FUNDAMENTOS FILOSOFICOS FRANCISCANOS DE JUSTICIA, PAZ Y ECOLOGIA

Silvestre Gialdi, ofm. cap.

 

 

"En la visión franciscana, la lucha por la justicia, la Paz y la Ecología no es sólo un compromiso "ad extra", un cambio de estructuras e instituciones, sino "ad intra", un cambio del corazón: las estructuras e instituciones serán justas si el hombre es justo".

 

INTRODUCCION

Justicia, Paz y Ecología son temas modernos de congresos, de estudios, de escritos. Son tratados con enfoques sociológicos, filosóficos y muchas otras formas. Sin embargo, se da más un discurso que una práctica efectiva, porque la práctica exige una conversión real a las tres dimensiones fundamentales de la vida: la justicia, la paz y la ecología. También estos enfoques entran diariamente en nuestro consciente en forma de noticia a través de los MCS, que causan más bien indignación, conmoción y poca sorpresa, que propuestas y soluciones. Porque, en la persona humana, el "ser ganancioso" es mucho más fuerte que el "ser generoso". Y la justicia, paz y ecología necesariamente conmueven y atañen más al ser generoso, que necesita menos de conversión. Por lo que el desafío mayor es convertir al ser ganancioso y opulento, sediento, en adepto y capaz de justicia, paz y ecología.

El tema ‑justicia, paz y ecología‑ en su conjunto, es moderno, porque surge con la modernidad. Y la modernidad es desigual en su manifestación y en su realización en los diversos países y culturas. También la conciencia y la responsabilidad por la justicia, paz y ecología son desiguales en su enfoque, en su manifestación, en su comprensión y en su profundización. Y también lo son en su punto de partida: a veces hay mucha ideología, atestadora o contestadora, por falta de profundización teórica de la cuestión para iluminar una acción práctica; a veces, se parte unilateralmente del hombre interesado, olvidándose de que la justicia, paz y ecología son liberadoras del hombre global, inserto en el cosmos; a veces, nos quedamos en la fase romántica o estética o política de la cuestión, como si los gobiernos, los poderosos, las instituciones, los otros fueran los únicos responsables; otras veces, nos quedamos más en una actitud acusatoria, y se presentan pocos proyectos realizables e ideas fundamentales.

En lo que sigue, presentamos un intento de respuesta a la cuestión: Fundamentos filosóficos franciscanos de justicia, paz y ecología. Esto presupone dos elementos: que hay una filosofía franciscana, y que se aborde la cuestión de justicia, paz y ecología filosóficamente. Por eso, el presente trabajo obedece a esos presupuestos, si bien el tema no se limita necesariamente a los lectores amantes de la filosofía.

El trabajo se divide en dos partes. Primera parte: fundamentos de la Escuela Filosófica Franciscana. Y la segunda parte: contribución de la Filosofía franciscana a la justicia, paz y ecología.

I. FUNDAMENTOS DE LA ESCUELA FILOSÓFICA FRANCISCANA

1. Aspectos históricos

El siglo XIII, nacimiento del franciscanismo, representa el período orgánico y áureo del equilibrio y de la unidad de la civilización y de la cultura medieval, después de largos siglos de elaboración y de construcción. Al mismo tiempo, es una apertura a nuevas luchas, nuevas conquistas y nuevos ideales para soñar y construir una nueva civilización.

En Italia, las Ciudades‑Estados crecen con autonomía de vida. En Europa, existe el esplendor de las naciones. Y la Iglesia vive un siglo de oro, con grandes Papas y con el surgimiento de las Ordenes Mendicantes (Franciscanos y Dominicos). Es un período de paz religiosa. La economía de mercado se fortalece a través de la moneda, del comercio con Oriente y de las corporaciones profesionales. A1 mismo tiempo, el señorío feudal entra en crisis. Nace así la burguesía. Las ciudades se convierten nuevamente en centro de vida, de progreso y de trabajo. Las cruzadas, los misioneros y los exploradores ensanchan los horizontes. Florecen las artes, la literatura, la filosofía, la teología y la traducción de las obras clásicas. "En la filosofía, de manera particular, se siente la necesidad y existe la aspiración de reducir a unidad todo el conocimiento humano, de ordenar las amplias conquistas culturales adquiridas a través de siglos de trabajo con criterios, al mismo tiempo, universales y sintéticos. Nacen así las grandes Summas, verdaderos monumentos del pensamiento humano".

Generalmente, se apuntan cuatro grandes causas de este extraordinario florecimiento de la cultura occidental: el nacimiento de las Universidades, la influencia de la filosofía árabe y judía, el redescubrimiento de la obra filosófica de Aristóteles y la fundación de las Ordenes Mendicantes.

1.1. Nacimiento de las Universidades

La sed de saber, el desarrollo de las escuelas ligadas a las catedrales, los monasterios y los palacios reales, el papel de las ciudades, las asociaciones de maestros y discípulos crean nuevos espacios, buscan nuevos intereses, conquistan privilegios. A poco andar, la "universitas scholarium et magistrorum" recibe los estatutos y el reconocimiento del Papa o del Emperador, y se convierte en Universidad: centro de intensa enseñanza y búsqueda. La primera Universidad reconocida fue la de Bolonia, en 1111, dedicada al Derecho e independiente de la autoridad eclesiástica. Y el centro más importante de Filosofía y teología florece en la Universidad de París, fundada en 1170. Este centro sirvió de modelo para las Universidades de Oxford, fundada en 1200, y Cambridge, fundada en 1233.

1.2. Filosofía árabe y judía

Los filósofos árabes (Avicena y Averroes) y judíos (Maimónides y Avicebrón) tuvieron gran influencia en la transformación de la cultura y del pensamiento occidental. Fue Avicena (980‑1037) quien introdujo en Occidente el pensamiento de Aristóteles de manera sistemática. Y su intento de armonizar las tesis aristotélicas con las verdades islámicas no causó perplejidad. Por el contrario, Averroes provocó escándalo al delimitar el saber y la fe, y mantener una confianza total e ilimitada en la razón. Y por la razón afirma la eternidad del mundo y niega la inmortalidad del alma, fundamentado en Aristóteles.

Avicebrón (1021‑1070) procuró armonizar los resultados de la razón con los principios fundamentales del judaísmo. Sostiene el hileformismo universal: todas las sustancias están compuestas de materia y forma, excepto Dios. Maimónides (1135‑1204) escribe la obra "Guía de perplejos", para salir al encuentro de quienes "se encuentran sofocados por la perplejidad derivada de los aparentes contrastes entre razón y fe". Y para demostrar que la filosofía y la Biblia son conciliables.

1.3. Redescubrimiento de Aristóteles

Es innegable que el florecimiento de la Filosofía cristiana a partir del siglo XIII se debió al re descubrimiento del pensamiento y de la filosofía de Aristóteles (384‑322 aC). Al margen de la prohibición oficial de Aristóteles en las Universidades por parte de la Iglesia, poco a poco sus obras fueron siendo traducidas, interpretadas y estudiadas. Inicialmente, por los pensadores árabes, y después por los latinos. Su influencia comenzó por la medicina, hasta llegar a la filosofía y la teología. Las obras que tuvieron mayor restricción y prohibición fueron los escritos sobre Metafísica y Física. Los decretos papales prohibiendo las obras y los respectivos comentarios de Aristóteles se extienden hasta 1263, con Urbano IV, pero ya sin consecuencias prácticas. Y, a su vez, en las Universidades, a partir de 1230, los Maestros estudiaban, asimilaban, interpretaban y comentaban el pensamiento aristotélico. Y, paradójicamente, en 1366, la Santa Sede impuso a las Universidades el estudio de Aristóteles. Así, en la segunda mitad del siglo XIII, los pensadores escolásticos fundamentan su doctrina en la frontera establecida: neoplatonismo y aristotelismo.

1.4. Fundación de las Órdenes Mendicantes

Los nuevos tiempos, atravesados por el desarrollo político, económico y cultural, y el contacto con otras filosofías, implican necesariamente un cuestionamiento del orden moral y religioso. La fe pasa a ser cuestionada por la razón, por ser más un hecho emocional que una razón de vida. Y la estructura de la Iglesia ‑jerárquicamente dividida en clérigos, monjes y laicos‑ no favorece una auténtica comunión.

El clero, cuya misión específica era la predicación, estaba más ligado al poder imperial y sus ventajas que al Papa y su doctrina; prefería los privilegios de la religión a la conversión evangélica. Los monjes, por su parte, apartados de la vida del pueblo, vivían encerrados en sus monasterios y protegidos por sus latifundios. Y los laicos disputaban el nuevo espacio político, económico, cultural y científico o permanecían al margen de los acontecimientos y de la participación de los bienes. Como reacción surgen muchos movimientos populares, alimentados por el ideal evangélico de pobreza, de humildad, de fraternidad, de vida comunitaria y de autosustento. Eran movimientos espontáneos, con sus contradicciones: la inspiración evangélica de la pobreza también encontraba respaldo en el maniqueísmo; la referencia a la vida de los primeros cristianos implicaba también el rechazo de la estructura de la Iglesia; la búsqueda de la imitación de Cristo llevaba también al desprecio del cuerpo y del mundo.

Así, Francisco de Asís (1182‑1226) se convirtió en intérprete y profeta de los movimientos populares, sin sus contradicciones: vivir según el Evangelio, rechazar la acumulación de bienes, vivir del propio trabajo, predicar con el testimonio y la palabra, la obediencia a la Iglesia, una visión alegre y fraterna de la vida y la inserción en medio del pueblo. Por su parte, Domingo de Guzmán (11701221) y el movimiento dominicano alcanzan a las instancias superiores: la renovación del clero por la formación, por la espiritualidad, por el estudio y la predicación en comunión con la Iglesia.

2. Escuelas franciscanas

"Además de las diversas formas de actividad en favor de los desheredados, se pensó también en un tipo de actividad de carácter propiamente cultural, para responder a las exigencias provenientes de los nuevos conocimientos filosóficos, que parecían contraponerse al espíritu cristiano". Es decir, además de la predicación con el ejemplo, existe la necesidad de predicar la palabra fundamentada en la doctrina, para detener el avance de los movimientos heréticos y del ascetismo cátaro. Así como la necesidad de teorizar para recuperar la grandeza del hombre y la belleza de la naturaleza. En otras palabras, la actividad puramente pastoral y la inserción en la vida real del pueblo eran insuficientes sin un aporte filosófico‑teológico y sin una profunda vida cultural.

Así, en la Orden Franciscana fueron surgiendo los "Estudios Particulares", al lado de los conventos; los "Estudios Provinciales" en cada Provincia; y los "Estudios Generales" junto a las Universidades, para los frailes más dotados.

En 1228, el Ministro General Juan de Parenti (1227‑1232), constatando que no había Estudios de Teología en la Provincia de Alemania, nombra al Ministro Provincial Fray Simón, Lector de Teología, dando a entender que en las otras Provincias ya existían Estudios provinciales de Ciencias Sagradas.

Los Dominicos, por su naturaleza y carisma, avanzan en los estudios. Y algunas voces amigas animaban a los Hermanos menores a seguir el mismo camino: Jacobo de Vitry, Roberto de Grossatesta (Canciller de la Universidad de París) y Guillermo de Auvergne (Obispo de París). Así, a partir de 1231, los Hermanos Menores mantienen tres Centros de Estudios generales: Bolonia, París y Oxford.

2.1. Escuela Franciscana de Bolonia

Bolonia, ciudad universitaria por excelencia, con más de diez mil estudiantes. En 1211, en los orígenes de la Orden, allí se presentó Fray Bernardo de Quintavalles. En 1213, los Hermanos aceptan una casa en Bolonia, en la que permanecieron hasta 12216. San Antonio de Padua, en 1223, es nombrado por san Francisco, Lector de Teología en la casa de Bolonia, y después en Toulouse y Montpellier. Es el primer profesor de Ciencias Sagradas entre los Hermanos Menores. En 1236, el papa Gregorio IX autoriza la erección canónica de la Escuela de Teología de Bolonia para formar Lectores. Sin embargo, este Centro Teológico no estaba ligado a la Universidad de Bolonia.

2.2. Escuela Franciscana de París

En 1219, los Hermanos Menores se establecen en París. En esa época, algunos estudiantes y maestros de Bolonia, París y Oxford ingresaron en la Orden. Y, pronto, el estudio se convierte en una de las actividades principales de los frailes, aunque la ciencia debía subordinarse a la "oración y devoción". En 1224, se abrió la Escuela de Estudios Generales. Así, los Hermanos mantenían contactos con la Universidad de París, fundada en 1170. En 1225, cuatro maestros ingleses de la Universidad de París entran en la Orden. Los más conocidos son Fray Simón de Sandwyz y Fray Haimón de Faversham, que sería Ministro General (1240‑1244).

Poco después, la Escuela de Teología se constituye regularmente y es incorporada a la Universidad. El gran salto se dio con la entrada en la Orden, en 1231, del maestro regente de la cátedra de Teología de la Universidad de París, Alejandro Hales. Este organiza la Escuela Franciscana de Teología, que se transforma en el centro intelectual de la Universidad. A su vez, el convento franciscano de París se convierte en el centro intelectual más importante de la Orden de los Hermanos Menores. Y cada Provincia podía enviar a París dos estudiantes, con algunas exigencias: elevadas cualidades psíquicas, intelectuales y morales, y que hubieran hecho los Estudios Provinciales. Muerto Alejandro de Hales en 1245, le sucedieron en la cátedra de Teología por este orden: su discípulo Juan de la Rochelle, Juan de Parma, Eude Rigaud, Guillermo de Middleton y San Buenaventura, de 1253 a 1257, cuando fue elegido Ministro General de la Orden. Los primeros cuatro hicieron la primera explicación científica de la Regla.

2.3. Escuela Franciscana de Oxford

En 1167, el rey Enrique II prohíbe a los ingleses frecuentar los estudios de París. En consecuencia, los estudiantes van a Oxford, que se organiza como Centro de Estudios Generales y, en 1200, como Universidad, con moldes corporativos. Su primer gran maestro fue Roberto de Grossatesta (1168‑1253).

Cuando en París se destacaba el "Trivium" (gramática, retórica y dialéctica), en Oxford se prefería el "Quadrivium" (aritmética, geometría, música y astronomía). Aquí los Hermanos Menores entraron en 1224. Enseguida, los discípulos y maestros siguieron el espíritu franciscano de la ciencia y la pobreza. El convento fue construido en 1229, por el Ministro Provincial de Alemania, Fray Agnelo de Pisa, para convertirse en Facultad de Teología, dirigida por Roberto de Grossatesta hasta 1235, cuando fue nombrado Obispo. Los Hermanos Menores asumieron la dirección en 1245, con Adam de Marsch y Tomás de York, en 1253. La Escuela de Estudios Generales de Oxford se convirtió en un célebre centro de solidez científica y de amplitud enciclopédica.

3. Pensamiento Franciscano

En general, el pensamiento franciscano está dominado por el espíritu del neoplatonismo y por san Agustín (354‑430). En cuanto al pensamiento tomista forma un sistema cerrado y acabado, que admite pocas y pequeñas variantes individuales. A su vez, en el pensamiento franciscano aparecen las variantes de la originalidad y libertad de cada pensador, porque existe una gran variedad y diferenciaciones entre los diversos maestros de la Escuela Franciscana. A1 mismo tiempo, existe una inspiración común, que forma el conjunto de las tesis franciscanas:

a)   El pensamiento franciscano considera al hombre en su totalidad, en su conciencia y en su dato concreto en el mundo;

b)   En relación con la creación del mundo, el pensamiento franciscano afirma que el mundo no fue creado eternamente, ni por la fuerza de la fe ni por argumentos de razón;

c)   Defiende la primacía de la voluntad sobre el entendimiento, de la intuición sobre la razón, del amor sobre la racionalidad;

d)   Exalta la fe y hace de la razón, en cierto sentido, su sierva: la razón como mediación para explicar y comprender el contenido de la fe;

e)   Trata de hacer de la filosofía y la teología una única ciencia: se opone a una separación práctica entre filosofía, y teología;

f)      Acepta el pensamiento de Aristóteles y de san Agustín en lo que se refiere a la materia: no como pura potencia, sino como un acto incompleto;

g)   Aplica la teoría del hilomorfismo (los seres corpóreos resultan de dos principios distintos y complementarios: materia y forma). La materia: lo indeterminado y común a todos. La forma: lo determinante, y que hace al ser distinto) a toda la realidad. Es decir, todos los seres, excepto Dios, están compuestos de materia y forma;

h)   El pensamiento franciscano sostiene y afirma la pluralidad de formas en todos los seres contingentes, especialmente el hombre;

i)      Las facultades del alma no son claramente distintas. Así, el intelecto agente y lo intelectivo pasivo son concebidos, no como dos facultades distintas, sino como dos aspectos de la misma facultad;

j)       En la visión franciscana, el conocimiento se explica por los sentidos, y también como iluminación divina. Admite la tesis del conocimiento individual por el intelecto y del conocimiento por la intuición. Y prefiere la intuición emotiva por considerarla más adecuada para la comprensión de lo verdadero y como medio para conocer lo real. Específicamente, Francisco de Asís privilegió la intuición afectiva sobre lo racional.

3.1. Primacía de la voluntad y de la libertad

Entre las características del pensamiento franciscano, destaca la primacía de la voluntad y la libertad. Duns Scoto (1266‑1308) afirma la primacía de la voluntad y la libertad sobre el intelecto y el entendimiento, y rechaza la tesis tomista de que la voluntad es una tendencia: en cuanto potencia natural, la voluntad tiende al bien y a la felicidad; en cuanto voluntad individual, tiende a los bienes particulares. Mientras que Scoto afirma que donde no hay libertad no hay tampoco voluntad, en el sentido estricto. "La voluntad se caracteriza por ser libre. La esencia de la voluntad es la libertad y, precisamente peor eso, la voluntad es más perfecta que el entendimiento y superior a ella (...). El entendimiento es, ciertamente, una potencia natural, la voluntad no lo es".

Y, para Guillermo de Ockham (12901349), la voluntad es libre. Y "la voluntad libre es el fundamento de toda valoración moral": el hombre puede elegir de forma laudable o reprensible, respectivamente, merece alabanza o reprensión, porque es un sujeto libre.

Es claro, Scoto no admite el principio de la voluntad ante la insuficiencia del entendimiento. Pero quiere destacar bien la función específica de la voluntad y del entendimiento, para no hacer de la voluntad un apéndice del entendimiento. Pues, en cuanto el entendimiento obedece a la ley determinante de la evidencia, la voluntad es intrínsecamente libre. En verdad, el acto intelectivo no determina necesariamente el acto volitivo. Tanto como la voluntad no puede impedir que el intelecto se someta a la evidencia. Es importante destacar que, para Duns Scoto, la racionalidad no se encuentra sólo en el conocimiento, sino también en la voluntad. Así "la voluntad es racionalidad, la racionalidad es libertad, y la libertad es dominio de los propios actos". Consecuentemente, el vértice de la perfección humana no es el intelecto, sino la voluntad. Y la bienaventuranza no se encuentra tanto en el conocimiento de Dios, sino, sobre todo, en el amor de Dios.

3.2. Ética franciscana

El propósito de la ética franciscana, representada por el pensamiento de Duns Scoto, es armonizar los derechos de Dios con los derechos humanos: defender, no sólo la contingencia de la persona humana, sino también su dignidad. Las principales cuestiones éticas se resumen en la norma moral y la ley moral.

a) Norma moral (lex aeterna)

Es premisa de la norma moral que cada acto moral debe fundarse en una norma moral que sea su fundamento: Dios, que creó la naturaleza con sus estructuras y sus leyes. Y en Dios encontramos inteligencia y voluntad. Pues el bien y el mal forman parte de la voluntad de Dios. En síntesis, "Dios no quiere las cosas por ser buenas, sino que ellas son buenas porque Dios las quiere y las ama".

b) Ley moral (lex naturalis)

La norma moral (lex aeterna) se manifiesta a través de la ley natural, en sentido absoluto y en sentido relativo. En sentido absoluto, son los principios prácticos evidentes: la norma expresada en los tres primeros mandamientos es la única "natural". Los demás mandamientos, aunque desde el punto de vista práctico tengan la misma obligatoriedad, no tienen la misma fuerza, porque Dios podría cambiarlos. Pues, "como sólo existe un único precepto de la ley natural ‑la obediencia a Dios‑ también sólo existe un único acto verdaderamente bueno para su sujeto ‑el amor a Dios‑ (...). El amor a Dios es la condición del amor al prójimo y a sí mismo, y proporciona la regla y la medida de cualquier otro amor".

c) Creación y creaturas

San Buenaventura (1221‑1274), en referencia a la creación del mundo, afirma: "todo el mundo fue llevado al ser en el tiempo, a partir de la nada, por un primer Principio, único y supremo, cuya potencia, aun siendo infinita, dispuso todas las cosas con un determinado peso, número y medida"14. Es decir, en el tiempo: para excluir la eternidad del mundo; de la nada: para excluir el principio materialista; por un principio único: para excluir la pluralidad de principios, como afirmaban los maniqueos; único y soberano: para afirmar que Dios creó a todas las criaturas; con determinado peso, número y medida: para afirmar que la creatura es efecto de la Trinidad creadora.

El orden perfecto y el fin de las cosas creadas encuentran su razón en un Principio primero, Dios creador, que es el fin último de todas las creaturas y el perfectísimo para ser el complemento de toda la creación: en el principio primero y perfectísimo se encuentra el principio y el fin de todo. Y el Principio primero y perfectísimo es omnipotente, sabio y benevolente. Por cuanto la creación divina del mundo se da por triple operación: la creación, que corresponde a la omnipotencia; la distinción, que corresponde a la sabiduría; y la ornamentación, que corresponde a la bondades.

En la visión medieval, el cosmos es totalmente dependiente de la acción creadora de Dios. En la visión tomista, según la tesis aristotélica del motor inmóvil, Dios "mueve" la naturaleza. Al paso que, en San Buenaventura, Dios "completa" a la naturaleza, en cuanto naturaleza. Y defiende esta afirmación por medio de la tesis de las "rationes seminales": "Dios puso en la materia los gérmenes de aquello que surgirá en la naturaleza, y que la acción de las causas segundas se limita a desarrollar aquello que Dios sembró".

Consecuentemente, es una visión que supera la concepción aristotélica de mundo: un mundo sin Dios o un Dios como motor inmóvil, impersonal, sin amor y sin ternura. En san Buenaventura, el "mundo se presenta como un tablero de señales (huella, vestigio, imagen y semejanza de Dios), de otra manera, un templo sagrado, donde se anuncia el misterio de Dios"". Y por su doctrina del "ejemplarismo", en Dios se encuentran las ideas, los modelos, las semejanzas de las cosas, desde las más simples a las más elevadas, las cosas son libremente creadas y deseadas: "Dios es un artista que crea aquello que concibe".

3.4. Hombre y mundo

La antropología franciscana está directamente vinculada con la visión de mundo: valoración positiva y tierna de la creación. El mundo, como expresión de la Trinidad, creado en tres grados y de tres modos: "El modo del vestigio, de la imagen y de la semejanza. El vestigio es el de las creaturas irracionales, la imagen es la de las creaturas intelectuales, y la semejanza es la de las creaturas deiformes (...). Es necesario que el hombre, para alcanzar su destino, proceda a través de estos peldaños, partiendo del mundo corpóreo, que está fuera de nosotros, entrando en el espíritu, que es imagen de Dios, y caminando hacia la realidad eterna, que nos trasciende. Y la especulación se convierte así en un "itinerarium mentis in Deum", esto es, un viaje místico en dirección de Dios".

El mismo san Buenaventura escribe con toda su ternura franciscana, la relación del hombre con la naturaleza para llegar a Dios: "Quien no se ilumina con el esplendor de cosas tan grandes como las cosas creadas; quien, con todas esas cosas, no alaba a Dios, es mudo; quien, a partir de indicios tan evidentes, no dirige la mente al primer Principio, es un atolondrado"20. De esta manera, el franciscanismo no separa, sino que distingue a Dios del mundo, para que el mundo no sea, paradójicamente, ni divinizado ni desmitizado, profanado y deshumanizado. Puesto que existe una relación íntima y profunda entre el carácter sagrado del mundo y el camino de perfección del hombre, inserto en el mundo. Tal como existe el compromiso del hombre con el propio mundo. Y continúa san Buenaventura: "Abre tus labios e impulsa a tu corazón a exaltar y honrar a Dios en todas las creaturas, para que no suceda que el mundo entero se rebele contra ti. En efecto, precisamente por eso, el mundo se defenderá de los insensatos".

En otras palabras, es misión y responsabilidad del hombre, defender, cuidar y respetar a la naturaleza, para que haya una convivencia armoniosa y pacífica. De lo contrario, la naturaleza se volverá contra el mismo agresor, únicamente el hombre. De acuerdo con la visión franciscana, el hombre debe considerar el mundo, no sólo como una realidad profana, sino sagrada, que requiere relaciones fraternas y justas. Y consecuentemente, actitudes de respeto, equilibrio y promoción.

3.5. Antropología franciscana

El pensamiento franciscano defiende la tesis de que Dios creó al hombre con dos naturalezas distintas ‑cuerpo y alma‑ que forman una única persona. Duns Scoto confirma esta premisa al aceptar las dos formas del compuesto humano: la forma de corporeidad, que da forma al cuerpo, y la forma intelectiva del alma. Estas dos formas, distintas entre sí, determinan al hombre. La unidad interna de la persona humana constituye un fundamento real, y la superioridad de la forma superior del alma a la forma del cuerpo. Según san Buenaventura, el alma "es una forma dotada de ser, de vida, de inteligencia y usando de libertad. Como forma dotada de ser, no procede de sí misma, ni de la naturaleza divina, sino que, por la creación, fue llevada por Dios de la nada al ser. Como forma dotada de vida, posee la vida, no en función de una naturaleza extrínseca, sino por sí misma, y no la vida mortal, sino la vida eterna. Como forma dotada de inteligencia, entiende no sólo la esencia creada, sino también la "esencia creadora", a cuya imagen fue hecha por la memoria, la inteligencia y la voluntad. Como forma dotada de libertad, está siempre libre de coacción (...). Esta libertad de coacción no es más que una facultad de la voluntad y de la razón, que son las principales potencias del alma".

Acto seguido, viene la tesis en relación con el cuerpo. "El cuerpo del primer hombre fue sacado del lodo de la tierra de tal manera que quedó sujeto al alma, siéndole proporcional a su modo. Proporcional en cuanto a igualdad de complejidad, en cuanto a belleza y variedad de organización y en cuanto a posición erecta; sujeto a obedecer sin rebeldía, para propagar y ser propagado sin lujuria, para nutrirse sin defección, para ser inmutable y del todo incorruptible, por no intervenir la muerte. Para lo cual le fue dado el paraíso terrestre como morada tranquila. La mujer fue formada del costado del varón, como compañera y auxiliar para la propagación sin mácula. Le fue dado también el árbol de la vida para su nutrición continua y para su perfecta inmutabilidad en el final de la existencia, por la inmortalidad eterna".

Según san Buenaventura, el hombre "fue dotado de un doble sentido: interior y exterior, de la mente y de la carne. Fue dotado de un doble movimiento: el imperativo de la voluntad y el ejecutivo del cuerpo. Le fue concedido un doble bien: uno visible y otro invisible. Se le impuso un doble precepto: natural y disciplinar (...). Le fue dado un cuádruple auxilio: el de la ciencia, el de la conciencia, el de la sindéresis y el de la gracia".

En síntesis, san Buenaventura afirma la unidad sustancial de la materia y de la forma, que componen cada ser. Por cuanto cada ser es uno. En el hombre, el alma y el cuerpo son sustancias incompletas. Cuerpo y alma, en su sustancia, son compuestos de materia y forma. Por tanto, en el hombre se verifica una pluralidad de formas (forma del alma y forma del cuerpo); coordinadas, sin embargo, por la forma superior, el alma. Y el fin del hombre es la bienaventuranza junto a Dios, que consiste en la satisfacción de la voluntad. Así, en Dios, se concluye el ciclo iniciado con la creaciónz6.

II. CONTRIBUCIÓN DE LA FILOSOFÍA FRANCISCANA A LA JUSTICIA, LA PAZ Y LA ECOLOGÍA

1. Comprensión ética del hombre

La comprensión ética del hombre tiene múltiples variables, en conformidad con las corrientes filosóficas y las doctrinas religiosas. En la visión de Rousseau (1712‑1778), la naturaleza humana es buena y la sociedad la corrompe. En la misma dirección va el taoísmo, con Lao‑Tsé (604‑551 aC): la naturaleza humana es buena, y la educación la corrompe. Y para Confucio (551‑479 aC), el hombre superior comprende la sabiduría de la vida; el hombre inferior comprende el lucro. Con todo, para Hobbes (1588‑1679), la persona humana nace mala y la sociedad la hace buena. Pues el hombre es un lobo para el hombre. En la misma perspectiva pensaban los legistas chinos del siglo IV aC: la naturaleza humana es mala, y sólo por la fuerza puede ser subyugada. Según Sun‑Tsé (siglo IV aC), la naturaleza humana es mala, y necesita educación. En opinión de Mencio (371298 aC), la naturaleza humana es buena, y debe ser perfeccionada por la educación. Para Locke (1632‑1704), la persona humana nace como "tabla rasa": ni buena ni mala. Y esta es la advertencia de Jesús: "Yo os envío como ovejas en medio de los lobos; sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Cuidado con los hombres" (Mt 10, 16‑17). Por fin, Francisco de Asís no parte del juicio moral del hombre. No parte del corazón del hombre; sino que comprende al hombre a partir de su condición de creatura, que le confiere el estatuto de hermano de todas las creaturas. Es lo que veremos en los tópicos siguientes.

2. Comprensión franciscana del hombre

La arqueología viva del franciscanismo la encontramos en la experiencia viva de Francisco de Asís y de la fraternidad primitiva, que determina y condiciona el contenido y la expresión del pensamiento franciscano. En los pocos escritos de san Francisco, especialmente en las Admoniciones, podemos leer e interpretar su actitud fundamental, su comprensión de la persona humana y, consecuentemente, las relaciones y los elementos fundamentales de justicia, paz y ecología.

Su modelo antropológico es el Hijo de Dios Encarnado, en una obediencia radical al Padre, que se hizo hijo y menor, necesitado e indigente para amar y servir: elemento iluminador de la Orden de los Hermanos Menores. Dios es el Señor, el Absoluto, y el hombre no puede ser propietario absolutamente de nada. Sólo debe hacer uso de las cosas, prestadas por la bondad y providencia de Dios.

En sus escritos, Francisco centra la idea antropológica en la filiación divina y en la minoridad humana. Así se expresa: "Considera, oh hombre, a qué excelencia te elevó el Señor, creándote y formándote según el cuerpo, según la imagen de su Hijo amado y, según el espíritu, a su propia semejanza. Entretanto, las creaturas todas que están debajo del cielo, a su modo, sirven y conocen y obedecen a su Creador mejor que tú (...). ¿De qué puedes gloriarte, entonces? (...). Pero de una sola cosa podemos gloriarnos: de nuestras flaquezas (2 Cor 12, 5), y cargar cada día la santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo"27.

La "excelencia" del hombre pertenece a Dios, y se manifiesta por la creación: creado más elevado que las demás creaturas. "Lo coronaste de gloria y esplendor; le diste el mando sobre las obras de tus manos" (Sal 8, 6‑7). Hecho, por la corporeidad, a imagen de Jesucristo, y por el espíritu, hecho semejante a Dios. E, igualmente, redimido por Jesús. Al mismo tiempo, por la creaturidad, el hombre es hermano de todas las creaturas, que "a su modo, sirven y conocen y obedecen a su Creador". Y más, la expresión máxima de la fraternidad cósmica franciscana la encontramos en el Cántico de las Creaturas y en la propia vida y experiencia diaria de Francisco de Asís.

Y la "minoridad" del hombre, que se revela en la miserabilidad y en el tejido de la maleza humana, pertenece al propio hombre. El humanismo franciscano, más que una doctrina o sistema de pensamiento o una estructura y organización socio‑política es una comprensión de la vida, un estilo de vida, un comportamiento y un modo de tratar y de comprender al mundo, a todos los seres y a los otros. En verdad, es un humanismo real, que destaca las relaciones interpersonales del hombre con todas las personas humanas, consideradas fundamentalmente como personas, creadas por Dios y redimidas por jesucristo: es la fraternidad universal. Y destaca las relaciones fraternas del hombre con todos los seres y entes, considerados fundamentalmente creaturas, y la fraternidad cósmica.

La comprensión franciscana del mundo y del hombre va más allá de las relaciones con los seres y entes en el sentido estético, romántico y político. Sobrepasa igualmente al racionalismo y al discurso ideológico y ontológico. Por encima de todo, la visión franciscana de la vida es una experiencia fraterna de la vida y de la existencia personal y comunitaria frente a los hombres, los seres, las cosas, frente a los acontecimientos y frente a Dios. Es una relación cara a cara, inmediata ‑y concreta. Es una forma real e iluminada de vivir y convivir. Es un modo vital de realizar la paz, la justicia y la ecología, como experiencia y como perspectiva, como cultura y como utopía.

"La relación franciscana con el tú, con la comunidad, con Dios, con la historia y con la naturaleza no se reduce a una bella expresión y explicación fenomenológica (...), sino que tiene una connotación mística de participación". Pues el pensamiento franciscano brota de una experiencia personal y comunitaria con Dios y con el mundo. Con Dios, que se revela como Absoluto y Señor, como Bien y Sumo Bien, en el orden de la vida, de la acción, de la contemplación y de la reflexión.

Y con el mundo, en el orden de la fraternidad cósmica universal.

3. El mundo, la gran casa paterna

Francisco de Asís no es un simple defensor y promotor de la naturaleza para buscar en ella ventajas, intereses y utilidades. El espíritu franciscano sobrepasa la defensa de la ecología, porque interesa ala salud, y su destrucción es una amenaza al futuro de la humanidad. Esta visión está centrada en el hombre y a partir del hombre, con sus intereses, su romanticismo poético y sus discursos ideológicos. Esta bandera ecológica se expresa como "ecologismo".

Por su parte, el pensamiento franciscano acoge al universo, al mundo y a la naturaleza, y a todo le da sentido y valor. Específicamente acoge al mundo como la gran casa paterna, donde el hombre tiene su morada y realiza su experiencia, no ontológica de Parménides (s. VI‑V aC): "El ser es y el no ser no es" (Frag. 2); sino la experiencia fraterna, antropológica, ética y ecológica: todos son hermanos de todos y el no ser también es y debe ser rescatado a partir de la comprensión fraterna. Consecuentemente, el mundo es el lugar privilegiado donde el hombre realiza su encuentro vital y cordial con todos los seres y entes, como perfección de cada perfección. Y no en la visión de Protágoras (490‑410 aC), en que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son" (Frag. 1). Pensamiento que iluminó la visión piramidal de los reinos (animal, vegetal y mineral), y que desagua en la racionalidad del hombre al autoprociamarse "rey de la naturaleza".

En la visión franciscana, Dios es creador universal y el hombre es el mediador igualmente universal, en el sentido de que recibe la misión de cuidar, perfeccionar y administrar el mundo con justicia, en nombre del Gran Otro, el Todo Bien y Sumo Bien. Por cuanto, el hombre es administrador, mayordomo, servidor y guardián del mundo. Pues, en nombre del Otro Absoluto, del Señor, Creador y Providencia debe gobernar el mundo con fidelidad, justicia y respeto. En verdad, el mundo es la morada del hombre y en ella debe vivir y convivir como en su casa.

4. El trabajo humano en la visión franciscana

Ciertamente, el trabajo humano y el mundo del trabajo se constituyen como fuente de justicia, paz y ecología. Pero, paradojalmente, también se revelan fuente de explotación, opresión, empobrecimiento, división, y donde aparece la primacía del lucro; de la opulencia y del dominio sobre la participación, la equidad y el respeto. La sociedad opulenta desvirtúa el mundo del trabajo y privilegia los antagonismos y las rivalidades, donde el otro es mi competidor y es preciso vencerlo; donde la naturaleza es un obstáculo, y es necesario dominarla.

Aunque en el pensamiento franciscano no encontramos una teoría tematizada sobre el trabajo humano, sí encontramos una actitud vivida, con características fraternas, sobre el modo de trabajar y sobre la participación de los frutos del trabajo, eliminando la división del trabajo, la división de las personas que trabajan y la concentración de los frutos del trabajo. Por otro lado, para Francisco de Asís, el autosustento de cada día y el trabajo manual eran criterios fundamentales para pertenecer a la Fraternidad. "En cierto lugar había un hermano que nunca iba a mendigar, pero era asiduo a la mesa. Viendo que era comilón, participaba de los frutos, pero no del trabajo, le dijo una vez: `sigue tu camino, hermano mosca, porque quieres comer el sudor de tus hermanos y permaneces ocioso en el trabajo de Dios' (...). Cuando ese hombre carnal vio que su glotonería había sido descubierta, volvió al mundo que nunca debería haber dejado".

La experiencia franciscana busca superar el carácter cultural y moralizante del trabajo de la visión greco‑romana, con repercusión hasta nuestros días: "tripalium", tarea inhumana del trabajo manual reservado a los esclavos y a los bárbaros; y el "otium" o "labor", toda ocupación como expresión de humanidad y libertad. Y Francisco de Asís fundamenta la Fraternidad también en el modo de trabajar y servir. "Y los hermanos que puedan trabajar, trabajen; ejerciendo la profesión que aprendieron, siempre que no vaya contra el bien de su alma y la puedan ejercitar honestamente.

Con mayor precisión encontramos las orientaciones de Francisco de Asís para sus hermanos en la Regla: "Los hermanos a quienes el Señor dio la gracia de trabajar, trabajen con fidelidad y devoción, de manera que eviten la ociosidad, que es enemiga del alma, y no pierdan el espíritu de oración y devoción, al cual todas las cosas temporales deben servir. En cuanto a la paga por el trabajo, reciban lo necesario para el cuerpo, tanto para sí mismo como para sus hermanos, excepto dinero de cualquier especie; y háganlo con humildad, como conviene a los servidores de Dios y seguidores de la muy alta pobreza". Y en su Testamento, Francisco escribe: "Y yo trabajaba con mis manos y quiero trabajar. Y quiero firmemente que todos los demás hermanos trabajen con un trabajo honesto. Y los que no supieran trabajar, aprendan, no por interés de recibir el salario del trabajo, sino por el buen ejemplo y para evitar la ociosidad".

Así, Francisco de Asís y sus compañeros se presentan ante el mundo como trabajadores pobres y sencillos, que ganan el sustento de cada día con el trabajo de sus manos y comparten fraternalmente el fruto del trabajo, evitando la ganancia y eliminando el acaparamiento. Y revelan la dignidad de la persona humana, que vale por lo que es y no por lo que produce. Y traduce las relaciones interpersonales de la vida en la vida de la fraternidad como un medio de colaboración y de autosustento. Y un medio de inserción social en el' mundo del trabajo, especialmente junto a las categorías de trabajadores más pobres. En el caso específico de la experiencia de vida franciscana, un medio de evangelizar por el testimonio y por el ejemplo, participando de la vida y del modo de trabajar de los pobres y marginados, sirviéndolos y contribuyendo a dignificar su vida, lanzados al margen de los sueños y excluidos del acceso a los bienes por ellos producidos.

El trabajo de la fraternidad franciscana significa una vinculación clara y definida con su estatuto de pobre, con los trabajadores y su mundo. Significa dar testimonio de que "el hombre no vive para trabajar, pero no será hombre si no trabaja".

Es claro, para el pensamiento franciscano, el sujeto personal nunca se transforma en objeto ocasional, y mucho menos en objeto de interés productivo. No se cosifica, ni se objetiva, ni se explota a otro por el trabajo. Así, en la visión franciscana, el trabajo no es extraño ni amenazador. Por el contrario, es referencia y relación, porque trata al trabajador, no como una mercadería productiva e interesada, sino como persona humana. Y como él se inserta en el mundo del trabajo y se le revela cara a cara, revelando el rostro sufriente y redentor de Cristo.

Afirma Merino: "El trabajo en el franciscanismo es gracia, don, posibilidad de una manera directa de vincularse con la naturaleza, para ayudar al otro y para fomentar profundas relaciones interpersonales. En oposición al trabajo obsesivo, monótono, repetitivo y deshumanizante, el trabajo, para el franciscano, debe ser personal, humanizante y alegre". Con otras palabras, vivir aquí y ahora lo que parecería estar más allá del tiempo humano y del lugar cultural.

CONCLUSION

La justicia, la paz y la ecología no son sólo banderas levantadas por la fuerza de las diversas ideologías. La justicia es el propio hombre. La paz es el propio hombre. Y la ecología es el propio hombre, fraternalmente inserto en el mismo cuerpo y en la misma alma del mundo y del cosmos.

En la visión franciscana, la lucha por la justicia, por la paz y por la ecología no es sólo un compromiso "ad extra", sólo hacia afuera: cambio de las estructuras e instituciones que no promueven la paz, que no defienden la justicia y que no priorizan la ecología. Por encima de todo, es un compromiso "ad intra", un cambio del corazón: las estructuras y las instituciones serán justas si el hombre es justo. Sólo a partir de su corazón el hombre será portador de paz, constructor de justicia y promotor de ecología. Es una cuestión de mentalidad, y no sólo de cultura, de política y de estructura. Porque el hombre puede ser justo y honesto en una estructura, en una sociedad y en una cultura opresoras. Como puede ser corrompido y opresor en una institución liberadora. Dicho de otra manera, la defensa y la promoción de la justicia, de la paz y de la ecología no es sólo una gestión política, estructural, económica e institucional. Por sobre todo, es una decisión personal, un compromiso comunitario y un cambio de los criterios que fundamentan la mentalidad y que justifican las actitudes personales frente a los desafíos liberadores.

Es una opción personal por criterios que fundamentan la vida a partir de la dignidad del hombre, en la dimensión de creaturidad y de fraternidad. Y es un compromiso comunitario y político. Pues el clamor por la justicia revela la desvalorización de la vida humana y de su dignidad, encontrada en las dramáticas situaciones de miseria, hambre, desnutrición, abandono, racismo, etc. Al mismo tiempo, es un desafío urgente para construir la justicia a partir de los criterios de valoración de la persona humana en su totalidad de persona. A su vez, el tema de la paz se concentra en el peligro siempre inminente, como espada de Damocles, de la destrucción nuclear de la tierra y en el compromiso de la limitación y eliminación de las armas estratégicas. Sin embargo, la paz es más que ausencia de guerras y armas. Paz, necesariamente, implica justicia: formas fraternas de convivencia, prioridad de la persona sobre el capital y el lucro, prioridad del servicio civil sobre el servicio militar. Al igual que en la no aceptación del terrorismo como instrumento político, de la violencia como recurso para la justicia. En fin, la eliminación de los conflictos de gran intensidad (guerras extensas, conflictos generalizados) y de los conflictos de baja intensidad (conflictos localizados, escuadrones de exterminio, violencia urbana). En verdad, paz, significa, fundamentalmente, vida plena.

Y el tema ecología atañe a toda forma de defensa de la vida humana y del mundo. La defensa de los seres y de los entes. La defensa del mundo y del cosmos. La defensa de la gran morada fraterna para todos, donde no haya vencedores ni vencidos, reinos superiores y reinos inferiores, dominadores y dominados, racionales e irracionales, lógica de la vida y lógica de la muerte. Y sí creaturas diferentes, respetuosas y reverentes con su Creador. Así también la ecología busca apoyo en la ética para iluminar los avances y las conquistas científicas, tecnológicas, genéticas, nucleares y espaciales. En fin, además de señalar los crímenes contra la ecología, se hace necesario denunciar a los criminales. Y, pedagógicamente, es necesario formar desde la infancia hombres y mujeres de buena voluntad, para reorganizar y revitalizar el mundo, la casa grande, todos los seres y entes.

Así, la defensa de la justicia, paz y ecología no será sólo una bandera que se pueda o no levantar, sino algo constitutivo del carisma franciscano, que determina el modo de vida.