DISCURSO DESDE LA SUMA DE SANTO TOMAS
(Segunda Parte. Capitulo XIII)
LA VIRTUD DE LA JUSTICIA CON LA ORACIÓN
Por Jesús Martí Ballester

Es la especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es Maestra indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a Santo Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un singular don de lágrimas, dejó de escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que había escrito le parecía paja.

La religión es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que puede y lo ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo Tomás: " Ya dijo Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto por medio de la súplica. En este sentido interpreto la oración, tal como la entendía san Agustín, cuando dijo que "la oración es una cierta petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios de lo que nos conviene"(2-2, 88, 1).

Al pedir a Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su poder, y ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión. Podemos y debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede dar, pero también bienes temporales, como medios para servirle mejor, considerándolos como añadiduras.

CLASES DE ORACION

Hay clases de oración: Pública, la que se hace en nombre de la Iglesia; privada la que se hace en nombre propio; vocal y mental, según se exteriorice o permanezca en lo interior. La mental es discursiva, o intuitiva y contemplativa.

Hay oración latréutica, que reconoce la excelencia de Dios, y se le somete; eucarística, que le da gracias; impetratoria, de petición; propiciatoria, que pide el perdón de los pecados.

La oración es necesaria con necesidad de medio y de precepto. Dice san Agustín y lo cita Trento: "Dios no manda imposibles; y al mandarnos algo nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos". Y san Alfonso de Ligorio: "El que ora se salva, y el que no ora se condena".

LA PALABRA DE DIOS

Ha dicho Jesús: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá" (Mt 7,7). La razón teológica prueba la eficacia de la oración por la fidelidad de Dios a sus promesas, y es infalible, cuando se piden para sí mismo, con humildad, piedad y perseverancia, cosas necesarias para la salvación. Jesús nos ha dicho constantemente que oremos. El evangelio no tiene sentido si se borra de él la oración. Todos recuerdan las  parábolas del amigo importuno (Lc 11, 5) y de la viuda molesta (Lc 18, 1).

El que ora así, obtiene siempre lo que pide, porque esa oración, como toda obra buena, tiene a Dios por inspirador y causa primera, que nos impulsa a pedirle porque nos lo quiere conceder. También la oración del pecador es escuchada por Dios, cuando busca o desea un bien que conduce a la gracia y a la gloria, e incluso el cumplimiento de sus justas aspiraciones naturales. La desertización en la Iglesia y las hecatombes del mundo tienen su causa no menor en el abandono de la oración. Sin oración no hay renovación ni vida. Hay que orar siempre sin desanimarse.

Dice el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios" (GS, 19). Usa las mismas palabras con que la Doctora Mística define la oración: "Tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama". No le cabe al hombre excelencia mayor que poder sostener un diálogo con Dios, su Creador que, por la revelación de Jesús, sabemos que, además, es nuestro Padre.

Diálogo que el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San Lucas: "Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..." Y al final de la parábola, dice Jesús: ¿pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, si ellos le gritan día y noche? (18,1). Y termina con un lamento: "pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?"

PODER Y DERECHO DE HABLAR CON DIOS

Podemos establecer dos principios:

1) El hombre puede hablar con Dios;

2) El hombre tiene derecho de hablar con Dios.

Puede hablar con Dios como ningún otro ser de la creación, porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; el libro del Génesis nos presenta a Adán, tras el pecado, como quien ha roto el diálogo con Dios, avergonzado de sí mismo, como si su conciencia intranquila quisiera que Dios no existiera, porque le tiene miedo. Esta es una de las raíces inconscientes del ateísmo. El pecado ha sido la causa de que Adán renunciara al derecho de hablar con Dios.

Pero Dios busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia al diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?" En su antropomorfismo, el autor sagrado describe a Dios  antes del pecado de los primeros padres, paseando por el jardín y, por tanto, dialogando con ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron entre los árboles del jardín para que el Señor Dios no los viera" (3, 8 ss).

SOMOS INDIGENTES

Tenemos la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero es que también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada. Esto que es así física, metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos frustrarlo usando mal nuestra libertad que anhela la independencia; que busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5). Todos los árboles del bosque de la parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir del sol. Y le declararon la guerra. Sus hojas permanecerían cerradas y las corolas de sus flores no se abrirían. Fue su sentencia de muerte. Su suicidio.

UN DIOS A NUESTRA IMAGEN

Como los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica o prácticamente. Unos, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco, gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nietzzsche: "Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien, porque el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado un "dios menor", que casi es el título de un película reciente. Otros, porque pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La técnica les soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a Dios?

El significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"

 Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, cae en el vacío, no sirve para nada. Más todavía: El concepto más puro de oración no es pedir, sino dar, ofrecer; alabar, glorificar, bendecir, santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a recuperar fuerzas y salud, que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se consume y se agota la lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración.

Es imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin oxigeno; y ¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar adelante con fruto, su misión de evangelizador?

CRISIS DE LA CULTURA

En un curso sobre Dios celebrado en El Escorial, se han deducido dos conclusiones: 1) "El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de nuestra cultura". 2) "Nuestra época se caracteriza por un gran vacío y un acusado individualismo". Hay que saber estar atento a lo que cursos así tienen de positivo porque, junto con el análisis que hacen de la realidad, pueden ofrecer pistas para la reconstrucción.

Que se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún secreto. Lo estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde hace varios siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos todo, la ciencia y la técnica creen que pueden dominar todos los acontecimientos, encontrar solución para todas las situaciones, orientar los problemas biológicos, humanos, políticos, sociales y económicos, según los deseos del propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego todas las posibilidades de los poderes intramundanos, y esto hace que los hombres de nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el recurso al Autor de la Creación, Conservador de la misma y Padre Nuestro de los cielos. "El olvido de Dios" está pues, en la raiz de la profunda crisis de nuestra cultura.

SIN DIOS NO HAY MANDAMIENTOS

Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan también anulados los preceptos que, para nuestro bien El legisló, y de esta manera, no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra época. Que el ritmo frenético de la actividad y de la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración.

SE FALLA DESDE LA PROPIA IGLESIA (CARDENAL ROUCO)

“Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua. Nos debe llevar a la oración. De lo contrario ha dicho el Cardenal Rouco, el hombre de hoy estará «más preocupado por la satisfacción física que por la salvación las almas», que en ocasiones se alienta «desde la propia Iglesia». En una conferencia sobre salvación del alma "pronunciada en cursos de verano de El Escorial, el Arzobispo de Madrid se atrevió a criticar el «reduccionismo" que a su juicio se le da al concepto de «salvación de las al­mas» que está «en la base de todo cris­tiano". Alertó del «olvido» y la «trivialización que el hombre contemporáneo ha realizado de esta ca­tegoría del creyente, «más preocupado por la satisfacción física, por la muer­te física, que por la salvación de las al­mas». Un olvido que en ocasiones se alienta «desde la propia Iglesia”.

¿SALVACIÓN DEL ALMA O DEL CUERPO?

«Probablemente los jóvenes no hayan escuchado nunca hablar de la salvación del alma en las homilías de sus sacerdotes», criticó Rouco, quien se preguntó «cómo se puede ayudar al ser humano si se pierde el concepto de la salvación del alma». Hablar de la salvación del alma, suena ahora a lenguaje medieval, digo yo, pero ahora soy yo el que me pregunto: ¿Cuántas homilías o artículos encontramos en que se hable del cielo, de la gloria celeste, de los goces, alegría y fruiciones plenas y totales del hombre vocacionado a la felicidad sin fin? ¿No se queda casi siempre todo en la esfera terrestre como si la trascendencia ya no contara, o quedara para algún superdotado? ¿No semeja esto una claudicación para no resultar desfasados o fuera de tono y para no perder el tren?

A juicio del cardenal, «está muy bien buscar el bien social, las acciones bené­ficas, aunque si sólo hay que preocupar­se por la vida física, ¿dónde está la res­ponsabilidad moral, que trasciende es­te mundo?". "La Iglesia desaparece cuando grupos, comunidades y perso­nas se despreocupan de su misión prin­cipal: la salvación de las almas". «Perder esta conciencia moral lleva a promover activismos, que estén preocupados por el impacto social de sus obras, lo que puede llevar a una trivialización de la existencia del espíritu cristiano, vaciándolo del espíritu contemplativo». De este mo­do, se llegaría a «una relativización de la ética, de la raíz de Dios». Para el car­denal, es necesario comprender la relación entre alma y corazón, y luego con el cuerpo, exponiendo que la vi­da eterna y la vida temporal no se ex­cluyen, sino que se incluyen y comple­mentan. La salvación es de todo el hom­bre, pero en él es decisiva el alma. Si no parte del alma, no habrá salída para el hombre".

Por ello, y pese a que recientes encuestas hablan de un fuerte descenso en la vida de oración, el cardenal Rouco pidió volver a cultivar la vida interior, poniendo como ejemplo los miles de jóvenes que estos días peregrinan a Santiago «en un esfuerzo físico, pero sobre todo, espiritual». El hombre no se salva con un marco de ética mínima y exigió a los católicos «una fórmula de vida que trate de responder al mandato de Dios de amar al ciento por ciento, asumiendo el ideal de la santidad.