ASOMADOS AL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO

SELECCIÓN DE TEXTOS BÍBLICOS Y TEOLÓGICOS

 

Dolores Aleixandre  rscj

UP Comillas

Dice P.Ricoeur que el tema del dolor "desafía las certezas y los dogmatismos y nos lleva a entrelazar nuestros desconciertos. Tenemos tradiciones bien constituidas en lo que concierne al mal moral, al pecado, pero no las tenemos en absoluto en lo que respecta al mal padecido, al sufrimiento. El hombre pecador da mucho que hablar, el hombre víctima, mucho que callar" [1]

Pero lo cierto es que las víctimas, además de hablar y gritar, siguen dando  también  “mucho que hablar”. Por eso en las páginas que siguen vamos a asomarnos, en primer lugar, a algunos de los innumerables textos bíblicos que ha generado el sufrimiento humano. Después lo haremos a algunos textos teológicos que nos ayuden en esa tarea que es también para P. Ricoeur   "la piedra de toque de la religión, que está en su punto culminante, no cuando explica, ni siquiera cuando consuela, sino cuando ayuda al hombre a sufrir su sufrimiento." [2]

I . VOCES DESDE LA BIBLIA

Toda la Biblia, desde Agar y su hijo gritando en el desierto (Gen 21, 16)  está plagada de voces que piden auxilio, de llantos, de desesperación, de quejas que exigen explicación y consuelo. Algunos protagonistas de estas historias (los menos) encajan silenciosamente la embestida del dolor, pero otros muchos exigen a Dios un cara a cara, una respuesta que dé cuenta de su sufrimiento o su fracaso. En palabras de J.B. Metz:  “el lenguaje de la oración es más audaz que el logos de la teología. El lenguaje de las oraciones conoce el increíble ancho de banda de los enigmas de la existencia humana y su cuestionabilidad de cara a Dios. El lenguaje de la plegaria, visto en su totalidad y no limitado solamente a las oraciones que se recitan, es por lo general mucho más dramático y más rebelde que el lenguaje nivelador y sopesado de la teología que habla sobre Dios. Ese lenguaje de la plegaria me parece mucho más radical, mucho más capaz de resistir, es un lenguaje que rechaza de plano la adaptación; no busca el consenso ni la aprobación de los hombres, y muchas veces acaba en un puro clamor, o también en un mudo suspiro de la criatura. Ese lenguaje no conoce barreras. A Dios, al fin y al cabo, puede decírsele todo, incluso que no se es capaz de creer en él: sólo hay que intentar decírselo.”[3]

Los autores bíblicos no teorizan sobre el dolor pero, a través de las reacciones y expresiones de sus personajes, de los desenlaces de sus narraciones, de sus conclusiones sapienciales y de sus recursos del lenguaje, nos ofrecen distintos caminos para aprender a encajar y procesar el sufrimiento. Seguiremos esta última pista, la de la “gramática del sufrimiento”, observando cómo utilizan los signos de interrogación y de puntuación,  las exclamaciones e interjecciones,  los verbos,  adverbios,  nombres y  preposiciones a la hora de hablar del dolor, intentando salvar la brecha que éste abre en la relación del creyente con Dios.

Estas páginas no intentan evidentemente realizar un tratamiento exhaustivo: son apuntes esbozados que requerirían más tiempo de reflexión y de búsqueda. Pero al menos pueden servir de “calas” que nos permitan acercarnos a un tema que ya sabemos no admite palabras definitivas.

1. SIGNOS DE INTERROGACIÓN

En apariencia son reacciones de asombro y perplejidad pero que esconden y “disfrazan” la queja y la protesta:

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches, te gritaré ¡Violencia! sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes, me enseñas injusticias, me pones delante violencias y destrucción? (Hab 1,1-2)

¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga y mi herida incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de agua inconstante (Jer 15,18)

 ¿Soy el Océano o el dragón para que me pongas un bozal? (Jb 7,12)

¿Te parece bien oprimirme y desdeñar la obra de tus manos

 mientras alumbras los designios del malvado?(Jb,10,3)

¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?

¿Por qué no escuchas mis gritos y me salvas?(Sal 22,2)

¿Hasta cuándo, Dios mío, permanecerás impasible? (Sal 35,34)

Digo a Dios: roca mía ¿por qué me has olvidado? (Sal 42,10)

¿Hasta cuándo Señor, triunfarán los malvados? (Sal 94,3)

¿Es que el Señor nos rechaza para siempre

y deja de brindarnos su favor?

 ¿Se ha agotado completamente su amor?

¿Se ha acabado su promesa eternamente?

 ¿Se habrá olvidado Dios de ser compasivo

o habrá cerrado la ira sus entrañas? (Sal 77, 8-10)

¿Por qué, oh Dios, nos has rechazado para siempre? (Sal 74,1)

¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre airado? (Sal 79, 5)

¡Despierta!, ¿Por qué duermes, Señor mío? ¿Por qué ocultas tu rostro y olvidas nuestra miseria y opresión? (Sal 44,24)

El lenguaje de los que están bajo la presión de la angustia atraviesa cualquier barrera de censura y se convierte en provocación:

¡Señor Dios mío! ¿también a esta viuda que me hospeda en su vas la vas a castigar  haciéndole morir a su hijo?(1 Re 18, 20)  , decía Elías echando en cara a Dios la muerte del niño.

Es el mismo recurso que emplearán los discípulos para instar a Jesús a intervenir calmando la tormenta:

Maestro ¿no te importa que perezcamos? (Mc 4,38)

2. SIGNOS DE EXCLAMACIÓN E INTERJECCIONES

Presenciar el dolor de alguien puede provocar en quienes lo contemplan sentimientos de admiración:  uno de los pasajes bíblicos  en que esa reacción aparece con más nitidez es en el cuarto canto del Siervo de Yahvé. Diferentes grupos (reyes, un “coro” anónimo, un “yo” contemplativo...) situados  ante la figura del Siervo sufriente ( Is 52,13-53,12) reflejan el desconcierto de estar asistiendo al resquebrajamiento del dogma de la retribución: un hombre en apariencia maldito y castigado, es portador de bendición y de justificación para todos. Los que lo contemplan reconocen con asombro que son sus propias culpas las que él lleva encima y se quedan atónitos ante el hecho insólito de que alguien haya sido capaz de cargar con lo de otros y sufrir por ellos:

Estaba tan desfigurado que no parecía hombre

ni tenía aspecto humano,

así asombrará a muchos pueblos.

Los reyes se quedarán sin palabras

al ver algo que no les habían contado

y comprender algo que no habían oído

¡Eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban

y nuestras culpas las que lo trituraban! (Is 52, 14-15;

53, 5)

El tono de otros textos  refleja un fuerte apasionamiento en contra del dolor, actitudes de enfrentamiento, clara oposición y hasta desafío. El interlocutor de Dios se atreve a cuestionarle su modo de proceder y emplea un lenguaje que en algunos casos está próximo al insulto:

¡Ay, mi Dios y Señor! ¡Cómo has engañado a este pueblo...! (Jer 4,10),  decía Jeremías usando el mismo verbo que en Génesis 3,13 se atribuye a la serpiente. Más adelante se atreverá a maldecir el momento de su propio nacimiento:

¡Maldito el día en que nací, el día en que me parió mi madre no sea bendito!" (Jer 20,14)

Job reclama un “careo” con Dios  al que considera como su rival:

¡Aquí está mi firma! ¡Que responda el Todopoderoso!, que  mi rival escriba su alegato (Jb 31,35)

Abraham se atreve a dictar a Dios cuál debe ser su conducta:

¿De modo que vas a destruir al inocente con el culpable? ¡Lejos de ti hacer tal cosa! Matar al inocente con el culpable, confundiendo al inocente con el culpable. ¡Lejos de ti hacer tal cosa! (Gen 18,13-24)

Es lo mismo que intentará conseguir Pedro:

¡Lejos de ti, Señor!¡ No te ocurrirá eso! (Mt 16,22)

3. ADVERBIOS  DE TIEMPO

El desajuste entre el tiempo de Dios y el tiempo humano es una constante en la oración bíblica que se acentúa cuando  el orante se encuentra sumergido en el dolor, la persecución o la angustia.  A veces se reafirma en su decisión de continuar alabándole:

¿Por qué estoy abatido? ¿Por qué me siento turbado?

Esperaré en el Señor y volveré (aún, todavía...) a darle gracias

pues él es mi salvador y mi Dios (Sal 42,12)

Lo más frecuente, sin embargo, es que utilice expresiones “de presión” para conseguir que Dios no retrase su intervención en su favor:

¡Respóndeme enseguida! (Sal 102,3)

Compadécete de Sión, ya es tiempo de que te apiades de ella (Sal 102,14)

Señor te estoy llamando, ¡ven deprisa! (Sal 141,1)

¡Apresúrate a socorrerme, Señor mío, mi salvación! (Sal 38,37)

Yo  soy un pobre desvalido, oh Señor, date prisa, tú eres mi socorro y liberación, Señor, no tardes (Sal 70,6).

Las últimas palabras del libro del Apocalipsis parecen responder a esta cuestión: la promesa  ¡Sí, yo vengo pronto! (Apoc 22,20),  corrige la percepción de los que reprochan a Dios su tardanza.

4. ADVERBIOS   DE LUGAR

La escena de Jacob huyendo de Esaú y dejando atrás una tierra a la que piensa que no le va a ser posible volver, refleja su absoluta indefensión y su conciencia de estar en una situación sin salida. Y es precisamente en ese momento y en ese lugar marcados por la angustia,  donde ve en su sueño la escala por la que suben y bajan los ángeles y escucha la promesa de Yahvé. El “aquí” que parecía absolutamente cerrado se convierte en un lugar de revelación:

Verdaderamente, el Señor estaba en este lugar (aquí) y yo no lo sabía (Gen 28,17)

En el NT la parábola del juicio de las naciones señala el nuevo lugar de localización del Mesías: está aquí, en los hambrientos, desalojados y excluidos del mundo (Mt 25,31-46).  No está aquí, dirá en cambio el joven sentado en el sepulcro de Jesús (Mc 16,6): de ahora en adelante habrá que buscarle entre los vivos. Y las huellas de la pasión en el cuerpo del Resucitado ofrecen la revelación definitiva del sentido del sufrimiento:

Tomás, mete aquí tu mano... (Jn 20,27)

5. ADVERBIOS   DE MODO

El modo de actuar de Dios es, a lo largo de toda la Escritura, objeto de discusión y protesta y murmuración por parte de sus “beneficiarios”:

Los israelitas andan diciendo: “No es justo el proceder del Señor...”(Ez 18,25)

En el NT, el discurso decepcionado de los de Emaús muestra su resistencia a encajar el fracaso del destino de Jesús. Y tendrá que ser  el Caminante que los acompaña quien les revele, en una sola frase, el sentido de lo que para ellos era escandaloso:

¿ No era necesario que el Mesías padeciese y entrara así en su gloria?" (Luc 24,26)

6. ADVERBIOS DE CANTIDAD

Otro modo de protesta ante el sufrimiento es “pesarlo y medirlo” y concluir ante Dios que su cuantía es excesiva para ser soportada:

¡Basta, Señor! Quítame la vida que no soy mejor que mis padres! (1Re 19,4)

Una traducción más literal: ¡Es demasiado, Señor!, expresaría la percepción habitual humana ante el sufrimiento, considerado siempre como excesivo y desproporcionado con relación  a las  propias fuerzas.

En otras ocasiones lo que se cuestiona es de qué parte está Dios con su justicia: ¿de la cantidad del mal o de la calidad del bien? Es lo que aparece en las argumentaciones de Abraham, “regateando” con Dios a propósito de Sodoma y Gomorra:

¿De verdad vas a aniquilar al justo con el malvado? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa...!  (Gen 18,16-33)

Abraham llega hasta los diez justos pero no se atreve a ir más allá: el texto queda abierto, como para permitir al lector sacar la conclusión de que hay un “desnivel cualitativo” entre el mal y el bien y éste tiene un”peso específico” superior a aquél.  El cuarto canto del Siervo lo proclama, llegando hasta donde Abraham no tuvo la audacia de llegar: un solo hombre basta para salvar a toda la humanidad:

Gracias a la fatiga de su alma,  verá la luz y se saciará;

por su conocimiento justificará el Justo, mi siervo, a muchos  y cargará con sus culpas( Is 53,11)

El bien “pesa” siempre más que el mal, cualquiera que sea la cantidad de éste. Porque la justicia de Dios consiste precisamente en el perdón que se da a todos en razón de un inocente. Pablo lo formulará así:

Si por la ofensa de uno, por uno solo, reinó la muerte, con mucha más razón por uno solo, Jesucristo, reinarán en la vida los que recibieron la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (Rm 5,17)

Y también:

Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no tienen proporción con la gloria que se ha de revelar en nosotros (Rom 8,18)

Para explicar el significado del sufrimiento, el AT, en el que son escasos los sustantivos abstractos, recurre con frecuencia al término sapiencial musar que expresa el castigo didáctico, la corrección:

Tú los has herido...pero no quieren aprender la corrección (Jer 5,2; cf Sof 3,2)

Esta es la nación que no escucha la voz del Señor

y no aprende su corrección (Jer 7,28)

Sufrió el castigo (corrección) por nuestro bien (Is 53, 5)

Aunque no emplea el término, ese es el sentido pedagógico que da Amós a las intervenciones de Dios:  Os negué la lluvia..., os herí con tizón y añublo..., os envié la peste..., pero no os volvisteis a mí.. (4,6-12)

 

El Nuevo Testamento habla de “prueba”:

Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas (Lc 22,28)

Dichoso el hombre que aguanta en la prueba, porque una vez acrisolado, recibirá la corona de la vida que el Señor promete a los que le aman (Sant 1,12)

Por otra parte, los autores del NT, siguiendo los patrones de comportamiento propios de la cultura Mediterránea en la que surge, exhortan a no rebelarse contra a las adversidades sino a aceptarlas: las grandes dimensiones de la existencia son percibidas como algo creado y gobernado por Dios, más allá del control humano. Emplean términos que caracterizaban a las “personalidades heroicas”: paciencia (hypomoné) entendida como acción o poder de permanecer y resistir, y magnanimidad (makrozymía):

En toda ocasión nos comportamos como ministros de Dios, en toda paciencia, sufriendo, pasando estrecheces y angustias...(...) procedemos con magnanimidad, con bondad (2 Cor 6,4. 7)

Y todo ello es posible porque los cristianos poseen una clave distinta a la hora de afrontar el sufrimiento: la de la comunión o comunidad de vida  (koinonía) con Cristo

Conocerle a él y la fuerza de su resurrección y la comunión (koinonía) en sus padecimientos... (Phi 3:10)

En la medida en que compartís  los padecimientos de Cristo, gozaos, para que también en la revelación de su gloria os gocéis alborozados (1Pe 4,13)

7. NOMBRES PROPIOS

Los nombres que los creyentes bíblicos han ido dando a Dios a lo largo de los siglos nos ponen en contacto con su propio “credo”, con una fe que nunca está al margen del problema del mal y del sufrimiento. Dos de esos nombres, tomados del AT, son portadores de la convicción de que, ocurra lo que ocurra, Dios es siempre Emmanuel , un “Dios-con-nosotros”(Is 7,14). Y el último libro del AT lo invoca con un título que expresa también la seguridad en que el Dios de Israel, frente a los ídolos de muerte es un Dios Amigo de la vida   (filopsychós) (Sab 11,26).

8. VERBOS

Como este campo es tan extenso, nos limitaremos a ofrecer una indicación sobre cómo el recurso al pasado y al futuro ofrecen a dos orantes atribulados la posibilidad de superar el sufrimiento del presente.

En el Salmo 77 (76) el orante describe su situación de angustia, gemido, insomnio y desfallecimiento. En medio de la noche, busca en vano una respuesta a sus preguntas acerca de la conducta de Dios para con él y su pueblo. De pronto, aparece un verbo “mágico”: Recuerdo las hazañas del Señor, sí , recuerdo tus maravillas de antaño  (v.12) y ese recuerdo que le devuelve el sosiego y la confianza, consigue que una oración que comenzaba en un espacio cerrado y asfixiante, termine evocando el horizonte dilatado de un pueblo guiado como un rebaño por mano de Moisés y Aarón. El pasado ha revelado su poder salvífico también para el presente.

En el Salmo  73 (72) el recurso del orante, escandalizado por el triunfo de los impíos y el sufrimiento de los justos, es dar un paso de gigante yendo más allá de sus razonamientos:

Me puse a pensar para entenderlo

pero me resultaba muy difícil.

Hasta que entré en el misterio de Dios

y comprendí el futuro que les aguarda  (...)

 Yo siempre estaré contigo, tú me tomas de la mano,

me guías según tus planes,

y después me llenas de gloria (vv 16-17. 23-24)

La confianza en un futuro que le es prometido, ilumina el presente y permite a ese creyente proclamar una de las afirmaciones místicas más profundas del AT:

Mi felicidad consiste en estar junto a Dios,

me refugio en el Señor y proclamaré sus maravillas (v 28)

9. PREPOSICIONES.

Quién pecó ¿este o sus padres?. Ni él ni sus padres, sino para que se manifiesten las obras de Dios (Jn 9,2-3) La preposición utilizada orienta la reflexión en torno al problema del sufrimiento: Jesús no busca la causa del mal ni da respuesta al por qué de la ceguera del hombre. Le preguntan por la causa del mal y él contesta no con un “porque...”, sino con un “para que...” La obra de Dios es el paso de la perdición a la salvación, de la tiniebla a la luz, del caos a la creación.   El mal deja de ser una categoría teórica y se convierte en algo contra lo que se lucha cuando se ha renunciado a explicarlo.

Aparecen diferentes preposiciones  para expresar el sentido del sufrimiento: la más frecuente es con (syn) que expresa la misma idea de participación que el término koinonía o comunidad de vida:

 Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas (Lc 22,28)

Si hemos muerto con Cristo sabemos que también resucitaremos con él (Rom 6,8)

Estoy crucificado con Cristo... (Gal 2,20)

Si habéis muerto con Cristo... (Col 2,20)

Haciéndome semejante a él en su muerte...(synmorphizomenos) (Fil 3,10)

Otras veces se usa por, a causa de  (hyper) o en:

A vosotros se os concedió graciosamente que por Cristo...no solamente que creyeseis en él, sino también que por él padecieseis (Fil 1,29)

Ahora me alegro de padecer por  vosotros (Col 1,24)

Dichosos  vosotros si sois injuriados en el nombre de Cristo (1Pe 4,14)

Por todas partes vamos llevando en  el cuerpo la muerte de Jesús...(2Cor 4,10)

También según, conforme a  (katá):

Los que sufren conforme a la voluntad de Dios, confíen sus almas al Creador fiel, haciendo el bien  (1Pe 4,19)

 

10. PUNTOS SUSPENSIVOS O SILENCIO

Lo mismo que el creyente del Salmo 73 “suspendía” sus cavilaciones para adentrarse en el misterio,  las protestas de Job desembocan en el silencio:

Pondré mi mano sobre mi boca.

He hablado una vez y no responderé más;

dos veces y no volveré a hacerlo (Jb 40,3-5).

También  Jeremías, después de sus quejas y desafíos ante Dios, y a partir de la más violenta de sus confesiones (Cf.Jer 20,7ss), entra una etapa mucho más silenciosa en la que su fidelidad a su Dios hasta el final se convertirá en su última palabra.

11.   PUNTO FINAL

La última palabra y el último “signo de puntuación”, se los reserva Dios:

Aniquilará la muerte para siempre.

El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,

y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país

‑lo ha dicho el Señor‑.(Is 25,8)

Es la promesa que repite el Apocalipsis:

El Señor  enjugará las lágrimas de sus ojos y ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. (Apoc 21,4)

 

II. VOCES DESDE LA TEOLOGÍA Y LA ESPIRITUALIDAD

Para esta breve selección he elegido textos de algunos teólogos de ámbito europeo (A.Gesché, C.Duquoc, J.M.Rovira, A.Torres Queiruga y J.I. Gz.Faus,), uno de ámbito latinoamericano (J. Sobrino) y un judío (E. Wiesel). Dentro del campo de la espiritualidad, he seleccionado cinco  fragmentos de cartas escritas desde el campo de concentración por Etty Hillesum, una judía holandesa cuyo extraordinario itinerario espiritual reflejan su diario y sus cartas. El texto de J. Jiménez Lozano da voz a Isaac Ben Yehuda, un judío portugués del s. XIV. Y como conclusión de una selección con mucha presencia de testimonios del ámbito de la tradición judía, dejo  la última palabra al lenguaje poético de B.Gz. Buelta.

 

1.

"Somos seres que no pueden dejar nunca de preguntar, de llamar a la puerta. Hay que saber escuchar en el grito contra Dios el rechazo del mal, aun a riesgo de blasfemia. Hay que hacer pasar la pregunta por Dios, depositarla en Dios, ese es el gesto específicamente creyente. El tema del Cordero de Dios que lleva sobre él el mal del mundo y el descenso a los infiernos nos recuerdan que Dios lo ha asumido en sí mismo. Dios-en-sí-mismo se escapa a la cuestión del mal, pero al hacerse Dios-para-nosotros, hace suya la causa, toma sobre él las preguntas y, a partir de ahí, nos está permitido depositarlas en él. Sólo este gesto va al fondo del problema y el hombre sabe que puede implicar a Dios en su pregunta.

   Hay tres testigos mayores de la pregunta a Dios: Jacob (combatir con Dios), Job (enfrentarse con Dios) y Jesús (quejarse a Dios pero llamándole Abba). De ellos aprendemos:

- a pasar del él al tú, de la discusión de monólogo interior y mortífero (yo discuto sobre Dios), a la discusión del diálogo (hablo de ello a Dios). Hablar es creer en una presencia y en la posibilidad de respuesta.

   Lejos de los discursos de justificación: (permisión, castigo, armonía del conjunto...) lo que la Escritura nos dice es que el mal es aquello ante lo que no cabe otra postura que la oposición. Y que ese combate es el combate de Dios. Es mi combate el que Dios lleva y es el combate de Dios el que yo llevo. Confundidos en una misma adversidad y la misma lucha contra un enemigo común.

   La oración es una súplica de llevar juntos el mal. El Dios de Abraham y de Jesús es el que se asombra del mal, el que se le conmueven las entrañas, no es el inmóvil, es el que toma partido por las víctimas haciéndose él mismo víctima."

(A.GESCHÉ, « L'affrontement du mal. Un combat avec Dieu »: Christus 168 Oct. 1995, 411)

 

2. 

"La fe no consiste en ignorar la muerte ni en cerrar los ojos, sino en ir más allá sin cesar, a pesar de darse cuenta plenamente, a pesar de estarla experimentando. Descender a los infiernos es afrontar esta ausencia de la que es signo la muerte. Jesús conoció más que nadie este abandono, pero puso su vida entera en las manos de Dios. Esperó contra toda esperanza y venció a los infiernos como ausencia de Dios. Y eso nos permite permanecer en ese silencio sin perder la esperanza. (...) Nuestra propia historia está convocada en el descenso a los infiernos. Por eso no se trata de una fórmula dogmática descriptiva de un acontecimiento que no nos concierne. Lo que nos dice es que, lo que ha afrontado el hombre Jesús, nosotros lo afrontamos a partir de su victoria y, por tanto, desde la esperanza. Expresa algo fundamental sobre el hombre: la muerte no es exterior a su libertad, el destino es forjado por el hombre mismo y toda lucha contra el destino es ascenso de los infiernos. Porque en Jesús, toda la humanidad es arrastrada en ese movimiento de liberación"

(C. DUQUOC, « La descente du Christ aux enfers. Problématique théologique »: Lumière et Vie 87 1968, 61-62)

 

3.

“Toda la irracionalidad de la muerte promovida por los humanos produce una irreprimible convulsión intelectual, quintaesenciada por la frase de uno de los campos de concentración: “¿Dónde está Dios que permite tanto horror?” El desespero de la pregunta no deja oír la voz que, a pesar de todo, dice: El Crucificado se halla precisamente en cada uno de los crucificados, como semilla del Dios vivo en ellos. Hoy pienso de nuevo, quizá en una dimensión complementaria: ¿Por qué me quejo contra Dios, cuando está claro que Él me quiere su colaborador para echar fuera el mal del mundo? ¿Por qué he tardado tanto en darme cuenta de que Dios es Padre y que “Padre”  significa  creador y  dador de vida, mientras que el pecado , que es cosa nuestra, es precisamente propagar muerte? ¿Hemos entendido el mensaje cristiano como adhesión humana a la voluntad de amor y de vida de Dios? Aquí se debe entonar un mea culpa general por no haber confiado de verdad en la iniciativa de Dios, real y viva, que nos empuja a luchar por la justicia.

Más aún: los teólogos de la muerte de Dios repitieron hasta la saciedad que había que vivir y actuar etsi Deus non daretur, pero ahora comprobamos, como resultado de ese querer vivir estoico, como si Dios no estuviera con nosotros, que nos hemos sentido literalmente solos ante el mal , sin otra iniciativa que la nuestra. Pero la experiencia nos dice que nuestra propia iniciativa queda muchas veces corta, e incluso es capaz de convertirse ella misma en aliada del mal, ese mal que no podemos soportar pero tampoco vencer, y que continuamos propagando en nuestro mundo.

No era la imagen del Pantocrator, figura cósmica de salvación, de la que había que avergonzarse. El Señor glorioso sabe lo que es el dolor del mundo. Porque Él está vivo, pero estaba muerto: había sido crucificado y ahora vive para siempre y tiene las llaves de la muerte y de su reino (Ap 1,18). Después de tanto tiempo, de tanta muerte y de tanta guerra, esta figura del Crucificado que insensiblemente se convierte en el que vive eternamente, se me ha revelado como la palabra definitiva ante la realidad avasalladora del mal. El Crucificado, callado, sobrepasado por el dolor y la muerte, es solidaridad divina con el dolor y la muerte de los vencidos.”

(J.M. ROVIRA BELLOSO, Tratado del Dios Uno y Trino, Salamanca 1993, 365-366

 

4.

En el libro de Job, donde la crisis lleva casi a la blasfemia y donde la luz de la revelación no logra romper el velo de la ignorancia humana, Dios se pone del lado del que sufre. No condena a Job, que le acusa en su desesperación, sino a los amigos que lo "defienden" presentándolo como el que castiga. Dios eleva el problema por encima del "planteamiento judicial", negando así su participación activa en el mal del hombre y remitiendo a éste al Misterio de lo real.

   La dos respuestas de Job simbolizan la nueva situación: "yo pongo mi mano en mi boca" (40,4), como rompiendo el discurso que inculpa a Dios atribuyéndole el mal; "Tan sólo de oídas te conocía; ahora te han visto mis ojos" (42,5) dice la segunda, como remitiéndose confiado a su misterio, sabiendo ya que de El no puede venir el mal."(...) Jesús aparece en toda su vida y su conducta compadeciéndose de los que sufren, defendiéndolos de quienes los oprimen, luchando contra el mal, hasta el punto de dar por ello la vida. Y a pesar de todo se sigue con la vieja idea de que Dios "puede y no quiere". ¿Es que alguien, mirando a Jesús, puede atreverse a afirmar que, pudiendo, no iba él a barrer el mal del mundo? Entonces ¿no es en El donde se nos revela el corazón de Dios?"

(A. TORRES QUEIRUGA, Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación del hombre, Santander 1986, 134-135)

 

5.

Dolor de Jesús y dolor del mundo

El dolor de Jesús aparece como un dolor no egoísta, no centrado en sí y, por ello, nada enfermizo, aunque pueda ser sumo. No gira en torno a sus propios traumas, sus propias frustraciones, sus fijaciones...Por eso tampoco es obsesivo ni quita la capacidad de goce o de interés. No cierra en sí, aunque abate y destroza. Y creo que sólo aquí pueden tener cabida las alusiones a la providencia en el sermón de la montaña, que, tomadas en un contexto de religiosidad general, sonarían a cinismo, a ingenuidad o a opio del pueblo: los lirios siguen floreciendo y los pájaros siguen cantando también  cuando yo  sufro, y el mundo puede seguir siendo bello cuando para mí es objetivamente horroroso. Y eso significa que mi dolor no da la medida valoral del mundo (como tampoco la da el goce privado), pese a que la experiencia del dolor es esencialmente experiencia del mundo como falto de sentido. Lo que se llama  «aceptación cristiana del dolor» quizá no pueda significar más que  eso: aceptar que la propia subjetividad no es el centro o la clave de interpretación del mundo y, en este paso, comenzar a «existir  para». En este sentido, y pese a estar escritos desde la pascua, es  llamativo el interés de los evangelios por subrayar que el centurión, o el ladrón se convierten no al ver que Jesús los salva y se  salva, sino al ver cómo sufre Jesús (cf. Le 23, 39-42; Me 15 39)  ¿Cabe barruntar desde aquí por qué Yahvé le responde a Job con  toda aquella incomprensible cosmología? (Job 38-40).     

        Porque el dolor de Jesús no se inserta en el cierre sobre sí  sino en la apertura al otro, es por lo que la tradición pudo resumir  el recuerdo del encuentro de Jesús con los hombres agobiados,  mediante aquellas palabras de Isaías: «Tomó sobre sí nuestras  dolencias» (Mt 8,17). Y por el potencial liberador de esa identificación de Jesús con el hombre que sufría pudo poner en sus labios  aquellas otras palabras: «Venid a mí los que andáis agobiados, que  yo os aliviaré» (Mt 11,28). Después, cuando esta apertura solidaria  al dolor humano se convierta en la aparente derrota a manos de ese  dolor que, en algún momento de toda vida humana, se revela como más fuerte que nosotros, será fácil reformular lo anterior de manera más amplia: «Sufrió por nosotros» (en favor nuestro o en lugar nuestro, es igual), dando-al dolor de Jesús al dolor humano una especie de sentido redentor, trascendente. Cabe discutir los pasos lógicos de este proceso. Pero lo que no cabe negar es que los hombres que vivieron con Jesús de Nazaret se acostumbraron después a mirar el dolor humano desde la experiencia de él y como «dolor de Cristo»: se muere con Cristo y se sufre con él o con su mismo dolor (Cf. 2 Tim 2, 3.11; 1 Pe 4, 13; Col 2, 20, más las citas de la nota 3.)

Y así cabe poner en labios de Jesús una serie de textos que hablan del dolor como salario de su seguimiento   (Cf Mt 10, 22; 16, 25; Le 14, 26, etc.) y que luego justifican ese salario desde la revelación de la ley más profunda del hombre: la ley del grano de trigo (Jn 12,23ss)

(J.I.GONZÁLEZ FAUS,  Acceso a Jesús, Salamanca 1979 ,104-105)

 

6.

En el terremoto está el Dios escondido. “La pregunta de la teodicea es: “¿es Dios bueno, es poderoso?”. La gente sencilla apenas si pronunciará estas palabras, pero son razonables y en sí mismas no tienen nada de irreverentes. Se trata simplemente de preguntarse por Dios, lo cual los seres humanos hacen de vez en cuando. Más específicamente, se trata de preguntarse dónde estaba Dios en el terremoto. Y no es malo hacer esas preguntas, pues, en definitiva, nos pueden llevar a un conocimiento y a una fe más profunda en Dios. Ya hemos dicho que no son las preguntas más normales entre la gente sencilla, pero tampoco hay que ignorarlas absolutamente. Y para ello hay dos razones importantes.

        Una está tomada de la entraña del evangelio. La oración de Jesús en el huerto y su muerte en la cruz muestran a un Dios silente, inactivo. La tradición pone, sin empacho, en boca de Jesús el grito “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Entonces, si Dios estaba en la cruz de Jesús, no es el Dios en que solemos pensar. O por decirlo de otra manera, a su poder en la creación, en el éxodo, en la resurrección, hay que añadir ahora su impotencia y silencio en la cruz. Esto suele ser una sorpresa, posiblemente la mayor sorpresa por la que pasa el ser humano religioso, pero ayuda muy importantemente a profundizar en el misterio de Dios, a no trivializarlo, a no considerarlo como uno de los poderosos “santos” del cielo, aunque indudablemente sea el mayor que nos puede salvar a base de milagros. Dios no es así.

        El Nuevo Testamento, haciendo de la necesidad virtud, dirán algunos, pero, más de fondo, diciéndonos la última palabra sobre Dios, dice que Dios estaba en la cruz de Jesús reconciliando al mundo (2Cor 5, 19). Y precisamente en esa cruz, en la que está silente, muestra Dios su amor: “tanto amó Dios al mundo que envió a su hijo” (Jn 3, 16), “cuando todavía éramos pecadores Cristo murió por nosotros” (Rom 5, 8). No es fácil de entender, pero al menos hay que estar claros en lo que quiere decir el Nuevo Testamento: Dios muestra su amor al hacerse cercano a las víctimas, al hacerse solidario con ellas totalmente y hasta el final.

        La segunda razón tiene que ver con esta afirmación del Nuevo Testamento, pero vista ya desde nuestro mundo. Los pobres y las víctimas quieren, sin duda, un Dios que no sea como ellos, es decir que tenga poder para salvarlas. En términos técnicos, los pobres de este mundo quieren que en Dios haya alteridad, diferencia con respecto a ellos. (...) Los pobres se dirigen a Dios para que les salve con su poder, y ven en ello el amor eficaz. Pero también se dirigen a Dios cuando lo encuentran cercano a su propio sufrimiento, y en ello ven un amor creíble. En plena tragedia de la segunda guerra mundial, decía Dietrich Bonhoeffer: Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Sólo un Dios que sufre puede ayudarnosADVANCE \u 1ADVANCE \d 1[4]ADVANCE \u 1ADVANCE \d 1.

        La pregunta sigue resonando: “dónde está Dios”. También la hizo Jesús, y Pablo tuvo la audacia de responder: “en la cruz”. Cuentan que después de los horrores de Auschwitz alguien preguntó con indignación comprensible: “¿y dónde estaba Dios en Auschwitz?”. Y alguien contestó con indefensa serenidad: “En Auschwitz”. También lo hemos oído estos días: “Dios está en el Cafetalón” con los damnificados.

        La pregunta más decisiva sin embargo no es dónde, sino cómo está Dios en medio de la catástrofe. La respuesta puede ser filosófica o poética, resignada o de protesta. Desde la fe cristiana Dios está en la cruz generando esperanza. Esto es fe evidentemente, pero no hay que ignorar que esa cruz ha desencadenado a lo largo de la historia mucho compromiso, mucha justicia y mucho amor,  así como ha generado resignación y desentendimiento de las víctimas. Y en el culmen de la paradoja cristiana, ha desencadenado también mucha esperanza.    ”

(JON SOBRINO, Reflexión-meditación cristiana sobre el terremoto de El Salvador)

 

7.

Yo no creo que podamos hablar de Dios, sólo podemos —como dijo Kafka— hablar a Dios. Depende de quién habla. Lo que intento es hablar a Dios. Incluso cuando hablo contra él, le hablo a él. E incluso cuando estoy furioso con Dios, trato de mostrarle mi furia. Pero justamente en ello hay una profesión de fe en Dios, no una negación de Dios. La cuestión de si se puede seguir creyendo en Dios después de Auschwitz es una de las cuestiones más graves que me he planteado en todos estos años. No ha sido fácil conservar la fe. Puedo decir sin embargo que, pese a todas las dificultades, a todos los obstáculos, nunca me he apartado de Dios.

He tenido, y sigo teniendo, grandes problemas con él. Por eso protesto contra él. A veces entablo un juicio contra él. Y sin embargo: todo lo que hago sucede desde el interior de la fe, no desde fuera. Cuando se cree en Dios, se le puede decir todo. Se puede estar furioso con él, se le puede alabar, se le pueden exigir cosas. Sobre todo, se le puede exigir que sea justo. En mi calidad de judío, me sitúo en esa tradición, la tradición de Abrahán, Moisés, Jeremías, Job y un sinnúmero de maestros talmúdicos. Todos ellos tuvieron, como yo, dificultades con Dios. Pero Dios también tiene dificultades conmigo. Yo no creo que lo que estoy diciendo aquí sobre mi modo de vivir el judaísmo, puedan decirlo los cristianos de manera análoga sobre su modo de vivir el cristianismo. Para mí, para el hombre que soy yo, es posible estar con Dios, estar a favor de Dios. Y hasta es posible seguir siendo fiel a mí mismo y estar contra Dios, pero nunca sin Dios.

(E.WIESEL en J.B.METZ- E. WIESEL, Esperar a pesar de todo, Madrid 1996, 97)

 

8.

Señor del Universo, vamos a reconciliamos. Es hora ¿Cuánto tiempo más podemos seguir peleados? Más de 50 años han pasado desde que la pesadilla acabó. Muchas cosas buenas y menos buenas le han pasado a los que sobrevivieron desde entonces. Aprendieron a construir sobre ruinas a recrear la vida familiar. Nacieron hijos y se fundaron amistades. Aprendieron a tener fe en lo que les rodeaba, incluso en los hombres y mujeres contemporáneos. Nadie es tan capaz de sentir agradecimiento como ellos. Están agradecidos de cualquiera que está dispuesto a oírles sus historias y convertirse en su aliado en la batalla contra la apatía y el olvido. Para ellos, cada momento es una gracia.

Ay, no olvidan a los asesinos y sus cómplices, ni deben. Tampoco debes olvidar Tú, Señor del Universo. Pero ellos ya no miran a cada persona que les pasa por el lado con sospecha. Tampoco ven una daga en cada mano. ¿Significa esto que las heridas han sanado en su alma? Nunca sanarán. Mientras la chispa de las llamas de Auschwitz y Treblinka ilumine su memoria, mi gozo estará incompleto.

¿Y mi fe en ti,  Señor del Universo? Ahora sé que estaba allí. Ahora comprendo que nunca la perdí, ni siquiera es ese lugar, durante las horas más oscuras de mi vida. No sé por qué seguía susurrando mis oraciones diarias, y las que se dicen en Shabbat, y para los días de Fiesta, pero las rezaba, a menudo con mi padre y en la noche de Rosh Ha-Shanáh, con cientos de presos en Auschwitz. ¿Era porque las oraciones quedaron como un eslabón que me unía al mundo desaparecido de mi infancia? Pero mi fe ya no era pura. ¿Cómo podía serlo? Estaba lleno de angustia en lugar de fervor, de perplejidad más que de piedad. En el reino de la eterna noche, en los días del pavor, que son los días del juicio, mis oraciones tradicionales estuvieron dirigidas a Ti y contra Ti, Señor del Universo. ¿Qué me hería más. Tu ausencia o Tu silencio?

En mi testimonio he escrito palabras duras, palabras que queman acerca del rol que desempeñaste en nuestra tragedia. Hoy no las repetiría. Pero las sentí entonces. Las sentí en cada fibra de mi ser. ¿Por qué permitiste, si no es que capacitaste, al asesino día tras día, noche tras noche, para que atormentara, matara y aniquilara a decenas de miles de niños judíos? ¿Por qué fueron abandonados por Tu creación? Estos pensamientos no estaban destinados a disminuir la culpa de los culpables. Su culpabilidad establecida es irrelevante a mi "problema" contigo, Maestro del Universo. En mi infancia no esperé mucho de los seres humanos. Pero lo esperaba todo de Ti.

¿Dónde estabas, Dios de bondad, en Auschwitz? ¿Qué estaba pasando en el cielo, en el

Tribunal Celestial, mientras los niños estaban siendo marcados para la humillación, para el

aislamiento y la muerte sólo porque eran judíos? Estas preguntas me han estado atormentando por más de cinco décadas. Tienes defensores elocuentes, ¿sabes? Muchas respuestas teológicas se me dieron, tales como: "Dios es Dios Sólo Él sabe lo que está haciendo. Uno no tiene derecho a cuestionarlo a Él o sus caminos". O: "Auschwitz fue un castigo dado a los judíos europeos por su asimilación y/o por su sionismo". Y: "¿No es Israel la solución? Sin Auschwitz, no habría existido Israel".

Reconciliémonos. Rechazo todas estas respuestas. Auschwitz debe quedar y quedará, sólo como un signo de interrogación: no puede ser concebido con Dios, ni tampoco sin Dios.

Hubo un momento en que empecé a plantearme si no estaría siendo injusto contigo.

Después de todo, Auschwitz no fue algo que bajaba del cielo ya hecho. Fue concebido por hombres, ejecutado por hombres. Y su meta no era destruimos sólo a nosotros sino a ti también. ¿No deberíamos pensar en Tu dolor también? Mirar a tu lujo sufrir en manos de otros hijos ¿no te causaba sufrimientos también?

A medida que los judíos entramos de nuevo en los días de Fiesta, preparándonos para

orar por un año de paz y felicidad para nuestro Pueblo y para todos los pueblos, vamos a reconciliarnos, Señor del Universo. ¿A pesar de todo lo que pasó? Sí, a pesar de todo eso.

Vamos a reconciliamos, porque al niño que hay dentro de mí se le hace insoportable estar separado de Ti tanto tiempo.

(Carta de ELIE WIESEL al Creador del mundo en la víspera de Rosh-Ha Shana)

 

9. 

De los asuntos postreros y más graves de la vida y del padecimiento no se puede hablar fácilmente, porque la voz no alcanza. Te comprendo tan bien, y comparto tantas cargas contigo, que doy gracias a Dios de que haya alguien como tú en mi vida. Has de cuidar tu salud; si el altísimo te lo permite ha de ser tu primera y más sagrada obligación. Una persona como tú, una de las pocas que alberga algo de vida, de sufrimiento y de Dios —la mayoría, después de todo, han claudicado y Dios, vida o sufrimiento no son para ellos más que palabras huecas— tiene el santo deber de mantener el cuerpo —su casa terrenal— lo mejor posible para seguir ofreciendo hospitalidad a Dios. Debemos continuar; yo procuraré cuidarme también. ¡Tengo tanta fuerza...! Si me la  arrebataras por completo resurgiría de nuevo. (...) Si en estos tiempos no te derrumbas de desolación y si, por otro lado, no te vuelves, a fuerza de autodefensa, dura y cínica o te resignas, entonces tienes todavía alguna posibilidad de ser más sensible, tierna, comprensiva y capaz de amar a un semejante. Ahora conozco tus rumbos y tú has aceptado compartir conmigo tu camino, y yo vivo junto a ti en todo, hasta en el más leve suspiro. Estoy siempre a tu lado, cerca de ti, y si alguien nos separara alguna vez, proseguiría el mismo camino contigo, hasta el final. Mi compromiso y mi amor tienen mil años de antigüedad y cada día cumplen mil años más. Esta articulación del tiempo, tal y como la experimentamos, la puedo acarrear muy bien sobre mis espaldas sin sucumbir por ello bajo su peso. Y puedo incluso perdonar a Dios que eso sea así, que seguro que es como ha de ser. ¡Que alguien tenga tanto amor dentro de sí como para perdonar a Dios...!

(ETTY HILLESUM, El corazón pensante de los barracones, Barcelona 2001. Carta del 1 de Julio 1942,  21-22)

 

10.

Esta mañana, mientras procedía a lavarme junto a una compañera, le dije lo que sigue, desde lo más profundo de mi corazón: «Los espacios del alma son inabarcables, infinitos. Estas leves incomodidades corporales, este sufrimiento, no tienen mucha importancia. No existe en mí la impresión de haber sido privada de mi libertad y, después de todo, nadie, absolutamente nadie, me puede hacer daño». Sí, chicos, así es. Me siento arrebatada por una especie de melancólica serenidad. Si alguna vez os he escrito una carta desesperada, tomadla con benevolencia, porque es el fruto de un desánimo fugaz. Sufrir no debería implicar hundirse en la desesperación total”.

(o.c.. p. 92)

 

11.

Sí, la miseria es grande y aun así me ocurre a menudo por las noches, cuando el día se va apagando dentro de mí, hondamente, que camino con ágiles zancadas a lo largo de la alambrada y siento subir de mi corazón una fascinación —no lo puedo evitar, proviene de una fuerza elemental—: esta vida es maravillosa y grande, tenemos que construir un nuevo mundo después de la guerra. Y a cada infamia, a cada crueldad, hay que oponerle una buena dosis de amor y buena fe, que primero habremos de hallar dentro de nosotros mismos. Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época ilesos de cuerpo y alma, de alma sobre todo, sin resentimientos, sin amarguras, entonces ganaremos el derecho a tener voz cuando pase la guerra. Tal vez soy una mujer demasiado ambiciosa me gustaría tener una palabra que enunciar.

(3 de Julio 1943, o.c. 98)

 

12.

Es la única manera de poder vivir ahora: el amor al más atormentado semejante, sin preferencias; un amor que no se fije en razas, nacionalidades o filiaciones políticas. Y cuando esta idea se me impone en un momento en el que no existe el consuelo, puedo seguir adelante, pero no con un sucedáneo de vida como la que llevan aquí la mayoría en un campo de concentración de paso, para judíos y en plena guerra mundial... No, nada de eso. Yo me refiero verdaderamente a un ímpetu esperanzador, a la alegría, al convencimiento y a una vaga suposición de pertenencia, que existen y que, en el fondo, hacen que la vida esté dotada de sentido. Pero es imposible escribir de ello cuando careces de las palabras necesarias. No os preocupéis por mí ni os sintáis tristes; con esa actitud me haríais un flaco favor. (Julio de 1943 , o.c. 118)

 

13.

Un amigo inolvidable —por cuya partida aún siento gratitud— me reveló lo que enseña una lectura de San Mateo, 24: "No te preocupes por el mañana, que el mañana ya se preocupa de sí mismo. Cada día tiene su dosis justa de sufrimiento". Es la única actitud que te permite sobrevivir en este lugar. Sólo con el alma en paz puedo despojarme cada noche de mis numerosas preocupaciones terrenales y depositarlas a los pies de Dios. Bien es verdad que son pesares triviales, por ejemplo cómo ingeniármelas para lavar la ropa de toda la familia... y cosas así. Las grandes preocupaciones han dejado de ser preocupaciones; son un destino al que estoy firmemente atada.

(31 de Julio 1943. o.c. 119)

 

14.

Dios y el hombre no están hechos para entenderse, sino para luchar. El hirió a Jacob en la cadera y en la cadera tenemos que herirle nosotros. No hay otra manera de adorarle, sino provocándole (...).  Se tapó el rostro Rabí Isaac Ben Yehuda porque las lágrimas corrían por sus mejillas y, alzando enseguida su voz, señaló a la silla donde debiera estar sentado el Innombrable y exclamó:- ¿Y tú eres el Eterno que dices que nos amas y quieres salvarnos para que tu Nombre sea alabado? No encontrarás más que muertos mudos y abandonados a la carroña. Tengo que acusar al Todopoderoso que deja que su pueblo muera. Tengo que acusar a Adonai de haber seducido a Israel y a cada hombre que viene a este mundo con el cebo de lo resplandeciente y su promesa. Tengo que acusarle de escribir su amor en los libros y de practicar el abandono en la realidad. A Ti te acuso y a ti clamo. Te hemos creído ¡oh Adonai!, y ahora, ¿a dónde iremos?, ¿ quién te pedirá cuentas de tu palabra incumplida? No quiero tu creación, no la quiero.

   La noche se echó encima y apagó la voz ya ronca de Rabí Isaac Ben Yehuda, pero entonces éste tomó los documentos de denuncias y libros e hizo una gran pira y también echó en ella la silla de reo donde el Eterno debía haberse sentado. Una llama dorada se levantó hasta las estrellas y las caras de Rabí Isaac Ben Yehuda y sus discípulos enrojecieron, la sonrisa apareció en sus labios como si brotara poco a poco del corazón como aceite que se derrama; se tomaron de las manos y comenzaron a bailar. Los muertos parecían salir de sus tumbas y unirse a la danza, y el canto de alabanza a Yahvé Dios, Bendito sea su Nombre, escalaba la bóveda negra de la noche de otoño. Una campanita tocó a lo lejos, y las brasas refulgían como los borceguíes del Altísimo que por fin hubiera descendido entre ellos. Así que se prosternaron, para adorarle, sobre la ceniza." (J.JIMENEZ LOZANO, Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda, Barcelona  1985, 79)

 

15.

 Dentro de tu grito en la cruz

caben todos nuestros gritos,

desde el primer llanto del niño

hasta el último quejido del moribundo.

Desde tu grito lanzado al cielo

encomiendan su vida en las manos del Padre

todos los que se sienten abandonados

en un misterio incomprensible.

Desde el desconcierto lanzado como queja

de los que experimentaron tu amor alguna vez

pero se sienten abandonados ahora,

y sólo en la lucha contigo esperan su salida,

desde todas las noches del espíritu,

llega hasta tus manos de Padre nuestro grito.

 

En este grito tuyo último,

dolor de hombre y dolor de Dios,

inclinamos agotados la cabeza

y te entregamos el espíritu,

cuando llegamos a nuestros límites,

donde se extinguen los esfuerzos y los días

y donde empezamos a resucitar contigo.

(B.GZ.BUELTA, La transparencia del barro,  Santander 1989, 38)

 

 


 

[1] “El escándalo del mal”,  Rev.Filos. Vol. IV 1991/5, 191

[2] P.RICOEUR-E..LEVINAS, La révélation, Bruselas 1977, 277

[3] J.B.METZ, E. WIESEL,  Esperar a pesar de todo, Madrid 1996, 58

[4]           Resistencia y sumisión, Barcelona, 1971, 2a.ed. , 210 s.