «mercados
parciales» están no solo vinculados entre sí, sino que están realmente
entrelazados de tal manera que en definitiva constituyen una especie de mercado
total.
Ese mercado genera a su vez «competencia»[14], que es vital como mecanismo de búsqueda de «eficacia»,
lo que se traduce en un «desarrollo tecnológico» que a su vez produce un
crecimiento inigualable de bienes.
El «desarrollo» es identificado con ese crecimiento
sustantivo de bienes, ya que a través de él es posible la satisfacción mayor
de «intereses» particulares, lo cual aumenta las posibilidades de «posesión»
por parte de la persona-individuo y consiguientemente su libertad[15].
De este modo el mercado es presentado como verdadero (y
único) «motor» del desarrollo. A su vez, el mercado tiene como condición
esencial de autenticidad la existencia de la propiedad privada de los bienes, ya
que sólo así el intercambio (compra/venta) sería expresión de la libertad de
la persona-individuo que de este modo procura la realización de sus propios
intereses.
Ese conjunto de elementos: desarrollo-abundancia,
eficacia-competencia-tecnología, satisfacción de intereses o deseos
individuales, se basan en ese elemento clave que es el mercado. A su vez, el
mercado supone además otra virtud: la de generar democracia[16]. No se trata de una vinculación generativa directa,
sino de una vinculación por correspondencia y sintonía. El mercado necesita de
un marco jurídico y político que es directamente correlativo al de la
democracia, y por tanto ambas confluyen en una común necesidad.
La perspectiva valórica de esta vinculación entre
democracia y mercado es variada entre los diferentes autores, y va desde una
valoración francamente positiva de esa concordancia[17], hasta una aceptación de que la combinación de ambos
constituye un sistema deficiente, pero el menos malo frente a todas sus
alternativas[18].
RESPUESTA A ESA ANTROPOLOGÍA:
DESARROLLO Y ACCESO A LOS BIENES
1. EL DESARROLLO
1.1. DESARROLLO Y BIEN COMÚN
Tal como fue explicado en la parte anterior, la
eticidad de la sociedad se concreta en la persecución de su bien común que
implica de por sí la plena realización de la sociedad en sí misma y de todos
sus integrantes.
En este sentido, surge un elemento de primordial
importancia para la permanente realización del bien común: el desarrollo. En
una realidad en constante transformación, como lo es la contemporánea, el
desarrollo de una sociedad constituye su dinamismo esencial en cuanto a la
posibilidad real de articular el bien común.
Tan fuerte es la vinculación entre ambos conceptos que
con facilidad se los confunde o se los utiliza como sinónimos, cuando en
realidad se trata de diferentes niveles de realidad. El bien común habla de «una
finalidad» de la sociedad (realizarse a sí misma), que es finalidad de sentido
y de destino («identidad» como recuperación de sus raíces, como actualidad
de existencia histórica, y como proyecto de sí para el futuro). Siempre el
bien común es finalidad, si bien, se trata de una finalidad actuada en proceso
y no sólo como meta última a alcanzar.
En cambio, el desarrollo habla de «un instrumento»,
que no tiene sentido en sí mismo sino únicamente en función de una finalidad
que lo trasciende. El «desarrollo» siempre implica la pregunta del «para qué»
y del «hacia donde», nunca termina en sí mismo ni puede orientarse por sí
mismo.
En sí mismo el «desarrollo» implica un «crecimiento»,
pero crecimiento que no es únicamente cuantitativo[19], sino principalmente cualitativo. A su vez ese
crecimiento ni es lineal ni es homogéneo, sino que tiene prioridades que son
en algunos aspectos coyunturales, y en otros son prioridades que se desprenden
de la esencia de la finalidad perseguida.
Así, el «desarrollo» es un instrumento
imprescindible del bien común. Es imprescindible, porque sin un dinamismo de
crecimiento no es posible realizar el bien común, ya que pensarlo en forma estática
es cerrarlo al futuro y por tanto negarlo en sí mismo[20].
Pero a su vez es «instrumento», ya que su sentido lo
recibe desde el bien común, y únicamente en la medida en que está directa y
claramente referido al bien común es que se constituye en un «bien» para la
sociedad. El «crecimiento», en cualquier sentido o dimensión, que no esté
integrado plenamente al bien común, en la práctica se constituye en un enemigo
de la globalidad de sentido y realización de la propia sociedad.
1.2. EL «PROYECTO DE DESARROLLO»
El desarrollo se encuadra en el proyecto de sí que
tiene de frente al futuro la propia sociedad. Proyecto de sí que es aquello que
quiere llegar a alcanzar, que es aquello que quiere construir en sí y consigo
misma, que es aquello que quiere llegar a ser. El desarrollo es instrumento de
posibilidad de llegar a ser lo que la propia sociedad quiere llegar a ser.
Así el «desarrollo» no es una realidad en sí misma
sino en cuanto que se encuadra en un «proyecto». El «proyecto de desarrollo»
es la realidad del futuro que se va haciendo posible y realizando ya en la
actualidad.
No se puede proyectar el desarrollo sólo como realidad
de futuro a la que hay que sacrificar el presente, sino que exige que ya en el
presente de vaya realizando esa realidad en construcción. A su vez, también
exige orientar los esfuerzos del presente de modo que no termine en sí mismo,
sino que se convierta en el camino real de un futuro en construcción.
El desarrollo es, pues, el proyecto de sí mismo que la
sociedad va haciendo posible y actualizando en el presente. Como proyecto de sí
mismo, incluye un ideal que se quiere alcanzar, y al mismo tiempo, incluye la
realidad histórica que le toca vivir.
Para ser real, el desarrollo necesariamente debe
incluir ambas dimensiones: la ideal-axiológica y la real-histórica. La primera
permite perseguir otros horizontes de realización social más elevados y plenos
que los actuales. La segunda previene contra un utopismo imposible históricamente.
Esto exige por un lado, que la sociedad como tal defina[21] en forma explícita su ideal, de modo que no quede
referida exclusivamente al enunciado de algunos valores de contenido más o
menos vago y/o mítico, sino que incluya objetivos axiológicos de tipo
estructural concreto.
Por otro lado, exige un serio y permanente análisis de
la realidad actual, en cuanto a percibir con la mayor claridad posible las
posibilidades y limitaciones que en cada campo de la realidad se presentan.
El «proyecto de desarrollo» es el intento sistemático
de conjugar históricamente ambos elementos: realidad presente y aspiración
futura. Conjugarlos implica tener en cuenta varios elementos fundamentales,
entre los cuales quiero destacar tres.
En primer lugar que todo aterrizaje a la realidad histórica
de un ideal implica de por sí un empobrecimiento. Entre ideal y concreción
histórica hay un salto cualitativo inevitable que la sociedad debe asumir no
como fracaso sino como parte de un proceso nunca acabado.
En segundo lugar, siempre la concreción histórica
plantea perfiles nuevos, no previstos, que exigen un replanteo del ideal a
construir, aunque sea un replanteo parcial. Se trata de una tensión dialéctica
entre ideal y concreción histórica donde ambos se alimentan y cuestionan
mutuamente. El proyecto de desarrollo es esencialmente dinámico.
En tercer lugar, todo proyecto de desarrollo implica
ordenar los recursos conque se cuenta de un modo adecuado de modo de optimizar
el resultado obtenido. Pero dado que los recursos son siempre escasos,
ordenarlos en función de un resultado implica lo que habitualmente se llaman «costos».
Es fundamental, pues, que el proyecto de desarrollo incluya la definición de
los costos que se están dispuestos a asumir (normalmente la velocidad de
crecimiento depende en gran medida del volumen de costos que se asuman), y de qué
sectores de la sociedad son los que van a cargar con esos costos.
El «desarrollo» como proyecto de sí que tiene de
frente al futuro la sociedad en función de su bien común, se constituye más
bien en un «proyecto de desarrollo» que progresivamente se va realizando en la
historia.
1.3. LAS DIFERENTES DIMENSIONES DEL DESARROLLO
Con extraordinaria facilidad se reduce el concepto de
desarrollo al «desarrollo económico», e incluso muchas veces se confunde el
desarrollo con el mero «crecimiento económico» (aumento de los bienes
materiales a disposición).
La razón de ello no es gratuita ni casual, ya que lo
económico es una mediación básica de la relacionalidad social en todas las
dimensiones. Sin embargo, reducir el desarrollo de la sociedad al «desarrollo
económico» constituye, en la teoría y en la práctica histórica, una central
negación del bien común, y por tanto en una verdadera tergiversación del
desarrollo.
La realidad de la sociedad abarca una pluralidad de
dimensiones que simultáneamente gozan de una cierta autonomía de estructuración
(cada una configura un sistema de estructuras sociales de comprensión y actuación),
pero que también son inseparables en la vida social concreta.
En base a la encíclica
Sollicitudo Rei Socialis[22] podemos establecer, sin ánimos de exahustividad, al
menos seis dimensiones constitutivas intrínsecas a un verdadero desarrollo.
Esas dimensiones o «niveles» de la realidad social los podemos enunciar como:
nivel «religioso», nivel «cultural», nivel «económico», nivel «político»,
nivel «social», y nivel «relacional».
Aunque más adelante apuntemos algunos elementos del
contenido de cada uno de esos niveles, por lo pronto interesa constatar que
ninguno de ellos es reducible ni subsumible en otro, y que por lo tanto cada uno
de ellos exige un desarrollo propio.
Tampoco es posible «renunciar» al desarrollo de
ninguna de esas dimensiones, ya que en la medida en que son ciertamente
constitutivas de la realidad, su estancamiento, o peor aún su desconocimiento,
implica una mutilación arbitraria del ser social y consiguientemente implica su
frustración.
El desarrollo de la sociedad exige el crecimiento
armonioso y ponderado de todas las dimensiones, y por tanto un verdadero
proyecto de desarrollo debe incluir necesariamente este crecimiento diferenciado
y ponderado de todos y cada uno de los niveles de la realidad social.
Cierto que no es posible prever todas las dimensiones
de la realidad, ni establecer metas precisas para cada una de las dimensiones en
un proyecto de desarrollo. Sin embargo ello no habilita a prescindir de ninguno
de esos elementos. Sí es posible (y necesario) tenerlas todas en cuenta y,
dentro de las limitaciones, prever los desequilibrios y omisiones que deben
corregirse a partir de la atención desproporcionada a uno de los niveles.
De todos modos, mucho más claro aún es que no se
puede unilateralizar el desarrollo como «desarrollo económico». Por ello, de
ningún modo es aceptable un proyecto de desarrollo que se base únicamente en
aspectos económicos o que tenga solamente metas en este sentido[23].
Muchísimo menos sería aceptable un proyecto de
desarrollo que explícita o implícitamente supusiera que el desarrollo económico
generase por sí un desarrollo de las otras dimensiones. Por el contrario, el
pretender que el desarrollo de cualquiera de las dimensiones, por sí, genera el
desarrollo de las otras, tiene como consecuencia práctica la negación (y
destrucción) de las otras dimensiones.
La dimensión económica contiene una tentación muy
grande ya que permite un tipo de metas y mecanismos mucho más fácilmente
delimitables matemáticamente que las otras dimensiones. No obstante, esa es una
verdadera «tentación», que puede constituir un economicismo verdaderamente
alienante de personas y sociedades[24].
1.4. LA REALIDAD AMBIGUA DEL DESARROLLO
Desde la perspectiva teológica, el «desarrollo» y su
contenido específico tiene una importancia muy relevante dado que su realidad
histórica es parte integrante de la Historia de Salvación. En este sentido ha
resultado clave la afirmación del Concilio Vaticano II que lo vincula con la
construcción del Reino de Dios:
"La espera de una tierra nueva no debe amortiguar,
sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde
crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera
anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin
embrago, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa en gran medida al reino de Dios."
GS 39
Así la misión del cristiano en el mundo tiene directa
relación con la construcción de un auténtico desarrollo («progreso temporal»
en lenguaje del Concilio), ya que en ello se juega en gran medida el propio
crecimiento del reino de Cristo.
El contenido del concepto de «desarrollo» está
explicitado en extenso por primera vez en el magisterio eclesial en la encíclica
Sollicitudo Rei Socialis, como veremos más adelante. En ella se hace un
análisis de la realidad contemporánea, mostrando sus signos de esperanza así
como la presencia de estructuras de pecado a nivel universal.
Pero la realidad del desarrollo es ambigua. Desde
nuestro tema, en la Sollicitudo Rei Socialis lo central está referido
por un lado, a lo que son los conceptos equivocados de desarrollo, y por el
otro, el concepto válido del mismo[25]. Dentro de lo que son concepciones equivocadas del
desarrollo podemos encontrar una que es de tipo «teórico» y que se refiere a
un desarrollo como crecimiento positivo, material, e ilimitado[26].
El otro tipo de concepción equivocada del desarrollo
es de tipo «práctico» y esta configurada por lo que paradojalmente es llamada
«súper desarrollo»[27], y que al igual que la miseria del subdesarrollo,
ahoga los deseos más profundos del hombre. Ese «súper desarrollo» es
identificado con la "llamada civilización del «consumo» o
consumismo".
A continuación, se presentan algunos elementos
fundamentales del concepto válido de desarrollo desde la perspectiva teológica.
Esos elementos los podemos sistematizar de la siguiente manera:
1) El
hombre y todos los hombres son y deben llegar a ser imagen de Dios. Cada
hombre es una única expresión como imagen de Dios, pero no es una imagen estática
sino una vocación originaria a ser desarrollada[28]. Ese desarrollo se debe dar en un "jardín"
(espacio de tiempo y lugar). Ese "jardín" son los elementos
necesarios para desarrollarse como imagen de Dios. Los bienes del "jardín"
están destinados antes que nada, a todos (repetido muchas veces),
porque todos tienen la misma vocación, y ninguno puede ser privilegiado.
2) La
dimensión social del concepto de desarrollo. El desarrollar la imagen de
Dios, no se puede considerar en sentido individualístico. "El hombre es
fundamentalmente social". Nadie puede desarrollarse solo, ni a costa de
otro. Y lo mismo se aplica a grupos y pueblos[29].
3) La
realidad del pecado y la amenaza del pecado. Esa autorrealización del
hombre dentro del "jardín" no es algo automático o garantido[30]. Hay muchas posibilidades de
"desviaciones". Si no se acepta la realidad del mal y el pecado, no se
puede explicar muchas experiencias personales y como pueblo, negativas. El
desarrollo está bajo la constante amenaza del pecado. Si no se acepta esto,
no se puede hablar de cambio personal, porque todos estamos sometidos a un
proceso indefectible de la historia.
4) La
dimensión escatológica. A pesar de la amenaza del pecado, está la
realidad de la redención de Cristo que ha derrotado al pecado. Este elemento
optimista es fundamental ya que fundamenta la posibilidad de cambios reales a
nivel personal y social. Da una dimensión no sólo de la superación del pecado
(de la negatividad), sino al mismo tiempo da una dimensión nueva de la
fraternidad entre los hombres[31].
La redención no se realiza sólo en los individuos
sino también en los pueblos y el universo entero. La escatología no sólo
marca una nueva relación entre Dios y el hombre sino también entre los hombres
entre sí[32].
1.5. EL CONTENIDO DEL DESARROLLO
Qué es el desarrollo no aparece como evidente e
inmediato. La propia realidad de ambigüedad del desarrollo, que de no ser
verdadero se convierte en tan deshumanizante como lo es la «miseria del
subdesarrollo», lleva a la necesidad de profundizar en su contenido. Para no
hacer aquí un análisis técnico detallado del documento, presentaremos una síntesis
de lo que integra el verdadero desarrollo.
Para ello tomamos seis niveles de la realidad,
indispensables de ser considerados, con la doble vertiente según el concepto
equivocado y según el concepto verdadero.
El primero[33] que consideraremos es el «nivel religioso». Desde
esta perspectiva, el falso desarrollo consiste en la negación teórica y/o práctica
de lo sobrenatural y de la dimensión trascendental y religiosa del ser humano.
Por el contrario el verdadero desarrollo implica la
toma de conciencia y explicitación práctica de la fe en Dios y del respeto (en
sentido activo) de la dimensión religiosa del ser humano.
El segundo nivel que consideraremos es el «cultural».
Aquí, el falso desarrollo se basa en un sistema axiológico que presenta en la
práctica la ganancia individual y el poder como valores absolutos y centrales.
A su vez, el verdadero desarrollo supone que el cuerpo social y sus miembros
defiendan en la práctica la «solidaridad» como valor central.
El tercero, es el «nivel económico». En él, el
falso desarrollo está dado por las estructuras que conllevan: la maximización
de la ganancia individual o del Estado; destrucción de la subjetividad
creativa y del derecho de iniciativa económica de personas y grupos; la
falta de respeto al medio ambiente; el colocar los intereses económicos
nacionales por sobre los de la humanidad, etc.
Por el contrario, el verdadero desarrollo conlleva: la
movilización de iniciativas individuales y colectivas para satisfacer
necesidades básicas de todos; el crecimiento práctico de la conciencia ecológica;
el sostenimiento de una economía internacional solidaria, etc.
En cuarto lugar, tenemos el «nivel político». En
este nivel, el falso desarrollo está dado por dos elementos complementarios: el
desconocimiento práctico de los derechos humanos; y el sostenimiento de un
sistema político excluyente de sectores de población, o que protege minorías
privilegiadas.
A su vez, el verdadero desarrollo está dado por el
pleno respeto de los derechos humanos; y por el sostenimiento de un sistema político
participativo (con especial énfasis en una verdadera democracia).
El quinto nivel considerado es el «social». En él,
el falso desarrollo está dado por la igualdad formal pero desigualdad real
entre grupos o clases sociales en la consideración social y el acceso a los
bienes sociales; por la desigualdad de oportunidades; por el alto nivel de
pobreza extrema.
Por el contrario, el verdadero desarrollo consiste en
la existencia de pocas desigualdades reales en la consideración y/o acceso a
los bienes sociales; en la igualdad de oportunidades generalizada; en la
pobreza extrema totalmente eliminada.
El sexto y último nivel que consideramos en el «nivel
de relacionalidad intersocial» o más específicamente de «relaciones
internacionales». Aquí, el falso desarrollo está dado por el sostenimiento de
una política de bloques; por el imperialismo cultural; los proteccionismos
injustos; los mecanismos económicos, sociales, políticos y culturales en
beneficio de los países más ricos.
A su vez, el verdadero desarrollo está dado por: el
pleno respeto a la identidad de cada pueblo; por una división internacional
del trabajo equitativa; por organizaciones regionales inspiradas en la
igualdad, la libertad y la participación; por la transferencia de tecnologías
apropiadas; por organizaciones internacionales no instrumentalizadas.
Como se ve, este cuadro no pretende en modo alguno ser
exhaustivo, pero sí permite tomar conciencia de la multiplicidad de dimensiones
y niveles de la realidad que deben ser tenidos directamente en cuenta para poder
hablar verdaderamente de desarrollo. A su vez, también permite ver cómo el
crecimiento unilateral de uno de los niveles con el retraso (o incluso la negación
práctica) de otro u otros de los niveles implica de por sí la negación real
del «desarrollo».
Del cuadro anterior se desprende claramente que el auténtico
desarrollo no es reducible a una sola dimensión, sino que debe abarcarlas todas
simultáneamente. El «proyecto de desarrollo» de un pueblo, exige el
crecimiento armonioso y ponderado de todos los niveles de la realidad.
[1]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 84.
[2]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 147; ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen.
o.c., pp. 160, 272; NOVAK, Michael. o.c., p. 31. Se trata de una teleología
utilitarista: cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 159.
[3]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 147.
[4]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 270.
[5]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 271.
[6]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 159.
[7]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., pp. 60, 160.
[8]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 85.
[9]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 221.
[10]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 222; DIAZ, Ramón. o.c., p. 85.
[11]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 202.
[12]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 224.
[13]
Cfr.
NOVAK, Michael. o.c., p. 32.
[14]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 224.
[15]
Cfr.
DÍAZ, Ramón. o.c., p. 118.
[16]
Cfr.
DÍAZ, Ramón. o.c., p. 113; ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 40;
NOVAK, Michael. o.c., p. 356.
[17]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 40.
[18]
Cfr.
NOVAK, Michael. o.c., p. 356.
[19]
Ya
ha quedado muy superado el concepto de «progreso» que en las décadas de
los cincuenta y sesenta identificaba casi exclusivamente el «desarrollo de
un pueblo» con el aumento porcentual de los bienes por habitante.
[20]
El
Concilio Vaticano II expresa de manera especial no sólo la relación entre
el desarrollo y el bien común, sino que incluye en ella una perspectiva
escatológica esencial al bien común de las sociedades y de la humanidad
entera.
(Cfr. p.e. GS 39).
[21]
Aunque
por razones de simplicidad en el argumento, estamos hablando de la sociedad
como si se tratase de un sujeto personal que ejerce su voluntad y
decisionalidad en forma directa e inmediata, reiteramos que como «sujeto
analógico» que es, la sociedad siempre puede realizar su decisionalidad a
través de las mediaciones estructurales que se ha dado.
[22]
En
esta encíclica del Papa Juan Pablo II, se encuentra el más completo y
profundo análisis teológico que sobre el «desarrollo» ha realizado hasta
la fecha el magisterio de la Iglesia. Fundamentalmente en el capítulo IV se
presenta una serie de elementos constitutivos del desarrollo desde una
perspectiva cristiana. En el presente trabajo nos basamos frecuentemente en
esta encíclica.
[23]
En
este sentido, y tomando como punto de partida lo ya desarrollado en la encíclica
Sollicitudo Rei Socialis, el Papa dice al respecto:
"el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente
económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente
de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los Países más
ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer
crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda la persona, su
capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de
Dios." CA 29a
[24]
En
el Discurso Inaugural de la Conferencia de Santo Domingo (19b), el Papa
vuelve sobre el tema y reitera:
"No podemos olvidar que la promoción integral del hombre es
de capital importancia para el desarrollo de los pueblos de Latinoamérica,
pues, «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente del dinero, ni de
las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la
formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las
costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni
la técnica» (Redemptoris Missio 58). La mayor riqueza de latinoamérica
son sus gentes."
[25]
Cfr.
SRS 27-40.
[26]
Así,
por ejemplo, en el Nº 27 dice:
"el desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi
automático y de por sí ilimitado, como si, en ciertas condiciones, el
género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefinida".
[27]
Cfr.
SRS 28b.
[28]
Cfr.
SRS 30.
[29]
Cfr.
SRS 32a.
[30]
Cfr.
SRS 30f.
[31]
Cfr.
SRS 31.
[32]
Cfr.
"nota" 60 en el Nº 31 de SRS.
[33]
El
orden con que se presentan aquí los diferentes niveles de la realidad
elegidos, no supone en absoluto prioridad «por importancia», sino únicamente
como forma práctica de ordenar la presentación.