PARTE II

 

PROPUESTA ANTROPOLÓGICA DIFUNDIDA (ERRÓNEA)

 

Un segundo grupo de afirmaciones contenidas en esta propuesta antropológica tiene que ver directamente con lo económico. Catalogarlo como «segundo grupo» tiene únicamente una función de ordenamiento del tema, pero en modo alguno significa que ni en la importancia de la propuesta ni en la del análisis que estamos haciendo, estas afirmaciones sean de «segundo nivel».

Obviamente el centro del planteo sigue siendo la «persona-individuo». A su vez, el centro de la «persona-individuo» es su libertad incondicionada, es decir, libertad entendida como ausencia de todo condicionamiento externo para llevar adelante su propia racionalidad en función de sus propios intereses[1].

Esto se apoya en un principio básico e ineludible: el de la propiedad privada de los bienes, incluyendo los recursos. Desde las tres perspectivas de fundamentación posible, se sostiene el valor de la propiedad privada: como desarrollo innegable en la historia (fundamento histórico), desde la «ley natural» (fundamento deontológico), y desde la «prosperidad» que genera (fundamento teleológico)[2].

La propiedad privada es presentada como inseparable de la libertad y del estado de derecho, y no sólo unidos por un vínculo extrínseco, sino como condición de posibilidad: sólo a partir de la propiedad privada es posible la libertad y el estado de derecho[3].

De este modo, la propiedad pasa a ser inclusive un valor moral a desarrollar, ya que se convierte en la base de la libertad y, como veremos, en el medio para lograr los propios intereses.

Dependiendo de las diferentes corrientes, el acento estará centrado más en el irrestricto derecho sobre los bienes en propiedad (incluida la propia persona entre ellos)[4], o se aceptará una cierta regulación de la misma en función de su propio mantenimiento[5]. Obviamente el «derecho de propiedad» incluye en sí mismo el derecho más o menos absoluto (según las mismas corrientes) a disponer arbitrariamente de ellos en su utilización.

La persona-individuo identifica de tal modo la propiedad privada de los bienes con la libertad que, aunque no se lo manifieste siempre en forma directa y explícita, no ve con buenos ojos el «derecho universal al bienestar» en cuanto que realizarlo en la práctica supondría la violación de los derechos (inalienables) a la propiedad de algunos, y eso sería equivalente a negar su libertad[6].

A su vez, la persona-individuo no es autosuficiente sino que, por el contrario, para satisfacer sus intereses necesita del concurso de bienes y recursos de los que él personalmen­te no dispone en propiedad. De este modo se plantea la necesidad de lograr esos bienes y recursos de algún modo.

Los «intereses» de la persona-individuo son esencialmente «desconocidos», dado que el ser humano es inabarcable e impredecible por la ciencia. La «ignorancia» antropológica insalvable impide prever y por tanto planificar en modo alguno los intereses o deseos de las personas-individuos[7]. Por este camino se llega a la inevitabilidad del libre intercambio entre las diferentes personas-individuos, de modo que cada uno pueda alcanzar la realización de los intereses que tiene. Ese libre intercambio no es otra cosa que el «mercado»[8]. El mercado es, pues, una institución espontánea del ser humano[9].

El «mercado» como lugar óptimo de intercambio de bienes para permitir el logro de los intereses particulares se articula en base a un elemento distintivo: el «precio»[10]. A través de él se articula la «oferta» y la «demanda» que es el nexo vinculador entre las personas-individuos en cuanto buscan alcanzar sus intereses particulares. El mercado es pues el mecanismo por el que es posible «vender» y/o «comprar» lo necesario para alcanzar la realización de los propios intereses.

El acceso al mercado como mecanismo donde adquirir lo necesario para el logro de los propios deseos se denomina habitualmente «consumo». Dado que la libertad de la persona-individuo en cuanto capacidad de lograr la realización de los propios intereses o deseos se basa en el acceso a los recursos que necesita, así la persona-individuo se convierte, de hecho, esencialmente en «consumidor»[11].

Aunque hay en el planteo una cierta ambigüedad, la tónica general apunta a que el mercado es capaz de resolver todas cuestiones relativas a la relación entre las personas[12]. La ambigüedad radica en que mientras se plantea la necesidad de que ciertos aspectos sean cubiertos a nivel colectivo de la sociedad (p.e. la seguridad, el sistema jurídico, etc.), y por tanto deben ser brindados por el estado, por otro lado se van desarrollando iniciativas que tienden a la inclusión de esos mismos servicios en la órbita particular privada. De ahí que, en la práctica, la tendencia del planteo sobre los alcances del mercado se acerque al de la totalidad de la dimensión humana.

Hay también planteos en el sentido de que no se trata de un único mercado sino que existen en la realidad múltiples mercados que atienden a muy diferentes aspectos de la realidad humana[13]. No obstante esta diferenciación, todos esos «mercados parciales» están no solo vinculados entre sí, sino que están realmente entrelazados de tal manera que en definitiva constituyen una especie de mercado total.

Ese mercado genera a su vez «competencia»[14], que es vital como mecanismo de búsqueda de «eficacia», lo que se traduce en un «desarrollo tecnológico» que a su vez produce un crecimiento inigualable de bienes.

El «desarrollo» es identificado con ese crecimiento sustantivo de bienes, ya que a través de él es posible la satisfacción mayor de «intereses» particulares, lo cual aumenta las posibilidades de «posesión» por parte de la persona-individuo y consiguientemente su libertad[15].

De este modo el mercado es presentado como verdadero (y único) «motor» del desarrollo. A su vez, el mercado tiene como condición esencial de autenticidad la existencia de la propiedad privada de los bienes, ya que sólo así el intercambio (compra/venta) sería expresión de la libertad de la persona-individuo que de este modo procura la realización de sus propios intereses.

Ese conjunto de elementos: desarrollo-abundancia, eficacia-competencia-tecnología, satisfacción de intereses o deseos individuales, se basan en ese elemento clave que es el mercado. A su vez, el mercado supone además otra virtud: la de generar democracia[16]. No se trata de una vinculación generativa directa, sino de una vinculación por correspondencia y sintonía. El mercado necesita de un marco jurídico y político que es directamente correlativo al de la democracia, y por tanto ambas confluyen en una común necesidad.

La perspectiva valórica de esta vinculación entre democracia y mercado es variada entre los diferentes autores, y va desde una valoración francamente positiva de esa concordancia[17], hasta una aceptación de que la combinación de ambos constituye un sistema deficiente, pero el menos malo frente a todas sus alternati­vas[18].

 

RESPUESTA A ESA ANTROPOLOGÍA:

DESARROLLO Y ACCESO A LOS BIENES

 

1. EL DESARROLLO

 

    1.1. DESARROLLO Y BIEN COMÚN

 

Tal como fue explicado en la parte anterior, la eticidad de la sociedad se concreta en la persecución de su bien común que implica de por sí la plena realización de la sociedad en sí misma y de todos sus integrantes.

En este sentido, surge un elemento de primordial importancia para la permanente realización del bien común: el desarrollo. En una realidad en constante transforma­ción, como lo es la contemporánea, el desarrollo de una sociedad constituye su dinamismo esencial en cuanto a la posibilidad real de articular el bien común.

Tan fuerte es la vinculación entre ambos conceptos que con facilidad se los confunde o se los utiliza como sinónimos, cuando en realidad se trata de diferentes niveles de realidad. El bien común habla de «una finalidad» de la sociedad (realizarse a sí misma), que es finalidad de sentido y de destino («identidad» como recuperación de sus raíces, como actualidad de existencia histórica, y como proyecto de sí para el futuro). Siempre el bien común es finalidad, si bien, se trata de una finalidad actuada en proceso y no sólo como meta última a alcanzar.

En cambio, el desarrollo habla de «un instrumento», que no tiene sentido en sí mismo sino únicamente en función de una finalidad que lo trasciende. El «desarro­llo» siempre implica la pregunta del «para qué» y del «hacia donde», nunca termina en sí mismo ni puede orientarse por sí mismo.

En sí mismo el «desarrollo» implica un «crecimiento», pero crecimiento que no es únicamente cuantitativo[19], sino principalmente cualitativo. A su vez ese crecimien­to ni es lineal ni es homogéneo, sino que tiene prioridades que son en algunos aspectos coyunturales, y en otros son prioridades que se desprenden de la esencia de la finalidad perseguida.

Así, el «desarrollo» es un instrumento imprescindible del bien común. Es imprescindible, porque sin un dinamismo de crecimiento no es posible realizar el bien común, ya que pensarlo en forma estática es cerrarlo al futuro y por tanto negarlo en sí mismo[20].

Pero a su vez es «instrumento», ya que su sentido lo recibe desde el bien común, y únicamente en la medida en que está directa y claramente referido al bien común es que se constituye en un «bien» para la sociedad. El «crecimiento», en cualquier sentido o dimensión, que no esté integrado plenamente al bien común, en la práctica se constituye en un enemigo de la globalidad de sentido y realización de la propia sociedad.

 

    1.2. EL «PROYECTO DE DESARROLLO»

El desarrollo se encuadra en el proyecto de sí que tiene de frente al futuro la propia sociedad. Proyecto de sí que es aquello que quiere llegar a alcanzar, que es aquello que quiere construir en sí y consigo misma, que es aquello que quiere llegar a ser. El desarrollo es instrumento de posibilidad de llegar a ser lo que la propia sociedad quiere llegar a ser.

Así el «desarrollo» no es una realidad en sí misma sino en cuanto que se encuadra en un «proyecto». El «proyecto de desarrollo» es la realidad del futuro que se va haciendo posible y realizando ya en la actualidad.

No se puede proyectar el desarrollo sólo como realidad de futuro a la que hay que sacrificar el presente, sino que exige que ya en el presente de vaya realizando esa realidad en construc­ción. A su vez, también exige orientar los esfuerzos del presente de modo que no termine en sí mismo, sino que se convierta en el camino real de un futuro en construcción.

El desarrollo es, pues, el proyecto de sí mismo que la sociedad va haciendo posible y actualizando en el presente. Como proyecto de sí mismo, incluye un ideal que se quiere alcanzar, y al mismo tiempo, incluye la realidad histórica que le toca vivir.

Para ser real, el desarrollo necesariamente debe incluir ambas dimensiones: la ideal-axiológica y la real-histórica. La primera permite perseguir otros horizontes de realización social más elevados y plenos que los actuales. La segunda previene contra un utopismo imposible históricamente.

Esto exige por un lado, que la sociedad como tal defina[21] en forma explícita su ideal, de modo que no quede referida exclusivamente al enunciado de algunos valores de contenido más o menos vago y/o mítico, sino que incluya objetivos axiológicos de tipo estructural concreto.

Por otro lado, exige un serio y permanente análisis de la realidad actual, en cuanto a percibir con la mayor claridad posible las posibilidades y limitaciones que en cada campo de la realidad se presentan.

El «proyecto de desarrollo» es el intento sistemático de conjugar históricamente ambos elementos: realidad presente y aspiración futura. Conjugarlos implica tener en cuenta varios elementos fundamentales, entre los cuales quiero destacar tres.

En primer lugar que todo aterrizaje a la realidad histórica de un ideal implica de por sí un empobrecimiento. Entre ideal y concreción histórica hay un salto cualitativo inevitable que la sociedad debe asumir no como fracaso sino como parte de un proceso nunca acabado.

En segundo lugar, siempre la concreción histórica plantea perfiles nuevos, no previstos, que exigen un replanteo del ideal a construir, aunque sea un replanteo parcial. Se trata de una tensión dialéctica entre ideal y concreción histórica donde ambos se alimentan y cuestionan mutuamente. El proyecto de desarrollo es esencialmente dinámico.

En tercer lugar, todo proyecto de desarrollo implica ordenar los recursos conque se cuenta de un modo adecuado de modo de optimizar el resultado obtenido. Pero dado que los recursos son siempre escasos, ordenarlos en función de un resultado implica lo que habitualmente se llaman «costos». Es fundamental, pues, que el proyecto de desarrollo incluya la definición de los costos que se están dispuestos a asumir (normalmente la velocidad de crecimiento depende en gran medida del volumen de costos que se asuman), y de qué sectores de la sociedad son los que van a cargar con esos costos.

El «desarrollo» como proyecto de sí que tiene de frente al futuro la sociedad en función de su bien común, se constituye más bien en un «proyecto de desarrollo» que progresivamente se va realizando en la historia.

 

    1.3. LAS DIFERENTES DIMENSIONES DEL DESARROLLO

 

Con extraordinaria facilidad se reduce el concepto de desarrollo al «desarrollo económico», e incluso muchas veces se confunde el desarrollo con el mero «crecimiento económico» (aumento de los bienes materiales a disposición).

La razón de ello no es gratuita ni casual, ya que lo económico es una mediación básica de la relacionalidad social en todas las dimensiones. Sin embargo, reducir el desarrollo de la sociedad al «desarrollo económico» constituye, en la teoría y en la práctica histórica, una central negación del bien común, y por tanto en una verdadera tergiversación del desarrollo.

La realidad de la sociedad abarca una pluralidad de dimensiones que simultáneamente gozan de una cierta autonomía de estructuración (cada una configura un sistema de estructuras sociales de comprensión y actuación), pero que también son inseparables en la vida social concreta.

En base a la encíclica Sollicitudo Rei Socialis[22] podemos establecer, sin ánimos de exahustividad, al menos seis dimensiones constitutivas intrínsecas a un verdadero desarrollo. Esas dimensiones o «niveles» de la realidad social los podemos enunciar como: nivel «religioso», nivel «cultural», nivel «económico», nivel «político», nivel «social», y nivel «relacional».

Aunque más adelante apuntemos algunos elementos del contenido de cada uno de esos niveles, por lo pronto interesa constatar que ninguno de ellos es reducible ni subsumible en otro, y que por lo tanto cada uno de ellos exige un desarrollo propio.

Tampoco es posible «renunciar» al desarrollo de ninguna de esas dimensiones, ya que en la medida en que son ciertamente constitutivas de la realidad, su estancamiento, o peor aún su desconocimiento, implica una mutilación arbitraria del ser social y consiguientemente implica su frustración.

El desarrollo de la sociedad exige el crecimiento armonioso y ponderado de todas las dimensiones, y por tanto un verdadero proyecto de desarrollo debe incluir necesariamente este crecimiento diferenciado y ponderado de todos y cada uno de los niveles de la realidad social.

Cierto que no es posible prever todas las dimensiones de la realidad, ni establecer metas precisas para cada una de las dimensiones en un proyecto de desarrollo. Sin embargo ello no habilita a prescindir de ninguno de esos elementos. Sí es posible (y necesario) tenerlas todas en cuenta y, dentro de las limitaciones, prever los desequilibrios y omisiones que deben corregirse a partir de la atención despropor­cionada a uno de los niveles.

De todos modos, mucho más claro aún es que no se puede unilateralizar el desarrollo como «desarrollo económico». Por ello, de ningún modo es aceptable un proyecto de desarrollo que se base únicamente en aspectos económicos o que tenga solamente metas en este sentido[23].

Muchísimo menos sería aceptable un proyecto de desarrollo que explícita o implícitamente supusiera que el desarrollo económico generase por sí un desarrollo de las otras dimensiones. Por el contrario, el pretender que el desarrollo de cualquiera de las dimensiones, por sí, genera el desarrollo de las otras, tiene como consecuencia práctica la negación (y destrucción) de las otras dimensiones.

La dimensión económica contiene una tentación muy grande ya que permite un tipo de metas y mecanismos mucho más fácilmente delimitables matemáticamente que las otras dimensiones. No obstante, esa es una verdadera «tentación», que puede constituir un economicismo verdaderamente alienante de personas y sociedades[24].

 

    1.4. LA REALIDAD AMBIGUA DEL DESARROLLO

 

Desde la perspectiva teológica, el «desarrollo» y su contenido específico tiene una importancia muy relevante dado que su realidad histórica es parte integrante de la Historia de Salvación. En este sentido ha resultado clave la afirmación del Concilio Vaticano II que lo vincula con la construcción del Reino de Dios:

"La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupa­ción de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosa­mente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embrago, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios."

GS 39

Así la misión del cristiano en el mundo tiene directa relación con la construcción de un auténtico desarrollo («progreso temporal» en lenguaje del Concilio), ya que en ello se juega en gran medida el propio crecimiento del reino de Cristo.

El contenido del concepto de «desarrollo» está explicitado en extenso por primera vez en el magisterio eclesial en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis, como veremos más adelante. En ella se hace un análisis de la realidad contemporánea, mostrando sus signos de esperanza así como la presencia de estructuras de pecado a nivel universal.

Pero la realidad del desarrollo es ambigua. Desde nuestro tema, en la Sollicitudo Rei Socialis lo central está referido por un lado, a lo que son los conceptos equivocados de desarrollo, y por el otro, el concepto válido del mismo[25]. Dentro de lo que son concepciones equivocadas del desarrollo podemos encontrar una que es de tipo «teórico» y que se refiere a un desarrollo como crecimiento positivo, material, e ilimitado[26].

El otro tipo de concepción equivocada del desarrollo es de tipo «práctico» y esta configurada por lo que paradojalmente es llamada «súper desarrollo»[27], y que al igual que la miseria del subdesarrollo, ahoga los deseos más profundos del hombre. Ese «súper desarrollo» es identificado con la "llamada civilización del «consumo» o consumismo".

A continuación, se presentan algunos elementos fundamentales del concepto válido de desarrollo desde la perspectiva teológica. Esos elementos los podemos sistematizar de la siguiente manera:

1)    El hombre y todos los hombres son y deben llegar a ser imagen de Dios. Cada hombre es una única expresión como imagen de Dios, pero no es una i­magen estática sino una vocación originaria a ser desarrolla­da[28]. Ese desarrollo se debe dar en un "jardín" (espacio de tiempo y lu­gar). Ese "jardín" son los elementos necesarios para desarro­llarse como imagen de Dios. Los bienes del "jardín" están destinados antes que na­da, a todos (repetido muchas veces), porque todos tienen la misma voca­ción, y ninguno puede ser privilegiado.

2)    La dimensión social del concepto de desarrollo. El desarrollar la ima­gen de Dios, no se puede considerar en sentido individualístico. "El hombre es fundamentalmente social". Nadie puede desarrollarse solo, ni a costa de otro. Y lo mismo se aplica a grupos y pueblos[29].

3)    La realidad del pecado y la amenaza del pecado. Esa autorrealización del hombre dentro del "jardín" no es algo automático o garantido[30]. Hay muchas posibili­dades de "desviaciones". Si no se acepta la realidad del mal y el pecado, no se puede explicar muchas experiencias persona­les y como pueblo, negativas. El desarro­llo está bajo la constante ame­naza del pecado. Si no se acepta esto, no se puede hablar de cambio personal, porque todos estamos sometidos a un proceso indefectible de la historia.

4)    La dimensión escatológica. A pesar de la amenaza del pecado, está la realidad de la redención de Cristo que ha derrotado al pecado. Este elemento optimista es fundamental ya que fundamenta la posibilidad de cambios reales a nivel personal y social. Da una dimensión no sólo de la superación del pecado (de la negatividad), sino al mismo tiempo da una dimensión nueva de la fraternidad entre los hombres[31].

La redención no se realiza sólo en los individuos sino también en los pueblos y el universo entero. La escatología no sólo marca una nueva relación entre Dios y el hombre sino también entre los hombres entre sí[32].

 

    1.5. EL CONTENIDO DEL DESARROLLO

 

Qué es el desarrollo no aparece como evidente e inmediato. La propia realidad de ambigüedad del desarrollo, que de no ser verdadero se convierte en tan deshumani­zante como lo es la «miseria del subdesarrollo», lleva a la necesidad de profundizar en su contenido. Para no hacer aquí un análisis técnico detallado del documento, presentaremos una síntesis de lo que integra el verdadero desarrollo.

Para ello tomamos seis niveles de la realidad, indispensables de ser considerados, con la doble vertiente según el concepto equivocado y según el concepto verdadero.

El primero[33] que consideraremos es el «nivel religioso». Desde esta perspectiva, el falso desarrollo consiste en la negación teórica y/o práctica de lo sobrenatural y de la dimensión trascendental y religiosa del ser humano.

Por el contrario el verdadero desarrollo implica la toma de conciencia y explicitación práctica de la fe en Dios y del respeto (en sentido activo) de la dimensión religiosa del ser humano.

El segundo nivel que consideraremos es el «cultural». Aquí, el falso desarrollo se basa en un sistema axiológico que presenta en la práctica la ganancia individual y el poder como valores absolutos y centrales. A su vez, el verdadero desarrollo supone que el cuerpo social y sus miembros defiendan en la práctica la «solidari­dad» como valor central.

El tercero, es el «nivel económico». En él, el falso desarrollo está dado por las estructuras que conllevan: la maximización de la ganancia indivi­dual o del Estado; destrucción de la subjetividad creativa y del derecho de ini­cia­tiva económica de personas y grupos; la falta de respeto al medio am­bien­te; el colocar los intereses eco­nómicos naciona­les por sobre los de la humanidad, etc.

Por el contrario, el verdadero desarrollo conlleva: la movilización de iniciativas in­di­viduales y colectivas para satis­facer necesidades básicas de to­dos; el crecimiento práctico de la conciencia ecológica; el sostenimiento de una economía internacional solida­ria, etc.

En cuarto lugar, tenemos el «nivel político». En este nivel, el falso desarrollo está dado por dos elementos complementarios: el desconocimiento práctico de los derechos humanos; y el sostenimiento de un sistema político excluyente de sectores de población, o que protege minorías privilegiadas.

A su vez, el verdadero desarrollo está dado por el pleno respeto de los derechos humanos; y por el sostenimiento de un sistema político participativo (con especial énfasis en una verdadera democracia).

El quinto nivel considerado es el «social». En él, el falso desarrollo está dado por la igualdad formal pero desigualdad real entre grupos o clases so­cia­les en la consideración social y el acceso a los bienes sociales; por la desigualdad de oportunidades; por el alto nivel de pobreza extrema.

Por el contrario, el verdadero desarrollo consiste en la existencia de pocas desigualdades reales en la consideración y/o acceso a los bienes sociales; en la igualdad de oportunidades gene­ra­lizada; en la pobreza extrema totalmente eliminada.

 

El sexto y último nivel que consideramos en el «nivel de relacionalidad interso­cial» o más específicamente de «relaciones internacionales». Aquí, el falso desarrollo está dado por el sostenimiento de una política de bloques; por el imperialis­mo cultural; los proteccionismos injustos; los meca­nismos económicos, sociales, polí­ticos y culturales en bene­fi­cio de los países más ricos.

A su vez, el verdadero desarrollo está dado por: el pleno respeto a la identidad de cada pue­blo; por una división internacional del trabajo equitativa; por organizacio­nes regionales inspiradas en la igualdad, la libertad y la participa­ción; por la transfe­rencia de tecnolo­gías apropiadas; por organizaciones internaciona­les no instrumenta­lizadas.

Como se ve, este cuadro no pretende en modo alguno ser exhaustivo, pero sí permite tomar conciencia de la multiplicidad de dimensiones y niveles de la realidad que deben ser tenidos directamente en cuenta para poder hablar verdaderamente de desarrollo. A su vez, también permite ver cómo el crecimiento unilateral de uno de los niveles con el retraso (o incluso la negación práctica) de otro u otros de los niveles implica de por sí la negación real del «desarrollo».

Del cuadro anterior se desprende claramente que el auténtico desarrollo no es reducible a una sola dimensión, sino que debe abarcarlas todas simultáneamen­te. El «proyecto de desarrollo» de un pueblo, exige el crecimiento armonioso y ponderado de todos los niveles de la realidad.

 



[1]      Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 84.

[2]      Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 147; ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., pp. 160, 272; NOVAK, Michael. o.c., p. 31. Se trata de una teleología utilitarista: cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 159.

[3]      Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 147.

[4]      Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 270.

[5]      Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 271.

[6]      Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 159.

[7]      Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., pp. 60, 160.

[8]      Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 85.

[9]      Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 221.

[10]    Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 222; DIAZ, Ramón. o.c., p. 85.

[11]    Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 202.

[12]    Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 224.

[13]    Cfr. NOVAK, Michael. o.c., p. 32.

[14]    Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 224.

[15]    Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 118.

[16]    Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 113; ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 40; NOVAK, Michael. o.c., p. 356.

[17]    Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 40.

[18]    Cfr. NOVAK, Michael. o.c., p. 356.

[19]    Ya ha quedado muy superado el concepto de «progreso» que en las décadas de los cincuenta y sesenta identificaba casi exclusivamente el «desarrollo de un pueblo» con el aumento porcentual de los bienes por habitante.

[20]    El Concilio Vaticano II expresa de manera especial no sólo la relación entre el desarrollo y el bien común, sino que incluye en ella una perspectiva escatológica esencial al bien común de las sociedades y de la humanidad entera. (Cfr. p.e. GS 39).

[21]    Aunque por razones de simplicidad en el argumento, estamos hablando de la sociedad como si se tratase de un sujeto personal que ejerce su voluntad y decisionalidad en forma directa e inmediata, reiteramos que como «sujeto analógico» que es, la sociedad siempre puede realizar su decisionalidad a través de las mediaciones estructurales que se ha dado.

[22]    En esta encíclica del Papa Juan Pablo II, se encuentra el más completo y profundo análisis teológico que sobre el «desarrollo» ha realizado hasta la fecha el magisterio de la Iglesia. Fundamentalmente en el capítulo IV se presenta una serie de elementos constitutivos del desarrollo desde una perspectiva cristiana. En el presente trabajo nos basamos frecuentemente en esta encíclica.

[23]    En este sentido, y tomando como punto de partida lo ya desarrollado en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el Papa dice al respecto:

               "el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los Países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creativi­dad de toda la persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios."     CA 29a

[24]    En el Discurso Inaugural de la Conferencia de Santo Domingo (19b), el Papa vuelve sobre el tema y reitera:

               "No podemos olvidar que la promoción integral del hombre es de capital importancia para el desarrollo de los pueblos de Latinoamérica, pues, «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica» (Redemptoris Missio 58). La mayor riqueza de latinoamérica son sus gentes."

[25]    Cfr. SRS 27-40.

[26]    Así, por ejemplo, en el Nº 27 dice:

               "el desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado, como si, en ciertas condiciones, el género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefini­da".

[27]    Cfr. SRS 28b.

[28]    Cfr. SRS 30.

[29]    Cfr. SRS 32a.

[30]    Cfr. SRS 30f.

[31]    Cfr. SRS 31.

[32]    Cfr. "nota" 60 en el Nº 31 de SRS.

[33]    El orden con que se presentan aquí los diferentes niveles de la realidad elegidos, no supone en absoluto prioridad «por importancia», sino únicamente como forma práctica de ordenar la presentación.