JESUCRISTO: EL HIJO DE DIOS
CATEQUESIS 4-6

'Al principio era el Verbo'

3-VI-1987

 

1. En la anterior catequesis hemos mostrado, a base de los Evangelios sinópticos, que la fe en la filiación divina de Cristo se va formando, por Revelación del Padre, en la conciencia de sus discípulos y oyentes, y ante todo en la conciencia de los Apóstoles. Al crear la convicción de que Jesús es el Hijo de Dios en el sentido estricto y pleno 'no metafórico de esta palabra, contribuye sobre todo el testimonio del mismo Padre, que 'revela' en Cristo a su Hijo ('Mi Hijo') a través de las teofanías que tuvieron lugar en el bautismo en el Jordán, y luego, durante la transfiguración en el monte Tabor. Vimos además que la revelación de la verdad sobre la filiación divina de Jesús alcanza, por obra del Padre, las mentes y los corazones de los Apóstoles, según se ve en las palabras de Jesús a Pedro: 'No es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos' (Mt 16, 17).

2. A la luz de esta fe en la filiación divina de Cristo, fe que tras la resurrección adquirió una fuerza mucho mayor, hay que leer todo el Evangelio de Juan, y de un modo especial su prólogo (/Jn/01/01-18). Este constituye una síntesis singular que expresa la fe de la Iglesia apostólica: de aquella primera generación de discípulos, a la que había sido dado tener contactos con Cristo, o de forma directa o a través de los Apóstoles que hablaban de lo que habían oído y visto personalmente, y en lo cual descubrían la realización de todo lo que el Antiguo Testamento había predicho sobre El. Lo que había sido revelado ya anteriormente, pero que en cierto sentido se hallaba cubierto por un velo, ahora, a la luz de los hechos de Jesús, y especialmente y especialmente en virtud de los acontecimientos pascuales, adquiere transparencia, se hace claro y comprensible..

De esta forma, el Evangelio de Juan (que, de los cuatro Evangelios, fue el último escrito), constituye en cierto sentido el testimonio más completo sobre Cristo como Hijo de Dios, Hijo ''consubstancial' al Padre. El Espíritu Santo prometido por Jesús a los Apóstoles, y que debía 'enseñarles todo'(Cfr. Jn 14, 16), permite realmente al Evangelista 'escrutar las profundidades de Dios' (Cfr. 1 Cor 2, 10) y expresarlas en el texto inspirado del prólogo.

3. 'Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. El estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho' (Jn 1, 1-3). 'Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad' (Jn 1, 14) 'Estaba en el mundo y por El fue hecho el mundo, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron, (Jn 1, 10)11). 'Mas a cuantos le recibieron dióles poder de venir a ser hijos de Dios: a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad del varón, sino de Dios, son nacidos' (Jn 1, 12)13). 'A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer' (Jn 1, 18)

4. El prólogo de Juan es ciertamente el texto clave, en el que la verdad sobre la filiación divina de Cristo halla expresión plena.

El que 'se hizo carne', es decir, hombre en el tiempo, es desde la eternidad el Verbo mismo, es decir, el Hijo unigénito: el Dios, 'que está en el seno del Padre'. Es el Hijo 'de la misma naturaleza que el Padre', es 'Dios de Dios'. Del Padre recibe la plenitud de la gloria. Es el Verbo por quien 'todas las cosas fueron hechas'. Y por ello todo cuanto existe le debe a El aquel 'principio' del que habla el libro del Génesis (Cfr. Gen 1, 1), el principio de la obra de la creación. El mismo Hijo eterno, cuando viene al mundo como 'Verbo que se hizo carne', trae consigo a la humanidad la plenitud 'de gracia y de verdad'. Trae la plenitud de la verdad porque instruye acerca del Dios verdadero a quien 'nadie a visto jamás'. Y trae la plenitud de la gracia, porque a cuantos le acogen les da la fuerza para renacer de Dios: para llegar a ser hijos de Dios. Desgraciadamente, constata el Evangelista, 'el mundo no lo conoció', y, aunque 'vino a los suyos', muchos 'no le recibieron'.

5. La verdad contenida en el prólogo joánico es la misma que encontramos en otros libros del Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en la Carta 'a los Hebreos', que Dios 'últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos; que, siendo la irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas' (Heb 1, 2-3)

6. El prólogo del Evangelio de Juan (lo mismo que, de otro modo, la Carta a los Hebreos), expresa, pues, bajo la forma de alusiones bíblicas, el cumplimiento en Cristo de todo cuanto se había dicho en a antigua alianza, comenzando por el libro del Génesis, pasando por la ley de Moisés (Cfr. Jn 1,17) y los Profetas, hasta los libros sapienciales. La expresión 'el Verbo' (que 'estaba en el principio en Dios'), corresponde a la palabra hebrea 'dabar' Aunque en griego encontramos el término 'logos', el patrón es, con todo, vétero-testamentario. Del Antiguo Testamento toma simultáneamente dos dimensiones: la de 'hochma', es decir, la sabiduría, entendida como 'designio' de Dios sobre la creación, y la de 'dabar' (Logos), entendida como realización de ese designio. La coincidencia con la palabra 'Logos', tomada de la filosofía griega, facilitó a su vez a aproximación de estas verdades a las mentes formadas en esa filosofía.

7. Permaneciendo ahora en el ámbito del Antiguo Testamento, precisamente en Isaías, leemos: La 'palabra que sale de mi boca, no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión' (Is 55, 11 ). De donde se deduce que la 'dabar-Palabra' bíblica no es sólo 'palabra', sino además 'realización' (acto). Se puede afirmar que ya en los libros de la Antigua alianza se encuentra cierta personificación del 'verbo' (dabar logos); lo mismo que de la 'Sabiduría' (Sofia).

Efectivamente, en el libro de la Sabiduría leemos: (la Sabiduría) 'está en los secretos de la ciencia de Dios y es la que discierne sus obras' (Sab 8,4); y en otro texto: 'Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías al mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto... Mándala de los santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato' (Sab 9, 9-10).

8. Estamos, pues, muy cerca de las primeras palabras del prólogo de Juan. Aún más cerca se hallan estos versículos del libro de la Sabiduría que dicen: 'Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la medianoche, tu Palabra omnipotente de los cielos, de tu trono real... se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina llevando por aguda espada tu decreto irrevocable' (Sab 18, 14)15). Sin embargo, esta 'Palabra' a la que aluden los libros sapienciales, esa Sabiduría que desde el principio está en Dios, se considera en relación con el mundo creado que ella ordena y dirige (Cfr. Prov 8, 22)27). En el Evangelio de Juan por el contrario 'el Verbo' no sólo está 'al principio', sino que se revela como vuelto completamente hacia Dios (pros ton Theon) y siendo Dios el mismo 'El Verbo era Dios'. El es el 'Hijo unigénito, que está en el seno del Padre', es decir, Dios-Hijo. Es en Persona la expresión pura de Dios, la 'irradiación de su gloria' (Cfr Heb 1, 3), 'consubstancial al Padre'.

9. Precisamente este Hijo, el Verbo que se hizo carne, es Aquel de quien Juan da testimonio en el Jordán. De Juan Bautista leemos en el prólogo: 'Hubo un hombre enviado por Dios de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz...' (Jn 1, 6)7). Esa luz es Cristo, como Verbo. Efectivamente, en el prólogo leemos: 'En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres' (Jn 1, 4). Esta es 'la luz verdadera que... ilumina a todo hombre' (Jn 1, 9). La luz que 'luce en las tinieblas, pero las tinieblas no a acogieron' (Jn 1, 5).

Así, pues, según el prólogo del Evangelio de Juan, Jesucristo es Dios porque es Hijo unigénito de Dios Padre. El Verbo. El viene al mundo como fuente de vida y de santidad. Verdaderamente nos encontramos aquí en el punto central y decisivo de nuestra profesión de fe: 'El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros'.


Jesucristo, el Hijo enviado por el Padre

24-VI-1987

 

1. El prólogo del Evangelio de Juan, al que dedicamos a anterior catequesis, al hablar de Jesús como Logos, Verbo, Hijo de Dios, expresa sin ningún tipo de dudas el núcleo esencial de la verdad sobre Jesucristo; verdad que constituye el contenido central de a autorrevelación de Dios en la Nueva Alianza y como tal es profesada solemnemente por la Iglesia. Es la fe en el Hijo de Dios, que es 'de la misma naturaleza del Padre' como Verbo eterno, eternamente 'engendrado', 'Dios de Dios y Luz de Luz' y no 'creado' (ni adoptado). El prólogo manifiesta además la verdad sobre la preexistencia divina de Jesucristo como 'Hijo Unigénito' que está 'en el seno del Padre'. Sobre esta base adquiere pleno relieve la verdad sobre la venida del Dios-Hijo al mundo ('el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros' (Jn 1,14), para llevar a cabo una misión especial de parte del Padre. Esta misión (missio Verbi) tiene una importancia esencial en el plan divino de salvación. En ella se contiene la realización suprema y definitiva del designio salvífico de Dios sobre el mundo y sobre el hombre.

2. En todo el Nuevo Testamento hallamos expresada la verdad sobre el envío del Hijo por parte del Padre, que se concreta en la misión mesiánica de Jesucristo. En este sentido, son particularmente significativos los numerosos pasajes del Evangelio de Juan, a los que es preciso recurrir en primer lugar.

Dice Jesús hablando con los discípulos y con sus mismos adversarios: 'Yo he salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, antes es El quien me ha mandado' (Jn 8, 42). 'No estoy solo, sino yo y el Padre que me ha mandado' (Jn 8, 16). 'Yo soy el que da testimonio de mí mismo, y el Padre, que me ha enviado, da testimonio de mí' (Jn 8, 18). 'Pero el que me ha enviado es veraz, aunque vosotros no le conocéis. Yo le conozco porque procedo de EL y El me ha enviado' (Jn 7, 28-29). 'Estas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado' (Jn 5, 36). 'Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra' (Jn 4, 34).

3. Muchas veces, como se ve en el Evangelio joánico, Jesús habla de Sí mismo (en primera persona) como de alguien mandado por el Padre. La misma verdad aparecerá, de modo especial, en la oración sacerdotal, donde Jesús, encomendando sus discípulos al Padre, subraya: 'Ellos... conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado' (Jn 17,8). Y continuando esta oración, la víspera de su pasión, Jesús dice: 'Como tú me enviaste al mundo, así los envié yo a ellos al mundo' (Jn 17, 18). Refiriéndose de forma casi directa a la oración sacerdotal, las primeras palabras dirigidas a los discípulos la tarde del día de la resurrección, dicen así: 'Como me envió mi Padre, así os envío yo' (Jn 20, 21 ).

4. Aunque la verdad sobre Jesús como Hijo mandado por el Padre la pone de relieve sobre todo los textos joánicos, también se encuentra en los Evangelios sinópticos. De ellos se deduce, por ejemplo, que Jesús dijo: 'Es preciso que anuncie el reino de Dios también en otras ciudades porque para esto he sido enviado'(Lc 4, 43). Particularmente iluminadora resulta la parábola de los viñadores homicidas. Estos tratan mal a los siervos mandados por el dueño de la viña 'para percibir de ellos la parte de los frutos de la viña 'y matan incluso a muchos. Por último, el dueño de la viña decide enviarles a su propio hijo: 'Le quedaba todavía uno, un hijo amado, y se lo envió también el último diciendo: A mi hijo le respetarán. Pero aquellos viñadores se dijeron para sí: 'éste es el heredero. Ea! Matémosle y será nuestra la heredad. Y asiéndole, le mataron y le arrojaron fuera de la viña' (Mc 12, 6-8). Comentando esta parábola, Jesús se refiere a la expresión del Salmo 117/118 sobre la piedra desechada por los constructores: precisamente esta piedra se ha convertido en cabeza de esquina (es decir, piedra angular) (Cfr. Sal 117/118,22).

5. La parábola del hijo mandado a los viñadores aparece en todos los sinópticos (Cfr. Mc 12,1-12; Mt 21, 33-46; Lc 20, 9-19). En ella se manifiesta con toda evidencia la verdad sobre Cristo como Hijo mandado por el Padre. Es más, se subraya con toda claridad el carácter sacrificial y redentor de este envío El Hijo es verdaderamente '...Aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo' (Jn 10, 36). Así, pues, Dios no sólo 'nos ha hablado por medio del Hijo... en los últimos tiempos' (Cfr. Heb 1,1-2), sino que a este Hijo lo ha entregado por nosotros, en un acto inconcebible de amor, mandándolo al mundo.

6. Con este lenguaje sigue hablando de modo muy intenso el Evangelio de Juan: 'Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna' (Jn 3,16).Y añade: 'El Padre mandó a su Hijo como salvador del mundo'. En otro lugar escribe Juan: 'Dios es amor. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: Dios ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que tuviéramos vida por Él'; 'no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que El nos ha amado y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados' Por ello añade que, acogiendo a Jesús, acogiendo su Evangelio, su muerte y su resurrección, 'hemos reconocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios y Dios en El' (Cfr. 1 Jn 4, 8-16).

7. Pablo expresará esta misma verdad en la carta a los Romanos: 'El que no perdonó a su propio Hijo (es decir, Dios), antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas?' (Rom 8, 32). Cristo ha sido entregado por nosotros, como leemos en Jn 3, 16; ha sido 'entregado' en sacrificio 'por todos nosotros' (Rom 8 32). El Padre 'envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados' (1 Jn 4, 10). El Símbolo profesa esta misma verdad: 'Por nosotros los hombres y por nuestra salvación (el Verbo de Dios) bajó del cielo'.

8. La verdad sobre Jesucristo como Hijo enviado por el Padre para la redención del mundo, para la salvación y la liberación del hombre prisionero del pecado (y por consiguiente de las potencias de las tinieblas), constituye el contenido central de la Buena Nueva. Cristo Jesús es el 'Hijo Unigénito' (Jn 1,18), que, para llevar a cabo su misión mesiánica 'no reputó como botín (codiciable) el ser igual a Dios, antes se anonadó tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres... haciéndose obediente hasta la muerte' (Flp 2. 6)8). Y en esta situación de hombre, de siervo del Señor, libremente aceptada, proclamaba: 'El Padre es mayor que yo' (Jn 14, 28), y: 'Yo hago siempre lo que es de su agrado' (Jn 8, 29).

Pero precisamente esta obediencia hacia el Padre, libremente aceptada, esta sumisión al Padre, en antítesis con la 'desobediencia' del primer Adán, continúa siendo la expresión de la unión más profunda entre el Padre y el Hijo, reflejo de la unidad trinitaria: 'Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago' (Jn 14,31). Más todavía, esta unión de voluntades en función de la salvación del hombre, revela definitivamente la verdad sobre Dios, en su Esencia íntima: el Amor; y al mismo tiempo revela la fuente originaria de la salvación del mundo y del hombre: la 'Vida que es la luz de los hombres' (Cfr. Jn 1, 4).


Jesús, hijo de Dios,
nos alcanza la filiación divina

1-VII-1987

 

1. Posiblemente no haya una palabra que exprese mejor a autorrevelación de Dios en el Hijo que la palabra 'Abbá-Padre'. 'Abbá' es una expresión aramea, que se ha conservado en el texto griego del Evangelio de Marcos (14, 36). Aparece precisamente cuando Jesús se dirige al Padre. Y aunque esta palabra se puede traducir a cualquier lengua, con todo, en labios de Jesús de Nazaret permite percibir mejor su contenido único, irrepetible.

2. Efectivamente, 'Abbá' expresa no sólo a alabanza tradicional de Dios 'Yo te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra' (Cfr. Mt 11, 25), sino que, en labios de Jesús, revela asimismo la conciencia de la relación única y exclusiva que existe entre el Padre y El, entre El y el Padre. Expresa la misma realidad a la que alude Jesús en forma tan sencilla y al mismo tiempo tan extraordinaria con las palabras conservadas en el texto del Evangelio de Mateo (11, 27) y también en el de Lucas (Lc 10, 22): 'Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo'. Es decir, la palabra 'Abbá' no sólo manifiesta el misterio de la vinculación recíproca entre el Padre y el Hijo, sino que sintetiza de algún modo toda la verdad de la vida intima de Dios en su profundidad trinitaria: el conocimiento recíproco del Padre y del Hijo, del cual emana el eterno Amor.

3. La palabra 'Abbá' forma parte del lenguaje de la familia y testimonia esa particular comunión de personas que existe entre el padre y el hijo engendrado por él, entre el hijo que ama l padre y al mismo tiempo es amado por él. Cuando, para hablar de Dios, Jesús utilizaba esta palabra, debía de causar admiración e incluso escandalizar a sus oyentes. Un israelita no la habría utilizado ni en la oración. Sólo quien se consideraba Hijo de Dios en un sentido propio podría hablar así de El y dirigirse a El como Padre. 'Abbá' es decir, 'padre mío', 'papaíto 'papá'.

4. En un texto de Jeremías se habla de que Dios espera que se le invoque como Padre: 'Vosotros me diréis: !padre mío!' (/Jr/03/19). Es como una profecía que se cumpliría en los tiempos mesiánicos. Jesús de Nazaret la ha realizado y superado al hablar de Sí mismo en su relación con Dios como de Aquel que 'conoce al Padre', y utilizando para ello la expresión filial 'Abbá'. Jesús habla constantemente del Padre, invoca al Padre como quien tiene derecho a dirigirse a El sencillamente con el apelativo: 'Abbá) Padre mío'.

5. Todo esto lo han señalado los Evangelistas. En el Evangelio de Marcos, de forma especial, se lee que durante la oración en Getsemaní, Jesús exclamó: 'Abbá, Padre, todo te es posible. Aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras' (Mc 14, 36). El pasaje paralelo de Mateo dice: 'Padre mío', o sea, 'Abbá', aunque no se nos transmita literalmente el término arameo (Cfr. Mt 26, 39)42). Incluso en los casos en que el texto evangélico se limita a usar la expresión 'Padre', sin más (como en Lc 22, 42 y, además, en otro contexto, en Jn 12, 27), el contenido esencial es idéntico

6. Jesús fue acostumbrando a sus oyentes para que entendieran que en sus labios la palabra 'Dios' y, en especial, la palabra 'Padre', significaba 'Abbá = Padre mío'. Así, desde su infancia, cuando tenía sólo 12 años, Jesús dice a sus padres que lo habían estado buscando durante tres días: '¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?' (Lc 2, 49). Y al final de su vida, en la oración sacerdotal con la que concluye su misión, insiste en pedir a Dios 'Padre, ha llegado la hora, glorifica tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti' (Jn 17, 1). 'Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me has dado' (Jn 17, 11). 'Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí...' (Jn 17, 25). Ya en el anuncio de las realidades últimas, hecho con la parábola sobre el juicio final, se presenta como Aquel que proclama: 'venid a mí, benditos de mi Padre..." (Mt 25, 34). Luego pronuncia en la cruz sus últimas palabras: 'Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu' (Lc 23, 46). Por último, una vez resucitado anuncia a los discípulos: 'Yo os envío la promesa de mi Padre' (Lc 24, 49).

7. Jesucristo, que 'conoce al Padre' tan profundamente, ha venido para 'dar a conocer su nombre a los hombres que el Padre le ha dado' (Cfr. Jn 17, 6) Un momento singular de esta revelación del Padre lo constituye la respuesta que da Jesús a sus discípulos cuando le piden: 'Enséñanos a orar' (Cfr. Lc 11, 1). El les dicta entonces la oración que comienza con las palabras 'Padre nuestro' (Mt 6, 9-13), o también 'Padre' (Lc 11, 2)4). Con la revelación de esta oración los discípulos descubren que ellos participan de un modo especial en la filiación divina, de la que el Apóstol Juan dirá en el prólogo de su Evangelio. 'A cuantos le recibieron (es decir, a cuantos recibieron al Verbo que se hizo carne), Jesús les dio poder de llegar a ser hijos de Dios' (Jn 1, 12). Por ello, según su propia enseñanza, oran con toda razón diciendo 'Padrenuestro'.

8. Ahora bien, Jesús establece siempre una distinción entre 'Padre mío' y 'Padre vuestro'. Incluso después de la resurrección, dice a María Magdalena: 'Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios' (Jn 20, 17). Se debe notar, además, que en ningún pasaje del Evangelio se lee que Jesús recomendar los discípulos orar usando la palabra 'Abbá'. Esta se refiere exclusivamente a su personal relación filial con el Padre. Pero al mismo tiempo, el 'Abbá' de Jesús es en realidad el mismo que es también 'Padre nuestro', como se deduce de la oración enseñada a los discípulos. Y lo es por participación o, mejor dicho, por adopción, como enseñaron los teólogos siguiendo a San Pablo, que en la Carta a los Gálatas escribe: 'Dios envió a su Hijo... para que recibiésemos la adopción' (Gal 4, 4 y ss.; cfr. S. Th. III q. 23, a 1 y 2).

9. En este contexto conviene leer e interpretar también las palabras que siguen en el mencionado texto de la Carta de Pablo a los Gálatas: 'Y puesto que sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama "Abbá, Padre" (Gal. 4, 6); y las de la Carta a los Romanos: 'No habéis recibido el espíritu de siervos... antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: !Abbá, Padre!' (Rom 8, 15). Así, pues, cuando, en nuestra condición de hijos adoptivos (adoptados en Cristo): 'hijos en el Hijo', dice San Pablo (Cfr. Rom 8, 19), gritamos a Dios 'Padre', 'Padre nuestro', estas palabras se refieren al mismo Dios a quien Jesús con intimidad incomparable le decía: 'Abbá..., Padre mío'.