LA BULA DEL CARDENAL HUMBERTO DE SILVA CANDIDA

 

El recíproco extrañamiento entre la Iglesia latina y la Iglesia bizantina alcanzó un punto culminante en el año 1054. En este año los legados de León IX -Humberto de Silva Candida, Federico de Lorena y el obispo Pedro de Amalfi- que se encontraban en Constantinopla para superar el enfrentamiento con el patriarca Miguel el Cerulario, entraron en la basílica de Santa Sofía mientras en ella se celebraba la liturgia eucarística y depositaron sobre el altar mayor una solemne bula de excomunión. El documento cuya traducción damos a continuación es precisamente esa bula de excomunión. Como complemento de este documento véase la declaración conjunta realizada por el Papa Pablo VI y el patriarca de Constantinopla Atenágoras I al finalizar el Concilio Vaticano II en 1965


Bula de excomunión

Humberto, por la gracia de Dios cardenal obispo de la santa Iglesia romana; Pedro, arzobispo de los amalfitanos; Federico, diácono y canciller, a todos los hijos de la Iglesia católica.

La Santa Sede apostólica romana, primera de todas las sedes, a la cual, en su calidad de cabeza, compete más especialmente la solicitud de todas las Iglesias, se ha dignado enviarnos como sus apocrisarios [embajadores] a esta ciudad imperial para procurar la paz y la utilidad de la Iglesia, para ver si eran fundadas sobre la verdad las voces que desde una ciudad tan importante habían llegado a sus oídos con insistencia. Ante todo que los gloriosos emperadores, el clero y el pueblo de esta ciudad de Constantinopla, y toda la Iglesia católica, sepan que nosotros hemos encontrado aquí un fuerte motivo de alegría en el Señor y un gran motivo de tristeza al mismo tiempo. En efecto, por lo que respecta a las columnas del Imperio y a sus ciudadanos sabios y honorables, la ciudad es cristianísima y ortodoxa. Pero en cuanto a Miguel, a quien se da abusivamente el título de Patriarca, y a los partidarios de su extravío, ellos siembran cada día en su seno una abundante zizaña de herejías. Como los simoníacos, venden el don de Dios; como los valesianos, hacen eunucos a sus huéspedes para después elevarlos no sólo a la clericatura, sino incluso al episcopado; como los arrianos rebautizan a aquellos que han sido bautizados en el nombre de la santa Trinidad, y sobre todo a los latinos; como los donatistas, afirman que fuera de la Iglesia griega han desaparecido del mundo entero la verdadera Iglesia de Cristo, el verdadero sacrificio y su verdadero bautismo; como los nicolaítas, permiten a los ministros del santo altar el contraer matrimonio y reivindican para ellos tal derecho; como los severianos, declaran maldita la ley de Moisés; como los pneumatómacos, han suprimido del Símbolo la procesión del Espíritu Santo a filio (del Hijo); como los maniqueos, declaran entre otras cosas que el pan fermentado está animado; como los nazarenos, dan tal importancia a la pureza legal de los judíos que rehúsan bautizar a los niños antes del octavo día, incluso si están en peligro de muerte; rehúsan la comunión o, si todavía son paganas, el bautismo a las mujeres en los días que siguen al parto o en los períodos de sus reglas, incluso si se encuentran en el mismo peligro de muerte; además, dejándose crecer la barba y los cabellos, rehúsan la comunión a quienes, siguiendo la costumbre de la Iglesia romana, se afeitan la barba y se cortan el pelo. Después de haber recibido las admoniciones escritas de nuestro Señor el papa León(2), por todos estos errores y otros muchos actos culpables, Miguel ha desdeñado arrepentirse. Además, a nosotros, los legados, que con perfecto derecho queríamos poner un término a tan graves abusos, ha rehusado concedernos audiencia y nos ha prohibido decir la misa en las Iglesias. Con anterioridad a esto, había ordenado el cierre de las Iglesias de los latinos, a los que trataba de acimitas(3) y perseguía por todas partes, de palabra y de obra, llegando a anatematizar a la sede apostólica en sus hijos y osando atribuirse el título de patriarca ecuménico contra la voluntad de esta misma Santa Sede. Por eso, no pudiendo soportar estas injurias inauditas y estos ultrajes dirigidos a la primera Sede apostólica y viendo que con ello la fe católica recibía múltiples y graves daños, por la autoridad de la Trinidad santa e indivisible, de la Sede apostólica de la que somos embajadores, de todos los santos Padres ortodoxos de los siete concilios y de toda la Iglesia católica, firmamos contra Miguel y sus partidarios el anatema que nuestro reverendísimo Papa había pronunciado contra ellos en el caso de que no se arrepintieran.

Que Miguel el neófito, que lleva abusivamente el título de patriarca, a quien sólo un temor humano ha obligado a revestir el hábito monástico y que es actualmente objeto de las más graves acusaciones, y con él León que se dice obispo de Acrida, y el canciller de Miguel Constantino(4), quien ha pisoteado sacrílegamente el sacrificio de los latinos, y todos aquellos que los siguen en los antedichos errores y presuntuosas temeridades, que todos ellos caigan bajo el anatema, Maranatha, con los simoníacos, valesianos, arrianos, donatistas, nicolaítas, severianos, pneumatómacos, maniqueos y nazarenos y con todos los herejes, más aún, con el diablo y sus ángeles, a menos que se conviertan. Amén, amén, amén.

Quien se obstine en atacar la fe de la santa Iglesia romana y su sacrificio, sea anatema, Maranatha, y no sea considerado como cristiano católico, sino como hereje procimita(5). Fiat, fiat, fiat.

Notas

1. Traducción tomada de Enchiridion Vaticanum, II (= Documenti ufficiali della Santa Sede 1963-1967), Boloña s. f., 501-503. Corregida a partir de la traducción que se ofrece en Concilium 17 (1966) 496-497. Texto latino en PL 143, 1001-1004. 

2. Se refiere al papa León IX (1049-1054), cuyo nombre de pila era Bruno y que después de haber sido obispo de Toul, ocupó la Sede de Pedro a instancias del emperador Enrique II. 

3. Los orientales, para celebrar la Eucaristía usan pan fermentado, los latinos, en cambio, usan panes "ácimos" de aquí la acusación de "acimitas" que les lanzan los orientales. 

4. La traducción griega dice: Nicéforo. 

5. Esta palabra debe ser la contrarréplica de Humberto a la acusación que los orientales lanzaban a los latinos, a saber, de ser acimitas o sea defensores del pan ácimo; así, procimitas vendría a designar a los defensores del pan fermentado.