JESUCRISTO: EL HIJO DE DIOS
CATEQUESIS 1-3

Cristo, Hijo de Dios

13-V-1987

 

1. Según hemos tratado en las catequesis precedentes, el nombre de 'Cristo' significa en el lenguaje del Antiguo Testamento 'Mesías'. Israel, el Pueblo de Dios de la antigua alianza, vivió en la espera de la realización de la promesa del Mesías, que se cumplió en Jesús de Nazaret. Por eso desde el comienzo se llamó a Jesús Cristo, esto es: 'Mesías', y fue aceptado como tal por todos aquellos que 'lo han recibido' (Jn 1, 12).

2. Hemos visto que, según la tradición de la antigua alianza, el Mesías es Rey y que este Rey Mesiánico fue llamado también Hijo de Dios, nombre que en el ámbito del monoteísmo yahvista del Antiguo Testamento tiene un significado exclusivamente analógico, e incluso, metafórico. No se trata en aquellos libros del Hijo 'engendrado' por Dios, sino de alguien a quien Dios elige y le confía una concreta misión o servicio.

3. En este sentido también alguna vez todo el pueblo se denominó 'hijo', como, por ejemplo, en las palabras que Yahvéh dirigió a Moisés: 'Tú dirás al Faraón: ...Israel es mi hijo, mi primogénito... Yo mando que dejes a mi hijo ira servirme' (Ex 4, 22-23; cfr. también Os 11, 1; Jer 31, 9). Así, pues, si se llama al Rey en la antigua alianza 'Hijo de Dios', es porque en la teocracia israelita, es el representante especial de Dios.

Lo vemos, por ejemplo, en el Salmo 2, con relación con la entronización del rey: 'El me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7-8). También en el Salmo 88 leemos: 'El (David) me invocará diciendo: tú eres mi padre... Y yo te haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra' (Sal. 80, 27)28). Después el profeta Natán hablará así a propósito de la descendencia de David: 'Yo le seré a él padre y él me será a mí hijo. Si obrare mal yo le castigaré,..' (2 Sm 7, 14).

No obstante, en el Antiguo Testamento, a través del significado analógico y metafórico de la expresión 'Hijo de Dios', parece que penetra en él otro, que permanece oscuro. Así en el citado Salmo 2, Dios dice al rey: 'Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7), y en el Salmo 109/110: 'Yo mismo te engendré como rocío antes de a aurora' (Sal 109/110, 3).

4. Es preciso tener presente este trasfondo bíblico mesiánico para darse cuenta de que el modo de actuar y de expresarse de Jesús indica la conciencia de una realidad completamente nueva.

Aunque en los Evangelios sinópticos Jesús jamás se define como Hijo de Dios (lo mismo que no se llama Mesías), sin embargo, de diferentes maneras, afirma y hace comprender que es el Hijo de Dios y no en sentido analógico o metafórico, sino natural.

5. Subraya incluso la exclusividad de su relación filial con Dios. Nunca dice de Dios: 'nuestro Padre', sino sólo 'mi Padre', o distingue 'mi Padre, vuestro Padre'. No duda en afirmar: 'Todo me ha sido entregado por mi Padre' (Mt 11, 27).

Esta exclusividad de la relación filial con Dios se manifiesta especialmente en la oración, cuando Jesús se dirige a Dios como Padre usando la palabra aramea 'Abbá', que indica una singular cercanía filial y, en boca de Jesús, constituye una expresión de su total entrega a la voluntad del Padre: 'Abbá, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz' (Mc 14, 36).

Otras veces Jesús emplea la expresión 'vuestro Padre', por ejemplo: 'como vuestro Padre es misericordioso' (Lc 6, 36); 'vuestro Padre, que está en los cielos' (Mc 11, 25). Subraya de este modo el carácter específico de su propia relación con el Padre, incluso deseando que esta Paternidad divina se comunique a los otros, como atestigua la oración del 'Padre nuestro', que Jesús enseñó a sus discípulos y seguidores.

6 La verdad sobre Cristo como Hijo de Dios es el punto de convergencia de todo el Nuevo Testamento. Los Evangelios, y sobre todo el Evangelio de San Juan, y los escritos de los Apóstoles, de modo especial las Cartas de San Pablo, nos ofrecen testimonios explícitos. En esta catequesis nos concentramos solamente en algunas afirmaciones particularmente significativas, que, en cierto sentido, 'nos abren el camino' hacia el descubrimiento de la verdad sobre Cristo como Hijo de Dios y nos acercan a una recta percepción de esta 'filiación'.

7. Es importante constatar que la convicción de la filiación divina de Jesús se confirmó con una voz desde el cielo durante el Bautismo en el Jordán (Cfr. Mc 1, 11 ) y en el monte de la Transfiguración (Cfr. Mc 9, 7). En ambos casos, los Evangelistas nos hablan de la proclamación que hizo el Padre acerca de Jesús '(su) Hijo predilecto' (Cfr. Mt 3, 17; Lc 3, 22).

Los Apóstoles tuvieron una confirmación análoga dada por los espíritus malignos que arremetían contra Jesús: '¿Qué hay entre Ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco: tú eres el Santo de Dios' (Mc 1, 24). '¿Qué hay entre Ti y mí, Jesús, Hijo del Altísimo?' (Mc 5, 7).

8. Si luego escuchamos el testimonio de los hombres, merece especial atención la confesión de Simón Pedro, junto a Cesarea de Filipo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). Notemos que esta confesión ha sido confirmada de forma insólitamente solemne por Jesús: 'Bienaventurado tú, Simón, Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos' (Mt 16, 17). No se trata de un hecho aislado. En el mismo Evangelio de Mateo leemos que, al ver a Jesús caminar sobre las aguas del lago de Genesaret, calmar al viento y salvar a Pedro, los Apóstoles se postraron ante el maestro, diciendo: 'Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios' (Mt 14, 33).

9. Así, pues, lo que Jesús hacía y enseñaba, alimentaba en los Apóstoles la convicción de que El era no sólo el Mesías, sino también el verdadero 'Hijo de Dios'. Y Jesús confirmó esta convicción.

Fueron precisamente algunas de las afirmaciones proferidas por Jesús las que suscitaron contra El a acusación de blasfemia. De ellas brotaron momentos singularmente dramáticos como atestigua el Evangelio de Juan, donde se lee que los judíos 'buscaban... matarlo, pues no sólo quebrantaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios' (Jn 5,18).

El mismo problema se plantea de nuevo en el proceso incoado a Jesús ante el Sanedrín: Caifás, Sumo Sacerdote, lo interpeló: 'Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios'. A esta pregunta, Jesús respondió sencillamente: 'Tú lo has dicho', es decir: 'Sí, yo lo soy' (Cfr. Mt 26, 63-64). Y también en el proceso ante Pilato, aun siendo otro el motivo de a acusación: el de haberse proclamado rey, sin embargo los judíos repitieron la imputación fundamental: 'Nosotros tenemos una ley y, según esa ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios' (Jn 19, 7).

10. En definitiva, podemos decir que Jesús murió en la cruz a causa de la verdad de su Filiación divina. Aunque la inscripción colocada sobre la cruz con la declaración oficial de la condena decía: 'Jesús de Nazaret, el Rey de los judíos', sin embargo )hace notar San Mateo), 'los que pasaban lo injuriaban moviendo la cabeza y diciendo... si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz' (Mt 27, 39-40). Y también: 'Ha puesto su confianza en Dios, que El le libre ahora, si es que lo quiere, puesto que ha dicho: Soy el Hijo de Dios' (Mt 27, 43).

Esta verdad se encuentra en el centro del acontecimiento del Gólgota. En el pasado fue objeto de la convicción, de la proclamación y del testimonio dado por los Apóstoles, ahora se ha convertido en objeto de burla. Y sin embargo, también aquí, el centurión romano, que vigila a agonía de Jesús y escucha las palabras con las cuales El se dirige al Padre, en el momento de la muerte, a pesar de ser pagano, da un último testimonio sorprendente en favor de la identidad divina de Cristo: 'Verdaderamente este hombre era hijo de Dios' (Mc 15, 39).

11. Las palabras del centurión romano sobre la verdad fundamental del Evangelio y del Nuevo Testamento en su totalidad nos remiten a las que el Ángel dirigió a María en el momento de a anunciación: 'Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo...' (Lc 1, 31-32). Y cuando María pregunta '¿Cómo podrá ser esto?', el mensajero le responde: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y, por esto, el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios' (Lc 1, 34-35).

12. En virtud de la conciencia que Jesús tuvo de ser Hijo de Dios en el sentido real natural de la palabra, El 'llamaba a Dios su Padre...' (Jn 5, 18). Con la misma convicción no dudó en decir a sus adversarios y acusadores: 'En verdad en verdad os digo: antes que Abrahán naciese, era yo' (Jn 8, 58).

En este 'era yo' está la verdad sobre la Filiación divina, que precede no sólo al tiempo de Abrahán, sino a todo tiempo y a toda existencia creada.

Dirá San Juan al concluir su Evangelio: 'Estas (señales realizadas por Jesús) fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre' (Jn 20, 31).


Dios y Hombre verdadero

20-V-1987

 

1. El ciclo de las catequesis sobre Jesucristo se ha acercado gradualmente a su centro, permaneciendo en relación constante con el artículo del Símbolo, en el cual confesamos 'Creo... en Jesucristo, Hijo único de Dios'. Las catequesis anteriores nos han preparado para esta verdad central, mostrando antes que nada el carácter mesiánico de Jesús de Nazaret. Y verdaderamente la promesa del Mesías ) presente en toda la Revelación de a antigua Alianza como principal contenido de las expectativas de Israel) encuentra su cumplimiento en Aquel que solía llamarse el Hijo del hombre.

A la luz de las obras y de las palabras de Jesús se hace cada vez más claro que El es, al mismo tiempo, el verdadero Hijo de Dios. Esta es una verdad que resultaba muy difícil de admitir para una mentalidad enraizada en un rígido monoteísmo religioso. Y ésa era la mentalidad de los israelitas contemporáneos de Jesús. Nuestras catequesis sobre Jesucristo entran ahora precisamente en el ámbito de esta verdad que determina la novedad esencial del Evangelio, y de la que depende toda la originalidad del cristianismo como religión fundada en la fe en el Hijo de Dios, que se hizo hombre por nosotros.

2. Los Símbolos de la fe se concentran en esta verdad fundamental referida a Jesucristo.

En el Símbolo Apostólico confesamos: 'Creo en Dios, Padre todopoderoso... y en Jesucristo, su único Hijo (unigénito)'. Sólo sucesivamente el Símbolo Apostólico pone de relieve el hecho de que el Hijo unigénito del Padre es el mismo Jesucristo, como Hijo del hombre: 'el cual fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María'.

El Símbolo niceno-constantinopolitano expresa la misma realidad con palabras un poco distintas: 'Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre'.

Sin embargo, el mismo Símbolo presenta antes, ya de modo mucho más amplio la verdad de la filiación divina de Jesucristo, Hijo del hombre: 'Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho'. Estas últimas palabras ponen todavía más de relieve la unidad en la divinidad del Hijo con el Padre, que es 'creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible'.

3. Los Símbolos expresan la fe de la Iglesia de una manera concisa, pero precisamente gracias a su concisión esculpen las verdades más esenciales: aquellas que constituyen como el 'meollo' mismo de la fe cristiana, la plenitud y el culmen de a autorrevelación de Dios. Pues bien, según la expresión del autor de la Carta a los Hebreos, 'muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo' y finalmente ha hablado a la humanidad 'por su Hijo'(Cfr. Heb 1,1-2). Es difícil no reconocer aquí la auténtica plenitud de la Revelación. Dios no sólo habla de Sí por medio de los hombres llamados a hablar en su nombre, sino que, en Jesucristo, Dios mismo, hablando 'por medio de su Hijo', se convierte en sujeto de la Palabra que revela. El mismo habla de Sí mismo. Su palabra contiene en sí a autorrevelación de Dios, la autorrevelación en el sentido estricto e inmediato.

4. Esta autorrevelación de Dios constituye la gran novedad y 'originalidad' del Evangelio. Profesando la fe con las palabras de los Símbolos, sea el apostólico o el niceno-constantinopolitano, la Iglesia bebe en plenitud del testimonio evangélico y alcanza así su esencia profunda. A la luz de este testimonio profesa y da testimonio de Jesucristo como Hijo que es 'de la misma naturaleza que el Padre'. El nombre 'Hijo de Dios' podía usarse (y lo ha sido) en un sentido amplio, como se constata en algunos textos del Antiguo Testamento (Sab 2, 18; Sir 4, 11; Sal 82, 6, y, con mayor claridad, 2 Sm 7,14; Sal 2, 7; Sal 110, 3). El Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios, hablan de Jesús como Hijo de Dios en sentido estricto y pleno: Eles 'engendrado, no creado' y 'de la misma naturaleza que el Padre'.

5. Prestaremos ahora atención a esta verdad central de la fe cristiana analizando el testimonio del Evangelio desde este punto de vista. Es ante todo el testimonio del Hijo sobre el Padre y, en concreto, el testimonio de una relación filial que es propia de El y sólo de El.

De hecho, así como son significativas las palabras de Jesús: 'Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo' (Mt 11, 27), lo son éstas otras: 'Nadie conoce al Hijo sino el Padre' (Mt 11, 27). Es el Padre quien realmente revela al Hijo. Merece la pena recordar que en el mismo contexto se reproducen las palabras de Jesús: 'Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos' (Mt 11, 25; también Lc 10, 21-22). Son palabras que Jesús pronuncia (como anota el Evangelista) con una especial alegría del corazón: 'Inundado de gozo en el Espíritu Santo' (Cfr. Lc 10, 21).

6. La verdad sobre Jesucristo, Hijo de Dios, pertenece, por tanto, a la esencia misma de la Revelación trinitaria. En ella y mediante ella Dios se revela a Sí mismo como unidad de la inescrutable Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Así, pues, la fuente definitiva del testimonio, que los Evangelios (y todo el Nuevo Testamento) dan de Jesucristo como Hijo de Dios, es el mismo Padre: el Padre que conoce al Hijo y se conoce a Sí mismo en el Hijo. Jesús, revelando al Padre, comparte en cierto modo con nosotros el conocimiento que el Padre tiene de Sí mismo en su eterno, unigénito Hijo. Mediante esta eterna filiación Dios es eternamente Padre. Verdaderamente, con espíritu de fe y de alegría, admirados y conmovidos, hagamos nuestra la confesión de Jesús: 'Todo te lo ha confiado el Padre a Ti, Jesús, Hijo de Dios, y nadie sabe quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien Tú, el Hijo, lo quieras revelar'.


El Padre da testimonio del Hijo

27-V-87

 

1. Los Evangelios (y todo el Nuevo Testamento) dan testimonio de Jesucristo como Hijo de Dios. Es ésta una verdad central de la fe cristiana. Al confesar a Cristo como Hijo 'de la misma naturaleza' que el Padre, la Iglesia continúa fielmente este testimonio evangélico, Jesucristo es el Hijo de Dios en el sentido estricto y preciso de esta palabra. Ha sido, por consiguiente, 'engendrado' en Dios, y no 'creado' por Dios y 'aceptado' luego como Hijo, es decir, 'adoptado'. Este testimonio, del Evangelio (y de todo el Nuevo Testamento), en el que se funda la fe de todos los cristianos, tiene su fuente definitiva en Dios) Padre, que da testimonio de Cristo como Hijo suyo.

En la catequesis anterior hemos hablado ya de esto refiriéndonos a los textos del Evangelio según Mateo y Lucas. 'Nadie conoce al Hijo sino el Padre' (Mt 11, 27). 'Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre' (Lc 10, 22)

2. Este testimonio único y fundamental, que surge del misterio eterno de la vida trinitaria, encuentra expresión particular en los Evangelios sinópticos, primero en la narración del bautismo de Jesús en el Jordán y luego en el relato de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Estos dos acontecimientos merecen una atenta consideración.

3. En el Evangelio según Marcos leemos: 'En aquellos días vino Jesús desde Nazaret, de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En el instante en que salía del agua vio los cielos abiertos y el Espíritu como paloma, que descendía sobre El, y una voz se hizo (oír) de los cielos: !Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias!' (Mc 1, 9-11).

Según el texto de Mateo, la voz que viene del cielo dirige sus palabras no a Jesús directamente, sino a aquellos que se encontraban presentes durante su bautismo en el Jordán: 'Este es mi Hijo amado' (Mt 3, 17). En el texto de Lucas (Cfr. Lc 3, 22), el tenor de las palabras es idéntico al de Marcos.

4. Así, pues, somos testigos de una teofanía trinitaria. La voz del cielo que se dirige al Hijo en segunda persona: 'Tú eres...' (Marcos y Lucas) o habla de El en tercera persona: 'Este es...' (Mateo), es la voz del Padre, que en cierto sentido presenta a su propio Hijo a los hombres que habían acudido al Jordán para escuchar a Juan Bautista. Indirectamente lo presenta a todo Israel: Jesús es el que viene con la potencia del Espíritu Santo, es decir, el Mesías)Cristo. El es el Hijo en quien el Padre ha puesto sus complacencias, el Hijo 'amado'. Esta predilección, este amor, insinúa la presencia del Espíritu Santo en la unidad trinitaria, si bien en la teofanía del bautismo en el Jordán esto no se manifiesta aún con suficiente claridad.

5. El testimonio contenido en la voz que procede 'del cielo' (de lo alto), tiene lugar precisamente al comienzo de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret. Se repetirá en el momento que precede a la pasión y al acontecimiento pascual que concluye toda su misión: el momento de la transfiguración. A pesar de la semejanza entre las dos teofanías, hay una clara diferencia entre ellas, que nace sobre todo del contexto de los textos. Durante el bautismo en el Jordán, Jesús es proclamado Hijo de Dios ante todo el pueblo. La teofanía de la transfiguración se refiere sólo a algunas personas escogidas: ni siquiera se introduce a todos los Apóstoles en cuanto grupo, sino sólo a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan. 'Pasados seis días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un monte alto y apartado y se transfiguró ante ellos' Esta transfiguración v acompañada de la 'aparición de Elías con Moisés hablando con Jesús'. Y cuando, superado el 'susto' ante tal acontecimiento, los tres Apóstoles expresan el deseo de prolongarlo y fijarlo ('bueno es estarnos aquí'), 'se formó una nube... y se dejó oír desde la nube una voz: Este es mi Hijo amado, escuchadle' (Cfr. Mc 9, 2)7). Así en el texto de Marcos. Lo mismo se cuenta en Mateo: 'Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle' (Mt 17, 5). En Lucas, por su parte, se dice: 'Este es mi Hijo elegido, escuchadle' (Lc 9, 35).

6. El hecho, descrito por los Sinópticos, ocurrió cuando Jesús se había dado a conocer ya a Israel mediante sus signos (milagros), sus obras y sus palabras. La voz del Padre constituye como una confirmación 'desde lo alto' de lo que estaba madurando ya en la conciencia de los discípulos. Jesús quería que, sobre la base de lo signos y de las palabras, la fe en su misión y filiación divinas naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación interna que les daba el mismo Padre.

7. Desde este punto de vista, tiene especial significación la respuesta que Simón Pedro recibió de Jesús tras haberlo confesado en las cercanías de Cesarea de Filipo. En aquella ocasión dijo Pedro: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16,16). Jesús le respondió: 'Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos' (Mt 16, 17). Sabemos la importancia que tiene en labios de Pedro la confesión que acabamos de citar. Pues bien, resulta esencial tener presente que la profesión de la verdad sobre la filiación divina de Jesús de Nazaret )'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo') procede del Padre. Sólo el Padre 'conoce al Hijo' (Mt 11, 27), sólo el Padre sabe 'quién es el Hijo' (Lc 10, 22), y sólo el Padre puede conceder este conocimiento al hombre. Esto es precisamente lo que afirma Cristo en la respuesta dada a Pedro. La verdad sobre la filiación divina que brota de labios del Apóstol, tras haber madurado primero en su interior, en su conciencia, procede de la profundidad de la autorrevelación de Dios. En este momento todos los significados análogos de la expresión 'Hijo de Dios', conocidos ya en el Antiguo Testamento, quedan completamente superados. Cristo es el Hijo del Dios vivo, el Hijo en el sentido propio y esencial de esta palabra: es 'Dios de Dios'.

8. La voz que escuchan los tres Apóstoles durante la transfiguración en el monte (identificado por la tradición posterior con el monte Tabor), confirma la convicción expresada por Simón Pedro en las cercanías de Cesarea (según Mt 16,16). Confirma en cierto modo 'desde el exterior' lo que el Padre había ya 'revelado desde el interior'. Y el Padre, al confirmar ahora la revelación interior sobre la filiación divina de Cristo ) 'Este es mi Hijo amado: escuchadle'), parece como si quisiera preparar a quienes ya han creído en El para los acontecimientos de la Pascua que se acerca: para su muerte humillante en la cruz. Es significativo que 'mientras bajaban del monte' Jesús les ordenara: 'No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos' (Mt 17,9, como también Mc 9, 9, y además, en cierta medida, Lc 9, 21). La teofanía en el monte de la transfiguración del Señor se hala así relacionada con el conjunto del Misterio pascual de Cristo.

9. En esta línea se puede entender el importante pasaje del Evangelio de Juan (Jn 12 20-28) donde se narra un hecho ocurrido tras la resurrección de Lázaro, cuando por un lado aumenta a admiración hacia Jesús y, por otro, crecen las amenazas contra El. Cristo habla entonces del grano de trigo que debe morir para poder producir mucho fruto. Y luego concluye significativamente: 'Ahora mi alma se siente turbada; ¿y qué diré? Padre, líbrame de esta hora? Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre'. Y 'llegó entonces una voz del Cielo: !Lo glorifiqué y de nuevo lo glorificaré' (Cfr. Jn 12, 27-28). En esta voz se expresa la respuesta del Padre, que confirma las palabras anteriores de Jesús: 'Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado' (Jn 12, 25).

El Hijo del Hombre que se acerca a su 'hora' pascual, es Aquel de quien la voz de lo alto proclamaba en el bautismo y en la transfiguración: 'Mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias... el elegido'. En esta voz se contenía el testimonio del Padre sobre el Hijo. El autor de la segunda Carta a de Pedro, recogiendo el testimonio ocular del Jefe de los Apóstoles, escribe para consolar a los cristianos en un momento de dura persecución: '(Jesucristo)... al recibir de Dios Padre honor y gloria de la majestuosa gloria le sobrevino una voz (que hablaba) en estos términos: !Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias!. Y esta voz bajada del cielo la oímos los que con El estábamos en el monte santo' (2 Pe. 1, 16-18).