Contra la teología idolátrica del capitalismo

Jung Mo Sung

 En un contexto social donde casi un tercio de la humanidad (1300 millones de personas) vive en la pobreza extrema y el desempleo aumenta alarmantemente a causa de los ajustes económicos impuestos por el FMI, el BM y la actual revolución tecnológica, nuestro mensaje de evangelización no puede ser abstracto y genérico.

Tiene que estar concretamente articulado con nuestro contexto histórico, económico y con el nuevo orden internacional. Lo cual significa que el anuncio de la buena nueva pasa hoy, más que nunca, por la solidaridad con los excluidos, los empobrecidos y los trabajadores desempleados, y por la defensa de la dignidad y de la vida de todos los seres humanos.

Por eso es tan importante en nuestras actividades pastorales el trabajo de los asesores economistas, sociólogos, politólogos... A pesar de que este tipo de reflexiones ya cuentan con una tradición de más de 15 años en la Iglesia de América Latina, muchos todavía se preguntan: ¿qué tienen que ver Dios y la teología con la economía?

* Teología y economía

 El objeto principal de la teología no es proba que Dios existe, pues eso es un presupuesto de la teología. Ya santo Tomás de Aquino decía que, de Dios, sabemos más lo que no es que lo que es.

 Una de las primeras imágenes de Dios presentadas por la Biblia, es el texto que nos habla del paraíso u de la creación de la humanidad. Dios es presentado ahí como el dador de vida.

Por eso el cristianismo siempre enseñó que la vida es el mayor don que recibimos de Dios. Dios es Dios de Vida; la vida forma parte de la «esencia» de Dios. A su vez, el ser humano es presentado como un «ser viviente» (cuerpo+vida+, nacido de las manos de Dios.

En la tradición bíblica, no se da la noción dualista del ser humano, tan fuerte en la filosofía griega, donde el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma. Ese dualismo lleva a la separación radical entre teología (ámbito de las necesidades del «alma») y economía (ámbito de las necesidades elementales del cuerpo).

En la Biblia, al contrario, Dios se presenta como dador de la vida, aquel que se preocupa por la vida del ser humano. Igualmente, en la tradición bíblica, la contradicción fundamental no es entre alma y cuerpo, sino, entre vida y muerte. Por eso dice Jesús: «Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

Todos sabemos que no hay vida sin comida , bebida, ropa, casa, salud, libertad, afecto, acogida... También por eso, el Evangelio de Mateo (2, 31-46) nos enseña que este conjunto de bienes, que posibilita la vida, será el punto clave cuando seamos juzgados por Dios.

O sea, la salvación, según Jesús, viene por la búsqueda de la comida, la bebida, la ropa, la casa, la salud, la libertad y el afecto y la acogida para los «pequeños», para aquellos que la sociedad excluyó, aquellos que no nos pueden pagar o retribuir. Los que dedican su vida a defender la vida y la dignidad humana de los «pequeños», conocen a Dios, que es el Amor, incluso aunque no tengan conciencia de eso.

Ahora bien, la producción, la distribución y consumo de todos esos bienes materiales es el campo de la economía. Por eso, en la concepción bíblica de Dios, no hay contradicción entre teología y economía. Al contrario, quien conoce al Dios de la Vida, siempre defenderá la vida amenazada por las fuerzas de muerte y se «entrometerá» en la economía en nombre de la fe, para que esté al servicio de los seres humanos.

* Economía y teología

 Muchos piensan que la relación entre teología y economía es una vía que va sólo de la teología a la economía, y que la economía no tiene cuestiones teológicas. Creen que la economía es una ciencia moderna, sin relación con la ética y, mucho menos, con la teología, ya que ésta debería tratar sólo de los asuntos espirituales/celestiales.

Lo que ese grupo no ve es que la ciencia económica está fundada -como todas las ciencias- en ciertos presupuestos filosóficos e incluso teológicos.  Necesitamos pues desenmascarar la teología implícita en el actual orden económico internacional que se está implantando en el mundo a causa de la globalización, la caída del bloque socialista y la revolución tecnológica y gerencial.

La importancia de sacar a la luz esa teología implícita del sistema de mercado quedará más clara si tenemos en cuenta dos cosas.  Primero, quien practica el mal en nombre de algún dios perverso (ídolo), o de una devoción religiosa, vive con conciencia tranquila. Porque el mal que practica contra los«pequeños» no es visto como un mal, sino como una obra salvífica. Y, con ello, su mal no conoce límites.

Segundo, porque, si el sistema capitalista produce una «religión económica», consigue fascinar a las personas con sus promesas y exigencias de sacrificios. Y un pueblo fascinado por el «aroma religioso» capitalista, lucha para entrar en el «santuario» del mercado, pero no es capaz de luchar para la construcción de una sociedad más fraterna, justa y humana.

* Bases teológicas del capitalismo

 Si es verdad que el capitalismo actual tiene una teología implícita, debe tener algunas características fundamentales de todas las religiones. Por ejemplo, la promesa del «paraíso», la noción de «pecado original», o la explicación de la causa fundamental de los sufrimientos y del mal en el mundo, y cuál es el camino o el precio a pagar (los sacrificios necesarios) para alcanzar ese paraíso.

En la Edad media, el paraíso era objeto de una esperanza escatológica que se localizaba más allá de la muerte, tras el final de la historia, era fruto de una intervención divina.  En la Modernidad, el paraíso fue desplazado de la transcendencia postmortal al futuro de este mundo. Y es visto como fruto del progreso tecnológico. Es el llamado «mito del progreso».

Según Fukuyama, con la caída del bloque socialista, está definitivamente probado que el sistema de mercado capitalista es el ápice de la evolución de la historia humana y que estamos ea un paso de entrar en la «tierra prometida». Por eso dice que llegamos al «fin de la historia». No al fin de los acontecimientos históricos, sino al fin de su evolución.

 Al decir de Fukuyama, el secreto del paraíso, o la satisfacción de todos los deseos humanos, está en el progreso infinito que posibilita la acumulación infinita de riqueza.

El sistema de mercado, de la competencia de todos contra todos, es presentado como aquel que posibilita el progreso técnico infinito, que, a su vez, nos va a posibilita la acumulación infinita, que va a satisfacer todos nuestros deseos actuales y los que todavía están por venir. El capitalismo es presentado como el realizador de las promesas que el cristianismo hacía sólo para después de la muerte.

Ante los problemas económicos y sociales con los que hoy nos debatimos, todos los defensores del actual proceso de globalización de la economía, en su perspectiva neoliberal, concuerdan en decir que tales problemas no son oriundos del sistema de mercado, sino de la falta de su implementación completa., Por eso, ante los problemas sociales creador por el mercado, proponen más mercado para solucionarlos. Cuando el mercado sea «todo en todos» se habrán acabado los problemas, dicen.

* Pecado original

 Cuando la promesa del paraíso entra en contradicción con la realidad que se presenta llena de problemas sociales y económicos, es preciso explicar la causa de esos sufrimientos y males. Como todas las ideologías y religiones, también el neoliberalismo presenta un diagnóstico sobre la causa o mal fundamental (en términos religiosos, el «pecado») que está al origen de los problemas sociales.

Uno de los textos de la Biblia que trató este tema es el mito de Adán y Eva. La teología cristiana lo llamó «pecado original», no en el sentido cronológico del término «origen», sino en el sentido lógico . Esto es, no como el «primer pecado» cometido en la historia de la humanidad, sino como el pecado que está a la base de todos los demás pecados.

Pues bien, para los defensores del neoliberalismo -Hayec, por ejemplo- las tentativas de establecer políticas económicas con la intención consciente de superar los problemas sociales, están en la raíz (son el pecado original) de crisis económicas y causan mucho mal a la sociedad. Porque esas tentativas presuponen la pretensión de que se conocen los mecanismos incognoscibles del mercado, más allá de ir contra sus leyes.

Para los neoliberales, no hay otro camino sino el de ser humildes ante el mercado y dejar libres sus mecanismos, para que con ellos se resuelvan, de modo inconsciente, nuestros problemas sociales.

En esta relectura de la teología del «pecado original», e origen de todos los males económicos y sociales se encuentra en la pretensión de conocer el mercado y en la pretensión de dirigirlo, para así conseguir la superación de los problemas sociales. En otras palabras, el mayor pecado es caer en la «tentación de hacer el bien»!

Por lo demás, esta expresión, «Tentación de hacer el bien», es el título de una novela de Peter Drucker, el «gurú de los gurús» de la administración de empresas norteamericanas.

En ella, el obispo O'Malley dice: «Bienaventurados sean los humildes, dicen los Evangelios. Pero, sabe, Tom (referencia al sacerdote secretario suyo), nunca vi que los humildes dieran una contribución o realizaran alguna cosa. Los realizadores son siempre personas que se tienen suficiente en cuenta a sí mismas como para autoimponerse altas exigencias, o sea, gente muy ambiciosa; éste es un enigma teológico que hace mucho tiempo desistí de entender».

Después de la defensa de una teología de estas, bien compatible con la lógica del sistema de mercado, el obispo O'Malley recomienda a su secretario que ayude al rector de la Universidad católica, el padre Heinz Zimmerman, personaje principal del libro, acerca del cual afirma que «su única falta fue haber cedido a la tentación de hacer el bien y obrar como cristiano y sacerdote, en vez de actuar como un burócrata».

Es decir, un buen sacerdote, un bien cristiano, según los defensores del sistema neoliberal, es aquel que supera la tentación de hacer el bien y actúa como burócrata, o sea, cumple las «leyes del mercado». Porque no se puede pretender ir contra las leyes del mercado, presentadas como si fuesen leyes de la naturaleza en proceso de evolución.

Por lo demás, la única cosa que podemos hacer -según lo defensores del sistema neoliberal, es cumplir las leyes del mercado, las leyes que rigen el sistema de la sobrevivencia del más fuerte y la muerte del más débil, y no llegar a caer en la tentación de hacer el bien.

En términos concretos, en la actual coyuntura de globalización, con los ajustes impuestos por el FMI y por el BM, no hay otra salida para los países pobres u deudores, sino pagar los intereses y la deuda externa, y hacer los ajustes que las «leyes del mercado» exigen: privatización desenfrenada, recortes en gastos sociales, disminución del papel del Estado en la economía y en las cuestiones sociales y apertura de la economía.

 No importa si esos pagos y esos ajustes significan desempleo y muerte de millones de niños y adultos pobres. Para los neoliberales, no hay otro camino.

Por eso, la revista «The Economist» dice que «la mejor cosa que los países ricos pueden hacer para ayudar al mundo pobre es persuadir a sus gobiernos a adoptar políticas correctas», esto es, las medidas impuestas por el FMI y el BM.

* Sacrificios necesarios

A medida que se cree que el sistema de mercado capitalista es el camino único -sin alternativa- para el «paraíso» y para la «vida en abundancia», todo pasa a ser justificado y legítimo en nombre suyo.  Sólo que sabemos que la lógica del mercado impone recortes en los gastos sociales y excluye, inmisericordemente, a los «incompetentes» (entiéndase, los pobres) y los que no son más necesarios en el actual proceso de acumulación de capital.

Samuelson, por ejemplo, al explicar la naturaleza del mercado, dice que las mercancías deben ir a donde hay un mayor número de votos o de dólares. Y que en esa única lógica viable, «el perro de Rockefeller puede recibir la leche que un niño pobre necesita para evitar el raquitismo». Reconoce que desde el punto de vista ético esto es terrible, pero no desde el punto de vista del mercado, único mecanismo capaz -según él- de coordinar el proceso económico en las sociedades modernas.

El sufrimiento y la muerte de los pobres, a medida que son considerados como el otro lado de la moneda del «progreso redentor», son interpretados como «sacrificios necesarios» para ese mismo progreso. La miseria y la muerte (de los pobres) son hechos que, como todos los hechos, permiten diversas interpretaciones. Algunos los interpretan como «asesinatos»; otros, por el contrario, como «sacrificios necesarios».

Quien comparte la esperanza utópica del mercado, interpreta la muerte de millones de personas como «sacrificios necesarios». Fukuyama, por ejemplo, dice que «los bombardeos de Dresden y de Hirosima, que en el pasado habrían sido considerados como genocidios», en verdad no son genocidios, porque millares de personas muertas en esas dos ciudades fueron muertas en nombre de la defensa del sistema de mercado liberal.

A su vez, Mario H. Simonsen dice que lo que se puede intentar es minimizar «los sacrificios necesarios para el progreso», pero no se puede eliminarlos. Y es que la transición de una fase de estancamiento o de semiestancamiento, a una de crecimiento acelerado, acostumbra a exigir sacrificios que naturalmente conllevan cierto aumento de la concentración de rentas». Lo cual significa que los sacrificios son siempre impuestos sobre la población más pobre, mientras el sector más rico se beneficia de los sacrificios de vida de los pobres. Todo en nombre de las leyes del mercado que prometen llevarnos a la acumulación ilimitada.

Ahora bien, cuando el sufrimiento y la muerte de los pobres son interpretadas como «sacrificios necesario», entramos en un círculo vicioso perverso. A medida en que estos sacrificios no tienen como resultado lo que los «sacerdotes» del sistema de mercado prometen, entramos n una crisis de legitimidad de los sacrificios.

Y para que esos sacrificios no sean vistos como «en vano» y, con ello, los «sacerdotes» del mercado aparezcan como simples asesinos de millones de personas, es preciso reafirmar la fe en el mercado y en el valor salvífico de los sacrificios.

Se dice entonces que los sacrificios todavía no dan su fruto porque no nos sacrificamos lo suficiente. Y se exige más sacrificios, para que los anteriores no hayan sido en vanos.  Esto se puede ver en la política salarial de los gobiernos. Para que los sacrificios salariales del pasado no hayan sido en vano, se imponen más sacrificios a la población, con la continuación de políticas que llevan a la contención salarial, al desempleo y a la recesión.  Más allá de esa «fidelidad» a la lógica de sacrificios necesarios, tenemos también la práctica de acusar de «soberbios» a los que no tienen humildad ante el mercado y tratan de intervenir en él, al mismo tiempo que los apuntamos como los culpables de los sacrificios no hayan fructificado. Los sindicatos combativos, los movimientos populares las comunidades eclesiales de base y los partidos de «izquierda» generalmente, son señalados como los culpables de ir contra los sacrificios necesarios, retrasando así la llegada al «paraíso».  Es importante tener en cuenta que esta lógica sacrificial está muy enraizada en la conciencia social de Occidente, por no decir de todo el mundo. En casi todas las religiones encontramos una teología del sacrificio, o su equivalente. En nuestra tradición occidental cristiana es más que conocida la idea de que «sin sacrificio no hay salvación».

Tal tipo de teología tiene la «ventaja» de dar sentido al sufrimiento de personas que no saben cómo superarlo. Pero, sobre todo, legitima el proceso de opresión.  Pro lo que nos ayuda a comprender por qué la gran mayoría de las personas de nuestras sociedades no se rebela contra la lógica capitalista, es la percepción de la presencia marcante de a lógica sacrificial en la base de la conciencia social. Además de compartir los «sueños de consumo» del sistema de mercado, la gran mayoría de la población halla normal y natural la exigencia de sacrificios para conseguir el «paraíso».

* Mercado / Reino de Dios

Toda esta teología del mercado neoliberal que acabamos de sintetizar, fue tomada de economistas teóricos neoliberales. No es invención de teólogos. Aunque existen teólogos profesionales, como Michael Novak, jefe del departamento de teología del Instituto Americano de Empresas, que escriben libros y artículos de teología explícita para mostrar que el sistema de mercado capitalista es la encarnación del Reino de Dios en la historia, preferimos analizar solamente los no teólogos profesionales para mostrar que el capitalismo está fundado en una lógica mítico-religiosa.

Y es la presencia objetiva de esta estructura mítico-religiosa en el capitalismo (que Marx analizó a partir de su concepto de «fetiche) lo que posibilita que alguien como Michel Candessus, directo general del FMI pronuncie conferencias como «Mercado y Reino: una doble pertenencia». En esta conferencia, pronunciada en el Congreso Nacional de la Asociación de los Dirigente Cristianos de Empresas, dijo: «Mercado-Reino, sabemos que debemos unir esos dos polos».

Después de decir que el «Rey (Dios) se identifica con el pobre» y que, en la perspectiva del Reino de Dios y del Juicio final, «mi juez y mi rey es mi hermano que tiene hambre, que tiene sed, que está desnudo, enfermo o prisionero», añade que Jesús se dirige hoy a los empresarios ya los responsables de la globalización de la economía, para que cumplan la misión de aliviar el sufrimiento de los hermanos pobres y de expandir la libertad de Dios. «Sabemos que Dios está con nosotros en la tarea de hacer crecer la fraternidad. Somos nosotros los que administramos el cambio y también somos los portadores del compartir. ¿Cómo se da esto en concreto?».  Responde el propio Candessus: «Vds. son hombres de mercado y de empresa en busca de eficacia para la solidaridad. El FMI fue creado para poner la solidaridad internacional al servicio de los países en crisis, que s esfuerzan por hacer más eficaces sus economías. Y Vds. saben tan bien como yo, cuán relacionadas están la eficacia y la solidaridad».

Para los capitalistas, la condición para la solidaridad con los más pobres es la eficacia en la producción de bienes. Y, como para ellos sólo hay eficacia «en y por el mercado», el mercado es la condición de la solidaridad. Por eso Camdessus dice que «el mercado es una solidaridad internacional». O sea, en esta condición de las cosas, ser solidario, preocuparse por los problemas del otro, es igual que defender los intereses propios contra los intereses de los otros. Pues sólo la defensa de los intereses propios en el mercado generaría la eficacia y, consecuentemente la solidaridad.  Esta magia que transforma el «egoísmo» en solidaridad sería realizada por la mano invisible del mercado (Adam Smith). Sólo que, en la tradición bíblica, a esto se le llama idolatría un crimen que provoca en los países menos competitivos desempleo en masa y otros gravísimos problemas sociales.

Por lo demás, el propio Candessus reconoce que «el mercado es una solidaridad internacional prometida mediante abundancia elocuencia, pero que viene lentamente y bajo una forma con frecuencia inadecuada».  Pero su fe en el mercado lo lleva a creer que ese mismo mercado «escribe derecho con líneas torcidas», de modo que, formas a veces inadecuadas» no lo son verdaderamente, sino que sólo son ¡extraños caminos del mercado dentro del proceso de instaurar un mundo de unidad y de fraternidad!

* Contribución de la fe cristiana

 Ante esta inversión idolátrica de tantos valores humanos y cristianos, y ante un sistema económico que diviniza el mercado y , en su nombre, exige sacrificios de vidas humanas, a cambio de la promesa de la «acumulación ilimitada de riqueza», ¿cuál debe se la actitud que la fe cristiana puede dar en la lucha contra este «imperio»?

Nuestra crítica sólo tendrá efecto multiplicador en la sociedad, si conseguimos quitar al sistema capitalista su «aura sagrada religiosa» y mostrar que toda esa religiosidad no pasa de ser una perversión, una idolatría. Es aquí exactamente donde la fe y la teología cristianas tienen una contribución específica que hacer a la crítica teórica y práctica del capitalismo.

La tesis que dice que no hay alternativa al sistema capitalista, está fundada, en gran parte, en la «victoria» de éste contra el sistema socialista. Esa victoria es presentada como la prueba de la «veracidad» de las propuestas capitalistas y de su justicia. Todas las demás nociones de justicia, como la de «justicia social», que van contra la noción de justicia capitalista, basada en la propiedad privada y en las «leyes del mercado», son consideradas equivocadas y contrarias al progreso.

Ahora bien, identificar victoria y poder con la verdad y la justicia y, en el fondo, con el propio Dios, no es algo nuevo en la historia.  El historiador Flavio Josefo, por ejemplo, narra en su libro Las guerras de los judíos el pronunciamiento que el general Agripa hizo a los jueces para convencerlos de no inicia una guerra contra el imperio romano. «Si todos los que viven bajo el cielo temen y honran las armas romanas, ¿quieren Vds. hacerles la guerra? No hay otra ayuda y otro socorro que los de Dios, pero incluso este socorro tienen los romanos de su parte, porque sin su particular ayuda sería imposible que un imperio tan grande permaneciese y se conservase».

Es también conocida la costumbre de la Edad media de recurrir al duelo para resolver el problema de las versiones diferentes que dos caballeros tuviesen sobre algún asunto importante. La lógica es la misma: Dios está del lado del justo que dice la verdad. Por tanto, quien dice la verdad va a vencer en el duelo, aunque sea más débil. Luego el vencedor es el justo y el que dice la verdad.

 Esta es la lógica utilizada por los capitalistas para decir que el sistema de mercado es justo y que los ricos son merecedores de sus riquezas. Lo malo es que incluso ente los críticos del sistema capitalista hay quien utiliza esta misma lógica, sólo que en sentido contrario. Creen que la lucha a favor de los pobres es lucha justa y que por eso, el triunfo está asegurado.

Para ellos no es tan importante saber si hay o no condiciones objetivas para la victoria política, pues creen que, por ser justos, Dios está de su lado y no podrán ser derrotados. Incluso aunque esa victoria tarde un poco.  Este tipo de «confianza» es el que llevó y todavía lleva a muchos «militantes» y grupos de buena voluntad a cometer errores estratégicos importantes, además de esforzar la lógica que legitima la dominación capitalista.

 Ahora bien, la fe cristiana no está fundamentada en esta concepción de Dios que estaría siempre del lado del vencedor (que sería necesariamente el justo). Por el contrario, está fundada en la confesión de que Jesús de Nazaret resucitó. Confesar que Jesús -derrotado, condenado y muerto por el Imperio y por el Templo- resucitó, es creer en un Dios que no está asociado al vencedor (en este caso, el Imperio y el Templo).

Los discípulos de Jesús no fueron presos por enseñar que hay vida después de la muerte, sino por «anunciar en Jesús la resurrección de los muertos» (Hech 4, 2). La gran novedad «revolucionaria» consiste en afirma la resurrección no de los victoriosos y poderoso, sino de alguien política y religiosamente derrotado, y que a los ojos de Jesús era «el Santo y el Justo» (Hech 3, 14).

Al descubrir que Jesús el crucificado resucitó, descubrimos que el orden social establecido y los que detentan el poder no son justos, ni representan la voluntad de Dios. Esta fe nos impulsa a testimoniar la resurrección de Jesús sólo de una única manera: defender la vida y la dignidad humana de los pobres y pequeños.

 Lucas nos cuenta cómo las primeras comunidades testimoniaban la resurrección de Jesús: «La multitud que habían abrazado la fe tenía una sola alma. Nadie llamaba suyo a lo que poseía, pues entre ellos todo era común. No había ente ellos ningún necesitado. Los que poseían terrenos o casas los vendían y depositaban el dinero a los pies de los apóstoles. Y se distribuía a cada uno según su necesidad (Hech 4, 32-35).

 Este texto, tan bonito, tiene algo de extraño. Testimonia la resurrección del Señor, pero este testimonio viene «envuelto» en dos párrafos que hablan, no de la resurrección, sino de cuestiones económicas: la recogida de los bienes y propiedades conforme a las posibilidades de cada uno, y la distribución del dinero según las necesidades de cada uno, con el fin de que no hubiera nadie necesitado.

sea, la fe en la resurrección de Jesús vela que la salvación no está en acumular poder y riqueza, sino en formar comunidades humanas en las que todas las personas sean reconocidas, independientemente de su riqueza o de otras características sociales.  

* Don de sí

 Confesar que Jesús es el Cristo, el Mesías, tiene también otras implicaciones fundamentales para nosotros. Después de la crisis del bloque socialista, de la derrota de los sandinistas en Nicaragua, y de tan pocas victorias en tantos años de luchas populares, muchos, en todo el mundo, se sienten hoy, como los discípulos de Emaús en aquella ocasión: «Nosotros esperábamos»...

Como Jesús no implantó el Reino de Dios en la tierra, la mayoría de los judíos no creyó en él. Porque creían que el Reino de Dios sería establecido en plenitud con la venida del verdadero Mesías, no por su propia fuerza, mas por la fuerza de Dios que estaría con él. Un mesías derrotado no podía ser el mesías.

En el fondo, se trata, de nuevo, de la teología de que el victorioso es victorioso porque Dios está con él. Pero si esa teología fuese correcta, tendríamos que admitir que todos los victoriosos de la historia tuvieron el poder, porque Dios estaba con ellos.

Tendríamos que aceptar, por ejemplo, que los europeos, que diezmaron millones y millones de indígenas en América Latina -y otros que con su poder mataron a tantos- vencieron, ¡porque Dios estaba de su parte!

Pero sabemos que eso no es verdad. Sabemos, por la resurrección de Jesús, que la victoria no es prueba de justicia. Lo que significa que los judíos no siempre vencen.

Pero si creemos que Dios estaba con Jesús y que por eso lo resucitó, confirmándolo como el Cristo, también debemos sacar las consecuencias que se derivan de esa fe.  Si ni el mismo Jesús, que era el Mesías, consiguió implanta plenamente el Reino de Dios en la historia, es porque el Reino de Dios no cabe en nuestra historia. En la historia humana sólo podemos construir y vivenciar presencias anticipadoras del Reino, relaciones sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas, que sean señales de su presencia entre nosotros.

Afirmar que el «paraíso», el Reino de Dios o reino de la libertad no se construye en la historia humana, es afirmar que «querer no es poder». Y es negar la legitimidad de cualquier exigencia de sacrificios de vidas humanas, sea en nombre del mercado, sea en nombre del Estado, del partido, o de la Iglesia. Porque todas las exigencias de «sacrificios necesarios» se hacen en nombre de una institución sacralizada que se presenta como el único camino para la construcción del «paraíso».

Como el paraíso no cabe en la historia, ninguna institución humana se le puede equiparar. No se puede exigir, por tanto, «sacrificios necesarios». La crítica idolátrica en la tradición bíblica, consiste exactamente en eso. Por ello repetirá Jesús: «Misericordia quiero y no sacrificio».

El Reino de Dios no es obra de nuestras manos, mucho menos es fruto de sacrificios en obediencia a las leyes del mercado. Es fruto de la gracia y de la misericordia d Dios. Per, afirmar que no cabe en la historia no significa dejarlo de lado. Muy al contrario. El es el horizonte que da sentido a nuestra vida y a nuestra lucha contra los sistemas de opresión y de exclusión. Pero, como todo horizonte, está siempre delante de nosotros, por más que caminemos.

Para que nuestra postura no sacrificial sea correctamente entendida, es preciso esclarecer la diferencia entre «sacrificios» y «don de sí».  Sacrificios son imposiciones desde fuera, en nombre de una ley divinizada, que van contra la libertad de la persona victimada y que son exigidos en nombre de una divinidad (o institución sacralizada), a cambio de la promesa del paraíso, o de una recompensa.

El don de sí es fruto del amor y de la libertad. Es un movimiento que nace de dentro de la persona y va en dirección a la persona amada o a la persona que nos despierta solidaridad.

La diferencia entre sacrificio y don de sí puede quedar más clara si tomamos el ejemplo de una madre que no consigue dejar de pasar toda la noche al lado del hijo en estado terminal, incluso sin poder hacer nada por él, o de la enfermera a la que le gustaría ir a dormir pero que se queda al lado de la persona necesitada, haciendo un sacrificio, para poder recibir el respectivo salario.

El que lucha por amor, libremente, como don de sí mismo, no dice que la lucha no valió la pena porque no consiguió la victoria. La motivación principal para la lucha no es la promesa de la victoria, sino la solidaridad y la defensa de la dignidad humana.

* Nuestra lucha

Vivimos un tiempo muy difícil. Los problemas sociales aumentaron. Y la insensibilidad de las personas también. Parece que el cinismo es la señal de nuestro tiempo. Hay incluso comunidades cristianas que están a punto de caer en la tentación de los discípulos, con ocasión de la multiplicación de los panes.

Ante una muchedumbre con hambre, que «estaba como ovejas sin pastor» (Mc 6, 34), los discípulos sugieren a Jesús: «Despídelos, para que vayan a los campos y poblados vecinos a comprarse algo para comer» (Mc 6, 36).

Pero, ¿quién son esos casi cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños? Probablemente la mayoría eran personas desempleadas que no conseguían ocupación y por eso podían pasarse el día entero escuchando la predicación de Jesús.

Jesús responde a los discípulos: «Dadles vosotros mismos de comer (Mc 6, 37). Y los discípulos, sin conseguir salir de la lógica del mercado, le contestaron que no disponían de tanto dinero parra comprar la comida necesaria.  

Jesús sabía que no tenían ese dinero, pero sabía también lo más importante: la misma lógica que expulsa a los pobres (la lógica del mercado) no puede solucionar el hambre de los pobres. Por eso buscó una alternativa.

No vamos a discutir ahora (sería otro tema) la propuesta alternativa de Jesús, concretizada en la así llamada multiplicación de los panes. Pero lo que no podemos hacer, a su luz, es cerrarlos ojos de nuestras comunidades al hambre y a sufrimiento de los pobres.

Nuestra lucha debe llevarse a cabo en diferentes niveles. En acciones inmediatas de solidaridad y defensa de la vida, y en acciones a medio y largo plazo, apuntando a la construcción de un orden económico-social más justo y humano.

El camino no es fácil, pero es gratificante, pues es en la solidaridad, o sea, en el repartir el «pan», donde hacemos la experiencia de la presencia de Jesús resucitado que camina con nosotros.

«Fato e razão», Belo Horizonte, 30(1996)31-44