INTRODUCCIÓN
En el Uruguay actual, y desde hace ya unos cuantos años,
se viene difundiendo con fuerza progresiva una determinada «imagen» de hombre,
presentada de algún modo como «el modelo de hombre» a realizar, y que entra
en contradicción con la visión cristiana del ser humano.
Esta «imagen» difundida, es resultado de la síntesis
y también de la yuxtaposición de elementos y posturas derivadas de
diferentes concepciones de la realidad. No se trata, por tanto, de «una
doctrina» estructurada, sino de una resultante más bien sincrética de
visiones diferentes entre sí.
En la actualidad hay diferentes grupos con fuerza de
propuesta importante en nuestra sociedad, que influyen en diferente grado en la
base de esa «imagen». Conservadores, neo-conservadores, liberales,
neo-liberales, Nueva Derecha, etc., tienen enormes diferencias entre sí, en sus
planteos formales. No obstante, a nuestra realidad uruguaya llegan con una
propuesta muy fuerte, y con tal grado de mezcla, que resulta prácticamente
imposible distinguirlos con nitidez suficiente[1].
Al «collage» de elementos integrantes de esa «imagen»
difundida, se une la enorme diferencia que existe también entre esa imagen
propuesta y la práctica consiguiente de los mismos que la proponen.
Este hecho no es de extrañar, ya que a lo largo de la
historia siempre ha habido, y me temo que habrá, una apreciable distancia entre
las propuestas y las realizaciones alcanzadas, tanto a nivel individual como
social. Es un problema de «coherencia», pero también de «límites» históricos.
Lo que aquí interesa no es, pues, establecer la
coherencia o no de personas o sectores sino analizar el resultado, en cuanto «imagen
propuesta», que en la práctica hoy día se presenta al pueblo uruguayo.
Cobra especial releve el hecho un tanto paradójico, y
al mismo tiempo significativo, que en torno a la acepción inmediata de ese «modelo»
o «imagen» ha ocurrido en nuestro país.
Dentro del contexto mundial, y especialmente a partir
de la caída del muro de Berlín, y de la pretendida desaparición del «modelo
socialista de sociedad», en nuestro país parecería haber cobrado especial
impulso esta propuesta, con múltiples intentos de concreción.
Complementariamente, y a pesar del rechazo sufrido
por la opinión publica de parte de su propuesta política, la «imagen»
antropológica de fondo parecería encontrar una menor resistencia en su
aceptación por parte de grandes sectores de la población.
Probablemente influye en ello, el hecho de que mientras
la propuesta política es más fácilmente encuadrable, y por tanto pasible de
ser criticada; por el contrario, la propuesta antropológica no ha tenido igual
posibilidad de ser encuadrada en forma efectiva y, por tanto, de ser seriamente
criticada.
El intento aquí presentado, no será el de discutir la
teoría antropológica de cada grupo concreto, tarea académica que es por demás
interesante y necesaria. Mucho menos aún, será el de entreverar los diferentes
planteos teóricos considerándolos como si todos fueran lo mismo.
El intento concreto consiste en describir algunas
concepciones que se detectan presentes y con fuerza de propuesta en la
actualidad de nuestro país y, sin pretender lo que considero un inconducente
camino de encasillamiento en modelos puros subyacentes, simplemente
contraponerle aspectos esenciales de la antropología cristiana a lo que
considero sus errores más serios, incompatibles con la visión del ser humano
que se desprende del Evangelio.
No considero puramente discursivo este intento, ya que
esa «imagen extendida» es profundamente generadora de mentalidad en nuestra
sociedad, y por tanto transformadora de nuestra cultura, en un sentido que
considero gravemente erróneo. No se trata, pues, de un mero ejercicio de análisis,
sino de enfrentar uno de los elementos que más pueden influir en la generación
de cultura en el Uruguay y, por tanto, en los valores éticos que la animen.
El presente trabajo está destinado principalmente a
los cristianos, con la intención de ayudarlos a leer críticamente esta «imagen»
que se nos propone. Se trata de aportar elementos para un análisis y una
reflexión a la luz de la fe, y como consecuencia poder asumir la postura
personal y el compromiso social que de ahí se deriven.
La descripción que haremos de la «imagen propuesta»
es muy somera, intentando únicamente recoger los perfiles más nítidos
posibles y dejando de lado detalles que distraen de su contenido esencial.
Muy probablemente nadie se sienta identificado
totalmente con el perfil descrito, dado que cada uno tiene una cosmovisión
ordenada y más o menos coherente y lo aquí descrito ,por lo dicho más arriba,
es un «collage» no sistematizable. No obstante, considero que todos podremos
ver aquí representados elementos claves de esa «imagen» genérica que se
trata de imponer.
También es probable que para algunos lectores la
descripción parezca caricaturesca, por tratarse nada más que de un conjunto
de trazos. También puede resultar una visión que, en conjunto, «nadie
sostendría», ya que es presentada sin todo el volumen de elementos
explicativos y/o más o menos argumentativos que normalmente acompañan cada
afirmación.
De hecho, además, sus principales exponentes prácticamente
nunca presentan la propuesta global, sino que siempre las afirmaciones son
hechas a partir de aspectos aislados. Complementariamente, las afirmaciones
raramente son hechas en forma teórica, sino que en la práctica siempre se dan
a partir de su aplicación a casos concretos.
Creemos que todas estas salvedades no invalidan el
intento de presentar un esquema más o menos global de esa «imagen», en la cuál
no solamente cada uno podrá identificar postulados publicitados por personas y
grupos, sino que también cada uno de nosotros podrá reconocerse vivenciando (y
tal vez incluso defendiendo) aspectos de esa imagen que no ha sabido criticar
adecuadamente.
Este trabajo se completa con una última parte dedicada
al «militante cristiano», donde intento esbozar algunos elementos de nuestra
propia reflexión, que considero nos pueden ayudar en nuestra autocomprensión
como «militantes» y como «cristianos» en este momento de la historia.
No se trata de postulados acabados, sino únicamente de
elementos para la discusión y el mutuo enriquecimiento.
PARTE I
PROPUESTA ANTROPOLÓGICA DIFUNDIDA (ERRÓNEA)
La primera afirmación que surge es que la persona
individual es el centro de todo. Centro de sí mismo, centro de la relación con
los demás y de la relación grupal, y centro de la sociedad. Todo surge del
individuo y debe estar en función del individuo
[2]. El individuo es el centro y razón de ser del
universo. Incluso en la perspectiva religiosa, la relación con la divinidad es
siempre de la «persona-individuo» y en función de ésta.
No existe ninguna realidad que en sí integre o esté
por encima del individuo, sino que toda realidad supraindividual es en algún
modo reducible a sus individuos integrantes y a las relaciones por ellos
establecidas en forma individual[3].
La persona-individuo se construye a sí misma. En un
sentido inmanente es autosuficiente, por cuanto será el resultado exclusivo de
lo que ella haga por sí misma. A su vez, en sí misma se encuentran todas las
potencialidades para que se autoconstruya, lo cuál podrá hacer dependiendo únicamente
de su fuerza de voluntad, y siempre que no se vea limitada por la «invasión»
de los demás, o por la imposición del estado-sociedad.
La «autosuficiencia» de la persona-individuo no es
total, ya que todo individuo necesita de otros individuos para su realización e
inclusive para su subsistencia. Pero esa «necesidad» de los demás es prácticamente
de «utilidad». La persona-individuo «necesita» de los demás a nivel
material, afectivo, sicológico o espiritual. Pero necesita «del otro» no en
cuanto «otro», sino en cuanto le es útil para alcanzar los bienes que
necesita, el afecto que necesita, el equilibrio sicológico o espiritual que
necesita.
En definitiva, la persona-individuo no es
autosuficiente en cuanto por sí solo no puede abastecerse de todo sino que le
es necesario lo que otros le brindan. Pero sí es autosuficiente en cuanto su
crecimiento y realización depende exclusivamente de su capacidad intrínseca de
conseguir con los demás y/o de los demás lo que le sirve para sí.
La relación con los demás es esencialmente de dos
tipos no excluyentes entre sí: negociadora o competitiva. Es negociadora, en
cuanto el «acuerdo-alianza» con el otro se basa en la persecución de los «intereses
comunes», es decir, es el modo de optimizar las posibilidades y de maximizar
los resultados que le son útiles para su propia autoconstrucción. La relación
será «negociadora» ya que en cada caso se tratará de sacar el «mayor
provecho posible» para sí mismo[4]. En todo caso se trata siempre de una relación «táctico-estratégica».
Se habla de que liberados de toda interferencia, los
individuos «cooperan espontáneamente» entre sí[5]. Pero esa «cooperación» resulta no ser más que la
agrupación en grupos de intereses comunes (normalmente enfrentando otros grupos
con intereses contrapuestos) para alcanzar resultados mayores para cada uno de
lo que se conseguirían sin se actuase por separado. Se trata de «cooperación»
con una finalidad de «utilidad» propia.
Pero la relación con los demás es también
competitiva, por cuanto la búsqueda del propio bien entra en frecuente colisión
con el «bien» ajeno. No se trata únicamente del acceso a bienes materiales,
sino a niveles más profundos, se trata de la propia identidad y autoestima[6].
La identidad de la persona-individuo se basa únicamente
en la diferenciación, y se apoya exclusivamente en su comparación con los demás.
Esto se da a todos los niveles: belleza, inteligencia, prestigio, poder,
riqueza, etc. Sólo se considera propio de sí lo que es ajeno a los otros (si
todos lo tuviesen ya no sería identificatorio para sí). Todo se maneja en una
escala, donde la propia realización consiste en ocupar el puesto más cercano
posible a la cúspide. Así, todo triunfo de «otro» configura una derrota
propia, y toda «equiparación» general configura una pérdida de identidad de
sí.
Por ese camino se llega a una persona-individuo
esencialmente posesivo, ya que de la posesión depende su realización. Se trata
de la posesión de todo: belleza, inteligencia, prestigio, poder, riqueza,
etc. Cuanto más se posea por sobre los demás, más se es (identidad), y más
se vale (autoestima). Cierto que la persona-individuo puede renunciar a ciertos
bienes, pero únicamente por criterios de optimizar la adquisición de otros
considerados más importantes (más útiles). No obstante toda renuncia siempre
significa una pérdida de sí.
Aunque esa fiebre de «posesión» abarca todos los
niveles sin embargo, por otros factores que veremos más adelante, se concentra
especialmente en la posesión de bienes materiales y lo que los representa
(riqueza).
Esa «hambre» de posesión tendría un límite teórico
que consistiría en el «acaparamiento» de bienes intentando poseer más allá
de lo que le pertenece. Pero el concepto de «lo que le pertenece» es vago, y
podría expresarse como «todo aquello que con su habilidad y su suerte pueda
conseguir», sin que en el fondo se pongan muchos límites éticos a esa «habilidad»
suya.
La persona-individuo aparece como dueña exclusiva de
sus actos, sin que nadie ni nada pueda interferir de algún modo con ellos. Toda
interferencia del tipo que sea es vista siempre y sin excepciones como pérdida
de libertad[7].
Los fines que persigue son siempre (y así deben ser)
propios. Se trata de un ser centrado en sí mismo, y que actúa siempre en función
de sí. Inclusive el altruismo es leído exclusivamente desde esta perspectiva:
«si ser generoso te hace sentir mejor está bien que lo hagas». No existe la
posibilidad real de la «gratuidad» sino que todo esta regido por el interés
propio, y en el fondo se trata de un problema de «poder»[8].
Actuar siempre por el propio «interés» es visto como
«natural y bueno», y aunque muchas veces se niega que se trate de «egoísmo»
sin embargo la diferencia entre ambos no aparece nada clara, e inclusive en el
caso de algunos exponentes, el «egoísmo» es visto como parte de la naturaleza
del ser humano, por tanto imposible de evitar, e inclusive justificado como
bueno[9].
Se desdibuja la calificación de «necesidades» y
progresivamente todo se va asimilando a «deseos». Comer, vestir, recrearse,
formar pareja, militar políticamente, tener hijos, etc., todos son «deseos»,
y por tanto de algún modo desechables, pero sobre todo, como deseos nunca son
exigibles «por nadie» ni «a nadie». La persona-individuo se mueve entonces
en base exclusivamente a sus deseos, y el criterio fundamental para su
persecución es el de la «utilidad» para sí[10]. En la mayoría de los casos, se trata de una «utilidad
inmediata».
Hay un fuerte concepto de «naturaleza humana»
subyacente en la imagen presentada. El actuar exclusivamente por «propio interés»
es parte de esa «naturaleza», así como lo es la «libertad» como posibilidad
de actuación sin interferencias de ningún tipo. La persona-individuo es
autosuficiente en cuanto no «necesita» de los demás para su crecimiento, sino
que la relacionalidad se basa en la utilidad. De ese modo, la persona-individuo
parecería tener un «crecimiento espontáneo», es decir, simplemente con ser
«hábil» para cumplir con sus «deseos» sin interferencia alguna, la
persona-individuo crecería y se realizaría. En eso consiste su «naturaleza».
La imagen de esta persona-individuo es la de un ser «universal».
En todos lados del mundo los individuos son «iguales», no en el sentido de una
«igualdad de derechos» (lo veremos más adelante), ni en el sentido de que en
todos las personas anidan potencialmente los mismos vicios y virtudes, sino en
el sentido de que el lugar geográfico en el que vive, ni la cultura de la que
es parte, lo configura en modo alguno. Por supuesto que no se niega que las
condiciones culturales y sociales influyen en los individuos, pero esa «influencia»
que ejercen son en definitiva accidentales y secundarias.
La persona-individuo es intercambiable con cualquiera
otra del universo, simplemente con un proceso de «aclimatación», ya que lo
cultural, geográfico, y social, no afectan su esencia, y por tanto en el fondo
tampoco conforman su «identidad» de sujeto[11].
Por lo ya visto es claro que la persona-individuo se
presenta como enfrentada a «lo social», ya que de por sí coarta y limita su
libertad y poder. Además con facilidad se va identificando «lo social» con «el
estado», como si éste fuese la expresión casi totalizante de aquel. La
sociedad parecería estar conformada únicamente por el estado y los individuos,
donde el estado oprime a los individuos al coartarle su libertad, y donde en
definitiva el individuo debe ser «liberado» del estado[12].
Hay muy diferentes posturas sobre cuál debe ser el rol
que le corresponde al estado[13], desde posturas que consideran que su función debe
limitarse a asegurar la vida y bienes (propiedad) de los individuos, hasta
quienes consideran que debe asegurar la «igualdad de oportunidades» para todos
los individuos. Sin embargo en todos los planteos subyace básicamente el
concepto de que «lo social» está configurado exclusivamente por lo «privado»
(siempre individual) y lo «público» (perteneciente al estado), y que en el
fondo siempre lo «publico» termina quitándole libertad (y por tanto
oprimiendo) al individuo.
[1]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen (dir.).
"Diccionario
del pensamiento conservador y liberal". Ed. AV, Buenos Aires. 1992. p.
224.
[2]
Cfr. DÍAZ, Ramón. "Moral y Economía". Ed. Ágora,
Montevideo. 1987. pp. 131-134, 148.
[3]
Se plantea la «imposibilidad» de conocer realmente las necesidades
(deseos) de los individuos, y por tanto la imposibilidad de su planificación
en cualquier sentido (cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen, o.c. p. 61).
Inclusive se llega a considerar un acto de soberbia el pretenderlo ya que iría
contra la naturaleza del hombre.
[4]
Esto se suele dar la mayoría de las veces sin el menor problema de
conciencia, ya que, si se actúa «lealmente» en ningún momento se busca
«estafar» al otro, sino únicamente buscar el «legítimo provecho» al
que tiene derecho.
[5]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 81.
[6]
Cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., pp. 234-240.
[7]
Cfr. DIAZ, Ramón. o.c., p. 107; ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen.
o.c., p. 221.
[8]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., p. 86.
[9]
Cfr. DÍAZ, Ramón. o.c., pp. 66-72, 115; ASHFORD, Nigel - DAVIES,
Stephen. o.c., p. 61; NOVAK, Michael. "Libertad y Justicia". Ed.
Emecé, Buenos Aires. 1992. pp. 28-31.
[10]
Cfr.
DÍAZ, Ramón. o.c., p. 125.
[11]
Como
un ejemplo, en forma sistematizada, cfr. ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen.
o.c., pp. 157-159.
[12]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 221.
[13]
Cfr.
ASHFORD, Nigel - DAVIES, Stephen. o.c., p. 117.