TRABAJAR POR LA PAZ

Y ACOGER LA PAZ :

Un Camino Espiritual

"Dichosos los que trabajan por la paz,

porque Dios los llamará hijos suyos" (Mt 5, 9)

1. Algunas consideraciones previas

Los procesos exteriores son ciertamente una de las dos caras de la vida humana. La otra cara es el interior de cada persona, los procesos y movimientos en el corazón humano. Al respecto quiero traer a la memoria un comentario de Jesús:

Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro… Porque de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre. (Mc 7,15.20-23)

Quiero entonces prestar atención aquí a las raíces que pueda tener en el interior del corazón humano todo aquello que nos desconcierta y desafía desde el mundo exterior.

Espiritualidad ¿qué es?

Hablar de espiritualidad es entonces hablar de un proceso dinámico de transformación. Es hablar de interioridad, de la vida interior de la persona. La transformación actual desde adentro. Es un camino de atención y búsqueda de aquel Dios que es totalmente otro, que es el misterio, que interpela y desconcierta desde las realidades y acontecimientos del mundo y de las personas, pero también de aquel Dios al que encuentro cuando estoy totalmente conmigo mismo, cuando logro sumergirme en el propio pozo, aquel Dios que es más íntimo mío que yo mismo.

Tú estabas dentro de mí, yo, fuera. Por fuera te buscaba y me lanzaba sobre el bien y la belleza creados por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo ni conmigo. (San Agustín)

Espiritualidad es entonces el camino que me lleva a estar conmigo para estar con Dios, esto es estar en paz.

Importantes son las preguntas:

¿Qué nos ayuda a iniciar este proceso? ¿Qué bloquea u obstaculiza este proceso? ¿Cómo superar los obstáculos?

Buscaremos respuestas en las tradiciones espirituales de la humanidad. Aquí queremos limitarnos a las tradiciones judeocristianas del mediterráneo y de occidente. Nos parece necesario llegar primero a las raíces de la violencia en nuestra propia tradición cultural y espiritual, para reconocer, enfrentar y asumir estas raíces y poder transformar y redimirlas. Si logramos tomar contacto con una de las vertientes de nuestra propia tradición espiritual, entonces estaremos en condiciones de abrirnos a un diálogo fértil y urgente con otras tradiciones espirituales como son el Sufismo en Islam o el Budismo Zen, para nombrar sólo a estas dos.

2. Caminos que nos propone la tradición espiritual cristiana para lograr la paz

Ciertamente la historia del cristianismo está entretejida con agresividad, violencia y dominación. Pero no es menos cierto que durante toda esta historia había mujeres y hombres que han reconocido esta violencia como contraria al cambio propuesto por Jesús y que han buscado con toda su alma y con todo su ser caminos alternativos, incluso cuando para ello era necesario retirarse al desierto. Algunas de estas alternativas quiero destacar aquí.

2.1. Las madres y los padres del desierto.

A partir del siglo III se inicia el movimiento monacal simultáneamente en distintos lugares. Mujeres y hombres se retiraban a lugares despoblados primero y luego al desierto (sobre todo en Egipto y Siria). El monacato es un fenómeno más amplio que el cristianismo. La Biblia no invita a la vida monástica. Los monjes cristianos tienen en común con monjes de otras religiones la dedicación exclusiva de sus vidas para disponerse al encuentro, a la unión con Dios. Las madres (ammas) y los padres (abbas) del desierto tomaron de la sabiduría y la experiencia que ascetas y sabios de otras religiones habían ya acumulado anteriormente. Sólo así pudieron aguantar su vida en continua soledad y vigilancia y en constante búsqueda de Dios, para conseguir de este modo, un gran conocimiento de la persona humana y un verdadero rastro de Dios. En la soledad y el silencio observaban sus pensamientos y sus sentimientos, y los domingos se reunían para la Eucaristía y para dialogar sobre sus pensamientos y sentimientos, sobre su estilo concreto de vida y sobre su camino hacia Dios. Estos coloquios con un padre o una madre mayor y de experiencia eran en verdad un acompañamiento espiritual y, de alguna manera, la anticipación de los coloquios terapéuticos modernos. La sabiduría y experiencia de estos ascetas fueron recogidas en lo que se llama los apotegmas de los padres del desierto, o sea sentencias, dichos, a veces sólo frases. No son un tratado sistemático, son consejos o sentencias dichas a una persona determinada y en una situación particular. Evagrio Póntico (345-399) ha hecho un trabajo más sistemático recogiendo y ordenando las sentencias de los mayores. El trabajo de Evagrio fue conocido en occidente a través de J. Casiano (360-435).

Ammas y abbas se fueron a la soledad del desierto para disponer el corazón para el encuentro con Dios; para lograr la apatheia, la paz del corazón o -como dice Juan Casiano- la pureza del corazón. Para Casiano la oración no sólo no está agitada por mirada alguna o visión de imágenes, sino ni siquiera por voz o palabra alguna: se profiere por la inflamada intención de la mente por medio de un inefable transporte de corazón y por una inexplicable velocidad del espíritu. Oración altísima, elevada a Dios por el alma con gemidos inenarrables y suspiros. Estado altísimo de contacto con Dios justificado sólo por la cima de perfección alcanzada por el alma en su larga ascensión: respuesta de Dios a la generosidad de quien, con corazón puro, lo ha buscado y alcanzado.[1][1] Los monjes del desierto sabían que esta “disposición del alma”, la “pureza del corazón”, condición para esta “oración altísima”, sólo se puede alcanzar por el camino del conocimiento de sí mismo. Si quieres conocer a Dios, aprende antes a conocerte a ti mismo, dice Evagrio Póntico. Un padre anciano le dice a un novicio: Anda, vete a tu celda y siéntate. La celda te enseñará todo. (Apo 500) Y otra sentencia dice: Uno dijo a abba Arsenio: Mis pensamientos me atormentan diciendo: "Tu no puedes ayunar y tampoco trabajar; por tanto, visita al menos a los enfermos, ya que esto es también caridad.” El anciano, sin embargo, reconociendo aquí la semilla de los demonios, le dijo: "Vete, come, bebe y duerme, y no trabajes. Unicamente no dejes tu celda." El sabía bien que el permanecer en la celda lleva al monje al buen camino.” (Apo, 49) El permanecer en la celda significa enfrentarse a sí mismo con verdad y honestidad y también con valor. Los monjes saben que el camino espiritual comienza con el esfuerzo de la persona por reconocer la propia verdad, por nombrar y aceptar los propios límites y asumir e integrar las propias sombras. Esto sólo es posible permaneciendo consigo mismo, evitando toda tentación a la evasión, la distracción y enfrentando los movimientos interiores, los pensamientos y los sentimientos, las tentaciones o los demonios, como ellos lo llamaban. Avanzar hacia la paz del corazón sólo es posible pasando por la propia verdad y, entonces, la verdad los hará libres (Jn 8, 32). La persona que busca la paz del corazón debe luchar con los pensamientos, las tentaciones o los demonios. Es lucha con los pensamientos, no contra ellos. No se trata de reprimir, ni de negar u ocultar lo que hay en mi, se trata de reconocerlo, aceptarlo y asumirlo para integrar y transformarlo. Sólo aceptando e integrando mis sombras podré ser entero y yo mismo.

La ascesis de los monjes consistía en reconocer y luchar con los “pensamientos”, los “vicios” o los “demonios”. Los monjes distinguen diversas clases de demonios. El criterio para su discernimiento lo suministra la llamada cautela ante los vicios. Esta doctrina cautelar es un interesante capítulo de la psicología monástica. Fue desarrollada sobre todo por Evagrio Póntico y Casiano. Se distinguen ocho pensamientos: 1.- la gula; 2.- la lujuria; 3.- la codicia; 4.- la tristeza; 5.- la cólera; 6.- la acedia; 7.- la vanagloria; 8.- el orgullo. Los vicios o pensamientos se dividen en tres grupos. Los tres primeros se sitúan en la parte concupiscible (epithimia), los tres siguientes en la parte excitable (thymos) y los dos últimos en la parte espiral del alma. Llama la atención cierta semejanza con el eneagrama de la tradición Sufi. Los tres primeros son impulsos fundamentales. Podrían hacerse corresponder con la fase oral, anal y edípica del desarrollo de la primera infancia. Estos impulsos pertenecen a la naturaleza humana y no se les aparta fácilmente. La tarea consiste en integrarlos, dándoles su justa medida. Los tres siguientes son estados de ánimo negativos más difíciles de dominar. No se dejan dominar como los impulsos. El trato correcto con ellos exige un equilibrio anímico y una madurez interior que sólo se alcanza mediante una leal confrontación con los pensamientos y estados de ánimo y una apertura incondicional para con Dios. Aún más difíciles de vencer son los dos últimos vicios, puesto que el espíritu es menos domable.

Según Evagrio, gran parte de nuestro camino espiritual consiste en prestar atención a las pasiones en nuestro corazón, conocerlas y tratarlas debidamente. Evagrio pide prestar mucha atención a los pensamientos y sentimientos, a los demonios y a sus leyes  Para que el hombre pueda conocer por propia experiencia a los malos demonios y familiarizarse con sus artimañas, le aconsejo prestar atención a sus pensamientos. Ha de prestar atención a su intensidad, también a cuando remiten, a cuando aparecen y desaparecen. Tiene que prestar atención a la multiplicidad de sus pensamientos, a la regularidad de los demonios que son responsables de ellos, cuáles se han disuelto y cuales no. Luego ha de pedir a Cristo que le aclare lo que ha contemplado. Los demonios se muestran sobre todo rabiosos contra los que, armados con tal conocimiento, practican las virtudes.[2][2] Es eso lo que quiere decir el anciano padre cuando aconseja: Anda, vete a tu celda y siéntate. La celda te enseñará todo.

La Finalidad de ese camino es la apatheia un estado de paz y tranquilidad interior. Una vez concluido el combate, un estado apacible y un gozo inefable suceden al alma [3][3] dice Evagrio y llama la apatheia la salud del alma. El objetivo del camino espiritual no es un ideal moralizante, verse libre de faltas, sino la salud del alma. Monje es aquel que, separado de todo, está unido a todos.[4][4] Separado de todo, quiere decir libre de todo, libre de pasiones, de apegos desordenados. Para los ascetas del desierto el alma está sana cuando es capaz de amar, ya que sólo quien consigue la apatheia puede amar verdaderamente.

El camino ascético de abbas y ammas del desierto no sólo requiere de perseverancia, sino también de honestidad y valentía. Reconocer los propios límites, mirar las propias sombras produce un profundo dolor. El camino ascético propone transformar este dolor y transformar los pensamientos y vicios.

2.2.  Ascesis como transformación

Cuenta la historia que un día el abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: ‘Padre, en lo que puedo, observo una regla sencilla, hago pequeños ayunos, practico algo de oración y meditación, guardo silencio y en la medida de lo posible, procuro mantener limpio mi pensamiento. ¿Qué más debería hacer?’ El viejo monje se puso en pie, alzó las manos hacia el cielo, y sus dedos se convirtieron en diez antorchas llameantes. Entonces dijo:¿Por qué no te transformas en fuego!?[5][5]

Transformación es algo distinto al cambio, pues en el cambio hay algo de violencia, en tanto que en la transformación el proceso es más suave. Si creemos que debemos cambiar constantemente, es porque en el fondo tenemos la sensación de que no somos buenos, de que debemos ser distintos, de que es necesario formarnos de otro modo. Por otra parte, transformarnos significa, de alguna manera, que todo puede continuar, que es bueno y tiene su sentido, que mis padecimientos y enfermedades también tienen su valor aunque, de vez en cuando, me tiranicen y me cueste aceptarlos.

Transformación significa que lo verdadero debe abrirse paso a través de lo inauténtico, y lo auténtico, a través de las apariencias. Las flaquezas claman por un bien pleno; nos alertan de que hay algo latente en nosotros pero aún no lo hemos develado. Cuando lleguemos a transformarnos descubriremos, precisamente a través de nuestras flaquezas y enfermedades, una nueva calidad de vida, una vitalidad y autenticidad.[6][6]

La vida espiritual no es una tarea que estamos obligados a realizar, sino un camino interior que debiera transformarnos siempre. En la vida espiritual, nos abandonamos en el Dios que da la vida, quien quiere desarrollar en nosotros su vida divina por medio de transformaciones constantes. La transformación interior se desarrolla en forma de espiral. No es un camino de mano única, por el que podemos continuar avanzando, sino que es un sendero en forma de espiral, que parece regresar siempre al punto de partida, para volver a reiniciarse con nueva fuerza. Jesús ha descrito este proceso de transformación interior en algunas parábolas. Como la del grano de mostaza que crece lentamente para transformarse en arbusto. Por largo tiempo nada notamos sobre su transformación. Pero de pronto a los ojos de los demás nos hemos convertido en un árbol, en el que ellos pueden apoyarse, y bajo cuya sombra experimentan seguridad y reposo. Jesús compara nuestra vida de fe también con una mujer que coloca la levadura en una artesa de harina hasta que fermenta toda la masa. Del mismo modo, el Espíritu Santo de Dios quiere penetrar siempre más la harina de nuestra vida hasta fermentarlo todo y transformarlo.

La expresión bíblica para expresar la transformación es la metanoia, que indica cambio, conversión. La palabra griega metanoia significa cambiar el modo de pensar. Cuando pensamos de otro modo, cuando orientamos nuestros pensamientos en otra dirección, se transforma toda nuestra existencia. Por medio de un nuevo modo de pensar, el hombre se renueva. Dar vuelta significa tener a la vista otro camino para andar, otro camino que emprender con un cambio de dirección. Este tipo de cambio o innovación es el núcleo central de la transformación. Dar a su vida un cambio, transforma al hombre. Invertir la marcha supone que hemos ido por un camino equivocado. Muchas veces, el camino equivocado o el rodeo son una condición para llegar a la verdadera transformación.

El camino para la transformación conoce muchas curvas, tiene subidas y bajadas, hay avances y retrocesos. Quien lo observe más de cerca verá como, en este proceso de transformación, el pecado, las limitaciones o los defectos tienen una implicancia especial. Pueden servir de aliciente para que la persona se acerque más a Dios. Pueden sacar a la persona de su falsa seguridad y conducirla a un saludable reconocimiento de su realidad; pueden desbaratarle las ilusiones que se había hecho de sí mismo, y despertarle un verdadero anhelo por el bien que ha descuidado.

El camino de la transformación en la vida espiritual pasa, sobre todo, por la oración y la meditación. En la meditación, tal como la han entendido los monjes del pasado, no se trata de reflexionar sobre alguna palabra sacada de la Escritura, sino de dejarse transformar cada vez más y más por la Palabra. Al repetir una palabra de la Escritura y unirla al ritmo de la respiración, Dios nos transforma, estando presente y activo en nosotros. La palabra, según los antiguos, no es sólo portadora de información sino también de fuerza. Siempre es una Palabra eficaz la que Dios nos dirige. Mientras reflexionamos la Palabra, dejamos que Dios mismo obre en nosotros. La palabra obra lo que expresa. Es como una espada de doble filo que corta en nosotros las nudosidades interiores. Con eso Dios cambia nuestro modo de pensar. Nos proporciona nuevos pensamientos, un cambio en el modo de pensar, una metanoia.

Quiero contar una experiencia que puede mostrar lo que es transformación y cómo opera. Cuando era párroco en Cañete habíamos invitado a las 42 comunidades de base que conformaban la parroquia a conectarse más entre las comunidades y a acompañarse y apoyarse más en el camino de la vida cristiana. Este proceso de visitas y encuentros, de reflexión en común, de oración y celebración culminó en una reunión del consejo parroquial en pleno con 2 ó 3 delegados por cada comunidad. El 8 de enero de 1994 se reunieron más de 100 personas para discernir juntos el camino a seguir de la comunidad parroquial entera. El día siguiente celebramos un gran encuentro de todas las comunidades. Más de 1.500 personas iban llegando desde temprano al estadio de Cañete. En todo el pueblo había ambiente de fiesta. Y como suele ser en las grandes fiestas, todo el mundo colaboraba. Los camioneros ofrecían gratis sus camiones para transportar a los hermanos de las comunidades más apartadas en la cordillera Nahuelbuta. Muchas familias ofrecían alojamiento para los que tenían que viajar un día antes para poder participar, todos los que venían del campo o de los pueblos vecinos fueron recibidos con un desayuno y con cantos, la cruz roja había puesto una carpa de primeros auxilios, las dos radios locales trasmitían desde días antes la motivación a participar y luego el encuentro completo. En el tiempo de preparación a esta gran fiesta comunitaria habíamos pedido a las comunidades mapuches que reflexionaran sobre qué mensaje podrían dirigir ellos como pueblo originario de estas tierras a la gran asamblea reunida en el estadio de Cañete. Un mes antes del encuentro se reunieron durante un día entero, conversaban y deliberaban, finalmente pidieron a dos loncos que trasmitieran el mensaje para toda la asamblea en el estadio. Y decidieron hacerlo en su propia lengua primero para traducir después lo dicho para toda la gente reunida en el estadio y para aquellos que seguían el encuentro por la transmisión radial. Y comenzaron a hablar, pausado y largo, con la gran oratoria de su pueblo. Y todo, frase por frase se traducía para la asamblea y los oyentes de la radio. Y decían lo siguiente:

Nuestros antepasados vivían en estas tierras. Hasta que llegaron los primeros winkas que buscaban nuestro oro y se lo llevaron; luego querían nuestras tierras y nos las quitaron; poco a poco nos iban cambiando las costumbres, nuestros loncos ya no son respetados, ya no es como antes, no podemos hablar nuestra lengua, en las escuelas, en las oficinas, en los juzgados, en todas partes “pura castilla no más”, de nuestra religión se ríen. Hoy ya no nos queda nada. Nos han quitado todo. Y ahora, que estamos con las manos vacías delante de ustedes, y ya no hay nada que nos puedan quitar queremos ver si es posible que ahora seamos hermanos.

Aquí el dolor no se negó, ni se escondió. Los dos loncos y sus comunidades miraron con valentía y verdad su dolor y lo pusieron en el centro de la asamblea, compuesta por los que sufren y son víctimas y por los que por raza y cultura son parte de los responsables del sufrimiento, de los victimarios. En esta asamblea que idealmente se constituyó en torno a Aquel que destruyó el muro que separaba a los dos pueblos (Ef 2, 14) para hacer de los dos un solo pueblo nuevo, aquí las víctimas encontraron el lugar para decir su queja, para exponer su dolor. Lo hicieron sin acusar, sin reproche, pero con firmeza y enteros. Reconocieron la oportunidad que había en su dolor, el dolor de su pueblo y en la ocasión que se les presentó, y transformaron su dolor, su derrota y humillación en punto de partida para la reconciliación y la fraternidad, para algo nuevo y mejor.

2.3.  La Regla de San Benito

“Mensajero de paz, hacedor de unidad, maestro de civilización”, así llama Pablo VI a Benito de Nursia (480-547). La tradición indica el año 529 como fecha de fundación de la comunidad monástica en Monte Cassino. Para esta comunidad escribió San Benito su Regla de Monjes que nunca fue considerada sólo como un camino para monjes sino para todos los que buscan a Dios.

Si miramos La Regla de Monjes de Benito de Nursia (en adelante: RB) en su conjunto nos damos cuenta que ella busca favorecer el crecimiento y el desarrollo de una persona humana sana, madura y sabia, crecimiento que se da en una comunidad. Por lo tanto, no es al religioso de “alto rendimiento”: el místico o el asceta, el virtuoso al que pretende formar. La RB busca la persona humana que sabe vivir con otros, que sabe relacionarse con otros y relacionar a otros entre sí, que crea una atmósfera de paz y de mutua comprensión. Esta persona que está en paz consigo misma, que se conoce y acepta a sí misma, estará abierta para la presencia de Dios. La RB propone entonces un camino exigente. No es posible proponerse simplemente ser un pacificador, un buscador y constructor de paz. Promover la paz podrá sólo la persona que ha logrado estar en paz consigo misma, que está reconciliada consigo misma, que ha reconocido, asumido e integrado sus propias debilidades y faltas, sus necesidades y deseos, sus inclinaciones a veces contradictorias, y sus pasiones. Promover la paz no es un programa que alguien podría proponer, más bien brota de un corazón que está en paz. Pero la paz interior sólo se logra a través de una larga y ardua lucha interior hasta alcanzar la “pureza del corazón” (J. Casiano) y a través de la oración. La lucha y la oración son los caminos para poder aceptar las debilidades propias y ajenas.

La RB espera sobre todo del abad que sea capaz de promover la paz en su comunidad. La condición más importante para cumplir con esta responsabilidad es la capacidad de sanar que debe manifestarse sobre todo en el trato con los hermanos débiles y enfermos.

Cuide el abad con la mayor solicitud de los hermanos culpables, porque “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”. Por eso debe usar todos los recursos como un sabio médico. Envíe (...) hermanos ancianos prudentes que, como en secreto, consuelen al hermano vacilante, lo animan para que haga una humilde satisfacción, y lo consuelen "para que no sea abatido por una excesiva tristeza” sino que, como el Apóstol, "experimente una mayor caridad”; y todos oren por él. Debe, pues, el abad extremar la solicitud y procurar con toda sagacidad e industria no perder ninguna de las ovejas confiadas a él. Sepa, en efecto, que ha recibido el cuidado de almas enfermas, no el dominio tiránico sobre las sanas, y tema lo que Dios dice en la amenaza del Profeta: "Tomaban lo que veían gordo y desechaban lo flaco”. Imite el ejemplo de piedad del buen Pastor, que dejó noventa y nueve ovejas en los montes, y se fue a buscar una que se había perdido. Y tanto se compadeció de su flaqueza que se dignó cargarla sobre sus sagrados hombros y volverla así al rebaño. RB 27

No es poco frecuente que la reacción a la debilidad de un compañero o una compañera sea la rabia o la ira. Cuesta aceptar la debilidad del otro porque me confronta con mi propia debilidad y contraría mis fantasías de omnipotencia y de perfección. Nuestra sociedad y cultura expulsan a las personas o grupos que no se ajustan a las normas y los niveles de exigencias y requerimientos. La “oveja negra” no es tolerada. Los pobres, los atrasados, los enfermos catastróficos son una lacra para la sociedad; su existencia incomoda y casi por razones estéticas se busca superar la pobreza.

La RB exige del abad que deje a un lado toda ambición de ser el superior de una comunidad monástica perfecta, que más bien conozca a cada uno de los monjes y lo siga y acompañe hasta en sus debilidades, como lo decía el evangelio de la oveja descarriada. Y al seguir y acompañar a un hermano débil, el abad se encuentra con su propia debilidad y sus propios límites y los enfrenta. De esta manera el abad se convierte en el médico que es herido por las heridas de sus pacientes, que conoce y asume las propias debilidades, que por este camino llega a ser humilde y está en condiciones de aceptar a sus hermanos de comunidad sin rechazo ni agresión.

Y cuando ya ha intentado por todos los medios humanos de sanar sin buenos resultados, entonces aplique también lo que es más eficaz, esto es su oración y la de todos los hermanos por aquel para que el Señor, que todo lo puede, sane al hermano enfermo. RB 28

Esta capacidad de sanar es necesaria para que el abad pueda ser el promotor de la paz en su comunidad. La paz no se ordena ni se alcanza por una disciplina impuesta. La paz nace de un amor que es lo suficientemente fuerte para acoger a los hermanos con su debilidad y de esta manera sanarlos. San Benito exige del abad una capacidad extraordinaria de amar en medio de las pequeñas y grandes rencillas y conflictos que se producen a diario en una comunidad.

La tentación es impedir los conflictos evitándolos con disciplina y dureza o reprimirlos y negarlos buscando refugio en la parte de la comunidad que aparentemente está sana. Nuestra sociedad levanta muros, segrega, se engaña indicando con el dedo “al otro”, al drogadicto, al delincuente, al enfermo de SIDA, a los habitantes del campamento, a los terroristas, a los fundamentalistas, etc., creando la ilusión de que si me distancio de todos ellos y si soy distinto, estoy a salvo. Sin embargo en nuestro interior, sabemos que la metáfora del “Titanic” es implacable e inevitable. Todos estamos en el mismo buque, ya no existe la categoría del otro. Si se hunde el “Titanic” nos hundimos todos, la diferencia será si es en lera, 2nda o 3era clase. Desde Hiroshima,  Chernobil y ahora desde el 11 de septiembre del 2001 sabemos que no existe el recinto privado al que nos podamos refugiar a un mundo sano, donde podamos estar a salvo sin los demás. Una cultura que llega a ser extremadamente individualista produce al mismo tiempo su extremo contrario: la total solidaridad de la que nadie puede sustraerse.

La paz que propone la RB es una paz que asume la debilidad de los miembros de una comunidad humana, pero no es una paz débil que busque evitar conflictos o ceder ante conflictos o que aísla al “conflictivo”. Ni ceder, ni reprimir sino reconocer los conflictos, nombrarlos y enfrentarlos esto es lo que la RB exige del abad y de la comunidad. La RB propone que todos los miembros de la comunidad se acepten y asuman mutuamente sobre todo en sus debilidades.

La paz se hace posible en la comunidad cuando cada uno puede reconocer ante sí mismo y ante la comunidad sus necesidades y sus deseos y con el don del discernimiento, con discreción, la comunidad y el abad deciden hasta donde es posible responder a cada una de estas necesidades. Está escrito: "Repartíase a cada uno de acuerdo a lo que necesitaba”.  No decimos con esto que haya acepción de personas, no lo permita Dios, sino consideración de flaquezas. Por eso, el que necesita menos, dé gracias a Dios y no se contriste; en cambio, el que necesita más, humíllese por su flaqueza y no se engríe por la misericordia. Así todos los miembros estarán en paz.  RB 34

Expresar una necesidad es siempre también admitir una debilidad. Benito propone satisfacer en lo posible las necesidades de los hermanos de la comunidad siempre en la conciencia: necesito esto o aquello, porque soy demasiado débil para renunciar a ello. Pero esto no debe llevar a hacer comparaciones en la comunidad, cada miembro asume su realidad, la acepta y acepta la de los demás. Ante todo, que el mal de la murmuración no se manifieste por ningún motivo en ninguna palabra o gesto. Si alguno es sorprendido en esto, sométeselo a una sanción muy severa.(RB 34). La Regla de Monjes quiere evitar la comparación inútil entre los miembros de una comunidad que sólo lleva al descontento y la polarización. La “mumuración” con frecuencia no es más que la manifestación del propio descontento. El afán de criticar todo y todos bien puede ser el reflejo exterior de la no-aceptación de sí mismo. El que no soporta las propias debilidades se niega también a soportar las flaquezas de los demás.

La paz que propone San Benito aquí se sustenta en uno de los rasgos característicos de su regla, la discretio, la discreción que no corta a todos por el mismo molde ni aplica el adagio popular “ley pareja no es dura” sino que toma en cuenta le peculiaridad y particularidad de cada persona, que acoge a cada persona en y desde su realidad, incluyendo sus flaquezas. Aquí no se dice: tu deberías ser así, de esto modo o de este otro. La Regla de Monjes propone lo que Esteban Gumucio en un poema-oración expresa así: Quisiera (…) simplemente ser yo-mismo-con-otros, (…) vivir de tal manera que cualquier hombre puede decir: "Ahí quepo yo".[7][7]

Los tiempos de Benito y su primera comunidad de monjes eran inseguros, convulsionados y de grandes cambios en todos los ámbitos de la vida. El imperio romano de occidente llegaba a su ocaso, nuevos pueblos aparecían en el horizonte. Lo viejo moría y lo nuevo pujaba por nacer. En este contexto Benito y su comunidad no se sentían ni profetas ni misioneros. Simplemente desde el silencio de su claustro proponían un camino alternativo que se basa en tres principios:

1) la estabilidad, 2) el ora et labora (ora y trabaja) y 3) la discreción. En tiempos en que todos y todo se movía los monjes decían: nos quedamos, enfrentamos desde nuestro lugar nuestro mundo, nos enfrentamos con las situaciones y el devenir del mundo, pero sobre todo nos enfrentamos y nos aguantamos a nosotros mismos. Este último en un sentido similar al permanecer en la celda de los padres del desierto. La estabilidad, más que una propuesta de lugar de vida es un camino ascético hacia la paz del corazón. El ora et labora que produce un equilibrio entre la oración y la meditación por un lado y el trabajo manual por el otro. Los monjes deben vivir del trabajo de sus manos y este trabajo da realismo a su oración. La oración compenetra el trabajo y dignifica lo cotidiano y lo pone en la presencia de Dios. Hemos visto como finalmente la discreción que considera a cada persona y le da su lugar inconfundible en la comunidad, produce paz y armonía en la persona, entre las personas y en la comunidad.

2.4.      San Francisco de Asís - la integración de lo negativo.

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Ángeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así: ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, aunque devuelvan la vista a los ciegos…expulsen los demonios…hablasen la lengua de los ángeles…llegasen a convertir a todos los infieles.. escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta”.[8][8]

En este relato de las “Florecillas” sobre la “alegría perfecta” queda claro que la perfecta alegría no está en la positividad, sino en la negatividad asumida con amor. La alegría perfecta, la libertad perfecta o la paz perfecta no están en el cumplimiento de nuestras ideales sino en aceptar alegremente la ruptura de la fraternidad, en aceptar con gusto toda clase de violencia que desmoraliza nuestra estatura interior y las convicciones personales, y finalmente en soportar con alegría la violencia física de parte de otros. La conclusión es transparente: por encima de todos las gracias y los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. [9][9]

Dicho de otra manera, la alegría perfecta, la paz perfecta resultan tan intensas que no sólo soportan sino que aman y abrazan alegremente lo que tenemos de negativo. Quien ha interiorizado semejante práctica de amor es verdaderamente libre y tiene el corazón en paz, pues ya nada podrá amenazarlo: si lo elevan hasta el cielo no se vanagloria, si lo lanzan al infierno su corazón no se llena de amargura. Se posee enteramente, y por lo mismo, nada ni nadie puede quitarle la paz y la alegría del corazón. Francisco quería que las relaciones entre los hermanos de su comunidad se caracterizaran por una ilimitada misericordia. Un ministro que tenía quejas contra sus hermanos y se fue a pedir consejo a Francisco, recibió de él la siguiente respuesta: Ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio. Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales.”[10][10] Francisco quiere respetar al máximo lo negativo de los demás y mantener la fraternidad, a pesar de todas las rupturas. Aceptar las sombras de los demás significa aceptar las propias sombras. La única manera de vencer lo diabólico reside en enfrentarlo abiertamente e integrarlo en el propio sistema (...) Esto hace a la persona más "humana”, quebrando su fariseísmo y su disociación que son las defensas habituales del ser humano que niega lo demoníaco.”[11][11] La paz es fruto del proceso de integración de lo negativo, de la aceptación de las sombras, las propias y las ajenas.

En Francisco podemos ver como un hombre logra integrar hasta la negatividad final y definitiva de la vida que es la propia muerte, que se presenta como suprema negación de la vida. Es signo de madurez humana y religiosa poder integrar la muerte en el contexto de la vida. Cuando el médico de Francisco constató que ya nada se podía hacer, sólo esperar a la muerte, Francisco exclamó con increíble alegría: Bienvenida seas, hermana muerte. Llamó a los hermanos Angel y León y pidió que le cantaron el Cántico de las Criaturas. Al hermano Elías, superior general de la orden, que quería evitar el escándalo de tanto canto en el momento de morir, Francisco respondió: Déjame hermano gozarme en el Señor y en sus alabanzas mientras padezco, pues, por la gracia recibida del Espíritu santo, estoy tan adherido a mi Señor que, por su gran misericordia, bien puedo regocijarme en el Altísimo.[12][12]

Más que un ideal, Francisco es un espíritu y un modo de ser que se manifiesta en la práctica. Francisco invita a salir del sistema imperante, en una práctica alternativa que concretice mas devoción hacia los otros, más ternura con los pobres y mayor respeto por la naturaleza.

         Al final, en las tradiciones espirituales que hemos revisado aquí hemos podido conocer que el camino hacia la paz del corazón de cada persona es ascesis -un camino de ejercicio y esfuerzo sostenido y perseverante que dispone el corazón humano para recibir la paz como un don para compartirla con el compañero, la compañera, y para vivirla en comunidad.


 

[1][1] Casiano, citado en Ermanno Ancilli, Diccionario de Espiritualidad, Tomo I Barcelona, 1987, p. 347.

[2][2] Evagrio Póntico, Tratado Práctico, N°50

[3][3] Idem. N°12.

[4][4] Idem. N°124

[5][5] Citado en: Joan Chittister, El fuego en estas cenizas, Santander, 1998.

[6][6] Anselm Grün, “Transformation: Una dimensión olvidada en la vida espiritual”. Ed. Lumen-Buenos Aires, 1997.p.7.

[7][7] Esteban Gumucio V., Oración a Jesús, manuscrito.

[8][8] San Francisco de Asis, Escritos, Biografías, documentos de la época. Madrid 1998. Florecillas cap.VIII. p.814.

 [9][9] Ibid.

[10][10] Ibid. P.72

[11][11] R. May, Eros y Repressao, cit. En L. Boff, San Francisco de Asis, Ternura y Vigor, Santiago de Chile,1982, p.198.

[12][12] San Francisco de Asís, Escritos, Biografías,…p.790.