EL
CUSTODIO DEL REDENTOR
(Comentarios a la Suma Teológica de Santo Tomas de
Aquino)
Por Jesús Martí Ballester
Los
teólogos han tardado muchos siglos en caer en la cuenta de la figura ingente de
san José. Absorbidos y preocupados por las controversias, en sus estudios
trinitarios, cristo y mariologuillos, apenas repararon en el papel excepcional
del humilde carpintero de Anisarte: "Nunca --escribe Marcelino Llamera en
el prólogo a la "Teología de san José" de su hermano Bonifacio--
las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el
caso de san José. La especulación católica, entretenida con Jesús y María,
tardó mucho en reparar en el humilde Patriarca. Era ya el siglo XVI, y en los
conventitos teresianos se sabía más de san José que en las aulas de Salamanca
y de Alcalá. Santa Teresa sabía más de san José que Báñez. Pero, al fin,
ha de ser Báñez quien dé la razón a santa Teresa para que se reconozca que
la tiene. Una vez pregunté a una viejecita excepcionalmente devota del santo
Patriarca por qué lo era tanto, y me contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño
en sus brazos?".
DOCTRINA DE SANTO TOMAS
Es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que la
ha producido más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y
María, se ha aproximado más a Dios que San José, pues, en la cuestión 29 de
la 3ª parte de la Suma Teológica sostiene que, por su predestinación a esposo
de María, entre María y José hubo verdadero matrimonio, siguiendo a San Juan
Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y a san Ambrosio, y como Padre virginal
de Jesús, en virtud de la cual será él quien le imponga el nombre designado
por el ángel, la santidad de san José excede a la de todas las criaturas
humanas y angélicas. En efecto, como esposo de María y padre virginal de Jesús,
su intimidad con María y con Jesús, le hace vivir envuelto en sacramento
permanente de Dios. Conviviendo pues, con el autor de la gracia y con la llena
de gracia, ¿hasta dónde alcanzará la gracia, al que, habiendo sido elegido
para esposo y padre de las dos criaturas más amadas del Padre celeste, debe
también haber recibido los dones que eran requeridos por esa misión delicada y
excelsa?
COOPERACION DE SAN JOSE AL ORDEN HIPOSTÁTICO
San José cooperó a la constitución del orden hipostático de modo verdadero y
singular, aunque extrínseco, moral y mediato; y su cooperación a la conservación
de la unión hipostática, fue directa, inmediata y necesaria, y pertenece al
orden de la unión hipostática, no físicamente como la Madre de Dios, pero sí
moral y jurídicamente, afirma Bover. Graciosa y plásticamente, el fecundo
autor de las alegorías, san Francisco de Sales, comenta: Si una paloma deja
caer un dátil en el jardín de san José, y nace una palmera, ¿acaso ésta no
pertenece a san José, cuyo es el jardín? El Redentor es realmente de su padre
virginal por derecho de accesión. Es una lástima que el Catecismo de la IC no
dedique ni un solo párrafo a san José, habiendo sido tan ensalzado por Juan
Pablo II en la Exhortación, dedicada al Santo Patriarca, en el centenario de la
Encíclica de León XIII "Quamquam pluries".
LA "REDEMPTORIS CUSTOS" DE JUAN PABLO II
La doctrina más reciente sobre San José es la de Juan Pablo II, en su
Exhortación Apostólica "Redemptoris Bustos" de 15 de agosto 1989,
que hace derivar toda la grandeza de san José del evangelio de MT 1, 20:
"José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". En
estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José.
Admirables debieron de ser las virtudes escondidas del padre de Jesús, la
humildad y la obediencia, testificada en las palabras del evangelio: "José
hizo lo que el ángel le había mandado y tomó consigo a su mujer" (Vi
24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo,
que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Admirable disponibilidad, y
entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su paternidad, para
que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad nueva,
también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la
santidad a toda la tierra.
INTIMIDAD DE SAN JOSÉ CON MARÍA Y CON JESÚS
"Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el
amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien
toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef. 3,15) (RQ 8).
Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la
ternura, la atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas
criaturas inefablemente amadas. Misterios de la Circuncisión, con José
cumpliendo su derecho y su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús";
de la presentación en el templo: "Su padre y su madre estaban admirados de
lo que se decía de El" (LC 2,30); de la huida a Egipto: "Toma al Niño
y a su Madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo: "Tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando" (LC 2,48). "Jesús era, según se
creía, hijo de José" (LC 3,23). En realidad así se pensaba en su entorno
social. El misterio de la vida oculta de Anisarte, donde José ve crecer al Niño
en edad, en sabiduría y en gracia. El misterio del cuidado de Jesús, criarle,
alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle. Y viendo cómo ese niño,
que es su hijo, que es su Dios, y cómo su esposa, más santa que él, le
obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y
juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y
juntos redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor! Juan Pablo II, en la
"Redemptoris Bustos", al señalar el clima de profunda contemplación
en que vivía San José, dice: "Esto explica por qué Santa Teresa de Jesús,
la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación
del culto a San José en la cristiandad occidental".
MARÍA Y JOSÉ
Jesús es hijo de David, porque José, su padre legal y María, su madre, son
descendientes del rey David: "Ve y dile a mi siervo David: Estableceré
después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas y consolidaré
tu reino" (2 SAM 7,4). Como María recibió una anunciación por la cual se
le notificaba que iba a ser Madre de Dios, José también tuvo su anunciación
en la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del Hijo de Dios, e hijo
de María, su esposa, a quienes tendrá que cuidar, alimentar, proteger,
defender, con quienes convivirá y acompañará. En el momento más amargo de su
vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel:
"José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque El salvará al pueblo de sus
pecados" MT 1,16. Al ser la imposición del nombre derecho del padre, el ángel
está afirmando la paternidad de José. Sin esperarlo, se ve inmerso en la
familia trinitaria. Como Abraham, a quien se le pidió el sacrificio de su hijo,
José estaba dispuesto a dejar a su esposa María, que era como morir en vida:
"Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos, y llama a la
existencia lo que no existe, Abraham creyó" (ROM 4,13).
JOSE, UN HOMBRE JOVEN
Aunque la imaginería se empeñó equivocadamente en representarnos a un hombre
anciano para dejar a salvo la virginidad de María, la realidad fue más
hermosa, porque José era un joven fuerte y lleno de vida, que amaba
profundamente a su novia María. Con una gran delicadeza y ternura, y con gran
sentido de responsabilidad, acató por la fe los caminos de Dios. El anuncio de
su vocación le causó una alegría inmensa. Y comprendió la gran confianza que
depositaba el Padre al elegirlo padre de su Hijo, asociándolo al orden hipostático,
y se entregó totalmente a la misión que le confiaba y pondrá todas sus
fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también
gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada,
y sufrirá más por María y el Niño que viene, que por él. Buscará la gruta
para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el
fuego y luz para iluminar la cueva oscura.
DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSE
El será el primero en ver al Hijo de Dios, Niño recién nacido; en oír sus
llantos. Su noble y sensible corazón se sobrecogerá contemplando la pobreza
con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Jesús, como todos los niños,
tiene que aprender a caminar, a hablar, a leer, a recitar los textos de la
Escritura, el "Eccema, Israel", fijándose en los ojos de su padre. Y
después, Egipto. Como Abraham: "Sal de tu tierra y de la casa de tu
padre". Huída rápida para salvar al Niño. Tiene que exiliarse. País
desconocido, lengua extraña, tierra idólatra, sin medios, buscando el modo de
ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería
matar al Niño. Y vuelta a su tierra. Pero al enterarse que en Judea reinaba Árquelas,
hijo de Herodes, creyó que estaría más seguro en Galilea, y se encaminó a
Anisarte. Siempre peregrinando y sin ninguna comodidad. Ve crecer al Niño. Ya
se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. A cortar los
troncos, a trabajar la madera. A coger el martillo. Hace puertas, ensambla yugos
y arados, pule taburetes y encaja ventanas. También trabaja la huerta, y está
al servicio de todos, y a veces tiene que discutir su jornal. Es pobre, pero
justo. Se suda en el pequeño taller.
JOSE, EDUCADOR DE JESÚS
José educa a Jesús, que va creciendo. José le va enseñando la belleza de los
campos, las higueras que apuntan sus brotes en la primavera, las vides con sus pámpanos
y racimos. Le explica la necesidad de la poda para que den uvas, le muestra las
ovejas en el ganado, y las que se escapan, la belleza de los lirios del campo,
la cizaña en el trigo, la semilla sembrada en la tierra, el aspecto del cielo,
si rojo, o azul, si raso o con nubes. El peligro de la tormenta, la gallina y
los polluelos. Lo que después improvisará en sus parábolas y predicación, se
lo enseñó su padre. "Les estaba sujeto". Es decir, no hacía nada
sin contar con sus padres. Con deferencia respetuosa, con sencillez y docilidad.
Jesús ama a su padre. ¡Y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor
con que abrazasteis al Niño Jesús", escribió el Papa León XIII,
expresando el inmenso cariño y ternura de José por su Hijo Jesús. Jesús va a
la sinagoga cogido de la mano de su padre. Jesús ora en familia con José y María.
Dice de su padre Santa Teresa del Niño Jesús, que bastaba verle rezar para
saber cómo rezan los santos. ¡Qué sería ver rezar a José, el más santo de
los santos! La vida de José es una vida de oración y de trabajo, de hogar y de
amor, de austeridad y de pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de
la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer
hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono.
"Proteged a la Iglesia Santa de Dios, la preciosa herencia de
Jesucristo". El Papa Sixto VI decretó en 1480 la fiesta de San José.
OH! JERUSALÉN
"Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de
Pascua. Cuando Jesús tuvo doce años, subieron a la fiesta según la
costumbre" (LC 2,41). La caravana ha partido de la fuente de Anisarte y su
alma de niño ha comenzado a estremecerse al comenzar el viaje. Un muchacho en
Oriente, a su edad, es tan maduro como uno de 16 ó 20 en Occidente. Los caminos
de Jerusalén estaban atestados de gente, que caminaba a pie, o a caballo de
asnos y de camellos. El polvo subía al aire y se esparcía por los campos, por
los olivos verdes, por las alquerías cúbicas. La gente cantaba salmos. Al
borde de los caminos los comerciantes vendían frutas y pan. En las alforjas
sonaban los timbales y los platillos. En una de esas caravanas va Jesús de 12 años.
A los 13 quedará constituido miembro de pleno derecho del pueblo sacerdotal.
Nunca un niño se ha parecido tanto a su madre. Cuanto más iba creciendo, más
se le parecía. Cuando sea un adulto, toda su naturaleza humana reflejada en su
cuerpo, en actitudes, biológicas y espirituales, será el puro espejo de su
Madre. Sólo su cuerpo, sus cromosomas y genes, son los que han formado aquella
naturaleza bella y armoniosa que le hacía el propio retrato de su Madre. Sus
mismos ojos profundos, sus mismas manos. Sus gestos idénticos. Jesús observa
con mirada penetrante. Jerusalén es una ciudad en fiestas. Cuando entra en el
Templo y ve que la sangre de los corderos viene corriendo desde el altar de los
holocaustos, experimenta una inmensa emoción. Aquellos miles de corderos
degollados, le representan a él... ¡Qué momento más intenso! Nunca en la
historia un muchacho ha sentido una conmoción como la suya. María, que conocía
como nadie la intimidad de su hijo, le observaba, extasiado en Dios, su Padre,
su Vida, su Amor. A las tres de la tarde comenzó el sacrificio vespertino. A
Jesús le saltaba el corazón en el pecho adorable. Contemplaba por primera vez
el cortejo de los oficiantes dispuestos a sacrificar los corderos. Vio al
sacerdote con el cuchillo en la mano, hundirlo en el cuello del cordero. Vio
correr la sangre y derramarla los sacerdotes sobre el altar. El amor le subía
en oleadas por su ser entero. No se queda en el Templo por casualidad, sino que
su alma hambrienta lo necesitaba. Ni sus padres habían descubierto el terremoto
espiritual producido en la conciencia humana de su hijo.
EL REGRESO. NO SE HA PERDIDO. SE HA QUEDADO
"Y cuando terminaron, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en
Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la
caravana, caminaron una jornada, y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
los conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca".
Miles de peregrinos van saliendo de Jerusalén. Hombres por un lado, mujeres por
otro y los niños con unos o con otros. Los caminos se llenaban de gente; las
caravanas se mezclaban. Cuando se reunieron para el descanso, Jesús no apareció.
José y María fueron preguntando a parientes y conocidos, alarmándose
progresivamente. ¡Nadie había visto al Niño durante todo el camino! Desolación.
Hay que volver a Jerusalén, aquella misma noche. En Jerusalén preguntan en la
casa donde habían comido el cordero pascual, entre conocidos y amigos. Cuando
María ve a un muchacho, se sobresalta. En su alma se ha desatado un huracán de
angustia y dolor: "Una espada de dolor te atravesará el corazón". ¿A
dónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido?...Como el ciervo huiste
/ habiéndome herido / Salí tras ti clamando / y eras ido...Después de tres días
de busca y de agonía, lo encontraron por fin, en el Templo. Los rabinos que
comentaban la Escritura los días festivos, ofrecían la oportunidad a los
forasteros de que les escucharan en estas ocasiones. Era como un cursillo o unos
Ejercicios espirituales.
TU PADRE Y YO TE BUSCÁBAMOS
"Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos
angustiados" (LC 2,41). La palabra padre en labios de María, tiene una
significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. María le da la
preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el
de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico
familiar y social. La frase "Nos has tratado así", indica la unión
de corazones; José es verdadero esposo de María y está unido a ella en el
dolor. Como hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación
de Jesús.
LA PERDIDA DE JESÚS
Cuando perdemos a Jesús, sufrimos. Me diréis que hay muchas personas que están
apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta.
Puede uno no darse cuenta de que está tragando veneno, pero se envenena sin
darse cuenta. Dicen que el sida puede estar latente en un organismo durante años.
Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un
desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la
disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El
sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y
prohíbe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor,
angustia: "Te buscábamos angustiados". El amor espiritual es más
fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el
nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual,
dice San Juan de Ávila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar;
otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos
espirituales". El corazón de María estaba ya desbordado de amargura
cuando prorrumpe en estas palabras de queja, reprensión cariñosa y respetuosa.
¿Por qué nos has tratado así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en
la misma acción: "Te buscábamos angustiados". José y María, como
Abraham, tienen que recibir la herida olorosísima de la separación del hijo:
"¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de
mi Padre?". -¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste?- Este Jesús no es el
Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea clara de separación.
Se les exige el desprendimiento total. La noche del espíritu, que María vivirá
en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José
a la Redención alcanza ahora mismo un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida.
En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación
en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Anisarte,
en el Templo con los Doctores.
CUANDO DIOS BUSCA
Dios creó el mundo hermoso para dárselo al hombre, al que quiere feliz con El
y para siempre. Los hombres no acaban de conocer cuánto les ama Dios y buscando
ser felices se hacen más esclavos. El hombre pecó y sigue pecando. Y se
esclavizó. Se han hecho un Dios a la medida de sus deseos, dirá Nietzche:
"Si es verdad que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, le salió
bien, porque el hombre ha hecho a Dios a su imagen y semejanza". Los
hombres hacen Dios lo que desean que sea su dios, el becerro de oro, o el dinero
de plástico, o el sexo, o el poder, o la vanidad, o todo a la vez. Pero Dios
sigue buscando a ese hombre que se ha perdido. Jesús deseaba ya derramar su
Sangre, viendo la sangre profética en el Templo para comprar el encuentro de
los hombres, y como José y María seguirá buscando... Cuando hemos perdido la
cartera, el carné, o el pasaporte, los buscamos con desespero. Me acuerdo de
aquellos padres del niño autista perdido en los Pirineos, buscando angustiados
a su hijo. Y de tantos otros… Jesús, encarnación del Amor del Padre, explicó
tres parábolas de búsqueda: una mujer perdió una moneda. Cosa inanimada. Un
pastor perdió una oveja, animal desprovisto del instinto de orientación, de
entre cien que tenía. Y la de la conversión. El padre no busca al hijo, sino
espera que actúe su razón y su amor. Y le ofrece su casa, su abrazo y su amor.
Amor que busca, que perdona, que crea. Esa es su alegría. La alegría del
encuentro, que es evidente en las tres.
ITINERARIO DE LA HUIDA
Conocemos el proceso del huido: mucho dinero, muchos amigos. Gastos fastuosos,
derroche de sus facultades, de su afectividad, de su sueño, se le apodera la
pereza, va perdiendo la ilusión para los deberes serios, comienzan a mermar sus
caudales, empiezan a desfilar los amigos falsos, que no le encuentran ya tan
manirroto. En el fondo cada día menos alegría, se ensombrece su rostro, se
acaba su campechanía y su capacidad de desenfado. Pasa hambre, va a cuidar
cerdos, y no le dejan hartarse de bellotas como ellos. Y de pronto, piensa en su
padre, en su casa, en sus criados que comen pan y él ni siquiera bellotas. ¿Qué
hará su padre si él regresa a casa? ¿Qué dirá la gente, si él, que se
marchó con tanta fanfarronería y altivez, regresa humillado y roto,
empobrecido y mugriento? Pero, el hambre y la miseria son ya tan grandes, que
pasa por todo: "me pondré en camino a donde está mi padre, reconoceré
que he pecado" (LC 15,1) y le diré que disponga de mí como de un criado
en su casa, a su lado, junto a él. Jesús está revelando el corazón del
padre. "cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando
a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Profundos sollozos de
alegría, vestido nuevo y anillo de bodas en el dedo, sandalias sin estrenar,
sacrificio del ternero más gordo, y el banquete. Para llegar a descubrir la
revelación de la misericordia de dios hace falta una larga evolución
espiritual, a través de muchos acontecimientos dolorosos y muchas desilusiones
amarguras y fracasos.
JOSÉ AYUDA A BUSCAR A LOS PECADORES
Dios tiene el corazón en un puño cuando a alguno de sus hijos le envuelve el
pecado. Se ha perdido. Es como el pastor que cuenta las ovejas, 97, 98, 99, ¿y
la 100? sufre porque sabe que ella sufre. Dios sufre porque sabe que el pecador
es ese hijo que pasa hambre, que lo ha perdido todo, menos su dignidad de hombre
y de hijo. Y el padre es fiel. Lo busca. Envía sus profetas, sus sacerdotes, en
busca de la oveja perdida. "Las ovejas que me ha dado mi Padre nadie las
arrebatará de mi mano". Los 90 millones de niños que son destrozados en
el seno de sus madres, los miles de niños víctimas de la prostitución
infantil, del asesinato en las calles, "los menos da Rea", los
enfermos del sida, los drogadictos, los esclavos de la inmoralidad y de la droga
del sexo, las víctimas de todas las guerras de la historia, los esclavizados
por el orgullo y la soberbia, por la envidia que les carcome las entrañas...
El terrorismo, la delincuencia juvenil, la inseguridad ciudadana: el hombre de
nuestro tiempo está sometido como en ninguna otra época a enormes tensiones
que ponen en peligro su equilibrio psicológico. La higiene acabó con las
pestes; las vacunas con las enfermedades contagiosas; la técnica con la
servidumbre del trabajo físico. Pero el nuevo estilo de vida propiciado por la
revolución industrial, ha hecho del hombre moderno un pelele vulnerable y
desmadejado, en manos de esos invisibles agresores que son la ansiedad, la
depresión, la esquizofrenia. Hoy que el mundo está loco, hace falta como en
ningún otro tiempo un momento de reflexión para el cultivo del espíritu. Dios
lo busca. Dios los quiere liberar, pacificar, que se reúnan en su familia, que
pertenezcan al Reino suyo de paz y amor. No quiere que sean niños perdidos. Y
los busca. Busca a Adán, ¿dónde estás? Busca a Caín, ¿qué has hecho con
tu hermano?
JOSÉ, PADRE DE FAMILIA, LLORADO POR SU HIJO JESÚS.
La paternidad de José va más allá de la de todos los padres terrenales, aún
sin ser su filiación carnal, ya que en él se refleja la paternidad de Dios
mismo constituyéndolo en cabeza de la familia con un corazón a la medida del
Hijo de Dios y de su Madre María. Así pues, Dios dio a María a José por
esposo no sólo para su apoyo en la vida sino para hacerlo participar del
sagrado vínculo del matrimonio. La familia santa de Anisarte trabaja,
cumpliendo el mandato del Creador: "Comerás del fruto de tu trabajo";
allí la fecundidad es mirada y valorada como bendición del Señor: "Tu
mujer como parra fecunda; tus hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa.
Donde Dios derrama su bendición: "Que el Señor te bendiga y veas la
prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida" (Sal 127). Cuando ya
no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José,
se sintió cansado con un cansancio que hasta entonces no conocía, agotada su
vida en el taller, sintió frío y Jesús y María, alarmados y llenos de pena,
corrieron a su lado y asistido por ellos cuidadosamente y con inmenso cariño,
murió en la paz de Dios. Jesús, que lloró con tanta emoción ante el sepulcro
de Lázaro, ¿cómo lloraría al morir su padre, a quien tanto amaba? Y las lágrimas
de su esposa María, se unieron a las de su Hijo, porque se les iba el esposo y
el padre, compañero de la peregrinación. Por eso, por el consuelo que tuvo al
morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús,
José y María, asistidnos en nuestra última agonía. Vio la siembra y supo que
se acercaba la cosecha, que no pudo ver.
EFICACIA DE LA INTERCESIÓN DE JOSE
Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se
hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y,
principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de
Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad,
su silencio y su acción, puede hacer suyo el Sal 88: "El me invocará: Tú
eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".
DIOS NO NECESITA NUESTRAS OBRAS SINO NUESTRO AMOR
San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer
bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras,
sino nuestro amor" (Santa Teresa del Niño Jesús). La grandeza de san José
reside en la sencillez de su vida: la vida de un obrero manual de una pequeña
aldea de Galilea que gana el sustento para sí y los suyos con el esfuerzo de
cada día; la vida de un hombre que, con su ejemplaridad y su amor abnegado,
presidió una familia en la que el Mesías crecía en edad, en sabiduría y en
gracia ante Dios y los hombres (LC 2,52). No consta que san José hiciera nada
extraordinario, pero sí sabemos que fue un eslabón fundamental en la historia
de la salvación de la humanidad. La realización del plan divino de salvación
discurre por el cauce de la historia humana a través, a veces, de figuras señeras
como Abraham, Moisés, David, Isaías, Pablo; o de hombres sencillos como el
humilde carpintero de Anisarte. Lo que importa ante Dios es la fe y el amor con
que cada cual teje el tapiz de su vida en la urdimbre de sus ocupaciones
normales y corrientes. Dios no nos preguntará si hicimos grandes obras, sino si
hicimos bien y con amor la tarea que debíamos hacer. El evangelio apenas si nos
dice nada de san José. Poquísimo nos dice de su vida, y nada de su muerte, que
debió de ocurrir en Anisarte poco antes de la vida pública de Jesús. Sólo
Mateo escribe de José una lacónica frase que resume su santidad: era un hombre
justo. Acostumbrados a tanto superlativo, esta palabra tan corta nos dice muy
poco a nosotros, tan barrocos. Pero a un israelita decía mucho. La palabra
"justo" ciñe como una aureola el nombre de José como los nombres de
Abel (He 11,4), de Noé (GN 6,9), de Tobías (Tb. 7,6), de Zacarías e Isabel
(LC 1,6), de Juan Bautista (MC 6,20), y del mismo Jesús (LC 23,47).
"Justo", en lenguaje bíblico, designa al hombre bueno en quien Dios
se complace. El Salmo 91,13 dice que "el justo florece como la
palmera". La esbelta y elegante palmera, tan común en Oriente, es una
bella imagen de la misión de san José. Así como la palmera ofrece al beduino
su sombra protectora y sus dátiles, así se alza san José en la santa casa de
Anisarte ofreciendo amparo y sustento a sus dos amores: Jesús y María.
EL TRABAJO ORDINARIO
La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario.
Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es "justo" con
Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y
caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los
demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la
santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere.
"San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de
Cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las
virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas" (Pablo VI).
EL SANTO DEL SILENCIO
José es el santo del silencio. Hay un silencio de apocamiento, de complejo, de
timidez. Hay también un silencio despectivo, de orgullo resentido. El silencio
de José es el silencio respetuoso que escucha a los demás, que mide
prudentemente sus palabras. Es el silencio necesario para encauzar la vida hacia
dentro, para meditar y conocer la voluntad de Dios. José es el santo que
trabaja y ora. Trabajar bajo la mirada de Dios no estorba la tarea, sino que
ayuda a hacerla con mayor perfección. Mientras manejaba la garlopa y la sierra,
su corazón estaba unido a Dios, que tan cerca tenía en su mismo taller. Una
mujer santa decía a sus compañeras de fábrica: "las manos en el trabajo,
y el corazón en Dios". El humilde carpintero de Anisarte fue proclamado
por Pío EX Patrono de la Iglesia universal, y Custodio del Redentor por Juan
Pablo II. Es muy coherente que el cabeza de la Sagrada Familia sea el Protector
y el Custodio de la Iglesia, la gran familia de Dios extendida por toda la
tierra.