IDENTIDAD PERSONAL

Del conjunto de estas cinco dimensiones de la persona (ética, espiritual, psicológica, afectiva, y relacional), depende en gran medida la identidad del sujeto. Esta identidad es fruto de los influjos recibidos, pero es también fruto de la autoconstrucción de la persona.

Más allá de hasta donde alcanza las posibilidades de autoconstrucción de la identidad, lo que nos interesa en la actual reflexión (por la priorización de la perspectiva ética que hemos hecho) es el espacio efectivo de libertad con que cuenta la persona.

En este sentido, la identidad de la persona será el fruto de la mayor o menor integración de cada una de estas dimensiones de un modo armonioso.

La perspectiva holística supone que el dato de que cualquiera de estas dimensiones que no esté adecuadamente constituida afectará negativamente al identidad del sujeto. Pero asimismo, que en la medida en que cualquiera de estas dimensiones este sobrevalorada en la ponderación global, también afectará negativamente al sujeto.

A modo de ejemplo: en una persona donde la dimensión psico-afectiva tenga un espacio o un peso desproporcionado, implicará que la identidad del sujeto estará sumamente dependiente de los vaivenes afectivos de la vida y, por lo tanto, sufrirá de una enorme fragilidad. De igual manera podríamos establecer una fragilidad de la identidad si se encuentra exacerbada cualquiera de las dimensiones.

Por lo tanto, el desarrollo de una identidad sólida y madura en la persona humana, dependerá por un lado, del desarrollo de cada una de las dimensiones, pero también, de la adecuada ponderación entre ellas y de la adecuada integración de sus respectivas perspectivas.

El desarrollo de una identidad fuerte y madura es esencial para la realización plena del ser humano, ya que no es compatible un proceso de desarrollo de la propia libertad (en el sentido de hacerse dueño de la propia vida) si la identidad del sujeto es muy frágil o tiene serias perturbaciones.

De este modo, la construcción de la identidad no se identifica con la felicidad o la realización del sujeto, pero es condición necesaria para ello. Una persona alienada (del latín "alio" = otro), es decir, enajenada de sí misma, no puede realizar un proceso de autorrealización.

Debido a que las condicionantes históricas que afectan al sujeto no son siempre de carácter humanizante, sino que muchas veces son deshumanizantes[1], muchos de los elementos que van a conformar la identidad de la persona van a ser de tipo alienante (elementos culturales, socio-político-económicos, religiosos, etc.).

No obstante, también es verdad que existen condicionamientos de tipo positivo que colaboran en la construcción de una sana y fuerte identidad personal. Por ello es importante que el sujeto (individual, colectivo) sepa discernir los elementos alienantes de los elementos que son humanizantes de la realidad en que se encuentra inmerso, y de la que forma parte.

Asimismo, es de vital importancia potenciar en sí (y a través del relacionamiento personal y estructural “en nosotros” y “en los otros”) todos los elementos que colaboren a un sano desarrollo de la identidad.

Aporte de cada dimensión a la identidad personal

Entraremos a analizar el aporte que cada dimensión hace a la construcción de la identidad de la persona. A partir de lo visto anteriormente, y sin que implique un orden cronológico, ni mucho menos una priorización valorativa, es posible dar un cierto orden lógico a los componentes de esta identidad que sintetizaremos de la siguiente manera.

En primer lugar, la identidad es sentido, es razón de ser, es motivo de existencia (dimensión espiritual-existencial). En el absurdo de sí no existe posibilidad de identidad.

Diremos que en la base de la identidad están los “por qué” y los “para qué” de la propia existencia; preguntas y respuestas esenciales de la propia identidad.

En segundo lugar, la identidad es autoafirmación como existencia real (dimensión psico-cognitiva). En la confusión o la duda acerca de la irrealidad de la propia existencia y/o de los actos, no es posible construir una identidad sólida.

La identidad del ser humano parte del hecho de considerarse a sí mismo como una realidad, ubicado adecuadamente en una realidad más amplia. Podríamos decir, que este aspecto responde a las preguntas acerca de “lo que es” y de “lo que no es”.

En tercer lugar, la identidad pasa por una adecuada autoestima (dimensión psico-afectiva). Una persona con una fuerte aversión hacia sí misma y hacia su propia vida no puede desarrollar una identidad fuerte y madura.

Podríamos decir que este aspecto responde a las preguntas “qué quiero” y “qué no quiero” (en el sentido doble: por un lado, de amar lo que es y, por el otro, de desear algo para el futuro).

En cuarto lugar, la identidad supone el encuentro con la realidad, que lo integra y lo trasciende a uno mismo (dimensión relacional). La tensión “distinción-asimilación” que se da con los diferentes niveles de la realidad a la que pertenece el sujeto, forma parte de su identidad.

Esto es así, debido a que la simple asimilación a la realidad (biológica, cultural, política, etc.) implica la total pérdida de identidad,  y a su vez, la absoluta distinción con respecto a la realidad externa del sujeto, implica una ruptura tal que conduce a un solipsismo incapaz de identidad.

La identidad, que es siempre fruto de una realidad práxica dinámica, se ve fortalecida o debilitada en los procesos continuos de identificación y de diferenciación. Podríamos decir, que este aspecto corresponde a la pregunta “cómo soy”, y “cómo es” la realidad de la que formo parte.

En quinto lugar, la identidad es también proyecto de sí mismo y proyecto de realidad (dimensión ética). En ausencia de proyectos, sea debido la inexistencia total de horizontes de futuro, sea a la falta total de márgenes de libertad para actuar en el presente sobre ese futuro, no hay posibilidad de identidad.

De hecho, la identidad humana es un presente que recupera el pasado, pero es también proyecto de futuro. Yo soy lo que soy hoy, pero también lo que quiero llegar a ser. Este proyecto de futuro es proyecto de identidad, de realización (personal y colectiva), y por tanto podríamos decir que responde a la pregunta “cómo hago” para poder realizarme.

La identidad del ser humano es, pues, una resultante, y por tanto en la experiencia fenoménica del sujeto se va dando de una manera evolutiva, confusa, mezclada. En los diferentes momentos (incluso a veces al interior de plazos muy pequeños) de su vida, la persona adquiere fortalezas o debilidades parciales en las diferentes dimensiones, apoyándose en ciertos momentos en unas más que en otras,  y tiñendo de esa manera la autopercepción de si mismo.

Por ello, es importante que la persona pueda adquirir una perspectiva más globalizante de la propia vida, de manera de poder visualizar el conjunto del desarrollo de las dimensiones y, de esa manera, poder tener una perspectiva más acabada de sí mismo.

Tal vez eso es lo que hacemos cuando alguien nos pregunta repentinamente acerca de si somos o no felices en nuestra vida, y nosotros, tomando distancia de lo que afectivamente  nos está movilizando en ese momento y de lo que éticamente estamos juzgando acerca de nosotros mismos, hacemos un balance general y sacamos una conclusión meditada (aún en un tiempo muy reducido, de segundos) respondiendo: sí, a pesar de lo que ahora estoy sintiendo o viviendo soy feliz o, por contrario, no lo soy.

La autopercepción de estarse realizando no es suficiente, ya que también es conveniente desarrollar determinados parámetros de objetivación, como hemos visto en cada una dimensiones. Sin embargo, lo que más directamente nos influye para poder seguir adelante en nuestro propio proceso de vida es la autopercepción que tengamos de nuestra realización y, por tanto, esta dimensión subjetiva de la identidad pasa a tener una relevancia fundamental en nuestros días.


 

[1] Cfr. FRANÇA-GALDONA, o.c. p. 99.