PRESENTACIÓN DEL CUADRO DE REFERENCIA[1]

Comenzaremos la reflexión presentando un cuadro de referencia que, de manera sumamente simplificada, intenta sintetizar las relaciones entre seis dimensiones fundamentales que queremos aquí encarar.

Hablamos en este cuadro de “dimensiones”. Entendemos por una “dimensión humana” el desarrollo o el ejercicio de una capacidad humana. 

Asumimos que distinguir capacidades en la unidad inseparable que es el ser humano, es en gran medida arbitraria y tiene exclusivamente un motivo funcional.  Es decir, buscamos poder comprender y manejar mejor la compleja realidad humana, y por ello, de la gran capacidad que tiene el ser humano haremos algunas distinciones, en el sentido de querer simplemente identificarlos para nuestra reflexión. 

Los llamamos “dimensiones” porque entendemos que ese término implica simultáneamente la globalidad y la especificidad, y de esa manera buscamos no caer en considerar al ser humano como un collage de partes simplemente yuxtapuestas.

Entendemos que cada dimensión tiene una cierta racionalidad propia.  Sin embargo, cada una de las dimensiones sólo puede comprenderse y, sobre todo actuarse, en el conjunto de todas las demás, apoyada en ellas, y en interacción completa con ellas. 

De hecho, en la vida humana resulta difícil distinguir cada una de estas dimensiones.  Si justamente hacemos el esfuerzo teórico de diferenciarlas, es para poder posteriormente reconocerlas en la práctica vivencial.

Esto responde a una hipótesis de partida, que es clásico en las ciencias éticas, que sostiene que sólo puede comprenderse y analizarse el actuar humano en la medida en que podamos desagregarlo en diferentes partes. De esa manera, al comprender cada una y la interacción entre ellas, podemos manejar mejor el acto humano concreto.

De lo dicho anteriormente se desprende, como obviedad, que ninguna dimensión es prevalente, ni más importante que ninguna otra, sino que todas son simplemente perspectivas de lectura de un mismo y único acto humano. Por lo mismo, el conjunto de las dimensiones que hemos considerado no son más que una simplificación deliberada de un acto humano infinitamente más complejo, profundo y denso de lo que podemos analizar.

Entre otras razones esto se da porque lo que nosotros estamos realizando en esta reflexión es un acto humano y, por ende, estamos intentando simultáneamente ser sujetos y objetos de nuestra propia reflexión.

En referencia al cuadro presentado, primer lugar, ubicamos como elemento que engloba el conjunto a la dimensión ideológica, (siguiendo la terminología planteada en el libro França-Galdona[2]), entendiéndola como el “ejercicio de la capacidad que tiene el ser humano de explicar la realidad”, es decir, de comprenderla,  de ubicarse en ella, de actuar en ella y, de algún modo, de justificar su funcionamiento.

En segundo lugar, la dimensión ética, como “el ejercicio de la capacidad que tiene la persona de buscar efectivamente caminos de realización personal”.

En tercer lugar,  la dimensión espiritual, como “el ejercicio de la capacidad de búsqueda de sentidos”: sentido de la propia vida, sentido de la existencia, sentido del quehacer, sentido de las propias opciones, sentido de lo que le toca vivir y asumir lo que no puede cambiar en la historia.

En cuarto lugar, la dimensión psico-cognitiva, como “el ejercicio de la capacidad del ser humano de comprender y conocer  la realidad como tal y de conocerse a sí mismo en ella”. 

En quinto lugar, la dimensión psico-afectiva, como “el ejercicio de la capacidad humana de vivir la vida apasionadamente, de no ser indiferente ante lo que le pasa”, que es todo lo que le hace mirar el pasado, el presente y el futuro con interés.  

Y en sexto lugar, la dimensión relacional, como “el ejercicio de la capacidad que tenemos de encuentro”: encuentro esencialmente con “otro”, pero también encuentro con colectivos humanos, y encuentro con otros seres. 

Antes de entrar en el desarrollo de cada una de las dimensiones, y posteriormente a la interacción que se desarrolla entre ellas, queremos establecer un elemento que es primordial y unificador de las dimensiones. Se trata del modo concreto que tiene la persona de acceder conscientemente a estas dimensiones, es más,  podríamos afirmar que se trata del único modo que tiene la persona de desarrollar conscientemente cada una de estas dimensiones.

Ese instrumento esencial es el que llamamos praxis. Entendemos la praxis como el “aprender haciendo” del ser humano.  A partir de sus propias vivencias, la persona puede recuperarlas, analizarlas, valorarlas, sacar conclusiones de ellas y, en función de todo ello, modificar la perspectiva y actuación en el futuro.

La experiencia humana no es algo automático sino que nace de la reflexión de las propias vivencias, de su valoración y de su recuperación consciente. Múltiples vivencias se pierden simplemente en el devenir cotidiano sin que nos detengamos siquiera a tomar conciencia de que las hemos tenido. Menos aún las habremos convertido en experiencia, pero aquellas que hacemos experiencia las podremos tomar como punto de apoyo para nuestra propia autocomprensión y autoconstrucción.

Las dimensiones que hemos mencionado están presentes en todo ser humano, más allá de que él sea consciente de las mismas o no. Así, desde un punto de vista ético, podemos afirmar sin lugar a dudas que todo ser humano tiene una dimensión ética en cuanto que él será, en gran medida, resultado de su propio actuar y, por tanto, podemos afirmar que él recibirá los frutos o pagará los precios que serán consecuencia directa e indirecta de las propias opciones que tomó. Esto se da más allá de que la persona así lo quiera o, inclusive, de que la persona sea consciente de que esto está sucediendo.

De manera semejante sucede con respecto a las demás dimensiones.  No obstante, también resulta claro que en la medida en que la persona toma conciencia de cada una de sus dimensiones, puede asumirlas de manera mucho más plena, y puede conducirlas por donde él estima más conveniente.  Esto se dará siempre al interior de los márgenes de su limitación intrínseca, pero es justamente en esos márgenes en los que se juega su libertad real.

En síntesis, más libre será la persona cuanto más consciente sea de cada una de las dimensiones que la integran, y más libre será la persona cuanto más deliberadamente vaya construyendo experiencia de su ser en cada una de ellas y las vaya manejando según lo que considera más adecuado para una vida plena.

En ese sentido, podemos afirmar que si bien consideramos cada dimensión como el ejercicio de una capacidad constitutiva del ser humano, no obstante, como ella no se da de por sí en forma consciente y libre -sino que esto deriva de un proceso- esta dimensión es simultáneamente una búsqueda humana.  Es decir, cada una de las dimensiones responde constitutivamente a una capacidad, pero del punto de vista de la libertad de la persona, cada dimensión constituye una búsqueda .

El conjunto de esas búsquedas, en la medida en que es articulado y armónico, constituye lo que podríamos llamar la “búsqueda efectiva de la realización personal”.

De este modo, la dimensión ideológica como capacidad de explicar y prever la realidad, se traduce en un ejercicio consciente de “búsqueda de comprender, explicar, ubicarse y actuar en una realidad previsible”.

La dimensión ética, como ejercicio de la capacidad de autorrealización, se convierte conscientemente en la “búsqueda libre de caminos de realización personal en la historia”. 

La dimensión espiritual, como ejercicio de la capacidad de sentido, se convierte en la “búsqueda de sentido en la vida”. 

La dimensión psico-cognitiva, como ejercicio de la capacidad de comprensión de lo que es real, se convierte en la “búsqueda del conocimiento de la realidad”. 

La dimensión psico-afectiva, como ejercicio de la capacidad de vivir apasionadamente, se convierte en la “búsqueda de vivir con intensidad”. 

La dimensión relacional, como ejercicio de la capacidad de encuentro, se convierte esencialmente, en la “búsqueda de encuentro con los demás”.

Todas estas búsquedas se van desarrollando en la historia, a partir de esa única praxis deliberada que realiza la persona. Se trata de una búsqueda continua, en cierto sentido interminable ya que nunca se alcanza con tal plenitud lo buscado como para quedar definitiva y totalmente satisfecho, pero que también está conformada de progresivos logros en los que se apoya la continuación de la búsqueda.

El proceso de búsquedas que estamos analizando no se da como un desarrollo lineal sino, por el contrario, implica momentos de claridad y de confusión, avances y retrocesos, relecturas de lo anteriormente vivido, analizado y valorado e, inclusive, implica inconsistencias en el propio actuar. No pocas veces los seres humanos tropezamos con la misma piedra, dos y más veces, de manera consciente y totalmente inexplicable, aún para nosotros mismos.

No obstante, la enorme fragilidad del método práxico, su inmensa relatividad e inseguridad como constructor de certezas, es el único camino que históricamente ha tenido el ser humano para avanzar[3].  En definitiva, en cuanto a nosotros concierne, solamente a partir de la praxis es que podemos asumir nuestra vida, desarrollarla y construirla, en los márgenes de la libertad con que contamos.

En el cuadro de referencia se presentan una serie de perspectivas en las que nos interesa analizar cada dimensión. Ellas son el eje de construcción personal, o el “para qué” de cada dimensión, en lo que corresponde a la globalidad holística humana.

De este modo, analizaremos en cada una de las dimensiones las dos perspectivas claves de la ética sobre la praxis humana: que son la “objetividad” y la “subjetividad”. En último lugar, analizaremos también el modo de trascender la realidad empírica de cada una.


 

[1] Ver el cuadro esquemático en la última página del presente material.

[2] Como otra referencia: “Ideología: conjunto de ideas, conceptos, mitos, etc., que ordenados más o menos sistemáticamente, representan una cierta interpretación de la realidad histórico-social y constituyen una orientación para la acción práctica en el seno de ella”. (Tomado del Diccionario Enciclopédico Salvat).

[3] Aún en el caso de la éticas de origen religioso (teológicas), las certezas surgen de la praxis (no sólo individual, sino fundamentalmente colectiva). En las bases de estas éticas se cuenta con una fuente epistemológica ineludible, que es la “revelación” (lo que Dios ha comunicado u ordenado al ser humano), y que en campo ético normalmente se traduce en “mandamientos” o “prescripciones” de origen divino.

No podemos aquí entrar en el tema de las mediaciones exegéticas y hermeneúticas, que consideramos epistemológicamente necesarias para toda construcción ética sólida.

Aún así podemos afirmar que, en la historia de cada religión se han ido dando procesos conscientes y deliberados de interpretación de esas pautas éticas normativas de origen divino, de modo que sus implicancias prácticas han variado en el tiempo, y que inclusive han exigido de las religiones el establecimiento de autoridades que validen las interpretaciones “ortodoxas” y rechacen las que no lo son.

A modo de ejemplo: aún en el caso del mandamiento más simple y concreto que hay “no matarás”, para su aplicación en la vida es necesario contestar múltiples preguntas de interpretación: ¿se refiere a seres humanos, o a toda forma de vida? ¿se refiere a los inocentes u obliga también en referencia a los culpables? ¿se refiere únicamente a actos personales inmediatos o también a la generación de estructuras sociales que generan muerte? ¿se refiere exclusivamente a actos de muerte biológica o también a los casos en que se provoca “muerte social” (marginación, exclusión)?, etc.