INTERACCIÓN ENTRE DIMENSIÓN ÉTICA Y LAS DEMÁS DIMENSIONES

Ya hemos visto como el objetivo final de este planteo es comprender mejor el proceso de construcción de identidad y el desarrollo holístico de una vida realizada.

Este proceso se desarrolla a través de una praxis por parte de la persona. En la medida en que el proceso sea más propiamente práxico (es decir, que sea más consciente en sí misma y en sus diferentes implicaciones), mayor será su contribución a la libertad propia de la persona.

Ya hemos profundizado antes sobre la praxis. En este momento sólo queremos reiterar que la praxis correspondiente a cada dimensión no es diferenciada, ni cronológica, ni vivencial, ni lógicamente, sino que se trata de una única praxis humana, que distinguimos en sus diferentes dimensiones, pero la praxis siempre será unitaria.

Perspectiva de la objetividad.

Dimensión ética y dimensión psico-cognitiva

Entrando en la perspectiva de la objetividad, podemos percibir con claridad la vinculación que se da entre cada una de las dimensiones. Así, la objetividad del “actuar” (ética) necesita previa y simultáneamente de un “ver la realidad” (psicológica) más allá de uno mismo.

De no ser así, no habría posibilidad real de actuación sobre la realidad más allá de las propias intenciones, sino que uno quedaría encerrado exclusivamente en una subjetividad gnoseológica y ética que sería, en última instancia, un grave subjetivismo (aunque éste no fuese  voluntario).

Ver la realidad más allá de uno mismo, como conocimiento formal, es lo que le permitirá a la persona tomar distancia de sus intenciones y de esa manera procurar una actuación efectiva sobre la misma.

Sólo después de ello, la persona podrá asumir la responsabilidad que implica su actuación sobre la realidad.

La relación entre la objetividad ética y objetividad psicológica en el sentido de "ver" la realidad (como conocimiento formal), es de enorme importancia, y en ambos sentidos.

Históricamente, para la objetividad ética ha resultado relevante el conocimiento científico de la realidad, ya que para que un juicio ético sea valido tiene que ser en primer lugar adecuado a la realidad.

Juzgar una realidad a partir de datos que no son reales (no describen adecuadamente la realidad, según la definición latina "adecuatio intelectum et res"), conduce necesariamente a juicios éticos erróneos.

El conocimiento de la realidad (lo más objetiva y científica posible) es esencial, es más, es condición de posibilidad para un juicio ético válido desde la objetividad.

En este sentido, es un imperativo ético el profundizar en el conocimiento de la realidad, a efectos de que la actuación del ser humano sobre ella pueda hacerlo éticamente responsable en ambos sentidos el término (el de "hacerse" responsable del resultado de sus actos, como el de buscar la transformación de la realidad según el propio proyecto ético).

A su vez, la objetividad ética influye directamente en los procesos de análisis de la realidad conducentes a su conocimiento. El hecho de utilizar instrumentos para conocer la realidad es ya un hecho ético, dado que la construcción y utilización de todo tipo de instrumentos se encuadra en la búsqueda de realización del ser humano.

Todo acto humano (y toda actuación sostenida en el tiempo) que no tenga como objetivo último la realización del ser humano sino su frustración es, por definición, no ética. De este modo, la objetividad ética no determina el conocimiento de la realidad, pero sí juzga la validez humanizante o no de los instrumentos y los procesos utilizados para alcanzar ese conocimiento.

Aquí se aplica el principio ético clásico "el fin no justifica los medios". Si bien lo recién mencionado corresponde más al conocimiento colectivo (científico), podemos también aplicarlo al conocimiento de la persona individual, ya que también existe la moralidad objetiva acerca de los instrumentos y procesos que la persona individual utilice para adquirir conocimiento acerca la realidad.

Esto es válido tanto al considerar la persona individual como parte estructural de un colectivo que busca la construcción de conocimiento, como de los procesos personales de búsqueda de conocimiento para la propia vida.

Los procesos de búsqueda de conocimiento de la realidad y de comprensión de la misma, por parte de la persona individual, debe tener también límites que corresponden a su propio juicio objetivo de responsabilidad. La persona debe asumir la responsabilidad de que el  proceso de conocimiento de la realidad es ya una actuación sobre la misma y una modificación de la misma (objetividad de ética).

Dimensión ética y dimensión psico-afectiva

A su vez, la aprehensión de la realidad no se da sólo en ese "verla" (psicológico) sino también en el "sentirla" (afectivo) que implica percibir la realidad de manera apasionada.

La pasión acerca de la realidad tiene tal relieve para la dimensión ética, que históricamente se ha considerado la "indignación ética" como una de las fuentes fundamentales de la eticidad de la persona, tanto subjetiva como objetiva.

El mero conocimiento formal de la realidad, desapasionado, normalmente no genera suficiente fuerza como para conmover al sujeto y, por tanto, para que provocar una búsqueda de actuación sobre esa realidad.

La "indignación ética" no es de por sí ética, sino que podríamos considerarla pre-ética, ya que  no responde de por sí a un acto libre y voluntario de actuación, sino que responde al nivel afectivo de la pasión. Llamamos indignación ética a esa situación por la que la persona, espontáneamente, “siente” que la realidad debería ser distinta de cómo es percibida por el sujeto.

En un segundo momento, y en un proceso ponderado, es que el sujeto tomará distancia crítica (ética) de esa emoción y la objetivará desde el punto de vista valorativo.

Es decir, recién entonces la persona la juzgará como una emoción éticamente sustentable (porque efectivamente la realidad tal como es percibida no coincide con los parámetros de objetividad ética) y por tanto en un acto, ahora sí ético, confirmará y estimulará esa emoción, o por el contrario, valorará la emoción sentida como desproporcionada o des-ubicada (no correspondiendo efectivamente a la objetividad ética) y entonces la desestimulará.

Las emociones de por sí no son éticas, por lo que la persona simplemente debe tomar conciencia de ellas para poder percibir la realidad y percibirse en la realidad, sin juicios valorativos previos, de carácter ético (pre- juicios).

Sentir las emociones es válido en sí mismo, y resulta extremadamente negativo (tanto del punto de vista afectivo, como del ético) el reprimirlas arbitrariamente.

Lo que sí corresponde éticamente, es estimular determinadas emociones ya percibidas, o desestimularlas según corresponda, de acuerdo con la valoración que la persona hace de la pertinencia o no de tales emociones en referencia a la realidad y al proyecto de sí.

Sentir la realidad (pasión) resulta imprescindible para una objetividad ética, ya que hace posible como fuente la "indignación ética".

Así su vez, también la objetividad ética resulta de enorme importancia para la dimensión psico-afectiva, ya que la posibilidad de realizar juicios de valor del punto de vista ético (más allá de las propias intenciones) permite canalizar y manejar más adecuadamente las emociones (estimulándolas o desestimulándolas) en orden a un proyecto de vida en una perspectiva holística.

Dimensión ética y dimensión espiritual

Para la perspectiva ética no es suficiente que la persona "vea" la realidad (dimensión psico-cognitiva), ni siquiera que también la "sienta" con pasión (dimensión psico-afectiva), sino que es imprescindible que la persona realice el proceso de "asumirla" (dimensión espiritual).

De hecho son cosas muy distintas el hecho de percibir la realidad más allá de uno mismo (distinguiendo lo real de lo irreal), o el de apasionarse en esa realidad (indignación), que asumirla, es decir, que “reconciliarse” con la realidad tal cual es.

No resulta nada extraño para la experiencia humana el hecho de que una persona conozca efectivamente la realidad, pero esté "peleada" con esa realidad. Ello es fuente de enorme sufrimiento y frustración para la persona , ya que la realidad no es como la persona piensa que debería ser, y no es capaz de aceptarlo pacíficamente.

La reconciliación con la realidad (asumir lo que es y lo que soy) corresponde a la dimensión espiritual, ya que solamente puede darse a partir de que el sujeto tome una perspectiva amplia de la realidad (el cosmos, el mundo, la historia, etc.) y le encuentre un sentido a lo que ocurre y “no es como debería ser” (o por menos pueden integrarlo a la luz de un sentido general).

De hecho, la búsqueda de sentido por parte del sujeto se da con mayor intensidad cuando se da la constatación de que la realidad no coincide con las propias expectativas sobre ella, generando en el sujeto una crisis. Cuando esta crisis no es adecuadamente encarada (por mecanismos subconscientes, o a veces también conscientes) genera procesos de autodestrucción.

Puede ocurrir que la persona “niegue” la realidad percibida con el consiguiente perjuicio psicológico. Puede ser también que la persona se desapasione de la realidad (refugio afectivo) negando las emociones que le genera la contradicción de la realidad y entrando  así en un proceso de abulia e indiferencia generalizada (con grave perjuicio para el desarrollo afectivo a la persona).

Sólo la persona podrá manejarse y actuar adecuadamente en esa realidad si logra la integración de las propias frustraciones y contradicciones al interior de un sentido global de la existencia.

Abandonar la responsabilidad de actuar sobre la realidad (dimensión ética) debido a una indiferencia o apartía afectiva generalizada, o por contrario, pretender actuar sobre una realidad que no es tal, conduce a una incapacidad ética.

Esta incapacidad es resultado de que la propia actuación decidida no podrá ser efectivamente conducente hacia el proyecto de sí y de mundo que la persona tiene, ya que los resultados de su actuar no serán acordes con las intenciones del sujeto porque está actuando sobre una realidad que no existe.

Por ello, la tarea de asumir la realidad tal como es (espiritual-existencial) es condición fundamental para una actuación ética objetiva sobre la realidad, y a su vez existe una obligación ética (como proceso de creciente humanización y liberación) hacia la dimensión espiritual en cuanto a hacer lo posible para asumir efectiva y pacíficamente la realidad como es, con sus contradicciones, inconsistencias, y frustraciones.[1]

Dimensión ética y dimensión relacional

Finalmente, en la perspectiva objetiva tenemos la interacción entre la dimensión ética y la dimensión relacional, que es tal vez, la vinculación más trabajada en la historia de la ética, por cuanto la relación con el mundo (el cosmos, la historia) y los otros (dimensión de intersubjetividad, de ubicación al interior de colectivos, etc.) han sido temas constantes de la filosofía y de la ética.

En los últimos decenios, a partir de la problemática ecológica, también ha tomado gran importancia el tratamiento del tema de la vinculación entre ética y la relación del ser humano con la naturaleza.

Todo esto no ha estado exento de grandes ambigüedades, aunque es claro que ha sido uno de los aspectos que más se ha desarrollado (y mayor acumulación ética ha tenido) a lo largo de la reflexión humana.

Por todo ello no vamos a entrar aquí a una análisis detallado de la vinculación entre ética y relacionalidad, marcando únicamente los siguientes puntos:

a)     El proceso de integración a la realidad externa, como proceso de identificación y diferenciación, es esencial para la objetividad ética, ya que establece márgenes (debido a los limites intrínsecos de la realidad a la cual se pertenece) sobre la responsabilidad (en ambos sentidos del término) del propia actuar.

b)     A su vez, la objetividad ética, en cuanto responsabilidad del propia actuar en la realidad, es un aporte esencial para el adecuado manejo del conflicto entre identificación y distinción con la realidad (físico material, biológico, de naturaleza, interpersonal, colectivo, etc.).

De hecho toda praxis relacional implicará de por sí juicios éticos objetivantes acerca de si es conducente o no para la realización personal, y a su vez, toda actuación que busca transformar la realidad (ética) es necesariamente una actuación relacional, es decir, inscrita dentro de la tensión de identificación y distinción (integración del sujeto a esa realidad que busca transformar).

Así, cuando hablamos de la perspectiva objetiva, nos encontramos con una interacción necesaria y fecunda entre las cinco dimensiones, de modo tal, que una adecuada objetivación de la realidad implicara a todas ellas en conjunto. La anulación de una de estas dimensiones, su represión, su sobrevaloración,  o cualquier tipo de patología, influirá negativamente sobre el conjunto y por ende sobre las posibilidades de realización de la persona.

De igual modo, un adecuado desarrollo de la perspectiva objetiva de cada dimensión, y una integración articulada y ponderada entre todas ellas, colaborará efectivamente en el desarrollo personal del ser humano.

Perspectiva de la subjetividad.

Desde la perspectiva de la subjetividad, también se da esta interacción entre las diferentes dimensiones humanas que estamos considerando. Ya hemos visto el contenido de cada una de estas dimensiones en la perspectiva objetiva, ahora veremos algunos de los vínculos que se dan especialmente entre la dimensión ética y cada una de las otras dimensiones consideradas.

Dimensión ética y dimensión psico-cognitiva

El elemento clave de la subjetividad ética es lo que llamamos “autenticidad”, que entendemos como la actuación en conciencia recta, es decir, la actuación voluntaria y deliberada del sujeto según lo que sinceramente ha discernido como "lo bueno" en la situación concreta.

La autenticidad es el resultado de una actuación libre que busca la realización de un proyecto de vida, es decir, que busca la realización de la “intención” de este sujeto. Así pues, decimos que la subjetividad ética está marcada por la intención de un sujeto que busca transforma la realidad personal según su propio proyecto.

Por otro lado, veíamos anteriormente que la perspectiva subjetiva de la dimensión psico-cognitiva se vertebraba en torno a esa búsqueda de “adecuarse” a la realidad por parte de sujeto.

Esta es la búsqueda de desarrollar la vida con actitudes "adecuadas", " adaptadas", a la realidad (dimensión psico-cognitiva), y va a influir determinantemente en las posibilidades de desarrollo de la intención por parte del sujeto (dimensión ética).

La incapacidad o imposibilidad, por parte de un sujeto, de actuar adecuadamente a la realidad que él ha percibido, se constituye en un obstáculo insalvable a la hora de buscar el desarrollo de la propia intención en esa realidad.

Si el sujeto percibe con certeza que su actuación va a ser inadecuada a la realidad, inadaptada a ella, directamente carece de sentido y posibilidad el tener una actuación intencionada en esa realidad, ya que de por sí sería absolutamente inconducente.

Tal es así, que si pensamos en un ser humano que estuviese absolutamente incapacitado para actuar de manera adecuada en la realidad (con una severa patología psicológica), estaríamos hablando de un sujeto con incapacidad ética.

Eso se debe a que no tendría posibilidad alguna de autenticidad en cuanto a capacidad de discernimiento de las situaciones planteadas (no se puede discernir cómo actuar bien en una realidad en la cual se tiene la certeza de que la propia actuación será inadecuada), ni tampoco capacidad de autenticidad en cuanto fidelidad al juicio de la propia conciencia moral.

Al mismo tiempo, y dentro de una normalidad psicológica, podemos decir que una actuación ética en autenticidad sistemática por parte del sujeto, colaborará indirectamente al que la persona pueda ubicarse adecuadamente en la realidad.

No podemos afirmar (ya que no conocemos estudios científicos al respecto) que la actuación sistemática en inautenticidad genere perturbaciones de tipo psicológico, pero desde la perspectiva unitaria del ser humano no hay duda que una actuación sistemática de manera contradictoria con los juicios de la propia conciencia moral no puede colaborar sino, por el contrario, afectar negativamente a una adecuada ubicación de la persona en la realidad vivida.

Dimensión ética y dimensión psico-afectiva

En referencia a la dimensión psico-afectiva, siempre desde la perspectiva subjetiva, vemos cómo el “sentirse” en la realidad por parte del sujeto afecta necesariamente su autopercepción y su realidad como ser “auténtico”.

La autopercepción afectiva, implica una valoración de sí (autovaloración afectiva que, a primera vista, no es fácil de distinguir de la autovaloración ética) como persona.

Es decir que, por ejemplo, si la persona se autopercibe que manera negativa, es decir, si la persona se autopercibe como distinta de como debería ser, estamos en la situación que llamamos "autoindignación".

De modo similar a lo visto en la perspectiva objetiva (aunque más difícil de ser llevados a cabo en la práctica, por parte del sujeto), la autoindignación implicará un segundo momento, éste sí ético, de valoración de esa emoción sentida. Del resultado de esa valoración ética es que se podrá tener una actitud conducente al estímulo o al desestímulo de la emoción sentida.

Es decir, que de la emoción de autoindignación cotejada con el propio proyecto de sí, y con la autenticidad de la actuación realizada, dependerá la confirmación ética de la emoción o por el contrario su descalificación. Aquí es muy importante la distinción entre "sentimiento de culpa" (netamente afectivo) y "sentido de culpa" (ético)[2].

Esta distinción es importante por varias razones:

a)     Permite distinguir las emociones de lo que son realidades éticas y, por tanto, eliminar las culpabilizaciones que no tienen fundamento ético.

b)     Permite el mismo proceso (aunque menos común, y tal vez menos dañino para la persona) cuando se trata de emociones de autoexaltación que no corresponden a la valoración ética de los propios actos.

c)     Permite el manejo más adecuado y libre de los propios niveles emotivos, sin confundirlos con valoraciones éticas y, por tanto, eliminando gran parte de las autorepresiones que se suele general de los sujetos.

d)     Permite al sujeto realizar juicios éticos en conciencia sobre los propios actos más allá de las emociones sentidas (juzgarse como culpable de una inautenticidad, aunque no se sienta ninguna emoción negativa, o incluso sintiendo una emoción positiva al respecto, y viceversa).

En un planteo holístico se tratará de que haya una adecuada proporción entre los juicios éticos sobre la propia autenticidad y las emociones sentidas sobre la propia persona, de modo de potenciarse mutuamente en aras de un desarrollo real y global de la persona.

Dimensión ética y dimensión espiritual

En referencia a la dimensión espiritual, tenemos que su perspectiva subjetiva implica el nivel de la “fe”, entendida como la capacidad (y la búsqueda) del ser humano de creer en elementos que están más allá de lo constatable empíricamente.

Las creencias del sujeto (formales o no) afectan también de manera directa a la autenticidad del sujeto. La actuación en buena intención (consistente con el proyecto de sí), se realiza en función de toda la realidad, y no sólo de aquella que es posible constatar empíricamente, es decir, que involucrará al universo entero de certezas del sujeto.

No pocos conflictos se dan entre la dimensión espiritual-existencial y las dimensiones psicológicas y afectivas en la perspectiva subjetiva. Ello es debido a que “adecuarse” y “sentirse” en la realidad, trasciende la realidad empíricamente constatable y entra en un campo de difícil delimitación, en el que está incluido todo lo referente a la búsqueda de sentidos propia de la dimensión espiritual.

Esa conflictualidad afecta también a la dimensión ética, ya que la actuación en buena intención por parte del sujeto (autenticidad) no siempre es confrontable directamente con la realidad empírica.

Una consecuencia de esto, es el hecho de que no es posible realizar juicios externos al sujeto acerca de su autenticidad. Ello se debe a que, por un lado, sólo el sujeto conoce cuál ha sido el juicio de su conciencia moral y, por tanto, sólo él conoce cuál es el resultado del discernimiento de la misma; y por otro lado, porque solamente el sujeto conoce cuál es el nivel de sus creencias que ha quedado implicado en ese discernimiento.

A su vez, una actuación sistemática en autenticidad afectará positivamente en la perspectiva subjetiva de la dimensión espiritual de la persona, ya que le permitirá ir afirmando progresivamente sus creencias; y por el contrario, una actuación sistemática en inautenticidad por parte del sujeto, acarreará una crisis en el nivel de creencias, pudiéndolo arrastrar inclusive a una crisis global de sentido de vida.

Dimensión ética y dimensión relacional

Con respecto a la perspectiva subjetiva de la dimensión relacional, tenemos que el eje de la misma se ubica en la búsqueda de “encontrarse y completarse” que realiza el sujeto, debido a que se percibe a sí mismo en fragilidad e indigencia, y busca intensamente no ser marginado ni abandonado (por los diferentes niveles de la realidad externa, pero muy especialmente por los alter-ego).

Está búsqueda tiene una referencia directa hacia la subjetividad ética, especialmente con respecto al proyecto de sí. En este sentido, una excesiva “asimilación” a los otros, implicará una pérdida de identidad que afectará necesariamente a su propio proyecto, y por el contrario, una “distinción” excesiva con respecto a los otros, conduciría a un solipsismo que también afectará el proyecto de sí.

Dado que la autenticidad se juega en la actuación con buena intención, siempre en referencia a un proyecto de vida (y a la escala de valores e ideales que lo constituyen y fundamentan), el modo de relacionarse con los otros seres humanos afectará de manera determinante su autenticidad.

Un proceso de encuentro con los otros con excesiva asimilación, acarreará en el sujeto una pérdida de autonomía en el juicio valorativo de sí mismo (y en la propia autoconstrucción original del proyecto de vida).

A su vez, un encuentro excesivamente por distinción y confrontación con el otro, dificultará enormemente la búsqueda de superar la propia fragilidad e indigencia constitutiva, llevando al sujeto a una pérdida de proyecto o, tal vez mucho más grave aún, a construir un autoproyecto  autosuficiente que pretenda no necesitar de los demás, y que obviamente resultará inconsistente en su aplicación.

Modo de trascender la realidad empírica.

Si bien el ser humano vive, se ubica y se realiza como tal en la realidad empíricamente constatable, tanto desde la perspectiva objetiva como desde la perspectiva subjetiva, también es fundamental para su propia vida y su realización poder trascender esta realidad empírica.

Los procesos del sujeto se dan siempre en el nivel histórico (fáctico), sin embargo, las vivencias dadas en esta realidad incluyen también la trascendencia de esa misma facticidad.  A tal punto esto es así, que en el caso de sufrir la total incapacidad de trascender la realidad, el ser humano pierde su propio horizonte y queda irremediablemente alienado a la facticidad inmediata.

Por ello, también a la hora de analizar la interacción entre la dimensiones consideradas, adquiere enorme importancia el modo en que se vinculan los diferentes modos de trascender la realidad empírica, que son propios de cada dimensión.

Dimensión ética y dimensión psico-cognitiva

Así, si tomamos la capacidad de “fantasías” (dimensión psico-cognitiva), tanto de afirmación de sí como de desestima de sí, éstas tendrán una influencia directa sobre la dimensión ética.

Es propio del modo trascender la realidad de la dimensión ética la construcción de “ideales” (tanto a través de imágenes como de escalas de valor) y su concreción en un “proyecto de sí” y, concomitantemente, un “proyecto de mundo” (es decir, lo que uno desea que sea en sí y en el mundo, y que estima que es alcanzable por el propio esfuerzo).

Sólo a partir de las fantasías, como construcción mental imaginativa de lo real, es posible generar una distancia crítica acerca de la realidad empírica, y esto constituye un insumo esencial a la hora de la construcción de ideales y de proyectos.

No deben confundirse los ideales o los proyectos, con las fantasías, ya que estas últimas tienen como característica su irrealidad y su total desvinculación con las posibilidades de volverse reales. En cambio los ideales, si bien son abstractos y generan una tensión dialéctica con lo histórico fáctico, tienen necesariamente una referencia de posibilidad histórica.

Tal es así, que ideales que no tengan ese enraizamiento histórico, en realidad son fantasías idealizadas, y por tanto, alienantes. Una fantasía no es de por sí alienante, en la medida en que el sujeto la tenga ubicada como tal, pero sí se vuelve alienante en la medida en que es confundida con un ideal, y es alienante justamente porque de por sí implica su no realizabilidad histórica.

Por otro lado, las fantasías de afirmación de sí también colaboran muy eficazmente en la elaboración de un proyecto de vida. El hecho de que la persona fantasee acerca de sí misma es positivo, ya que colabora a su autoafirmación en la realidad, pero al mismo tiempo, colabora a su autotrascendencia, generando una distancia crítica con respecto a la realidad, todo lo cual colabora al poder proyectarse en ella de una manera creativa.

Incluso, si no fuese por capacidad de fantasía imaginativa del ser humano, éste estaría éticamente condenado a repetir interminablemente un proyecto de sí totalmente masificado.

No obstante, reiteramos una vez más, que no debe confundirse fantasías acerca de sí mismo o acerca de la realidad externa, con lo que sería un proyecto de sí mismo o del mundo, ya que este segundo momento implica necesariamente tomar en cuenta la realidad objetiva y las posibilidades fácticas de transformación de esta realidad.

A su vez, el desarrollo de ideales y de un proyecto, enmarca la propia fantasía dándole un carácter más fecundo, y evitando que se disperse excesivamente en ámbitos que no tienen posibilidad alguna de entroncarse con la propia realización personal.

Obviamente, las fantasías de por sí deben ser valoradas sólo en la perspectiva psicológica, y solamente tendrán un signo ético (o sea, corresponderán a un juicio ético) en la medida en que voluntaria y deliberadamente el sujeto las desarrolla en contravención de sus propios ideales y de su proyecto de sí.

Dimensión ética y dimensión psico-afectiva

Pasando a la dimensión psico-afectiva, tenemos que el modo de trascender la realidad empírica de esta dimensión es a través de los “deseos”. Éstos también interactúan de manera muy importante con los ideales y los proyectos de la persona.

En una perspectiva holística, el ideal de sí y los proyectos de la persona deben contemplar e incluir los deseos de la misma, ya que si tuviésemos el caso de una persona en la que el ideal de sí implicara la negación absoluta de los deseos que emergen de sí mismo, estaríamos hablando de una fractura inconsistente para sujeto como perspectiva de futuro, y por ende, su total frustración.

No es positivo para el sujeto desarrollar sus propios ideales y proyectos al margen de sus deseos, sino que le es imprescindible considerarlos y ponderarlos. Es que los deseos y su perspectiva de cumplimiento, hacen de algún modo "amable" la vida como proyecto u horizonte, y el propio ideal de sí no puede estar al margen de esta perspectiva de amabilidad de la vida.

No puede haber fascinación con el propio proyecto de vida si este contraviene los propios deseos como horizonte de amabilidad de la vida. Esto no significa que todos los deseos, del tipo que sean, puedan y deban ser integrados en el proyecto de vida, sino que este último implica un discernimiento ético, inclusive de los propios deseos.

No todos los deseos de por sí son conducentes a la realización holística de la persona, ya que con mucha facilidad son contradictorios entre ellos. También aquí, en una interacción dialéctica, la persona deberá valorar, ponderar y discernir sus deseos, a efectos de estimularlos o desestimularlos, en función de sus ideales y su proyecto de sí. Al mismo tiempo, desde los propios deseos la persona deberá criticar sus propios ideales y su propio proyecto de vida, a efectos de confirmarlo o modificarlo si es necesario, para que efectivamente sea conducente a una realización holística de la persona.

Los deseos, como proyección emotiva el ser humano, necesitan de un proyecto histórico que los haga viables como vivencia real en el futuro, so pena de que se vean totalmente frustrados. A su vez, un proyecto de vida necesita de una enorme carga afectiva como horizonte de realización futura, para que efectivamente sea movilizadora del sujeto.

Dimensión ética y dimensión espiritual

Pasando a la dimensión espiritual, el instrumento propio para trascender la realidad empírica es lo que llamamos "utopía". Ésta es polifacética, en cuanto que está compuesta de aspectos personales, históricos, sociales, incluso cósmicos.

La utopía parte de una realidad que es asumida por sujeto y que va más allá de lo constatable empíricamente ya que incluye las creencias del propio sujeto, pero a su vez, también se proyecta a un futuro que implica diferencias radicales con respecto a la realidad presente.

De algún modo la utopía implica, por un lado continuidad, ya que se trata de la misma persona y del mismo mundo y, al mismo tiempo, implica una ruptura radical con esta realidad, ya que se proyecta como algo totalmente distinto. Resulta obvia la estrecha vinculación existente entre las utopías, las fantasías, y los deseos del sujeto.

Pero la utopía tiene vinculación peculiar con la dimensión ética, en decir, con los ideales y los proyectos del sujeto. Esta relación peculiar es tan intensa que en muchos momentos las utopías y los ideales de la persona pueden confundirse o identificarse válidamente.

Sin embargo, las utopías no pueden identificarse con los proyectos del sujeto, ya que la utopía implica una realidad radicalmente distinta a la actual y no tiene en el tiempo posibilidades previstas de realización histórica, mientras que los proyectos parten de la realidad fáctica y plantean cambios en ésta que son delimitados en el tiempo y viables en la realidad histórica previsible.

De este modo, el nivel utópico de la persona implica una tensión de enorme fuerza, tal vez la más fuerte, en la generación de sentido de la persona y por tanto en su fuerza motivacional para la construcción y prosecución de un proyecto de vida.

Inclusive ante la ruptura, culpable o no, del propio proyecto de vida, una fuerte utopía permite la suficiente fuerza (y da elementos creativos) como para reconstruir el proyecto de vida roto, o para construir uno totalmente nuevo.

Así, la utopía genera una fuerza de tensión elevante del proyecto de la persona, una distancia crítica hacia la excelencia, que tiende a elevar los horizontes de autorrealización de la propia persona.

Así su vez, el proyecto de vida (concreto, histórico, realizable) supone un cable a tierra de la utopía, de modo de alejarla de la pura fantasía y, de esta manera, dándole un carácter realizante y no alienante.

De hecho, la tarea ética de la persona, entendida como el "llegar hacer lo que se puede con lo que se es", surgirá de la tensión entre utopía y proyecto de vida. Con que más claros y fuertes sean éstos en el sujeto, mayor será su horizonte de realización personal y, por tanto, su esperanza.

Dimensión ética y dimensión relacional

Si tomamos finalmente la dimensión relacional, tenemos a la empatía como el instrumento clave de trascendencia de la realidad empírica, el cual también tiene una estrecha vinculación con los ideales y el proyecto de vida.

Los ideales de la persona estarán enormemente condicionados por el modo de percibir el aporte de las diferentes relaciones que la implican. Éstas afectarán la construcción de su proyecto de realización personal, y pueden ir desde el extremo de tener como ideal la total y plena asimilación a la realidad externa (física, biológica, humana), hasta el extremo de ubicar toda relación con un obstáculo para la propia realización y, por tanto, ubicar como un ideal el aislamiento más absoluto con respecto a toda realidad externa, y la total diferenciación con respecto a esta.

La experiencia relacional del sujeto, especialmente la referida a los otros seres humanos (en cuanto alter-ego), influirá muy directamente en su ideal de vida y por tanto en la construcción de su proyecto de vida.

De este modo, en la medida en que el sujeto pueda manejar adecuadamente la tensión entre asimilación y distinción con respecto a la realidad externa, es que sus propios ideales y proyectos integrarán como horizonte la optimización de esa ponderación.

Por otro lado, los ideales (que por definición son trascendentes a la propia realidad fáctica) también van a marcar el horizonte del sujeto a la hora de prever lo realizante o frustrante del mundo de relaciones planteado, influyendo (positiva o negativamente) en la ubicación de la empatía como horizonte valido y realizante.

De la interacción entre dimensión relacional y dimensión ética, es que surge la posibilidad de que el sujeto transforme el proyecto de vida personal en un proyecto interpersonal o colectivo (de proyecto "mío" de vida, a proyecto "nuestro" de vida).

Ésta es la base de toda relación interpersonal duradera entre los seres humanos, aunque la afirmación deba tener muchos matices.

El fundamento está en que, dado que la perspectiva subjetiva de la dimensión relacional va en el sentido de intentar superar la fragilidad e indigencia constitutiva del ser humano, el que sea posible integrar dentro del propio proyecto de vida un proceso creciente de empatía constituye una condición insustituible para una realización global del ser humano.


 

[1] Al respecto es importante la distinción entre “pathos” (todo lo que la persona es y no ha dependido de su libertad = lo recibido) y “ethos” (la personalidad moral = lo que la persona ha construido en sí a partir de su libertad), y en este punto se establece: “para que la persona pueda construirse según un proyecto conscientemente asumido, es necesario que previamente asuma la realidad de su pathos. Si la persona no descubre y asume su propia realidad, las bases sobre las que construirá todo el resto serán falsas, y por tanto toda su personalidad moral será frágil”.  FRANÇA-GALDONA, o.c. p. 89.

[2] Un artículo muy clarificador al respecto: ZABALEGUI, L. “Aproximaciones al concepto de sentimiento de culpa”, En: Moralia, 1 (1990). pp.  87-105.