Favorecer el estudio constante y profundo
de la doctrina filosófica, teológica, ética y política de santo Tomás de Aquino

Discurso a los participantes en el IX congreso tomista internacional

Roma, 29 de setiembre de 1990


  • Dignidad de la naturaleza humana

  • Valor sobrenatural de la fe

  • Sin Dios no hay fundamento para la creación

  • Libertad de investigación y fidelidad a la verdad revelada

  • Maestro eminente

 

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al mismo tiempo que os saludo cordialmente a todos, con un recuerdo especial para el señor cardenal Luigi Ciappi, que con tanta nobleza ha interpretado -los sentimientos comunes, deseo deciros que me alegro de que el IX Congreso tomista internacional promovido por la Pontificia Academia de Santo Tomás. haya asumido como tema general de sus trabajos la figura y la valoración de santo Tomás como "Doctor Humanitatis", tal como yo mismo lo definí en el discurso de clausura del anterior congreso de 1980.

En realidad, santo Tomás merece este título por muchas razones, que se pueden captar en el amplio y orgánico programa del congreso y a las que se les ha dado relieve en vuestras relaciones y comunicaciones: éstas son, de modo especial, la afirmación de la dignidad de la naturaleza humana, tan clara en el Doctor Angélico; su concepción de la curación y elevación del hambre a un nivel superior de grandeza, que tuvo lugar en virtud de 1a Encarnación del Verbo; la formulación exacta del carácter perfectivo de la gracia, como principio-clave de la visión del mundo y de la ética de los valores humanos, tan desarrollada en la Summa, la importancia que atribuye el Angélico a la razón humana para el conocimiento de la verdad y el tratamiento de las cuestiones morales y ético-sociales.

Dignidad de la naturaleza humana 2. Estos son los elementos más nobles de la verdadera "humanitas", en el significado cultural y al mismo tiempo espiritual de la palabra, muy por encima de las también respetables "humanae litterae", que algún humanista post-medieval quiso luego contraponer a las "litterae divinae". Pero esa contraposición no tiene razón de ser, pues desde los tiempos patrísticos, los doctos escritores que se convertían al cristianismo, habían puesto de manifiesto todo su aprecio por las culturas helénica y latina, las cuales hablan intentado conciliar con los libros sagrados en sus estudios, en su predicación, en sus comenta ríos a la Biblia.

Santo Tomás, heredero de la tradición de los Padres, era, sin duda, un "doctor divinitatis", tal como se llamaba la teología como ciencia de Dios o, según la denominación tomista, "sacra doctrina" (cf. I, q. 1, a. 1 ss.). Pero, debido a su concepción del hombre y de la naturaleza humana como entidad sustancial de alma y cuerpo, y al amplio espacio dedicado a las cuestiones "de homine" en la Summa y en otras obras, así como a la profundización y esclarecimiento a menudo decisivo de esas cuestiones, perfectamente le podemos atribuir también el calificativo de "doctor humanitatis", estrechamente vinculado con una relación esencial tanto con las premisas fundamentales como con la misma estructura de la "ciencia de Dios". En efecto, él coloca su tratado "De homine" en el "De Deo Creatore" (cf. I, q. 75 ss.), en cuanto que el hombre es obra de las manos de Dios, lleva dentro de sí la imagen de Dios y tiende por naturaleza a una semejanza con Dios cada vez más plena (cf. I, q. 93).

De acuerdo con esta dimensión teológica y teocéntrica de la antropología, santo Tomás enmarca también en la II Parte de la Summa toda la ética y la teología moral, en cuanto que considera y regula el motus rationalis creaturae in Deum (cf. I, q. 2, prol.) desde la perspectiva de acción libre y opción consciente. De ahí el carácter sapiencial sea de su metafísica y de su teología (cf. I, q. 1, a. 6); sea de su ética como ciencia que dirige los actos humanos en orden a las " razones externas" (cf. I, q. 1, aa. 4, 6; II-II, q, 9, a. 3; q, 45, a. 3).

Esta es la característica que falta a la ética secularizada, vinculada como está a principios filosóficos voluntariamente arreligiosos o irreligiosos, en el marco de una concepción de la vida, del deber y del mismo destino del hombre, y que hoy se suele llamar laica: apelativo de significado al menos ambiguo, que está en la raíz de tantos malentendidos y equívocos por una parte en las relaciones entre religiones y por otra en las relaciones con el pensamiento, la ética, las modernas ciencias del hombre y del mundo. Una concepción así ya peca desde la perspectiva del concepto de naturaleza, pues ésta, de suyo, en cuanto es creada por Dios, tiende a su Principio. Precisamente sobre este punto crucial--que se traduce a nivel cristiano en la relación entre razón y fe-- la antropología tomista ha arrojado una luz decisiva, y aún puede iluminarla más.

Valor sobrenatural de la fe 3. Sabemos que santo Tomás subraya el valor sobrenatural de la fe: ésta trasciende la inteligencia natural como "luz infusa por Dios" para el conocimiento de verdades que superan las posibilidades y las exigencias de la pura razón (cf. II-II, q. 6, a. 1). Y, sin embargo, no se trata de un acto irracional, sino de una síntesis vital, en la que el factor principal es, sin duda, el divino, que mueve la voluntad a adherirse a la verdad revelada por Dios, Soberano de la inteligencia. absolutamente infalible y santo.

Pero el acto de fe incluye también una racionabilidad propia, tanto porque el que cree se refiere a la evidencia histórica del correspondiente hecho, como por la justa valoración del presupuesto metafísico y teológico de que Dios no puede engañarse ni engañarnos. Además, la fe supone una racionalidad o inteligibilidad propia, por ser un acto de la inteligencia humana (cf. II-II, q. 4, a. 2), y es, a su modo, un ejercicio del pensamiento, tanto en la búsqueda como en el asentimiento (cf. I I-I I, q. 2, a. 1).

El acto de fe nace, pues, de la libre elección humana razonable y consciente como un rationabile obsequium (logiké latreía: Rm 12, 1), que se funda en un motivo de máximo rigor persuasivo, que es la autoridad misma de Dios como Verdad, Bien, Santidad, que coincide con su Ser subsistente. La última razón de la fe, fundamento de toda la antropología y la ética cristiana, es la "summa et prima Veritas" (cf. I, q. 16, a. 5): Dios como Ser infinito, del que la Verdad no es más que el otro nombre. Por eso, la razón humana no queda anulada ni se envilece con el acto de fe, sino que ejerce su suprema grandeza intelectual en la humildad con que reconoce y acepta la infinita grandeza de Dios.

Sin Dios no hay fundamento para la creación 4. Si hoy existe --y existe-- una crisis de la ética, es por la debilitación del sentido de la verdad en las inteligencias y en las conciencias, que han perdido la referencia a la fundación última de la verdad misma. Es inútil intentar enmascarar la realidad o buscar escapatoria de este núcleo central de la crisis: sin Dios no hay fundamento para la creación, sin la primera Verdad se oscurece la razón última de las verdades humanas y, por lo tanto, se compromete la validez de la cultura que, si bien es rica en adquisiciones filosóficas, científicas, literarias, etc., no refleja, no ayuda, no llena a todo el hombre. Y desde el momento que la referencia a la primera Verdad se realiza históricamente en la fe con que se acoge la revelación divina, el rechazo de ésta última expone al hombre a peligrosas oscuridades y errores sobre la existencia misma de Dios, a la que puede llegar por sí misma la razón natural.

En la condición presente de la humanidad, que lleva en sí las consecuencias del pecado original. la gracia es de hecho necesaria, tanto en el orden cognoscitivo como en el práctico, para alcanzar plenamente, por una parte, lo que la razón puede captar de Dios y, por otra, para adecuar con coherencia la propia conducta a los dictados de la ley natural (cf. DS 3004-3005). La consecuencia de ello es que los diversos aspectos de la vida humana encuentran en el orden sobrenatural el fundamento más sólido y la garantía más segura de autenticidad: en particular el amor y la amistad (cf. 1, q. 1, a. 8, ad 2), la sociabilidad y la solidaridad, el derecho y el ordenamiento jurídico-político, y por encima de todo la libertad que no es real en ningún aspecto, si no se funda en la verdad.

Libertad de investigación y fidelidad a la verdad revelada 5. hay, pues, que desear y favorecer de todas las formas posibles el estudio constante y profundo de la doctrina filosófica, teológica, ética y política que santo Tomás ha dejado en herencia a las escuelas católicas y que la Iglesia no ha dudado en hacer suya, especialmente en lo que se refiere a la naturaleza, capacidad, perfectibilidad, vocación y responsabilidad del hombre en la esfera personal y en la social, como se ve también en las directrices del Concilio Vaticano II (cf. decreto Optatam totius, n. 16; declaración Gravissimum educationis, n. 9: con las notas).

El hecho de que no se haya insistido en los textos conciliares y post-conciliares sobre el aspecto vinculante de las disposiciones sobre el seguimiento de santo Tomás como "guía de los estudios" --según quiso llamarlo Pío XI en la encíclica Studiorum duce>>--, lo han interpretado bastantes como autorización para dejar la cátedra del antiguo Maestro y abrirse así a los criterios del relativismo y del subjetivismo en los diversos campos de la "sagrada doctrina". Sin duda, el Concilio quiso estimular el desarrollo de los estudios teológicos y reconocer para los que los cultivan un legítimo pluralismo y una sana libertad de investigación, pero con la condición de permanecer fieles a la verdad revelada, que se contiene en la Sagrada Escritura, se transmite en la Tradición cristiana, la interpreta con autoridad el Magisterio de la Iglesia y la profundizan teológicamente los Padres y los Doctores, sobre todo santo Tomás.

En cuanto a su función de guía en los estudios, la Iglesia ha preferido, al confirmarla, apoyarse más que en las directrices de tipo jurídico, en la madurez, y sabiduría de los que intentan acercarse a la Palabra de Dios con deseo sincero de descubrir y conocer cada vez más a fondo su contenido y de comunicarlo a los demás, especialmente a los jóvenes que se le confían para que les enseñe.

Maestro eminente

6. A este propósito, es bueno recordar un aspecto del método y la conducta de santo Tomás, que puso de relieve mi predecesor Benedicto XIV, cuando en la constitución apostólica Sollicita ac provida del 10 de julio de 1753, escribía que "el Príncipe Angélico de las escuelas... contradijo por necesidad las opiniones de los filósofos y teólogos, a los que se había visto obligado a confutar en nombre de la verdad, pero lo que completa admirablemente los méritos de un doctor tan grande es que nunca se le vio despreciar, herir o humillar a ningún adversario, sino al contrario los trató a todos con gran bondad y respeto. En efecto, si las palabras de aquellos contenían alguna dureza, ambigüedad, oscuridad, él las endulzaba y explicaba interpretándolas con indulgencia y benevolencia. Y si la causa de la religión y de la fe le imponía rechazar sus ideas, lo realizaba con tal modestia que lo hacia no menos digno de elogio cuando se separaba de ellos que cuando afirmaba la verdad católica. Los que se glorían de seguir a un maestro tan eminente --y nosotros nos alegramos de que sean tan numerosos, debido a nuestro interés y a nuestra especialísima veneración por él-- propónganse como modelo la moderación de palabra de un doctor como éste y su modo caritativo de comportarse en las discusiones con los adversarios. Y los que no pertenecen a su Escuela, esfuércense por conformarse también a este método...'' (n. 24).

7. Hago mías las sabias recomendaciones del Papa Benedicto XIV y las amplío a toda la vasta área --que podríamos denominar planetaria-- de las relaciones con las culturas y las mismas religiones, en el empeño de la evangelización del mundo, hoy más urgente que nunca.

Ciertamente ésta ha de efectuarse según el mandato del mismo Jesucristo (cf. Mt 28, 19). Primero el Concilio y después mi predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, explicaron qué relación tienen la predicación del Evangelio con las culturas, y yo mismo, desde mi primera encíclica Redemptor hominis, he insistido en la necesidad de la penetración en el ámbito de las culturas y, podríamos decir, en el alma misma de los pueblos. Así nace el problema de lo que se suele llamar la " inculturación" de la misión evangelizadora, problema cuya complejidad y dificultad, pero también su urgen. cía ineludible, se experimentan, sin duda, cada día.

Este puede recibir luz propia del método tomista, para acercarse a las filosofías y a las culturas, para la distinción y la asimilación de sus valores, la adaptación de la catequesis y predicación cristiana a sus características, a sus ritmos, a sus modos históricos de acercarse a la realidad, investigando sus causas profundas, las razones supremas.

8. Es cierto que santo Tomás no podía prever un mundo cultural y religioso tan vasto, complejo y orgánico como conocemos hoy, ni tampoco podía dar soluciones concretas al enorme cúmulo de problemas específicos que hoy tenemos que afrontar. Pero, ya que su máxima preocupación fue el situarse en el aspecto de la verdad universal, objetiva y trascendente, el servirla desinteresadamente, el buscarla dondequiera que se encontrase aunque fuera sólo un reflejo, convencido como estaba de que "omne verum a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est" (cf. PL 191, 1651; 17, 258; 1-11, q. 109, a. 1, ad 1), trazó así un método de trabajo misionero que hoy es también sustancialmente válido desde el punto de vista de las relaciones ecuménicas e interreligiosas, además de serlo para la relación con todas las culturas antiguas y nuevas.

La referencia tan explícita y pertinente que hace al Espíritu Santo el Doctor Angélico también en este tema eclesiológico y misionero, es de gran actualidad. Muchas veces lo he citado, en varios de mis documentos. Estoy convencido de que la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, está en camino hacia una fase nueva v más rica de relaciones con todos los grupos humanos, desde todos los puntos de vista, especialmente desde los aspectos espirituales y religiosos, en este escenario de una edad de la que Pablo VI decía que es "tremenda y maravillosa".

De todos modos, es un hecho que la Iglesia, consciente de las posibilidades y los riesgos que con. lleva un camino así, continúa recomendando a sus hijos con insistencia materna ese humilde y gran "guía de los estudios" que ha sido durante siglos santo Tomás de Aquino.

A todos mi afectuosa bendición.

S.S. Juan Pablo II

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