MARCO DESDE EL QUE REALIZAMOS LA REFLEXIÓN

La presente reflexión busca profundizar en el análisis del actuar humano[1]. No busca explicar “el” actuar humano, sino únicamente ingresar en un análisis del mismo, que sea sintético y profundo.

Como ninguna reflexión (y actuación) humana es desinteresada, ésta es una reflexión profundamente interesada. Interesada por mí mismo, ya que tengo serio interés en mi vida, en mi ser, en mi futuro. Interesada por los demás, ya que también me importa compartir lo aprendido y, si eso es posible, ayudar a los demás en sus vidas. El hecho de que sea interesada no le quita carácter de seriedad académica, sino que al contrario se lo exige.

Además de interesado, este análisis tiene una perspectiva definida y un punto de partida claro[2]. Se trata de la perspectiva ética[3], es decir, de la capacidad que tiene el ser humano de construirse a sí mismo, de realizarse, y de hacerse consciente y deliberadamente dueño de su vida.

Nuestro punto de partida también es claro: el ser humano es libre, con una libertad limitada y contextualizada, pero esencialmente libre. Esta característica puede ser considerada una gracia o una des-gracia (personalmente la considero una “gracia”con toda la fuerza del término), pero el hecho es que previamente a cualquier valoración de la misma, el ser humano es libre. No hay duda de que el ser humano es en gran medida el resultado de su propio actuar, disfrutando y sufriendo las consecuencias de las decisiones tomadas por él mismo.

En esta reflexión también tenemos una intención, y ella es educativa. Creo en la educación, creo en la capacidad de actuar constructivamente en interacción con las demás personas, creo en la capacidad de aprendizaje que tenemos (especialmente en el aprender a vivir, y así poder aprehender la vida misma).

Pero también creo en la posibilidad de conocerme más y mejor, conociendo mejor a los demás seres humanos, y viceversa. Creo en la posibilidad de sumergirme y ahondar en ese maravilloso misterio de profundidad que somos los seres humanos, cada persona, y cada colectivo. Creo en Dios, creo en el hombre, creo en la vida, creo en el mundo y en la historia que van construyendo los hombres y mujeres en él.

Algunas consideraciones generales.

Muy estimulado por E. Morin[4] en esa hermosa síntesis que realiza sobre numerosas constataciones acerca de la realidad humana, deseo realizar algunas consideraciones en orden a acotar el horizonte de posibilidades de la presente reflexión.

En primer lugar, asumo la complejidad manifiesta que constituye el ser y el actuar humano. Esto es fácilmente ejemplificable al recorrer las grandes reflexiones filosóficas y teológicas acerca del hombre, su ser, su identidad, su destino: de Heráclito a Habermas, de Confucio a San Agustín, de la Torah al Corán. Las mismas preguntas vitales respondidas una y mil veces, con aspectos que le resultan compartidos y otros que le resultan totalmente extraños a uno mismo y a los colectivos que integra.

La ciencia, a su vez, no deja de realiza inmenso aporte en este sentido: desde la antropología cultural a la biocibernética, de la economía a la psicología, desde Galileo a la “teoría del caos”. Planteamientos confluyentes y contradictorios, que al mismo tiempo desconciertan y estimulan la curiosidad acerca de lo que somos y lo que podemos llega a ser.

Todos aportes verdaderos sobre el ser humano y ninguno exhaustivo, acabado, definitivo. Somos seres complejos y, a veces, también complicados, ya que a menudo le buscamos “la quinta pata al gato”, o buscamos recorrer la menor distancia entre dos puntos eligiendo el camino más largo.

La reflexión que aquí realizamos no pretende explicar todo el actuar humano, y menos aún reducirlo a algunos elementos. Lo único que buscamos es, dentro de los límites de la propia capacidad, tomar algunos aspectos relevantes que nos interesan y ver cómo se vinculan entre ellos.

En segundo lugar, asumimos la relatividad intrínseca del conocimiento humano[5]. El ser humano es objeto y sujeto de su propio conocimiento.  No hay nada más importante para el ser humano que conocerse a sí mismo y que conocer su propia vida, su entorno, su realidad.

Por ello, es que lo único que en definitiva quiere el ser humano es conocerse,  y se convierte así en su propio objeto de estudio.  Todo el resto del conocimiento, desde el microcosmos hasta el macrocosmos, en última instancia no tiene otra función que la de poder conocerse a sí mismo, ubicarse en la vida y tratar de hacer de la vida algo que vale la pena de ser vivido.

En ese sentido, la propia complejidad del conocimiento se debe a que es imposible un total desapasionamiento en referencia al conocimiento. Todo conocimiento involucra totalmente a la persona en su racionalidad, en su sentido de vida, en su afectividad, en su relación con los demás, en su  propia autopercepción, en su construcción de sí mismo, en su proyecto de sí; más o menos directamente, más globalmente o más puntualmente, pero todo lo involucra a él en su totalidad. 

No se puede ser sujeto y objeto de conocimiento sin estar involucrado por completo, y no hay conocimiento humano que no lo involucre al ser humano por completo.  Así asumimos la relatividad  del conocimiento objetivo.  En este trabajo no intentamos un conocimiento de la verdad en sí, por más que esa sea el ansia última de todo ser humano: conocer lo que es la verdad en sí.

Lo que tratamos es de conocer la verdad que nos interesa, de adquirir el conocimiento de lo que nos puede ayudar en la propia vida.  Personalmente me interesa mi vida, mis desafíos, aquello que me interpela hoy. Pero también desde la perspectiva colectiva (“colectiva” en lo inmediato de aquellos que me rodean) me interesa lo que les preocupa, lo que me preocupa con respecto a ellos, lo que “nos” preocupa; y esto se va ampliando hacia el colectivo mediato, en anillos concéntricos, hasta alcanzar a la humanidad entera.  Porque también, en última instancia, “me” preocupa la humanidad entera, “nos” preocupa la humanidad entera. 

Todo esto tiñe el conocimiento y todo tiñe y condiciona  lo que aquí vamos a elaborar, pero no le quita el valor esencial que tiene. Todo eso lo asumimos. 

No estamos buscando describir la realidad  de manera metafísica  sino que, exclusivamente en una  perspectiva fenomenológica, buscaremos adentrarnos en la experiencia del ser humano que es dinámica, histórica, y contextualizada. Lo haremos con instrumentos de acceso a la realidad muy mediatizados como lo han planteado sucesivamente, desde el realismo aristotélico pasando por la crítica kantiana, la crítica de la estructura económica de Marx, la crítica psicológica de Freud, la crítica de la antropología cultural de Lévy-Strauss, y tantas otras críticas que se han venido acumulando a lo largo de la historia y que nos hacen percibir, con total relatividad y, al mismo tiempo con la única certeza de la que somos capaces, el acceso a la realidad.  

En tercer lugar, asumimos la preocupación social creciente por preparar a las nuevas generaciones a fin de que puedan sobrevivir en el futuro inmediato y mediato. Ciertamente, no creo que las nuevas generaciones estén condenadas ni perdidas.

A lo largo de la historia, como se ve por ejemplo en la historia de la ética, generación  tras generación han percibido a las nuevas generaciones como carentes de valores morales, sin futuro; una y otra vez se manifiesta la frase “a dónde iremos a parar;  todo parece perdido”.  Sin embargo, no podemos afirmar que la historia de la humanidad sea un continuo y creciente debacle, ni que hoy día estemos éticamente a un nivel muy inferior a lo que vivía la Grecia clásica de la época de Sócrates. No podremos decir que estamos mucho mejor, pero tampoco que se haya corroborado esa lectura negativa cerca de cada generación.

Por el contrario, cada generación va descubriendo nuevos recursos en su propio interior, en su propia vida, en su propia realidad, para realizar ese camino de autoconstrucción y de realización que es la ética.

No creo que podamos enseñarles a las nuevas generaciones cómo poder sobrevivir, ni como poder vivir en un mundo que a nosotros nos va resultando crecientemente extraño, porque cada vez les pertenece más a ellos que a nosotros.  Creo sí que tenemos la responsabilidad de brindarles el testimonio de nuestra propia vida y de trasmitirles las herramientas que a nosotros nos han servido para encarar nuestros propios problemas, nuestra época, y nuestros desafíos. Ellos son, por lo menos, tan inteligentes y tan hábiles como nosotros lo somos. Por lo tanto, no creo necesario subestimar a las nuevas generaciones.

Creo que tal vez, son nuestros miedos, los de los que ya no somos jóvenes, los que no nos dejan enfrentar el futuro que se viene porque no nos sentimos capaces de resolver los conflictos que ellos van a tener que asumir, porque para nosotros ya pasaron como posibilidad histórica.

Asumo y declaro que el mundo no es como yo quisiera, y que probablemente las nuevas generaciones no hagan de este mundo lo que yo quisiera. Eso, lo único que demuestra, es que no soy todopoderoso, gracias a Dios.  Seguramente el mundo que ellos van a construir será mejor que el que yo mismo podría construir. Por eso es fruto de una gran sabiduría hacer que le toque a cada nueva generación definir y construir el mundo que, a su vez, pasará a las siguientes generaciones. Y en esto soy muy optimista.

Simultáneamente, creo también en la acumulación del saber ético. Un saber no solamente de carácter teórico, abstracto, universal, sino un saber experiencial, práxico.

Creo que no tenemos derecho a negarles a las nuevas generaciones el conocimiento y la experiencia, ni las herramientas éticas que hemos recibido del pasado y que nosotros mismos hemos construido.  Ahí radica mi preocupación creciente por trasmitir lo que he descubierto que es útil para tener una vida que vale la pena de ser vivida.  No hablo de enseñar, porque no se puede enseñar a vivir.  Digo trasmitir, porque es lo único que, como experiencia, puedo legar a las generaciones que continúan la historia. 

Finalmente, tampoco es verdad que vivamos en la total incerteza  del conocimiento o del saber humano. Tenemos muchas certezas. 

El relativismo no es una realidad, y éticamente no es una opción[6]. Cierto que, como dice Morin en la obra mencionada, tenemos que vivir y navegar en un mundo de incertezas con archipiélagos de certezas[7].  Pero esas certezas están, y en muchos casos son incluso muy sólidas; no en vano la humanidad ha caminado y ha hecho historia.

No se trata de un mero acontecer, sino que se trata de un construir historia, es decir, de un saber acumulado que es filosofía, es teología, es ciencia, y es sabiduría.  Acepto y asumo todas las relatividades y relativizaciones que honradamente tenemos que hacer, pero también acepto y asumo todas las certezas a las que hemos arribado y que constituyen puntos de partida firmes. 

Algunas precisiones.

La presente reflexión no es más que una herramienta de trabajo que busca generar ámbitos de discusión abierta, que a su vez nos permitan profundizar en estos contenidos.  Las aquí planteadas son conclusiones meditadas y extraídas de la propia experiencia.

No se trata de certezas dogmáticas, ni de saberes absolutos por lo que, ojalá, se sometan a discusión y sirvan para acrecentar entre todos el conocimientos sobre nosotros mismos.

Toda esta reflexión, como se dijo antes, tiene como eje la perspectiva ética y su vinculación con algunas otras dimensiones del ser humano. Obviamente, el ser humano es polifacético, polidimensional y, en última instancia, es un misterio de unidad de la inmensa variedad de dimensiones que lo componen.

Aquí simplemente hemos elegido aquellas dimensiones que nos resultan, en este momento, más interesantes y más útiles a la hora de buscar ser más libres, más dueños de nuestra propia vida.

Nuestro objetivo es holístico[8].  No buscamos la construcción de un hombre ético, sino de un hombre pleno en la mayor integración posible de todas sus dimensiones.  Por ello, asumir la dimensión ética como perspectiva fundamental de la reflexión no implica considerarla prioritaria sobre las otras dimensiones, sino que tiene exclusivamente un fin estratégico: es esa la perspectiva desde la que trabajamos en la Educación en Valores. 

El horizonte último del ser humano es su realización plena, lo que no se logra espontáneamente. Llegar a ser dueño de la propia vida[9] es también resultado de un proceso de autenticidad.

“Liberarse quiere decir edificar trabajosamente la unidad moral y espiritual de un ser que corre el riesgo de ser arrastrado a la disgregación de sí por la dualidad de las tendencias y de los apetitos”[10]. La libertad es, pues, ejercicio de liberación.

Finalmente, una última apreciación. Si bien aquí hablamos del hombre y lo hacemos en singular, no estamos pensando en el hombre como un ser aislado sino como un ser vinculado estructural y vitalmente a los colectivos que integra.

En este sentido, y para usar una imagen, consideramos al ser humano como cien por ciento originalidad única e irrepetible, insustituible y, al mismo tiempo, lo consideramos como cien por ciento estructura social encarnada[11]

Ciertamente, todo el entramado de estructuras sociales de las que la persona es parte, y en las que en gran medida se apoya, condicionan, posibilitando y limitando muy fuertemente sus propios horizontes.  Sin embargo, también es posible analizar lo que la persona va viviendo en forma individual.

Así, y desde un punto de vista puramente práctico, comenzaremos por el análisis de lo más simple (la persona individualmente considerada), y cuando sea necesario ahondaremos en aquellos otros elementos estructurales que pueden ayudarnos a comprender mejor esa experiencia personal. 

Al interior de este horizonte desarrollaremos la reflexión planteada.


 

[1] A lo largo de toda la presente reflexión nos referiremos al ser humano en general, sin hacer distinciones entre varón y mujer. A efectos de una mayor fluidez de la lectura usaremos indistintamente el término “hombre” y el de “ser humano”, incluyendo siempre en ellos ambos géneros.

[2] Queremos dejar claros los presupuestos de partida de este planteamiento.

[3] Definimos la ética como "la praxis de hacernos mutua­mente personas en la historia", entendiendo “praxis” como desarrollo de certezas a partir fundamentalmente de la experiencia críticamente analizada. Es también un  “hacernos mutuamente personas”, ya que no se trata de mecanismos automáticos sino del ejercicio de libertad de un ser abierto e incompleto que necesita de autodefinirse y autoconstruirse en interacción, para poder realizarse en la vida. Esa praxis se desarrolla “en la historia”, es decir, en un contexto concreto, con condicionamientos y posibilidades delimitadas. Para un desarrollo sistemático:  Cfr. FRANÇA, O. - GALDONA, J. “Introducción a la ética profesional”. 3ª ed. Universidad Católica, Montevideo. 2001. p. 6; Cfr. También: “El ethos propio de la educación”, p. 2 en: ABREO, V – COSTA, M. – GALDONA, J. “Educación en Valores. Guía pedagógico-didáctica”. Ed. OBSUR-Universidad Católica, Montevideo. 2001.

[4] Cfr. MORIN, E. “Los 7 saberes necesarios para la educación del futuro”. Material especialmente elaborado para UNESCO.  Recomendamos especialmente la lectura de este documento.

[5] En este punto simplemente nos remitimos a lo planteado por MORIN, E. (o.c. Cap. I “Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión”. pp. 5-13), y a lo planteado por FRANÇA, O.- GALDONA J., o.c., “La ideología como realidad humana”. p. 89.

[6] Sobre el punto ver: CORTINA, Adela, “Ética mínima”. Ed. Tecnos, Madrid. 1992. pp. 25-60.

[7] Ver también: GÓMEZ PARRA, S. “La educación de los años venideros: océano de incertidumbres, archipiélagos de certezas”, En: Sal Térrea (Septiembre 2001). pp. 675-692.

[8] Término proveniente del griego "holos"  que significa "todo", y que apunta a considerar al ser humano y a la vida humana como unidad inseparable y armoniosa, y derivadamente el término también tiene una función calificadora positiva hacia toda actividad o situación que conduzca a la vivencia de esa unidad armoniosa por parte del ser humano.

[9] Sobre el concepto de libertad, Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J., o.c. p. 70.

[10] PIANA, G. En: DETM, Ed. Paulinas. 1980. p. 578

[11] Para ver un planteamiento más extenso del concepto: Cfr. FRANÇA, O. – GALDONA, J., o.c. p. 129; y también: GALDONA, J. “Curso de Teología Moral Social”, Ed. ITUMS, Montevideo. 1996. Vol. 1 Cap. V “El sujeto social”. p. 5.