«IL RELIGIOSO CONVEGNO»

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR

JUAN

POR LA DIVINA PROVIDENCIA

PAPA XXIII

SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO

29 septiembre 1961

 

Venerables hermanos, queridos hijos, salud y bendición apostólica.

1. La religiosa reunión del domingo lo de septiembre en Castelgandolfo, con numerosa y selecta representación de cardenales, de prelados, del Cuerpo Diplomático y una multitud de fieles de las más diversas procedencias, estuvo penetrada del sentimiento de una viva preocupación en torno al problema de la paz. 

2. La presencia de nuestra humilde persona, nuestra voz conmovida era punto directivo, luminoso y central de aquel encuentro. Nuestras manos consagradas y bendecidas ofrecieron el Sacrificio eucarístico de jesús Salvador y Redentor: Salvator et Redemptor mundi, y Rey pacífico de los siglos y de los pueblos.

3. Todas las naciones representadas estaban allí para dar amplia significación de universalidad. Formaban un grupo notable, entre los demás, los alumnos del Colegio Urbano de Propaganda, símbolo de todas las gentes, incluso no cristianas, pero todas ansiosas de la paz.

4. Conmovidos, y a la vez confiados, anunciamos en aquel misterioso atardecer nuestro propósito de animar a sucesivas reuniones de almas según que con tiempo se presentase la ocasión, para retenerlas en la oración en pro de este fundamental propósito de la preservación de la paz en el mundo entero y para defensa de la civilización.

5. Con esta intención, y para ofrecer un primer ejemplo, pocos días después Nos dirigimos a las Catacumbas de San Calixto, las más próximas a nuestra residencia estival, para implorar desde allí, junto a los sacros sepulcros de cuantos Nos precedieron, más de catorce Pontífices y con ellos obispos y mártires ilustres en la historia, la cooperación de su celestial intercesión para asegurar a todas las naciones -pues todas pertenecen de alguna manera a Cristo- el gran tesoro de la paz: Ut cuncto populo christiano pacem et unitatem Dominus largiri dignetur1.

6. Y ahora que nos encontramos en el mes de octubre, que por tradición de piedad y de caridad cristiana está consagrado al culto y a la veneración de la Virgen del Rosario, se Nos ofrece como nueva la oportunísima ocasión de una plegaria universal al Señor por la misma gran intención que interesa a individuos, familias, pueblos.

La devoción del Santo Rosario

7. En el pasado mayo, inspirándonos en el texto del Papa León XIII, de grata memoria, recordamos la enseñanza de la Rerum novarum, desarrollándola con nuestra encíclica Mater et Magistra, tratando de acomodar, siempre más y más, la doctrina católica a las nuevas exigencias de la convivencia humana y cristiana.

8. Recordamos ahora cómo aquel gran Pontífice, que fue ya luz y guía de nuestro espíritu en nuestra formación, desde nuestra niñez a la aurora del ministerio sacerdotal, al llegar el mes de octubre muchas veces volvía a invitar al mundo cristiano al rezo del santo rosario, propuesto a todos los hijos de la Iglesia como ejercicio de sacra y beneficiosa meditación, como alimento de espiritual elevación y como intercesión de celestiales gracias para toda la Iglesia.

9. Sus sucesores procuraron hacer honor a la piadosa y conmovedora tradición. Y Nos queremos humildemente, seguir a estos grandes pastores, veneradísimos del rebaño de Cristo, no sólo empleando la solicitud cada vez más intensa por los intereses de la justicia y de la fraternidad, en la vida de aquí abajo, mas también en la ferviente búsqueda de la santificación de las almas, que es nuestra verdadera fuerza y la seguridad para todo buen éxito, como respuesta de lo alto a las voces de la tierra, que se alzan de almas sinceras, sedientas de verdad y caridad.

10. Ya en vísperas del mes de octubre de 1959, Nos dirigimos al mundo católico con la encíclica Grata recordatio2, y en el año siguiente dirigimos, con el mismo fin, una carta al cardenal vicario de nuestra diócesis de Roma.

11. Por esto Nos complacemos, venerables hermanos y queridos hijos, todos cuantos estáis esparcidos por todo el mundo, en recordaros también este año algunas consideraciones sencillas y prácticas, que la devoción del Santo Rosario Nos sugiere, para sabroso alimento y para robustecimiento de principios vitales, normativos de vuestro pensamiento y de vuestra plegaria cristiana perfecta y feliz, y siempre bajo la luz de una universal súplica por la paz de todas las almas y de todas las naciones. 

12. El rosario, como ejercicio de cristiana devoción entre los fieles de rito latino, que son notable parte de la familia católica, ocupa su lugar, para los eclesiásticos, después de la santa misa y el Breviario; y, para lo seglares, después de la participación en los sacramentos. Es (el rosario) forma devota de unión con Dios, y siempre de alta elevación espiritual.

Palabras y contenido

13. Es verdad que, para algunas almas no educadas a elevarse por encima del homenaje puramente oral, el rosario puede ser recitado como una monótona sucesión de las tres oraciones: el Pater noster, el Ave Maria y el Gloria, dispuestas en el orden tradicional de quince decenas. Esto, sin duda, ya es algo. Pero -debemos también repetirlo- es tan sólo preparación o resonancia exterior de una plegaria confiada, mas no vibrante elevación del espíritu en coloquio con el Señor, buscado en la sublimidad y dulzura de sus misterios de amor misericordioso por la humanidad toda entera.

14. La verdadera substancia del rosario bien meditado está constituida por un triple elemento, que da a la expresión vocal unidad y reflexión, descubriendo en vivaz sucesión los episodios que asocian la vida de Jesús y de María, con referencia a las varias condiciones de las almas orantes y a las aspiraciones de la Iglesia universal.

15. Para cada decena de avemarías he aquí un cuadro, y para cada cuatro un triple acento, que es al mismo tiempo: contemplación mística, reflexión íntima e intención piadosa.

Contemplación mística

16. Ante todo, contemplación pura, luminosa, rápida, de cada misterio, es decir, de aquellas verdades de la fe que nos hablan de la misión redentora de Jesús. Contemplando, nos encontramos en una comunicación íntima de pensamiento y de sentimiento con la doctrina y con la vida de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, venido a la tierra para redimir, instruir y santificar: -en el silencio de la vida oculta, hecha de plegaria y de trabajo; -en los dolores de su santa Pasión; -en el triunfo de la resurrección, como en la gloria de los cielos donde está sentado a la diestra del Padre, asistiendo y vivificando siempre con el Espíritu Santo la Iglesia fundada por Él, que va siguiendo su camino a través de los siglos.

Reflexión íntima

17. El segundo elemento es la reflexión, que desde la plenitud de los misterios de Cristo se difunde con viva luz sobre el espíritu del orante. Cada uno advierte, misterio por misterio, la oportuna y buena enseñanza para sí, en orden a la propia santificación y a las condiciones en que vive; y bajo la continua iluminación del Espíritu Santo, que desde lo profundo del alma en gracia «pide por nosotros con gemidos inenarrables»4, cada uno compara su vida con el calor de la enseñanza que brota de esos mismos misterios, y encuentra sus inagotables aplicaciones tanto a las propias necesidades espirituales como a las necesidades de su vivir cotidiano.

Intención piadosa

18. En último término está la intención, es decir, la indicación de personas, instituciones o necesidades de orden personal y social, que para un católico verdaderamente activo y piadoso entran en el ejercicio de la caridad hacia los hermanos, caridad que se difunde en los corazones como expresión viviente de la común pertenencia al cuerpo místico de Cristo.

19. Así es como el rosario se convierte en súplica universal de cada una de las almas particulares y de la inmensa comunidad de los redimidos, que desde todos los puntos de la tierra se encuentran en una misma plegaria: ya sea en la invocación personal, para implorar gracias por necesidades individuales de cada uno, ya sea en la participación en el coro inmenso y unánime de toda la Iglesia por los grandes intereses de la humanidad entera. La Iglesia, como el Redentor Divino la quiere, vive entre las asperezas, las adversidades y las tempestades de un desorden social que frecuentemente se convierte en amenaza pavorosa; pero sus miradas están fijas y las energías de la naturaleza y de la gracia tienden siempre hacia el supremo destino de los fines eternales.

Recitación oral y privada

20. Esto es el rosario mariano, observado en sus varios elementos, conjuntamente reunidos en alas de la plegaria vocal y a ella entrelazados como un bordado fino y substancioso, pero lleno de calor y de atractivo espiritual.

21. Las oraciones vocales adquieren, por lo tanto, también ellas, su pleno sentido: ante todo, la oración dominical, que da al rosario tono, substancia y vida, y, al venir después del anuncio de cada uno de los misterios, señala el paso de una a otra decena; después, la salutación angélica, que lleva en sí ecos de la alegría del cielo y de la tierra en torno a los varios cuadros de la vida de Jesús y de María; y, finalmente, el trisagio, repetido en adoración profunda a la Santísima Trinidad.

22. ¡Qué bello es siempre, así, el rosario del niño inocente y del enfermo; de la virgen consagrada al retiro del claustro o al apostolado de la caridad, siempre en la humildad y en el sacrificio; del hombre y de la mujer, padre y madre de familia, alimentados por alto sentido de responsabilidad noble y cristiana; de las modestas familias fieles a la antigua tradición doméstica; de las almas recogidas en silencio y abstraídas de la vida del mundo al que han renunciado, aunque debiendo, siempre vivir con el mundo, pero como anacoretas, entre las incertidumbres y las tentaciones!

23. Éste es el rosario de las almas piadosas, que mantienen viva la preocupación de la propia singularidad de vida y de ambiente.

Oración social y solemne

24. Respetando esta antigua, acostumbrada y conmovedora forma de devoción mariana, según las circunstancias personales de cada uno, Nos está permitido, además, añadir que las transformaciones modernas sobrevenidas en cada sector de la convivencia humana, los inventos científicos, el mismo perfeccionamiento de la organización laboral, conduciendo al hombre a medir con mayor amplitud de mirada y penetración para comprender la fisonomía del mundo actual, viene creando nuevas sensibilidades también en torno a la función y las formas de la plegaria cristiana. Hoy cada alma que ora ya no se siente sola y ocupada exclusivamente en los propios intereses de orden espiritual y temporal; sino que advierte, más y mejor que en el pasado, que pertenece a todo un cuerpo social, cuya responsabilidad participa, gozando sus ventajas y temiendo sus incertidumbres y peligros. Éste, por lo demás, es el carácter de la oración litúrgica del Misal y del Breviario: cada una de sus partes, sellada por el Oremus, que supone pluralidad y multitud tanto de quien ora cuanto de quien espera ser escuchado y por quien la plegaria se realiza. Es la multitud que ora en unidad de súplica por toda la fraternidad humana, religiosa y civil.

25. El rosario de María, pues, viene elevado a la condición de una gran plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero.

26. Ha habido épocas difíciles, demasiado difíciles en la historia de los pueblos, por la sucesión de acontecimientos que señalaron con notas de lágrimas y de sangre los cambios de los Estados más potentes de Europa. 

27. Es bien conocida de quienes siguen, desde el punto de vista histórico, los acontecimientos de las transformaciones políticas, la influencia ejercitada por la piedad mariana, en la preservación de desgracias amenazadoras, en la restauración de la prosperidad y del orden social, en la prueba de las espirituales victorias obtenidas.

Monumento histórico de piedad y de arte en Venecia

28. Acordándonos siempre de nuestra querida ciudad de Venecia, que durante seis años Nos ofreció tan caras ocasiones de buen ministerio pastoral, Nos place señalar, cual motivo de viva complacencia que conmueve nuestro corazón, la restauración ya terminada de la suntuosa capilla del Rosario, ornato preclarísimo de la basílica de San Juan y San Pablo, de los padres dominicos de allí.

29. Es un monumento que brilla, con mucho honor, entre los muchos que en Venecia afirman a través de los siglos las victorias de la fe, y corresponde precisamente a aquellos años que siguieron al Concilio Tridentino, sellando -del 1563 al 1565- el característico fervor difundido por toda la cristiandad, en honor del rosario de María, desde entonces invocada en la letanía bajo el título de Auxilium christianorum.

Ahora y siempre: Rosario, invocación de paz universal

30. ¡Oh rosario bendito de María; cuánta dulzura al verte sostenido por la mano de los inocentes, de los sacerdotes santos, de las almas puras, de los jóvenes y de los ancianos, de cuantos aprecian el valor y la eficacia de la oración, llevado por innumerables y piadosas múltitudes como emblema y como bandera augural de paz en los corazones y de paz para todas las gentes humanas!

31. Decir paz en sentido humano y cristiano significa la penetración en las almas de aquel sentido de verdad, de justicia, de perfecta fraternidad entre las gentes, que disipa todo peligro de discordia, de confusión, que armoniza la voluntad de todos y de cada uno sobre las huellas de la doctrina evangélica, mediante la contemplación de los misterios de Jesús y de María, convertidos en algo familiar a la devoción universal; sobre el esfuerzo de cada alma, de todas las almas, hacia la práctica perfecta de la ley santa, que, regulando los secretos del corazón, rectifica las acciones de cada uno hacia el cumplimiento de la paz cristiana, delicia del vivir humano, gusto anticipado de los goces imperecederos y eternos.

Un ensayo del rosario meditado

32. Queridos hermanos e hijos: Sobre este tema del rosario de María, entendido como súplica mundial por la paz del Señor y por la felicidad, aun aquí abajo, de las almas y de los pueblos, el corazón Nos sugeriría otras piadosas consideraciones persuasivas y conmovedoras. Mas preferimos ofrecer a vuestra atención, a modo de complemento de esta carta apostólica, un pequeño ensayo nuestro de devotos pensamientos, distribuidos para cada decena del rosario, con referencia al triple acento -misterio, reflexión e intención- que más arriba hemos señalado.

33. Estas simples y espontáneas notas pueden convenir bien al espíritu de muchos, particularmente inclinados a superar la monotonía de la simple recitación. Formas útiles y oportunas para una personal edificación más viva, para un más encendido fervor de la oración por la salvación y la paz de todas las gentes5.

34. Y ahora, el último pensamiento para San José. Su querida figura aparece más veces en los misterios gozosos del rosario. Pero recordamos que el gran Pontífce León XIII, en el fervor de sus recomendaciones, por tres veces --en el 1885, en el 1886 y en el 1889- lo presentó a la veneración de los fieles del mundo entero enseñando aquella plegaria «A ti, oh bienaventurado San José», que Nos es tanto más querida, cuanto que fue aprendida en los fervores de nuestra feliz infancia.

35. Una vez más la recomendamos, invitando al custodio de Jesús y al Esposo purísimo de María a que con su intercesión dé valor a nuestros votos, a nuestras esperanzas.

36. Deseamos, en fin, de todo corazón, que este mes de octubre sea, como debe, una sucesión continuada y deliciosa, para las almas piadosas, de mística elevación hacia Aquella que el ejercicio del sacratísimo rosario, en su terminación, aclama ahora y siempre la Beata Mater, et intacta Virgo gloriosa, Regina mundi para universal paz y consuelo.

Castelgandolfo, 29 de septiembre de 1961, fiesta de San Miguel Arcángel.

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1
Cf. Litaniae Sanctorum.

2 A. A. S. 51 (1959), 673-678.

3 Ep. L'ottobre che Ci sta inanzi: A.A.S. 52 (1960), 814-817.

4 Rom 8, 26.

5 En el texto publicado por el Osservatore Romano (1-X-1961: n. 227) siguen algunas piadosas consideraciones sobre los quince misterios del santo rosario.

APÉNDICE*

EL ROSARIO MEDITADO

MISTERIOS GOZOSOS

Primer Misterio

LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Contemplación

Es el primer punto luminoso para unir el cielo y la tierra. El primero de la serie de acontecimientos que son los más grandes de los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, «por quien fueron hechas todas las cosas» en la creación1, toma naturaleza humana en este misterio. Se hace hombre Él mismo para poder ser redentor del hombre y de la humanidad entera, y su salvador.

María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante, respondiendo al ángel «he aquí la esclava del Señor»2, acepta el honor de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Y nosotros, llamados en nuestro padre Adán hijos adoptivos de Dios, privados luego, volvemos hoy a ser hermanos, hijos adoptivos de Dios, recuperada la adopción por la redención que comienza ahora. Al pie de la cruz seremos con jesús, que es concebido en su seno, hijos de María. Desde hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.

¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!

Reflexión

Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es dar gracias a Dios, porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a nosotros en cuanto a nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie de la cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo seamos igualmente de su misma Madre.

Intención

Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este primer misterio que se nos ofrece a la meditación, además de dar gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y real, de humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto ejemplo la Virgen bendita.

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* Sigue a continuación el pequeño ensayo de meditación de los misterios del Rosario que Juan XXIII publicó junto con su carta apostólica Il religioso convegno. Ofrecemos la traducción del texto pontificio reeditado por L'Osservatore Romano el 10 de febrero de 1962, publicada en el folleto «El Rosario (Ed. OPE, Villava, 1963). Juan XXIII desarrolla el triple elemento que él mismo anuncia: meditación, reflexión e intención. (N. del E.) 

1 Jn 1,3.
2 Lc 2, 28.


Segundo Misterio

LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Contemplación

Qué suavidad, qué gracia en esta visita de tres meses, que María hizo a su prima. Una y otra, bendecidas con una maternidad que se cumpliría a no tardar. La de la Virgen María, la más sagrada maternidad de cuanto se pueda soñar sobre la tierra. Dulce encanto en las palabras que se dicen como un cántico. De una parte, «bendita tú entre las mujeres»3. Y de la otra, «porque ha mirado la humildad de su sierva, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones»4.

Reflexión

Cuanto sucede aquí, en Ain-Karin, en el monte Hebrón, presenta, con luz celeste y al mismo tiempo muy humana, qué relaciones son las que unen entre sí a las buenas familias cristianas, educadas en la antigua escuela del rosario. Rosario recitado cada noche en casa, en el círculo de los íntimos. Rosario recitado, no en una, ni en cien, ni en mil familias, sino por todas y por todos, y en todos los lugares de la tierra, allí donde uno cualquiera de nosotros «sufre, lucha y ora»5, fiel a una inspiración de lo alto, como el sacerdocio, la caridad misionera, la prosecución de un ideal de apostolado; o también por fidelidad a uno de aquellos motivos, tan legítimos que llegan a ser obligatorios, como el trabajo, el comercio, el servicio militar, el estudio, la enseñanza, o cualquier otra ocupación.

Intención

Bello es confundirse durante las diez avemarías del misterio con tantas y tantas almas, unidas por vínculos de sangre, o domésticos, en una relación que santifica y por lo mismo consolida el amor de las personas más amadas: con padres e hijos, hermanos y parientes, convecinos y compatriotas. Todo esto, con la finalidad y el propósito vivido de sostener, aumentar y hacer más viva la presencia de la caridad con todos, cuyo ejercicio proporciona la alegría más profunda y es el mayor honor de la vida.

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3 Lc 1, 45.
4 Lc 1, 48.
5 Manzoni, La Pentecoste, v 6.


Tercer Misterio

EL NACIMIENTO DEL JESÚS EN BELÉN

Contemplación

A su tiempo, según ley de la naturaleza humana asumida por el Verbo de Dios, hecho hombre, sale del tabernáculo santo, el seno inmaculado de María. Hace su primera aparición al mundo en un pesebre. Allí las bestias rumian el heno. Y todo es en derredor silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Voces de ángeles surcan el aire anunciando la paz. Aquella paz de la que es portador para el universo el niño que acaba de nacer. Los primeros adoradores son María su madre, y San José, el padre adoptivo. Luego, pastores que han bajado del monte, invitados por voces de ángeles. Vendrá más tarde una caravana de gente ilustre, precedida desde lejos por una estrella, y ofrecerá regalos valiosos, llenos de simbolismo, de interés. En la noche de Belén todo habla de universalidad.

Reflexión

En este misterio no quede una sola rodilla sin doblarse ante la cuna, en gesto de adoración. Nadie se quede sin ver los ojos del divino Niño que miran lejos, como queriendo ver, uno a uno, todos los pueblos de la tierra. Van pasando uno a uno ante su presencia, como en una revista, y los reconoce a todos: hebreos, romanos, griegos, chinos, indios, pueblos de África, de cualquier región de la tierra, o época de la historia. Las regiones más distantes y desérticas, las más remotas e inexploradas; los tiempos pasados, el presente, y los tiempos por venir.

Intención

Al Santo Padre, en el transcurso de las diez avemarías, le gusta encomendar a Jesús que nace, el número incontable de niños -¡cuántos son! muchedumbre interminable- que han nacido en las últimas veinticuatro horas, de día o de noche, de la raza que sean, aquí y allí, un poco por toda la tierra. ¡Cuántos son! Todos ellos pertenecen, de derecho, bautizados o no, a Jesús, el niño que acaba de nacer en Belén. Están llamados al reconocimiento de su dominio, que es el mayor y más dulce que pueda darse en el corazón del hombre, o en la historia del mundo: único dominio digno de Dios y de los hombres. Reino de luz y de paz, el reino que pedimos en el padrenuestro.


Cuarto Misterio

LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

Contemplación

Jesús, en brazos de su madre, es presentado al sacerdote, y extiende sus brazos hacia adelante. Es el encuentro de los dos Testamentos. Él, gloria del pueblo elegido, hijo de María, está dispuesto a ser «luz y revelación de las gentes»6. Está presente y ofrece también San José, que participa por igual en el rito de las ofrendas legales de rigor.

Reflexión e intención

De manera diferente, pero semejante en cuanto al sentido de la ofrenda, el episodio se renueva continuamente en la Iglesia, o por mejor decir, es algo constante en ella. Será muy grato contemplar, durante las diez avemarías, el campo que germina, la cosecha que se alza. «Mirad los campos que ya están amarillos para la siega»7. Me refiero a la alegre esperanza que se ve nacer del sacerdocio, de sus cooperadores y cooperadoras, tan numerosos en el reino de Dios, y sin embargo no suficientes aún. Jóvenes del seminario, de las casas religiosas, seminarios de misiones, y aun en las universidades católicas. ¿Por qué no aquí, si son cristianos, llamados también ellos a ser apóstoles? Y la alegre esperanza de tantas iniciativas de apostolado de los seglares, imprescindibles en el mañana. Apostolado, que, no obstante las dificultades y pruebas de su expansión, ofrece, y jamás dejará de ofrecer, un espectáculo tan conmovedor que arranca palabras de alegría y admiración.

«Luz y revelación de las gentes»8, gloria del pueblo elegido.

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6 Lc 2, 32. 
7 Jn4,35.
8 Lc 2, 32.


 

Quinto Misterio

EL NINO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

 

Contemplación

Jesús tiene ya doce años. María y José lo acompañan a Jerusalén para la oración ritual. Inesperadamente, se oculta a sus ojos, tan vigilantes y amorosos. Gran preocupación y una búsqueda que se prolonga en vano durante tres días. A la pena sucede la alegría de encontrarlo precisamente en los atrios que rodean el templo. Hablaba con los doctores de la Ley. San Lucas lo presenta con palabras expresivas y con precisión muy cuidada. Lo encontraron, dice, sentado en medio de los doctores «escuchando y preguntándoles»9. Un encuentro con los doctores importaba entonces mucho, lo encerraba todo: conocimiento, sabiduría, normas de vida práctica, a la luz del Antiguo Testamento.

Reflexión

El deber de la inteligencia humana es el mismo en todo tiempo: recoger la sabiduría del pasado, transmitir la buena doctrina, hacer avanzar, con firmeza y humildad, la investigación científica. Nosotros morimos uno tras otro. Vamos a Dios. La humanidad, en cambio, mira al porvenir.

Cristo no está jamás ausente, ni del conocimiento sobrenatural, ni en el ámbito del natural. Está siempre en el juego, en su puesto. «Uno solo es vuestro maestro, Cristo»10.

Intención

Ésta, que es la quinta decena, última de los misterios gozosos, reservémosla, con una intención especialísima, a favor de todos aquellos que han sido llamados por Dios -por su capacidad natural, por circunstancias de la vida, por voluntad de sus superiores- al servicio de la verdad: en la investigación o la enseñanza, difundiendo el saber antiguo a las técnicas nuevas, mediante libros o técnicas audiovisuales. Todos ellos están llamados a imitar a Jesucristo: los intelectuales, profesores, periodistas. Todos, especialmente los periodistas a quienes incumbe diariamente la tarea peculiarísima de hacer honor a la verdad, deben transmitirla con religiosa escrupulosidad, con agudo buen sentido, sin distorsionarla ni contrahacerla con fantasías.

Sí, sí, recemos por todos ellos: recemos por ellos, sean sacerdotes o seglares; para que sepan escuchar la verdad; y cuánta pureza de corazón se necesita para que sepan comprenderla; y cuánta humildad íntima de pensamiento es necesaria para que sepan defenderla, ya que entonces se hace inevitable la obediencia, que fue la fuerza de Jesús, y es la fuerza de los santos. Sólo la obediencia obtiene la paz, es decir, la victoria.

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9 Lc 2, 46.
10 Mt 23, 10.


 

MISTERIOS DOLOROSOS

 

Primer Misterio

LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO

Contemplación

Con ánimo conmovido se vuelve una y otra vez sobre la imagen de Jesús en la hora y el lugar del supremo abandono. "Y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra"11. Pena íntima en su alma, amargura insondable de su soledad, decaimiento en el cuerpo abrumado. Su agonía no se precisa sino por la inminencia de la pasión que Jesús, a partir de ahora, ya no ve lejana, ni siquiera próxima, sino presente.

Reflexión

La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o permite: "No se haga mi voluntad, sino la tuya"12. Palabras que desgarran y curan, porque enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.

Intención

En este misterio se presenta ante nuestra mirada una intención particular: «la preocupación por todas las Iglesias»13. Solicitud que impulsa con apremio la oración diaria del Santo Padre, como el viento que azotaba el lago de Genesaret, «viento contrario»14. Pensamiento anhelante en las situaciones más comprometidas de su altísimo ministerio pastoral. Preocupación por la Iglesia, que esparcida por la redondez de la tierra, sufre unida a el, y él, por su parte, unido a ella, presente en él y sufriendo con él. Afán dolorido por tantas almas, porciones enteras del rebaño de Cristo, sujetas a persecución, sin la libertad de creer, de pensar, de vivir. «¿Quién desfallece que no desfallezca yo?»15.

«Participar en el dolor del prójimo, padecer con quien padece, llorar con quien llora»16 es un beneficio, un mérito para toda la Iglesia. La «comunión de los santos» es este tener en común, todos y cada uno, la Sangre de Cristo, el amor de los santos y de los buenos, y, también, Dios mío, nuestros pecados, nuestras debilidades. ¿Se piensa lo suficiente en esta "comunión", que es unión, y, como diría Jesucristo, casi unidad, "que sean uno?"17. La cruz del Señor no sólo nos eleva a nosotros, sino que atrae a las almas. Siempre. «Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí»18. Todo. A todos.

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11 Lc 22, 44. 
12 Lc 22, 42.
13 2 Co 11, 28. 
14 Mc 14, 24. 
15 2 Co 11, 29.
16 Rm 12, 15. 
17 Jn 17, 22. 
18 Jn 12, 32.


Segundo Misterio

LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR

Contemplación

El misterio trae al recuerdo el suplicio despiadado de latigazos innumerables sobre los miembros santos e inmaculados del Señor.

El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo está sujeto a tentaciones humillantes. La voluntad, más débil aún, puede ser arrastrada fácilmente. Se hallará en el misterio una llamada a la penitencia saludable, que lo es porque implica y causa la verdadera salud del hombre, al ser higiene del vigor coporal y juntamente confortación en orden a la salvación espiritual.

Reflexión

De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al martirio sangriento; pero a la disciplina constante y a la diaria mortificación de las pasiones, sí. Por este medio, verdadero «vía crucis» de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su Sangre inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás. No se llega a esto por fáciles exaltaciones, fanatismo, ojalá inocente, jamás inofensivo.

La Madre, dolorida, lo vio así de flagelado. Pensemos con qué amargura. Cuántas madres querrían poder gozar del éxito en la perfección de sus hijos, dispuestos, iniciados por ellas en la disciplina de una buena educación, en una vida sana, y en cambio tienen que llorar la pérdida de tantas esperanzas, el dolor de que tantos afanes se hayan perdido.

Intención

En las avemarías del misterio pediremos al Señor el don de la pureza de costumbres en la familia, en la sociedad, particularmente para los corazones jóvenes, los más expuestos a la seducción de los sentidos. Y juntamente pediremos el don de la firmeza de carácter, y de la fidelidad a toda prueba a las enseñanzas recibidas, a los propósitos hechos.


Tercer Misterio

LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Contemplación

La contemplación del misterio se orienta de modo particular hacia aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en la sociedad. Es, en efecto, el misterio de los gobernantes, legisladores, magistrados. Sobre la cabeza de Cristo, rey, una corona de espinas. Sobre la de ellos también otra corona, innegablemente aureolada de dignidad y excelencia, símbolo de una autoridad que viene de Dios y es divina, pero que lleva en su urdimbre elementos que pesan y punzan, y causan perplejidad, y llegarían incluso a la amargura. Espinas y disgustos, en suma. Sin hablar del dolor que causan las desgracias y culpas de los hombres cuando se les ama tanto y se tiene el deber de representar ante ellos al Padre celestial. Entonces el mismo amor llega a ser, como para Jesucristo, una corona de espinas con que corazones duros hieren la cabeza de quien les ama.

Intención

Podría ser otra aplicación útil del misterio pensar en la grave responsabilidad de quien por haber recibido más talentos, está por ello mismo más obligado a hacerlos fructificar con abundancia, mediante el ejercicio constante de sus facultades, de su inteligencia. El servicio del pensamiento, quiero decir, lo que se espera de quien está mejor dotado, como luz y guía de los demás, debe prestarse con paciencia serena, rechazando las tentaciones de orgullo, de egoísmo, del distanciamiento que destruye.


Cuarto Misterio

CRISTO CON LA CRUZ A CUESTAS

Contemplación

La vida humana es un continuo caminar, largo y pesado. Siempre hacia arriba, por la cuesta áspera, por los pasos marcados a todos en el monte. En este misterio Jesucristo representa al género humano. ¡Ay, de nosotros si su cruz no fuera para nosotros! El hombre, tentado de egoísmo o de dureza, sucumbiría en el camino, tarde o temprano.

Reflexión

Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las palabras del Kempis: «En la cruz está la salvación, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en ella la infusión de una suavidad soberana»19.

¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre Dolorosa que siguió a Jesús, con un espíritu de total participación en sus méritos, en sus dolores?

Intención

Que el misterio haga pasar ante nuestra mirada el espectáculo inenarrable de tantos seres atribulados: huérfanos, ancianos, enfermos, minusválidos, prisioneros, desterrados. Pidamos para todos ellos la fuerza, el consuelo capaz de dar esperanza. Repitamos con ternura, y, ¿por qué no?, con alguna lágrima escondida: «Salve, cruz, única posible esperanza»20.

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19 Imitación de Cristo, Libro 11, 12, 2.
20 Himno de Visperas del Domingo I de Pasión. 


Quinto Misterio

LA CRUCIFIXIÓN DEL SEÑOR

Contemplación

«La vida y la muerte se abrazaron en un duelo sublime»21. La vida y la muerte representan los puntos claves y resolutivos del sacrificio de Cristo. Con su sonrisa de Belén, que prende en los labios de todos los hombres en el alba de su aparición sobre la tierra; y su deseo y último suspiro en la cruz, que unió al suyo todos nuestros dolores para santificarlos, que expió todos nuestros pecados, cancelándolos al fin, he ahí la vida de Jesús entrando en la nuestra. Y María está junto a la cruz, como estuvo junto al Niño en Belén. Supliquémosle a ella que es madre; pidámosle que también ella interceda por nosotros «ahora y en la hora de nuestra muerte».

Reflexión

Se podría ver esbozado en este misterio el sino misterioso de aquellos hombres que jamás se enterarán -y qué inmensa pena es- de la sangre que ha sido derramada en favor de ellos por el Hijo de Dios. Y sobre todo, el de los pecadores obstinados, el de los incrédulos, el de aquellos que recibieron y reciben, y rechazan después, la luz del Evangelio.

Intención

Pensando en esto la oración se sumerge en un deseo magnánimo, en una vehemencia reparadora, en un horizonte mundial de apostolado. Y se pide, con gran fervor, que la preciosísima Sangre derramada por todos los hombres, dé al fin, y les dé a todos ellos, conversión y salvación. Que la sangre de Cristo sea para todos arras y prenda de vida eterna.

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21 Mis. Rom., Sec. de Pascua.


 

MISTERIOS GLORIOSOS

 

Primer Misterio

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Contemplación

Misterio de la muerte aceptada y vencida. La resurrección es el mayor triunfo de Cristo, y, juntamente da la seguridad del triunfo a la Santa Iglesia Católica, a pesar de las adversidades, a pesar de las persecuciones; ayer, en el pasado, mañana, en el porvenir. Es provechoso recordar que la primera aparición de Jesucristo fue a las santas mujeres, que le fueron familiares en su vida humilde, y estuvieron muy junto a Él en sus padecimientos hasta el Calvario, comprendido el Calvario.

Reflexión

A la luz del misterio nuestra fe contempla vivientes, unidas ya para siempre a Jesucristo resucitado, las almas que nos fueron más queridas, de cuya familiaridad gozamos, cuyas penas compartimos. ¡Cómo se aviva en el corazón, al calor del misterio de la resurrección, el recuerdo de nuestros muertos! Recordados y favorecidos con el sufragio del sacrificio del Señor crucificado y resucitado, toman parte aún en lo mejor de nuestra vida, la oración y Jesucristo.

Intención

Por algo la liturgia oriental termina los ritos fúnebres con el aleluya por todos los muertos. Pidamos para ellos la luz de las moradas eternas, mientras el pensamiento se detiene en la resurrección que aguarda a nuestros propios restos mortales: «Espero en la resurrección de los muertos». El saber esperar. El confiar siempre en la suavísima promesa, de la que es prenda la resurrección de Cristo, es ciertamente un cielo anticipado.


Segundo Misterio

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Contemplación

En el presente misterio contemplamos la culminación, el cumplimiento definitivo de las promesas de Jesucristo. Es la respuesta que Él da a nuestro anhelo del paraíso. Su retorno definitivo al Padre, del que un día bajó al mundo para vivir entre nosotros, es seguridad para todos los hombres, a quienes Él ha prometido y preparado un puesto allá arriba. «Voy a prepararos el lugar»22.

Reflexión

Este momento del rosario nos enseña y exhorta a que no nos dejemos prender en lo que pesa y entorpece, abandonándonos, en cambio, a la voluntad del Señor, que nos estimula hacia lo alto. En el momento de volver al Padre, subiendo al cielo, los brazos del Señor se abren bendiciendo a los primeros apóstoles, y alcanzan a todos los que, siguiendo sus huellas, siguen creyendo en Él, y es para sus almas una plácida y serena seguridad del encuentro definitivo con Él y todos los salvados en la felicidad eterna.

Intención

Ante todo, el misterio se nos presenta como luz y norma para las almas que se preocupan de su propia vocación. En lo íntimo del misterio se halla el movimiento de vida espiritual, el deseo ardiente de superación continua, que arde en el corazón de los sacerdotes no apegados a las cosas de la tierra, cuidadosos únicamente de abrirse, y abrir a otros, caminos que llevan a la perfección y santidad, al grado de gracia a que deben llegar, en privado o en común: sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros y misioneras, seglares amantes de Dios y de su Iglesia, y muchas almas, aquellas al menos que son como «el buen olor de Cristo»23, junto a las cuales se siente cercano al Señor. Viven, en efecto, ya ahora, en una comunión constante de vida celestial.

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21 Jn 14, 2.
22 2 Co 2,15.


Tercer Misterio

LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

Contemplación

En la última cena recibieron los apóstoles la promesa del Espíritu Santo. En el cenáculo, ausente Cristo, pero presente María, lo reciben como don supremo de Cristo. ¿Qué otra cosa es, si no, su Espíritu? Es, además, el consolador y vivificador de las almas. El Espíritu Santo continúa su acción sobre y en la Iglesia en todo tiempo. Los siglos y los pueblos pertenecen al Espíritu, pertenecen a la Iglesia. Los triunfos de la Iglesia no son siempre visibles exteriormente. Pero de hecho los hay siempre, y siempre están llenos de sorpresas, a menudo de maravillas.

Reflexión

La virtud divina que infunde el Espíritu Santo en el alma de los hombres es gran apoyo de la esperanza, fuerza poderosa, única ayuda verdadera para la vida humana. Nos referimos a la gracia que nos santifica, y que en realidad es precedida y seguida de gracias efectivas. Ciertamente lo que importa grandemente es que el espíritu de los hombres se renueve en su interior, naciendo a nueva vida.

Intención

María, la Madre de Jesús, y siempre dulce madre nuestra, se hallaba con los apóstoles en el cenáculo de Pentecostés. Permanezcamos muy cerca de ella por medio del rosario. Nuestras oraciones unidas a las suyas renovarán el antiguo prodigio. Será como el nacimiento de un nuevo día, un alba esplendorosa en la Iglesia católica, santa y aún más santa, católica y aún más católica, en los tiempos modernos.


Cuarto Misterio

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Contemplación

La figura soberana de María se ilumina y transfigura, en la suprema exaltación a que puede llegar una criatura. Qué cuadro de gracia, de dulzura, de solemnidad en la dormición de María, cual la contemplan los cristianos de Oriente. Tranquila en el plácido sueño de la muerte, Jesús está a su lado, y mantiene junto a su corazón el alma de María, como si fuera un niño, como indicando el inmediato prodigio de su resurrección y glorificación.

Los cristianos de Occidente prefieren, con los ojos y el corazón elevados, seguir a María que sube al cielo en alma y cuerpo. Así la han visto y representado los artistas más célebres en su incomparable belleza. ¡Oh, sigámosla también así! Dejémonos arrastrar por el coro de ángeles.

Reflexión

Es motivo de consuelo y confianza, en los días de dolor, para las almas privilegiadas -y todos podemos serlo, a condición de ser fieles a la gracia- que Dios prepara en el silencio al triunfo más bello, el triunfo del altar.

Intención

El misterio de la Asunción nos hace familiar el pensamiento de la muerte, de nuestra muerte, y es una invitación al abandono confiado. Nos familiariza y hace amigos de la idea de que el Señor estará presente en nuestra agonía, como querríamos que estuviese, para tomar Él en sus manos nuestra alma inmortal.

¡Virgen Inmaculada: que podamos compartir contigo la gloria celestial!


Quinto Misterio

LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Contemplación

Es la síntesis de todo el rosario, que de este modo se cierra en la alegría, en la gloria.

El gran destino que el ángel le descubrió de María, en la Anunciación, como una corriente de fuego y de luz, ha pasado uno a uno a través de todos los misterios. El pensamiento de Dios sobre nuestra salvación, que se ha hecho patente en tantos cuadros, nos ha acompañado hasta aquí y nos lleva ahora a Dios en el esplendor del cielo.

La gloria de María, Madre de Jesús y madre nuestra, toma su fulgor de la luz inaccesible de la Trinidad augusta. Vivos reflejos de ella caen sobre la Iglesia, que triunfa en los cielos, que padece en la confiada espera del purgatorio, que lucha en la tierra.

Reflexión

La reflexión ha de recaer sobre nosotros mismos; sobre nuestra vocación por la que un día seremos asociados a los ángeles y a los santos y cuyas gracias santificantes anticipa ya desde esta vida la realidad misteriosa y consoladora; ¡oh qué delicia, oh qué gloria! Somos «conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús»24.

Intención

La intención en este misterio es orar por la perseverancia final y por la paz sobre la tierra, que abre las puertas de la eternidad bienaventurada.

Oh María, tú ruegas con nosotros, tú ruegas por nosotros. Lo sabemos. Lo sentimos, Oh, qué realidad más deliciosa, qué gloria más soberana, en esta concordia celestial y humana de afectos, de palabras, de vida, que nos ha procurado y procura el rosario: mitigación del dolor, prueba sabrosa de paz celestial, esperanza de vida eterna.

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24 Cf. Ef 2, 19-20.