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El Magnificat

 

En el capítulo 2 hemos hablado de la oración de Ana, la madre de Samuel. Ana oró la primera vez desde la angustia de su esterilidad. Cuando por fin nació el niño de la promesa, Ana lo consagró a Dios en el templo y entonó su Magnificat, su canto de alabanza. El himno de María que canta la Iglesia todas las tardes en Vísperas está inspirado en este cántico de Ana. Es uno de los cuatro himnos que recoge Lucas en su evangelio de la infancia junto con el Benedictus (Lc 1,68-79), el Nunc Dimittis (Lc 2,29-32) y el Gloria in excelsis (Lc 2,14).

Discuten los exegetas cómo habría que traducir el verso: "Porque ha puesto los ojos en la humildad/humillación de su esclava" (Lc 1,48). ¿Se trata de la humildad de María o de la humillación de María? En el primer caso María estaría subrayando su pequeñez, su debilidad. En el segundo caso se estaría refiriendo a las humillaciones y desprecios que tuvo que sufrir en la vida.

Si tenemos presente que el Magnificat está inspirado en el canto de Ana, deberíamos interpretar que María se refiere ante todo a sus humillaciones. Ese es el sentido de la palabra hebrea ‘ony utilizada por Ana al referirse a la humillación de su esterilidad, que provocaba las burlas de su rival Penina (1 S 1,11).

En el caso de María se trata de la humillación de haber concebido sin estar todavía casada. Consta por otros textos que en Nazaret hubo toda clase de rumores e infundios acerca de este embarazo. Marcos en su evangelio dice que en su pueblo le llamaban a Jesús "el hijo de María" (Mc 6,2). En la cultura judía nunca llamaban a un hijo por el nombre de su madre, sino por el de su padre. El apelativo de "hijo de María" resultaba insultante para un judío porque equivalía a decir que era hijo de padre desconocido.

Esta interpretación aclara mejor las palabras que dice María a continuación: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,48). Se trata de la manera como Dios compensa la humillación de María. Porque ella estuvo dispuesta a perder su buena fama, y se expuso a toda clase de rumores, Dios hará que todas las generaciones cristianas la consideren bienaventurada y la ensalcen. Es el Dios que "alza del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar entre los nobles" (1 S 2,28: Sal 113,7-8).

Los rumores en contra de María no pudieron hacer mella en su autoestima, porque ella se sintió reconocida por Dios, que había puesto sus ojos en su humillación, y había hecho obras grandes en ella. La actitud de María se opone a la de la vasija de barro que se quejaba: "¿Por qué me has hecho así?" (Is 45,9). María reconoce la obra maravillosa que Dios ha hecho en ella y desde lo hondo de su humillación canta una alabanza al Dios que ensalza a los humillados.

En realidad no hay por qué escoger entre humildad y humillación. El Magnificat de María incluye ambos sentidos. María se sintió humillada por sus paisanos, pero también era humilde y se sentía pequeña ante Dios y por eso pudo acoger los misterios que Dios "no quiso revelar a los sabios e inteligentes, sino a los pequeños" (Mt 11,19).

El evangelio nos invita a hacernos como niños (Mt 18,3) para poder entrar en el Reino, y también para aprender a orar. "De la boca de los niños has sacado una alabanza frente a tus enemigos" (cf. Sal 8,3 interpretado por Mt 21,16). En la entrada solemne de Jesús a Jerusalén los personajes importantes de la ciudad le pidieron a Jesús que acallase los gritos de la multitud, de la gente sencilla y "de los niños". Jesús les respondió que solo desde el corazón de los niños puede brotar una alabanza. Por eso brotó con tanta fuerza del corazón de María.

Dios pone los ojos en los pequeños, en los humildes que solo ponen su confianza en él. Es el sentido del precioso salmo 131. "No está inflado mi corazón, ni mis ojos son altaneros. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos, sino que mantengo mi alma en la paz y en el silencio como un niño en brazos de su madre".

Hasta aquí hemos hecho la lectura del Magnificat desde la experiencia personal de María pequeña y humillada. Pero lo más hermoso del cántico es ver cómo la Virgen María se eleva desde su experiencia personal hasta la experiencia de todo el pueblo de Israel. Fue capaz de ver en la bienaventuranza de su humillación un paradigma de lo que ocurre a toda la humanidad y de una forma especial de lo que ocurre al pueblo de Israel.

El Dios que hace que las generaciones futuras llamen bienaventurada a María es el Dios que "derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes", el Dios que "colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos" (Lc 1,52-53). De este modo el Magnificat se convierte en un canto subversivo que desbarata la legitimidad de las estructuras injustas de este mundo.

Se puede hacer una lectura meramente pietista del cántico de María, o una lectura revolucionaria. Esta última anuncia que en la experiencia de María actúa ya la fuerza del Reino que subvierte la injusticia de la sociedad actual.

Un rasgo típico de los profetas de Israel fue su capacidad de vivir su propia tragedia existencial como una palabra dirigida por Dios al pueblo. Tres grandes profetas de Israel vivieron trágicamente su situación conyugal, pero Dios les enseñó a vivirla también proféticamente. Así Oseas vivió su realidad de marido engañado como una palabra profética de amor dirigida por Dios a Israel su esposa infiel (Os 1,2; 3,1). Jeremías y Ezequiel vivieron su celibato y su viudez respectivos como una alegoría de la realidad profunda de Israel (Jr 16,2; Ez 24,16).

También María en su cántico sabe comprender su dinámica personal desde la humillación a la bienaventuranza, como una alegoría de la suerte de su pueblo que a pesar de su situación de postración está siendo acogido por Dios que se acuerda de su misericordia.

También nosotros en nuestra oración hemos de aprender a no refugiarnos en una piedad individual intimista, sino llegar a comprender que nuestra vida también es una profecía para el mundo, y que nuestra propia historia de salvación es una alegoría que Dios ofrece al mundo para ayudarle a comprender que su historia es también una historia de salvación como la nuestra.