Con el Santo Padre Juan Pablo II
crucemos el umbral del tercer milenio

Mensaje de la Conferencia Episcopal Mexicana
antes del viaje de Su Santidad en 1999.

  • Un llamado para todos
  • El Sucesor de Pedro el pescador
  • Cuarta visita del Papa a México
  • Juan Pablo II en América
  • Nos preparamos para recibir al Papa

"Simón Pedro: rema mar adentro y echa las redes para pescar" (cf. Lc 5, 4).

Un llamado para todos

Los obispos de México, conscientes de la gran importancia de la cuarta visita del Papa a México, hacemos una fraterna invitación a todos los mexicanos, particularmente a los católicos, para que seamos afectuosos y alegres anfitriones del Papa, que viene como pregonero y apóstol de Jesucristo, mensajero de reconciliación y de unidad, misionero itinerante por los caminos del mundo, peregrino al santuario de la celestial Señora de Guadalupe, Reina de México y de América.

Todos estamos llamados a sentirnos corresponsables de este magno acontecimiento de fe, don del Señor a nuestro país y expresión del amor del Papa por México. ¡Que nadie se excluya de vibrar con esta visita!

Este viaje pastoral del Santo Padre tiene como primordial propósito realizar, para la Iglesia que peregrina en nuestro continente, la etapa celebrativa-conclusiva de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. El Papa quiere que la basílica de Guadalupe sea, durante su visita, el aula Sinodal de toda América unida bajo el manto de la Madre de Dios en el Tepeyac.

El Sucesor de Pedro el pescador

El Evangelio de San Juan nos ofrece aquella entrañable escena en el lago de Galilea: "Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar", y le dijeron: "Nosotros también vamos contigo". Salieron y subieron a la barca" (Jn 21, 3). Pedro camina adelante en la misión de la Iglesia. "Les haré pescadores de hombres" (Mc 1, 17). Pedro toma la iniciativa para comenzar la tarea evangelizadora: "voy a pescar". Él mismo termina la faena, llevando la red, llena de peces, a la orilla y manteniendo la unidad de la Iglesia.

Juan Pablo II es Pedro hoy, es el Pescador en el umbral del tercer milenio. Realiza la pesca en alta mar, en el mundo, sabiendo que el Señor está presente y vigilante, acompañando y alentando el trabajo apostólico. Juan Pablo II es la piedra de la Iglesia universal; es la roca firme para que la Iglesia no sucumba ante las dificultades: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18); el Papa ha recibido las llaves como mayordomo-servidor de "la Casa de Dios vivo"; es el heraldo de Jesucristo que, desde el inicio de su pontificado, ha proclamado su fe apostólica: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Juan Pablo II es Pedro hoy, llamado a seguir el camino de la entrega total por el rebaño de Jesús: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 17).

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: "El Papa, Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles" (Lumen gentium, 23). "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera voluntad" (ib., 22)" (n. 882).

El mandato y el amor de Cristo impulsan, una vez más, al Sucesor de Pedro para que sea pescador, maestro y profeta peregrino en tierras de América y de México. Él ha viajado continuamente desde su corazón de Pastor al corazón de las muchedumbres. "Yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).

Juan Pablo II tiene una visión global de la historia y del presente de la humanidad. Su mensaje tiene dimensiones continentales y universales. Como Sucesor de Pedro, impulsa la plenitud de la misión de la Iglesia, su catolicidad, su universalidad misionera. El Papa, hoy, alza la mirada hacia el mar de las multitudes de hombres y mujeres de México y de América diciendo: "Voy a pescar".

Su pontificado está constituido por veinte años de amorosa solicitud pastoral para que la humanidad acepte a Jesucristo: "¡No tengan miedo! No tengan miedo del misterio de Dios; no tengan miedo de su amor. ¡Abran, de par en par, las puertas a Jesucristo!"; veinte años defendiendo la dignidad y los derechos de todo hombre y mujer; veinte años de tender puentes hacia todos los cristianos; veinte años de constantes llamados a la santidad en la Iglesia; veinte años de solicitud por todas las Iglesias y de confirmar la fe de sus hermanos.

Éste es el Papa que nos visita. El Papa misionero itinerante, que trae una palabra de aliento y esperanza a todos los hombres y mujeres que sufren el azote de la enfermedad y la pobreza, el azote del ateísmo y la crisis de valores: "¡Date cuenta, quienquiera que seas, que eres amado! ¡Advierte que el Evangelio es una invitación a la alegría! ¡No te olvides que tienes un Padre, y que cualquier vida, incluso la que para los hombres es más insignificante, tiene un valor eterno e infinito a sus ojos" (Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, p. 19).

Cuarta visita del Papa a México

Si acaso la primera visita del Papa a nuestro país pudo tener un mayor acento de emoción, entusiasmo y fiesta, pensamos que la próxima debe calar más hondo en la vida de los creyentes. Esta cuarta visita, don de Dios y regalo del Papa, se convierte para nosotros en compromiso de mayor fidelidad a Cristo y a su Evangelio, en esperanza y renovación de la vida cristiana, en impulso de reconciliación y unidad entre todos los mexicanos.

Hoy recordamos cómo el primer viaje de Juan Pablo II a México marcó profundamente la vida y la historia de nuestra patria y el Papa quedó impresionado por las multitudes y por la preciosa imagen de la Virgen de Guadalupe. De hecho, lo anunció con estas palabras en la basílica de San Pedro en Roma el 12 de diciembre del año pasado, al clausurar el Sínodo de América: "Iré a México a postrarme ante la Virgen de Guadalupe. Le confío todo proyecto y anhelo a Ella. Pero ya desde ahora me postro espiritualmente a sus pies, recordando mi primera peregrinación, en enero de 1979, cuando me arrodillé delante de su prodigiosa imagen para invocar, sobre mi recién iniciado servicio pontifical, su maternal asistencia y protección" (Homilía, n. 5).

El Papa, en su primer mensaje, en la catedral de México, el 26 de enero de 1979, pidió la fidelidad: "Tenéis un pasado espléndido de amor a Cristo, aun en medio de las pruebas; a vosotros, que lleváis en lo hondo del corazón la devoción a la Virgen de Guadalupe, el Papa quiere hablaros hoy de algo que es, y debe ser más, una esencia vuestra, cristiana y mariana: La fidelidad a la Iglesia (...). De todas las enseñanzas que la Virgen da a sus hijos de México, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad. Esa fidelidad que el Papa se complace en descubrir y que espera del pueblo mexicano. De mi patria se puede decir: "Polonia semper fidelis". Yo quiero poder decir también: ¡México semper fidelis, siempre fiel! De hecho, la historia religiosa de esta nación es una historia de fidelidad".

En su segundo viaje, del 6 al 13 de mayo de 1990, México recibió al Papa con el lema: "Peregrino de amor y de esperanza". El país vivía tiempos difíciles. En su mensaje radiotelevisado del 2 de mayo, el mismo Santo Padre expuso el propósito de su visita pastoral: "Ayudar a renovar vuestra vida cristiana, impulsar la nueva evangelización e infundir aliento y esperanza en todos, particularmente en los más pobres y necesitados". Retomó algunos de sus temas favoritos: los jóvenes, la familia, los pobres, para iluminarlos con nuevas luces. Y dijo a los obispos: "Pensar en México es referirse a una tierra bendecida por la predilección de la Madre del Señor (...). México es una realidad que ha hecho de la fe parte de su propia identidad (...). ¡México católico! ¡México siempre fiel!, palabras que reflejan con toda nitidez la firme adhesión del pueblo humilde y sencillo a la Iglesia y al Evangelio que ella anuncia" (Discurso a los obispos de México, I, II).

Fue en su discurso de llegada al aeropuerto de la ciudad de México, cuando nos hizo esta confidencia: "Puedo decir que aquella primera visita pastoral a México marcó realmente mi pontificado, haciéndome sentir la vocación de Papa peregrino, misionero".

La tercera visita del Papa, en el Estado de Yucatán, llamó la atención por su cercanía con los fieles indígenas y su llamada a valorarlos y apreciarlos en su cultura. Significativas fueron las palabras del Papa: "Quiero rendir homenaje a los pueblos indígenas de América (...). Vengo a traeros un mensaje de esperanza, de solidaridad y de amor. (...) Debo expresaros que la Iglesia contempla vuestros auténticos valores con amor y esperanza (...). Conozco las dificultades de vuestra situación actual y quiero aseguraros que la Iglesia, como Madre solícita, os acompaña en vuestras legítimas aspiraciones y justas reivindicaciones (...). La noble lucha por la justicia nunca os ha de llevar al enfrentamiento" (Discurso en Izamal, nn. 1, 3, 6, 7 y 10).

Hemos querido recordar parte del mensaje que el Santo Padre ha dejado a los mexicanos para motivarnos a hacer un examen de conciencia sobre la manera como hemos recibido y puesto en práctica sus palabras. Así nos prepararemos mejor a su cuarta visita y ésta tendrá más frutos. Preguntémonos, pues: ¿Qué resonancias y qué efectos ha tenido el mensaje y el amor del Papa a México? ¿Qué importancia evangelizadora hemos dado al legado del Papa para los mexicanos?

Juan Pablo II en América

Sabemos que la peregrinación del Papa tiene carácter continental y cristológico. Así lo destacaba el cardenal Etchegaray en su intervención durante el Sínodo de América: "Después de doce días de Sínodo, embarcados en una gran carabela, ahora comprendemos mejor la acertada visión del Papa. Como un nuevo Cristóbal Colón, Juan Pablo II nos ayuda a descubrir que, si hay todavía varias Américas, es más cierto que también hay una América que las engloba a todas y está emergiendo, de forma cada vez más clara y nítida, del oscuro pasado de la historia. De este nuevo mundo, que empieza a envejecer como los demás, estamos llamados a hacer un mundo nuevo de justicia y de paz "con la fuerza del Evangelio", como dice San Pablo, ese otro gran trotamundos de Cristo. ¡Qué responsabilidad apasionante en el doble sentido de la palabra para la Iglesia de este continente! No hay otro continente que se pueda arropar completamente con el manto cristiano. No hay otro continente donde los signos del Evangelio sean tan numerosos en medio del pueblo. No hay otro continente donde la Iglesia esté mejor equipada en documentos pastorales y en brújulas tan preciosas como las de Medellín, Puebla y Santo Domingo. ¿Qué falta a este fascinante continente, convertido a los ojos de la humanidad en la prueba de la capacidad de los cristianos para ser la sal de la tierra? ¿Qué le falta? Al Sínodo toca decirlo con lucidez, serenamente, para reavivar la relación siempre nueva y frágil entre fe e historia. ¿Qué le falta? El encuentro con Jesucristo vivo".

Éste es el continente que peregrina, sinodalmente, hacia el "Encuentro de Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad", y al encuentro con la "Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra" (Nican Mopohua), en el espacio luminoso del Tepeyac.

El Sínodo de América se realizó en el espléndido marco de la preparación al gran jubileo de la Encarnación redentora (cf. Tertio millennio adveniente, 38); se insertó en el proyecto universal de la nueva evangelización; es floración y fruto continental que hunde sus raíces en el concilio Vaticano II (cf. ib., 36).

La Iglesia católica, en Sínodo para el continente americano, contempló, con respeto y amor, a la multitud de pueblos, razas y culturas con múltiples orígenes históricos. La Iglesia, en este Sínodo, se sintió nuevamente llamada a cumplir la misión de promover la integración fraterna, superando los nacionalismos herméticos, los antagonismos étnicos y las situaciones de odios, divisiones, exclusiones y violencias, para ser, como dice el profeta Isaías, "un gran signo elevado delante de las naciones" que atraiga a todos los pueblos a la reconciliación fraterna en Jesucristo; se sintió llamada a promover la globalización de la fraternidad y la globalización de la solidaridad, como necesaria condición de la paz y de una vida armoniosa entre todos los pueblos americanos.

Ante esta realidad, el Sínodo de América habló de los gozos, preocupaciones y desafíos de la Iglesia que está en América y proclamó, acentuando la dimensión trascendente como lo pidió el cardenal Ratzinger, su fe invicta y su gozosa esperanza: "Con la fuerza del Espíritu Santo, les decimos: Jesucristo ha vencido al mundo. Él ha enviado su Espíritu Santo entre nosotros para hacer nuevas todas las cosas. Es más, en palabras de la sagrada Escritura, "para renovar la faz de la tierra". Éste es, pues, nuestro sencillo mensaje: ¡Jesucristo es Señor! (cf. Flp 2, 11). Su resurrección nos llena de esperanza; su presencia en nuestro caminar nos llena de valor. Les decimos, como el Santo Padre nos dice tan a menudo, "no tengan miedo". El Señor está con ustedes en el camino, salgan a su encuentro" (Mensaje, 35).

Nos preparamos para recibir al Papa

A dos meses de su llegada, con alegría y gratitud, esperamos al Vicario de Cristo, Pastor intrépido. Nuestros corazones se abrirán a su mensaje para que avance la solución de los "problemas de justicia y solidaridad entre las naciones de América" y aparezca una nueva floración de santidad americana.

Nos preparamos, con espíritu de fe y gran amor, para recibir a Juan Pablo II. También seremos fraternos anfitriones de la Iglesia que peregrina en los demás países del continente americano.

Les recordamos que, ante todo, la preparación debe llevarse a cabo a través de una amplia, adecuada e intensiva catequesis. Es necesario conocer, con mayor profundidad, la misión apostólica del Santo Padre en la Iglesia y en el mundo; entender que él ha sido llamado por Cristo "a fortalecer en la fe a sus hermanos" y a obedecer junto con los Once, la orden, pascual y mañanera, del Señor: "Echen la red" (Jn 21, 6).

Es muy importante, por otro lado, promover un clima de reconciliación y unidad en todos los ambientes; trabajar por reconstruir el tejido social que ha sufrido desgarramientos por nuestro egoísmo; promover la comunión eclesial, herida por el pecado; y crecer en espíritu de amor y obediencia al Vicario de Cristo.

Intensifiquemos, igualmente, la oración por el Papa: que Dios le conceda anunciar sin desfallecer la palabra divina; que le colme de sabiduría y fortaleza para guiar al pueblo cristiano por los caminos del Evangelio; que lo mire con bondad y, ya que lo ha constituido Sucesor de Pedro, le conceda ser para su pueblo principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión en el amor.

Mantengámonos en espera cariñosa de la cuarta visita pastoral de Juan Pablo II a México. Estamos ciertos que provocará una nueva primavera de fe en nuestra patria. A Nuestra Señora de Guadalupe le confiamos el éxito espiritual de este viaje apostólico del Papa.

México, D.F., 22 de noviembre de 1998,
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

Los Obispos de México